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miércoles, 12 de enero de 2011

II Domingo del T.O. (Jn 1, 29-34) - Ciclo A: RECIBAMOS EL ESPÍRITU DEL SEÑOR



1.- Todos hemos visto alguna vez, o en fotografía o en película, o quizás personalmente, esas multitudes de indios bajando lentamente por las orillas a las aguas del Ganges para purificarse en las aguas sagradas. El agua siempre ha tenido en todas las civilizaciones el significado de purificación antes de entrar en contacto con la divinidad. En el recinto exterior de todo templo shintoista hay una fuente o depósito hecho de piedra con cuya agua se purifican las manos y los pies o se bebe un poco en señal de purificación antes de proceder al interior del templo.

2.- Juan el Bautista también tocó el agua, como era costumbre en esos tiempos, como medio de purificación, pero exigía al mismo tiempo la conversión del corazón, sabiendo que el solo meterse en el agua no cambia nada en el interior del hombre si este no ha cambiado a sí mismo. Pero aún así Juan sabía que su bautismo no era lo que debía de ser. Purificarse y morir a la mala vida es un paso aún negativo. Cuando el hombre sale del agua necesita comenzar a vivir una nueva vida.

Y Juan señala a Jesús y le define con aquellas palabras: “ese es el que ha de bautizar con el Espíritu Santo”. No basta morir bajo el agua es necesario renacer, como dijo Jesús a Nicodemo: “Yo te aseguro que si no renace el hombre del agua y del Espíritu Santo no puede entrar en el Reino de los Cielos”.

3.- Todos nosotros estamos bautizados, y vosotros habéis bautizado a vuestros hijos. ¿Y tenemos conciencia de lo que eso fue y lo que es? Renacer: ese niño que acaba de nacer y tiene un principio humano que le hace actuar como ser humano, todavía, tiene que nacer otra vez. Sobre ese principio de actos humanos, necesita otro principio para que sea capaz de amar a un Dios que “nadie jamás ha visto”, para que sea capaz de admitir un ser que sus ojos no ven, ni sus manos van a palpar. Y ese principio nuevo, sobrenatural, es el Espíritu Santo. Nosotros, vuestros niños en el bautismo, reciben el Espíritu de Jesús, que les va a hacer moverse en un sentido sobrenatural, hacia Dios.

4.- Y ese venir del Espíritu Santo hace que ese niño quede consagrado, dedicado a Dios, como al consagrar un cáliz queda dedicado solamente al culto divino. Ese niño que tenéis en brazos, por ser templo del Espíritu Santo es un ser santificado y consagrado por Jesucristo como dice hoy San Pablo. “Separemos de las tinieblas a la luz.

** A) Esos niños y cada uno de nosotros somos elegidos por Dios desde el vientre de nuestras madres y consagrados, es decir, separados, apartados del mal del mundo (llámesele Satanás), de todo lo que nos aparta de Dios, apartados de odios, y envidias, de egoísmos e injusticias, de violencias y materialismo, de todo lo que nos haga olvidarnos de Dios como puede ser el placer desenfrenado, el dinero o el poder.

** B) A todo esto renunciamos en las promesas del bautismo. Y para significar nuestra dedicación a Dios por el Espíritu que acabamos de recibir se unge al niño con el Crisma, como se ungen los cálices con óleo sagrado para dedicarlos a Dios. Y en ello se simboliza esa separación que hace del cristiano, de todo cristiano, un sacerdote, un profeta y un rey. “Pueblo regio y sacerdotal”, que nos dice San Pedro.

5.- Pero todo esto nos viene de que el Espíritu del Señor vive en nosotros, de que vivimos la misma vida interna de Dios, que por eso nos hace realmente hijos suyos, y por tanto hermanos entre nosotros. Por eso es mucha verdad de que por el bautismo el niño comienza a ser hijo de Dios, por recibir la misma vida de Dios.

Por eso el bautismo no se reduce a que el cura eche agua y a tomar chocolate con churros. En los niños es una semilla que los padres y padrinos tienen que cuidar. Y en nosotros es una elección, una llamada de Dios a la que cada uno de nosotros tiene que responder libremente. Todo esto es totalmente distinto de unas abluciones externas en el Ganges, o un lavado de manos en un templo shintoista, Aquí hay una misteriosa realidad interior por la que es Dios quien transforma al hombre en hijo suyo de verdad.

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