Por José M. Castillo
Hace cuatro años, exactamente en enero de 2007, la editorial Trotta (Madrid) publicó un libro mío que lleva el mismo título que esta entrada del blog. Recuerdo hoy este cuarto aniversario porque acaba de salir a la luz pública la 5ª edición de este libro. Seguramente, muchas de las personas que suelen visitar este blog no conocen el libro que se acaba de reeditar. Por eso me ha perecido conveniente anunciarlo aquí. Por supuesto, y como es lógico, cualquier escritor, al que le publican un libro (sea la edición que sea), tiene interés en que la gente se entere de que ese libro está en las librerías. No tanto por las ganancias económicas que eso le pueda reportar, ya que tales ganancias son bastante más reducidas de lo que la gente se imagina (sólo el 10 % de la venta, del que Hacienda descuenta además el 18 %), sino porque (como es natural) quien trabaja durante meses, quizás años, en una obra escrita, tiene interés en que el contenido de ese trabajo llegue a la mayor cantidad posible de destinatarios. Esto no necesita mucha explicación. Lo entiende cualquiera.
Pero, en el caso concreto de este libro, hay dos motivos que me parecen de cierta relevancia para anunciarlo y hasta recomendarlo. Ante todo, el contenido del libro. Porque se trata de un escrito pensado para personas “insatisfechas”. Y, como bien sabemos, la gente insatisfecha abunda bastante más de lo que podemos imaginar. Sobre todo, gente insatisfecha en lo que se refiere a la religión, a la fe, a la Iglesia. De todo eso es de lo que habla este libro. Intentado explicar cómo se debe entender y vivir una espiritualidad que no entre en conflicto con nuestra propia humanidad, sino todo lo contrario. Porque lo más claro, que hay en la tradición cristiana, es que Dios, cuando pensó traer salvación y esperanza a este mundo, lo primero que hizo fue “humanizarse”, o como dice san Pablo, “hacerse como uno de tantos”, “vaciándose de sí mismo” y “tomando la forma (o la presencia) de un esclavo” (Fil 2, 7). O sea, Dios bajó y se rebajó hasta lo más sencillo, elemental e insignificante de la condición humana. Porque, por lo visto, por ahí es por donde Dios vio que se le puede ofrecer esperanza a la gente y fuerza de solución a los mil problemas que nos agobian. Creo que analizar esto, con paz, sosiego y la profundidad que está a nuestro alcance, es un asunto que representa un notable interés. Por esto, ante todo, anuncio aquí que se acaba de publicar esta nueva edición de este libro.
El otro motivo, por el que se me antoja que a algunos les puede interesar esta 5ª edición, es que se trata de un libro de espiritualidad cristiana que, ya antes de salir a la luz pública, fue prohibido por los consejeros teológicos que en 2007 eran los teólogos de la Conferencia Episcopal Española. Si alguien me pregunta quiénes eran estos teólogos, tengo que decir que no lo sé. A mí me comunicó, de palabra, la prohibición el director de la editorial religiosa que me había pedido la publicación de este libro. Y me envió, por correo postal, dos largos escritos anónimos, sin membrete, sin firma y sin sello. Y en los que sólo constaba la fecha: uno (cinco folios) era del 26 de junio de 2007. Y el otro (cuatro folios), del 29 del mismo mes. Sé que esos escritos venían de las oficinas de la Conferencia Episcopal porque así me lo dijo, por correo y por teléfono, el director de la editorial religiosa. Lo más desagradable, que había en estos escritos, no era el anonimato de sus autores, sino el contenido de los mencionados escritos. Sin entrar en cuestiones más técnicas, baste saber que uno de estos escritos, al enjuiciar el libro, empezaba diciendo: “Estamos ante un libro intencionadamente escandaloso” (las dos últimas palabras en cursiva). Y el escrito terminaba así: “No estamos simplemente ante una obra en la que se han “deslizado” algunos errores debido al deseo de ser creativos, sino ante una toma formal de postura en la que intencionadamente se busca estar en contra de la enseñanza de la Iglesia. No es un problema de pensamiento, sino ante todo, de voluntad. Esta obra ilustra bien lo que el Código de Derecho Canónico llama “negación pertinaz” (CIC 750) y “contumacia” (CIC 1347, 1358, 1364)”. Estos cánones se refieren a las “censuras al delincuente” (can. 1358) y a los delitos de apostasía, herejía y cisma (can. 1364).
Confieso públicamente que amo a la Iglesia. Confieso públicamente que quiero vivir y morir en ella. Porque en ella, yo, que no sé si he dado pie para que se pueda decir o insinuar que voy por la vida pisando el terreno peligroso de los delincuentes, apóstatas, herejes y cismáticos, no obstante mis humillantes maldades, en la Iglesia he encontrado a Jesús, he encontrado la fe en Jesús, y en Jesús he encontrado el sentido de mi vida y la esperanza de un amor del Señor hacia mí que no tiene límites.
Pero, en el caso concreto de este libro, hay dos motivos que me parecen de cierta relevancia para anunciarlo y hasta recomendarlo. Ante todo, el contenido del libro. Porque se trata de un escrito pensado para personas “insatisfechas”. Y, como bien sabemos, la gente insatisfecha abunda bastante más de lo que podemos imaginar. Sobre todo, gente insatisfecha en lo que se refiere a la religión, a la fe, a la Iglesia. De todo eso es de lo que habla este libro. Intentado explicar cómo se debe entender y vivir una espiritualidad que no entre en conflicto con nuestra propia humanidad, sino todo lo contrario. Porque lo más claro, que hay en la tradición cristiana, es que Dios, cuando pensó traer salvación y esperanza a este mundo, lo primero que hizo fue “humanizarse”, o como dice san Pablo, “hacerse como uno de tantos”, “vaciándose de sí mismo” y “tomando la forma (o la presencia) de un esclavo” (Fil 2, 7). O sea, Dios bajó y se rebajó hasta lo más sencillo, elemental e insignificante de la condición humana. Porque, por lo visto, por ahí es por donde Dios vio que se le puede ofrecer esperanza a la gente y fuerza de solución a los mil problemas que nos agobian. Creo que analizar esto, con paz, sosiego y la profundidad que está a nuestro alcance, es un asunto que representa un notable interés. Por esto, ante todo, anuncio aquí que se acaba de publicar esta nueva edición de este libro.
El otro motivo, por el que se me antoja que a algunos les puede interesar esta 5ª edición, es que se trata de un libro de espiritualidad cristiana que, ya antes de salir a la luz pública, fue prohibido por los consejeros teológicos que en 2007 eran los teólogos de la Conferencia Episcopal Española. Si alguien me pregunta quiénes eran estos teólogos, tengo que decir que no lo sé. A mí me comunicó, de palabra, la prohibición el director de la editorial religiosa que me había pedido la publicación de este libro. Y me envió, por correo postal, dos largos escritos anónimos, sin membrete, sin firma y sin sello. Y en los que sólo constaba la fecha: uno (cinco folios) era del 26 de junio de 2007. Y el otro (cuatro folios), del 29 del mismo mes. Sé que esos escritos venían de las oficinas de la Conferencia Episcopal porque así me lo dijo, por correo y por teléfono, el director de la editorial religiosa. Lo más desagradable, que había en estos escritos, no era el anonimato de sus autores, sino el contenido de los mencionados escritos. Sin entrar en cuestiones más técnicas, baste saber que uno de estos escritos, al enjuiciar el libro, empezaba diciendo: “Estamos ante un libro intencionadamente escandaloso” (las dos últimas palabras en cursiva). Y el escrito terminaba así: “No estamos simplemente ante una obra en la que se han “deslizado” algunos errores debido al deseo de ser creativos, sino ante una toma formal de postura en la que intencionadamente se busca estar en contra de la enseñanza de la Iglesia. No es un problema de pensamiento, sino ante todo, de voluntad. Esta obra ilustra bien lo que el Código de Derecho Canónico llama “negación pertinaz” (CIC 750) y “contumacia” (CIC 1347, 1358, 1364)”. Estos cánones se refieren a las “censuras al delincuente” (can. 1358) y a los delitos de apostasía, herejía y cisma (can. 1364).
Confieso públicamente que amo a la Iglesia. Confieso públicamente que quiero vivir y morir en ella. Porque en ella, yo, que no sé si he dado pie para que se pueda decir o insinuar que voy por la vida pisando el terreno peligroso de los delincuentes, apóstatas, herejes y cismáticos, no obstante mis humillantes maldades, en la Iglesia he encontrado a Jesús, he encontrado la fe en Jesús, y en Jesús he encontrado el sentido de mi vida y la esperanza de un amor del Señor hacia mí que no tiene límites.
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