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miércoles, 1 de diciembre de 2010

II Domingo de Adviento (Mt 3, 1-12) - Ciclo A


P. Félix Jiménez Tutor, escolapio

Érase una mujer que fue expulsada del cielo. Al salir le dijeron que sería admitida de nuevo si traía el regalo más querido por Dios.
Trajo gotas de sangre de un patriota que murió en la batalla.
Trajo el dinero que una pobre viuda había dado a los pobres.
Trajo una Biblia de un famoso predicador.
Trajo el polvo de los zapatos de un famoso misionero.
Trajo muchas reliquias de los santos.
Ninguno de esos regalos era el que más le agradaba a Dios.
Un día vio a un niño que jugaba en una fuente. Un hombre a caballo se apeó para apagar su sed y al ver al niño recordó la inocencia y la alegría de su infancia.
Miró al agua y vio el reflejo de su cara arrugada y endurecida y toda su vida sucia y malvada pasó por su mente. Lágrimas de arrepentimiento llenaron sus ojos y regaron sus mejillas.
La mujer cogió una de esas lágrimas y la llevó al cielo y fue recibida con gran alegría por los ángeles y por Dios.
Usted lo que necesita es un transplante de corazón.
El viejo, cansado y enfermo corazón hay que quitarlo. No funciona adecuadamente y corre un alto riesgo.
Hay que buscar un donante para hacer el difícil transplante.
¿Está usted en la lista de espera?
Hay personas que nunca van al médico porque piensan que están sanos. ¿Para lo que me va a decir? Me va a recetar las pastillas de siempre. Me va a dar los mismos consejos. Mejor me quedo en casa.
En este segundo domingo de Adviento, Juan el Bautista que se estrena como predicador y por ser novato es muy atrevido se encara con la gente y les grita sin contemplaciones: "Reformen sus vidas".
Juan es el cirujano que nos dice: Ustedes lo que necesitan es un transplante de corazón.
¿Yo, que estoy como un cañón?
¿Yo, que vengo todos los domingos a misa?
¿Yo, que pongo la X en la casilla de la Iglesia?
¿Yo, católico de toda la vida y casado por la Iglesia?
¿Yo, diácono o párroco de Soria?
Y Juan el Bautista me dice hoy, sí, precisamente usted.
Este sermón de Juan no va dirigido a los malos, a los que no tienen religión…sino a los buenos. Juan se pone más bravo cuando ve a los buenos que se acercan y les grita: "Raza de víboras". De nada sirve la circuncisión de la carne, de nada sirven sus tradiciones. Lo que vale es la justicia, el amor y las obras del amor.
Los malos son malos y punto.
Pero los buenos como los fariseos y saduceos, siempre encuentran explicaciones a su manera de vivir. Ellos dicen: "Nosotros tenemos a Abrahán por padre". Y con eso tapaban todos sus crímenes y acallaban su conciencia. Y se quedaban tan tranquilos.
¿Usted y yo que decimos?
Es superior a mis fuerzas. No puedo. Todos hacen lo mismo…
¿Porque deje un domingo de ir a misa? ¿Porque tenga una aventura que otra?
¿Porque me gane unos euros en algún negocio sucio?
"Reformen sus vidas".
No intenten justificar sus pecados.
Arrepiéntanse de sus pecados.
Ustedes también necesitan un transplante de corazón.
Hermanos, ¿si todos necesitamos ese transplante, dónde encontraremos tantos donantes?
La respuesta de Juan Bautista a este pueblo que espera, en cuidados intensivos, es: el que viene, el Mesías, el Señor, Jesucristo. Él nos dará un corazón nuevo, nos bautizará con Espíritu y fuego.
El es el cirujano, que no con hacha, sino con el amor del Espíritu nos va a operar. El va a quemar la paja de nuestro orgullo, de nuestro egoísmo, de nuestros odios…para purificarnos y darnos un corazón nuevo.
No se trata del bautismo de la cólera sino del bautismo de Pentecostés, del Espíritu Santo.
Nosotros que ya hemos perdido el sentido del pecado, que ya no distinguimos entre lo bueno y lo malo, el Espíritu de Jesús nos convencerá y nos hará ver nuestros pecados.
Y nos ayudará a confesarlos.
Todos somos convocados, hoy, a hacer una doble confesión.
Confesar nuestros pecados y confesar el amor de Dios.
Juan es la voz del Adviento en el desierto.
Hay una voz dentro de ti, dentro de mí, déjala resonar en este tiempo. No la apagues con tus razonamientos, con tus pecados.
Hay una voz dentro de cada uno de nosotros que quiere recuperar la inocencia perdida, déjala resonar en este tiempo.
No la apagues diciendo ya es demasiado tarde, mi corazón está medio muerto.
Hay un cirujano que lo puede revivir.
Érase un padre cuyo hijo estaba en la cárcel y durante seis años una vez a la semana iba a visitarlo. El hijo se negaba a recibirlo, pero un día, siempre hay un día, el hijo le abrió todas las puertas incluida la de su corazón. Este fue el mejor regalo de toda su vida.
Dios también espera ese milagro de muchos de sus hijos.

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