A pocos días de iniciado el tiempo de adviento nos presenta el calendario litúrgico la festividad de la Inmaculada Concepción de María. No se pretende hacer un paréntesis dentro del tiempo de adviento, sino más bien contemplar uno de los personajes propios de este tiempo que es María, la madre de Jesús. Muy pronto las iglesias primitivas entendieron que María jugó un papel importante en todo el diseño salvífico de Dios y por eso la admiraron con amor, y buscaron imitar sus virtudes. Las poquísimas referencias que de ella encontramos en los evangelios, nos dan a entender que su figura y su presencia animaron sin aspavientos ni protagonismos la espiritualidad de los primeros cristianos. Lo mismo cabe decir de los cristianos de las generaciones posteriores, de los padres de la Iglesia, en fin de todos los cristianos que a lo largo del tiempo la contemplan no sólo como la madre del Verbo encarnado, sino como madre de todos los creyentes. Muchos títulos y advocaciones le han sido dados a María a lo largo de la historia cristiana. Es apenas obvio que la madre del Salvador tuviera unos dones y unas gracias donados por Dios, no por mérito propio, sino en virtud del favor y gratuidad divinos.
Para el creyente cristiano, es un hecho que María, está, pues, desde su concepción misma adornada con todas las virtudes y gracias que la harán la elegida para ser la madre. Así se fue estableciendo poco a poco en la fe cristiana esas distintas facetas que hacían de María el modelo de santidad, modelo de madre, modelo de creyente, en fin, modelo de vida cristiana. En momentos un poco difíciles para la Iglesia, surgen ataques y sospechas sobre aquella manera de entender a María, es así como la Iglesia oficial mediante un dogma de fe declara que María es virgen antes y después de la concepción, y establece celebrar esta afirmación como fiesta litúrgica; eso sucedió hace unos 150 años. Se cuenta que los cristianos que llegaron a Roma para celebrar esta declaración dogmática de Pío IX pasaron toda la noche en vigilia con luminarias encendidas. Al parecer allí tomó forma nuestra tradición de encender velas la víspera del 8 de diciembre, aunque en algunos lugares las encienden en la madrugada.
No todo ha sido color de rosa en torno a la fe y la espiritualidad mariana. La historia nos da cuenta de excesos de “marianismo” nacido no siempre de lo que llamamos sana religiosidad, excesos que en ciertas épocas desplazaron la figura de Cristo y su misión para colocar en el centro la figura de María, como si se tratara de nuestra redentora. Se dan todavía estos impulsos; inclusive hoy hay quienes propugnan por otro dogma mariano en el que se la declare “correndentora”, nada más peligroso y herético. María tiene su función propia y específica en el plan salvífico de Dios llevado a cabo por Jesucristo, pero no es co-redentora. Ella es la primera redimida, el primer fruto de la redención, y eso es ya más que suficiente para que sea la madre, la compañera, la maestra de la Iglesia peregrina. El Concilio Vaticano II intuyó muy bien todas esas aberraciones en torno a María y con gran esfuerzo y tino supo colocarla en el lugar que realmente le corresponde. Propongámonos en este tiempo leer con mucho cuidado el cap. VIII de la Lumen Gentium, descubramos allí la figura de la mujer, símbolo de los hombres y mujeres de buena voluntad que adhieren su vida a la obra del Padre encarnado en Jesús.
Las lecturas de hoy: En la primera lectura tomada del Gn nos encontramos ante un drama duro y difícil de comprender. Después de los relatos de la creación en donde habían quedado definido los rasgos de bondad con que todo fue creado, el hombre y la mujer han decidido romper esa armonía rebelándose contra el plan divino. Esta ruptura trae como consecuencia el caos, la ambigüedad, la irresponsabilidad. El interrogante de Dios, el hombre lo rebota a su mujer, y ella a la serpiente. Nadie se responsabiliza. Qué más pecado queremos! El hombre y la mujer habían sido creados a imagen y semejanza de su creador, con todas las posibilidades de estar en un plano de comunicación y de participación de los atributos divinos. Sin embargo, pudo más el egoísmo, el criterio personal impuesto a los demás como norma máxima. Allí está el origen de todos los males que aquejan a nuestra sociedad.
A pesar de todo, y aunque la sanción se hace necesaria, Dios no abandona por completo a su criatura. Ya desde el primer momento de la caída, hay una luz de esperanza, un descendiente de la mujer “aplastará” definitivamente la cabeza de la serpiente, es decir exterminará de raíz el mal. Es el hombre mismo el que tiene que enfrentar el mal y superarlo, vencerlo. Desde hace varios siglos los estudiosos y teólogos han afirmado que este anuncio por parte de Dios es un “proto-evangelio” en donde se manifiesta aquella voluntad salvífica del Padre. Otros niegan el valor de esa sentencia como tal. Lo cierto es que hay aquí todo un contenido de gozo y de liberación: el hombre y la mujer no fueron hechos para vivir en el fracaso. Un descendiente humano pisoteará el mal. Es el mismo ser humano el que tiene las posibilidades de vencer el mal desde el fondo mismo de su ser; ese ideal lo encarna Jesús y nos propone el camino para lograrlo.
Que no hemos sido creados para vivir sometidos al fracaso, lo afirma hoy san Pablo en la lectura que acabamos de escuchar tomada de la carta a los Efesios. Según el pensamiento del apóstol, en la persona de Jesucristo estábamos ya llamados por Dios para vivir la gracia de ser sus hijos. En Cristo hemos recibido la confirmación de esa eterna vocación donada por el Padre, a la cual se suman todas las bendiciones y gracias que Dios nos regala, no por nuestros méritos, sino por los méritos de Jesucristo, hijo de Dios, hecho como uno de nosotros para libertarnos rescatándonos del pecado y de la muerte.
El evangelio de Lucas nos narra el momento en el cual Dios visita a María por medio del arcángel Gabriel. En la anunciación a María encontramos varias cosas que alientan y motivan nuestro ser de personas y de cristianos: si volvemos a mirar la escena del Gn podemos contemplar que Dios no ha abandonado del todo a sus criaturas. Hoy en María Dios da un nuevo paso, lleno de amor y de comprensión se acerca de nuevo a la humanidad representada en María para dar una oportunidad más; esta vez, casi pidiéndole permiso para llevar adelante su plan. Con esto aprendemos que nuestro Dios es el Dios del diálogo, del perdón, del respeto del otro, de la acogida y de la misericordia. La anunciación de María es también vocación. Simplemente Dios ha elegido, se quiere valer de la pequeñez y de la fragilidad de sus criaturas para continuar su designio. Al tiempo que hay una vocación, también hay una respuesta y una misión. La respuesta de María, tímida, dudosa al principio, termina con un sí decidido y confiado. No importa si todo no está tan claro, lo que importa es la decisión de dejarse guiar y de dejar que Dios haga lo suyo. La misión se va dando. Ser la madre de Jesús traería muchas satisfacciones, pero no pocos dolores, tristezas y zozobras. Sin embargo, hay una decisión, aquel sí de María se hubiera roto con toda seguridad si desde el primer momento ella no lo hubiera consignado en las manos del mismo Dios. Así, la misión es, en última instancia, también obra de Dios!
Para el creyente cristiano, es un hecho que María, está, pues, desde su concepción misma adornada con todas las virtudes y gracias que la harán la elegida para ser la madre. Así se fue estableciendo poco a poco en la fe cristiana esas distintas facetas que hacían de María el modelo de santidad, modelo de madre, modelo de creyente, en fin, modelo de vida cristiana. En momentos un poco difíciles para la Iglesia, surgen ataques y sospechas sobre aquella manera de entender a María, es así como la Iglesia oficial mediante un dogma de fe declara que María es virgen antes y después de la concepción, y establece celebrar esta afirmación como fiesta litúrgica; eso sucedió hace unos 150 años. Se cuenta que los cristianos que llegaron a Roma para celebrar esta declaración dogmática de Pío IX pasaron toda la noche en vigilia con luminarias encendidas. Al parecer allí tomó forma nuestra tradición de encender velas la víspera del 8 de diciembre, aunque en algunos lugares las encienden en la madrugada.
No todo ha sido color de rosa en torno a la fe y la espiritualidad mariana. La historia nos da cuenta de excesos de “marianismo” nacido no siempre de lo que llamamos sana religiosidad, excesos que en ciertas épocas desplazaron la figura de Cristo y su misión para colocar en el centro la figura de María, como si se tratara de nuestra redentora. Se dan todavía estos impulsos; inclusive hoy hay quienes propugnan por otro dogma mariano en el que se la declare “correndentora”, nada más peligroso y herético. María tiene su función propia y específica en el plan salvífico de Dios llevado a cabo por Jesucristo, pero no es co-redentora. Ella es la primera redimida, el primer fruto de la redención, y eso es ya más que suficiente para que sea la madre, la compañera, la maestra de la Iglesia peregrina. El Concilio Vaticano II intuyó muy bien todas esas aberraciones en torno a María y con gran esfuerzo y tino supo colocarla en el lugar que realmente le corresponde. Propongámonos en este tiempo leer con mucho cuidado el cap. VIII de la Lumen Gentium, descubramos allí la figura de la mujer, símbolo de los hombres y mujeres de buena voluntad que adhieren su vida a la obra del Padre encarnado en Jesús.
Las lecturas de hoy: En la primera lectura tomada del Gn nos encontramos ante un drama duro y difícil de comprender. Después de los relatos de la creación en donde habían quedado definido los rasgos de bondad con que todo fue creado, el hombre y la mujer han decidido romper esa armonía rebelándose contra el plan divino. Esta ruptura trae como consecuencia el caos, la ambigüedad, la irresponsabilidad. El interrogante de Dios, el hombre lo rebota a su mujer, y ella a la serpiente. Nadie se responsabiliza. Qué más pecado queremos! El hombre y la mujer habían sido creados a imagen y semejanza de su creador, con todas las posibilidades de estar en un plano de comunicación y de participación de los atributos divinos. Sin embargo, pudo más el egoísmo, el criterio personal impuesto a los demás como norma máxima. Allí está el origen de todos los males que aquejan a nuestra sociedad.
A pesar de todo, y aunque la sanción se hace necesaria, Dios no abandona por completo a su criatura. Ya desde el primer momento de la caída, hay una luz de esperanza, un descendiente de la mujer “aplastará” definitivamente la cabeza de la serpiente, es decir exterminará de raíz el mal. Es el hombre mismo el que tiene que enfrentar el mal y superarlo, vencerlo. Desde hace varios siglos los estudiosos y teólogos han afirmado que este anuncio por parte de Dios es un “proto-evangelio” en donde se manifiesta aquella voluntad salvífica del Padre. Otros niegan el valor de esa sentencia como tal. Lo cierto es que hay aquí todo un contenido de gozo y de liberación: el hombre y la mujer no fueron hechos para vivir en el fracaso. Un descendiente humano pisoteará el mal. Es el mismo ser humano el que tiene las posibilidades de vencer el mal desde el fondo mismo de su ser; ese ideal lo encarna Jesús y nos propone el camino para lograrlo.
Que no hemos sido creados para vivir sometidos al fracaso, lo afirma hoy san Pablo en la lectura que acabamos de escuchar tomada de la carta a los Efesios. Según el pensamiento del apóstol, en la persona de Jesucristo estábamos ya llamados por Dios para vivir la gracia de ser sus hijos. En Cristo hemos recibido la confirmación de esa eterna vocación donada por el Padre, a la cual se suman todas las bendiciones y gracias que Dios nos regala, no por nuestros méritos, sino por los méritos de Jesucristo, hijo de Dios, hecho como uno de nosotros para libertarnos rescatándonos del pecado y de la muerte.
El evangelio de Lucas nos narra el momento en el cual Dios visita a María por medio del arcángel Gabriel. En la anunciación a María encontramos varias cosas que alientan y motivan nuestro ser de personas y de cristianos: si volvemos a mirar la escena del Gn podemos contemplar que Dios no ha abandonado del todo a sus criaturas. Hoy en María Dios da un nuevo paso, lleno de amor y de comprensión se acerca de nuevo a la humanidad representada en María para dar una oportunidad más; esta vez, casi pidiéndole permiso para llevar adelante su plan. Con esto aprendemos que nuestro Dios es el Dios del diálogo, del perdón, del respeto del otro, de la acogida y de la misericordia. La anunciación de María es también vocación. Simplemente Dios ha elegido, se quiere valer de la pequeñez y de la fragilidad de sus criaturas para continuar su designio. Al tiempo que hay una vocación, también hay una respuesta y una misión. La respuesta de María, tímida, dudosa al principio, termina con un sí decidido y confiado. No importa si todo no está tan claro, lo que importa es la decisión de dejarse guiar y de dejar que Dios haga lo suyo. La misión se va dando. Ser la madre de Jesús traería muchas satisfacciones, pero no pocos dolores, tristezas y zozobras. Sin embargo, hay una decisión, aquel sí de María se hubiera roto con toda seguridad si desde el primer momento ella no lo hubiera consignado en las manos del mismo Dios. Así, la misión es, en última instancia, también obra de Dios!
Por SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO





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