«¿Dejan nuestras estructuras pastorales filtrar las verdaderas buenas noticias de Jesús? Los medios no muestran lo bueno de la Iglesia, vale, pero ¿no lo tapamos también desde la propia Iglesia? Desde la Iglesia debíamos aplicarnos un Cristileaks: dejar que toda la Buena Noticia salga entera y desbordante a la plaza pública»
En 2010 se reconocía por fin toda la corrupción de la Legión de Cristo encabezada por su fundador, el antaño promocionado Maciel Degollado, icono de pedofilia y poderfilia en la Iglesia. Hagamos caso a Benedicto XVI en su exhortación Verbum Domini y no evitemos mirar también las páginas oscuras de la Biblia para aprender qué nos dice Dios en estos tristes signos. El Papa está pidiendo a toda la Iglesia, y especialmente al gobierno de la Iglesia, que nos hagamos pobres, que reconozcamos nuestro pecado, que compartamos el proceso de san Dimas, el buen ladrón.
A la vez, tanto secretismo y tanta víctima no escuchada durante décadas contrasta con la transparencia que provoca el fenómeno Wikileaks. Más importante que los documentos sobre tortura legalizada, conspiraciones, etc., es que Wikileaks cataliza el malestar de la humanidad en todo el planeta. Está harta y quiere que la gente pueda participar con confianza, sin ser gobernados desde el paternalismo ni la autocracia.
El principio “Leaks” no es sólo “fuga” o “filtración”, sino transparencia, reconocimiento, sinceridad, veracidad, libertad, respeto por los otros, humildad. No es la información la que se fuga, sino que toda la gente quiere salirse como el escapista Houdini de las cadenas de oro del cinismo político, económico, mediático y religioso. Ése que nos ha llevado al relativismo moral, al fundamentalismo, a la guerra, al asesinato extrajudicial, al aborto, a la incompetencia o a la crisis financiera neoliberal. ¿Es el final del neoinstitucionalismo de los últimos 30 años? ¿No ha fracasado ya suficientemente? Como dice Benedicto XVI, la Iglesia no puede decepcionar a los pobres. No más.
Y a la vez que Wikileaks pone altavoz a las palabras ocultas del cinismo internacional, la Iglesia quiere transparentar de modo sencillo y veraz el Verbum Domini. ¿Dejan nuestras estructuras pastorales filtrar las verdaderas buenas noticias de Jesús? Los medios no muestran lo bueno de la Iglesia, vale, pero ¿no lo tapamos también desde la propia Iglesia? ¿Priorizamos lo mejor o hacemos corporativismo? Desde la Iglesia debíamos aplicarnos un Cristileaks: dejar que toda la Buena Noticia salga entera y desbordante a los medios, a la plaza pública, llegue a la gente, que los jóvenes la reenvíen por todas sus redes; dejar atrás todo aquello que impide transparentar el fresco y sencillo nombre de Jesús. Salvar a Dios incluso de nosotros mismos; filtrar las noticias del Espíritu incluso pese a que queramos tenerle encerrado por su bien.
Esa bíblica página oscura del pueblo de Dios que le traiciona atentando contra los que Él más quiere, los niños, es una llamada a una conversión radical, a cambios cualitativos, al coraje apostólico. Sin duda, debía hacer cambiar modos de gobierno y comunidades para hacerlas que sean más participativas, inclusivas, plurales, hospitalarias, solícitas con los marginados. Necesitamos el espíritu de san Dimas, el buen ladrón, aquél que ante el mundo fue capaz de señalar, incluso con pies y manos atados, al Salvador.
Por Fernando Vidal
Artículo publicado en la revista Vida Nueva nº 2735
En 2010 se reconocía por fin toda la corrupción de la Legión de Cristo encabezada por su fundador, el antaño promocionado Maciel Degollado, icono de pedofilia y poderfilia en la Iglesia. Hagamos caso a Benedicto XVI en su exhortación Verbum Domini y no evitemos mirar también las páginas oscuras de la Biblia para aprender qué nos dice Dios en estos tristes signos. El Papa está pidiendo a toda la Iglesia, y especialmente al gobierno de la Iglesia, que nos hagamos pobres, que reconozcamos nuestro pecado, que compartamos el proceso de san Dimas, el buen ladrón.
A la vez, tanto secretismo y tanta víctima no escuchada durante décadas contrasta con la transparencia que provoca el fenómeno Wikileaks. Más importante que los documentos sobre tortura legalizada, conspiraciones, etc., es que Wikileaks cataliza el malestar de la humanidad en todo el planeta. Está harta y quiere que la gente pueda participar con confianza, sin ser gobernados desde el paternalismo ni la autocracia.
El principio “Leaks” no es sólo “fuga” o “filtración”, sino transparencia, reconocimiento, sinceridad, veracidad, libertad, respeto por los otros, humildad. No es la información la que se fuga, sino que toda la gente quiere salirse como el escapista Houdini de las cadenas de oro del cinismo político, económico, mediático y religioso. Ése que nos ha llevado al relativismo moral, al fundamentalismo, a la guerra, al asesinato extrajudicial, al aborto, a la incompetencia o a la crisis financiera neoliberal. ¿Es el final del neoinstitucionalismo de los últimos 30 años? ¿No ha fracasado ya suficientemente? Como dice Benedicto XVI, la Iglesia no puede decepcionar a los pobres. No más.
Y a la vez que Wikileaks pone altavoz a las palabras ocultas del cinismo internacional, la Iglesia quiere transparentar de modo sencillo y veraz el Verbum Domini. ¿Dejan nuestras estructuras pastorales filtrar las verdaderas buenas noticias de Jesús? Los medios no muestran lo bueno de la Iglesia, vale, pero ¿no lo tapamos también desde la propia Iglesia? ¿Priorizamos lo mejor o hacemos corporativismo? Desde la Iglesia debíamos aplicarnos un Cristileaks: dejar que toda la Buena Noticia salga entera y desbordante a los medios, a la plaza pública, llegue a la gente, que los jóvenes la reenvíen por todas sus redes; dejar atrás todo aquello que impide transparentar el fresco y sencillo nombre de Jesús. Salvar a Dios incluso de nosotros mismos; filtrar las noticias del Espíritu incluso pese a que queramos tenerle encerrado por su bien.
Esa bíblica página oscura del pueblo de Dios que le traiciona atentando contra los que Él más quiere, los niños, es una llamada a una conversión radical, a cambios cualitativos, al coraje apostólico. Sin duda, debía hacer cambiar modos de gobierno y comunidades para hacerlas que sean más participativas, inclusivas, plurales, hospitalarias, solícitas con los marginados. Necesitamos el espíritu de san Dimas, el buen ladrón, aquél que ante el mundo fue capaz de señalar, incluso con pies y manos atados, al Salvador.
Por Fernando Vidal
Artículo publicado en la revista Vida Nueva nº 2735
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