Por Ángel Moreno
Aunque el domingo anterior fue el primero del Tiempo Ordinario, por celebrarse ese día el Bautismo de Jesús, es hoy cuando propiamente se abre el nuevo tramo del Año Litúrgico. En este contexto de inicio, en las lecturas que ha escogido la Iglesia para que se proclamen en la liturgia dominical, descubrimos un sentido vocacional.
El profeta anuncia: “Ahora habla el Señor, que desde el vientre me formó siervo suyo. Es poco que seas mi siervo, te hago luz de las naciones”.
Antes de emprender un camino es prudente conocer la dirección que se ha de tomar para evitar dar pasos en falso. El salmista lo precisa de manera axiomática: “Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, y, en cambio, me abriste el oído” (Sal 39). La escucha es muy importante, para llevar a cabo el designio de Dios: «Aquí estoy, para hacer tu voluntad.»
En la resonancia bautismal del Evangelio de este domingo –“Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo”-, la principal llamada que recibimos es a la santidad: “A los consagrados por Cristo Jesús, a los santos que él llamó…”, y al seguimiento. Mas la opción del seguimiento sólo se legitima y se consolida sin violencia, cuando se tiene la certeza de ir detrás del que es verdaderamente el Hijo de Dios, como asegura Juan el Bautista: “Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios.”
Hoy nos corresponde aceptar la propia vocación, acoger el deseo de Jesús, la voluntad de su Padre para nosotros: “Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra”. Es el momento de ofrecernos voluntariamente a ser mediación difusora del Evangelio recibido, de la Buena Noticia que ha supuesto la Navidad en nuestro entorno y en nuestro interior.
No debemos excusarnos amparándonos en nuestra debilidad. Por el nacimiento de Jesús, en nosotros se cumplen los designios de Dios, que nos ha llamado antes de los siglos a ser sus hijos y a ser mensajeros y testigos, amigos de Jesús, discípulos suyos, misioneros.
El mensaje está destinado a todas las naciones.
Hemos contemplado cómo se cumplió en María el plan de Dios porque aceptó la voluntad de su Señor. La respuesta de la Virgen nazarena, la prontitud de los pastores de Belén en ir a ver lo que les anunciaron, y la opción del Verbo de hacerse carne, son la mejor referencia para tomar la decisión adecuada. “Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en las entrañas” (Sal 39).
El profeta anuncia: “Ahora habla el Señor, que desde el vientre me formó siervo suyo. Es poco que seas mi siervo, te hago luz de las naciones”.
Antes de emprender un camino es prudente conocer la dirección que se ha de tomar para evitar dar pasos en falso. El salmista lo precisa de manera axiomática: “Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, y, en cambio, me abriste el oído” (Sal 39). La escucha es muy importante, para llevar a cabo el designio de Dios: «Aquí estoy, para hacer tu voluntad.»
En la resonancia bautismal del Evangelio de este domingo –“Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo”-, la principal llamada que recibimos es a la santidad: “A los consagrados por Cristo Jesús, a los santos que él llamó…”, y al seguimiento. Mas la opción del seguimiento sólo se legitima y se consolida sin violencia, cuando se tiene la certeza de ir detrás del que es verdaderamente el Hijo de Dios, como asegura Juan el Bautista: “Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios.”
Hoy nos corresponde aceptar la propia vocación, acoger el deseo de Jesús, la voluntad de su Padre para nosotros: “Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra”. Es el momento de ofrecernos voluntariamente a ser mediación difusora del Evangelio recibido, de la Buena Noticia que ha supuesto la Navidad en nuestro entorno y en nuestro interior.
No debemos excusarnos amparándonos en nuestra debilidad. Por el nacimiento de Jesús, en nosotros se cumplen los designios de Dios, que nos ha llamado antes de los siglos a ser sus hijos y a ser mensajeros y testigos, amigos de Jesús, discípulos suyos, misioneros.
El mensaje está destinado a todas las naciones.
Hemos contemplado cómo se cumplió en María el plan de Dios porque aceptó la voluntad de su Señor. La respuesta de la Virgen nazarena, la prontitud de los pastores de Belén en ir a ver lo que les anunciaron, y la opción del Verbo de hacerse carne, son la mejor referencia para tomar la decisión adecuada. “Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en las entrañas” (Sal 39).
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