Por Pedro Miguel Lamet sj
Hay que dejar sentado que la gente sensata está muy de acuerdo que para la convivencia son necesarias las normas. Sin semáforos no podríamos circular en la gran ciudad. Sin límites de velocidad aumetarían los accidentes. Sin regulación alimentaria o farmaceútica, empeoraríamos nuestra salud.
Hasta ahí de acuerdo. Pero cuando la vida se convierte en un bosque de señales prohibidas, no se puede respirar. Y es que existe una frontera, una zona intermedia donde el Estado debe permitir el ejercicio de la libertad. Resulta que en este país, entre otras razones porque interesa a Hacienda, existen estancos y se vende tabaco. Pero ya casi no queda espacio para fumar. De acuerdo, es malo para la salud. Pero por la misma regla de tres es malo contaminar sacando el coche, beber bebidas espirituosas, comer hamburguesas y otras comidas basuras. Y si me apretáis, hasta es malo, según algunos médicos, beber leche, consumir café y darse un banquetazo. Todas estas cosas matan. Salir a la calle mata. Vivir mata.
Por otra parte está la oportunidad de las leyes. La exasperación que está provocando la nueva ley del humo viene también de un momento de crisis en la gente necesita un poco de eutrapelia, una zona lúdico-recreativa y empieza a estar harta de un papá-Estado o Pepito Grillo que convierte la convivencia en un gran colegio para adultos.
Propongo educar más que prohibir. La Ley Seca produjo más borrachos en Estados Unidos, donde la gente se sigue confesando por beber. Cuando yo dije en Nueva York que en España nadie se confesaba por tomarse unas copas y que había visto gente en el confesonario literalmente borracha después de una noche de fiesta (sin confesarse del tablón que llevaban encima, claro), no se lo creían. Porque aquí una cogorza nunca ha sido pecado. Ni tuvo éxito un intento de ley del vino.
Por favor dejen un poco de espacio para equivocarnos, un rinconcito para pecar, porque lo que no se puede es hacer “santos por real decreto”. Castiguen los crímenes, pero en lo demás ayuden, aconsejen, faciliten, propongan, pero no empujen ni menos inviten a la delación. Cuando pueda, seré bueno. Lo prometo. Ne quid nimis
Hasta ahí de acuerdo. Pero cuando la vida se convierte en un bosque de señales prohibidas, no se puede respirar. Y es que existe una frontera, una zona intermedia donde el Estado debe permitir el ejercicio de la libertad. Resulta que en este país, entre otras razones porque interesa a Hacienda, existen estancos y se vende tabaco. Pero ya casi no queda espacio para fumar. De acuerdo, es malo para la salud. Pero por la misma regla de tres es malo contaminar sacando el coche, beber bebidas espirituosas, comer hamburguesas y otras comidas basuras. Y si me apretáis, hasta es malo, según algunos médicos, beber leche, consumir café y darse un banquetazo. Todas estas cosas matan. Salir a la calle mata. Vivir mata.
Por otra parte está la oportunidad de las leyes. La exasperación que está provocando la nueva ley del humo viene también de un momento de crisis en la gente necesita un poco de eutrapelia, una zona lúdico-recreativa y empieza a estar harta de un papá-Estado o Pepito Grillo que convierte la convivencia en un gran colegio para adultos.
Propongo educar más que prohibir. La Ley Seca produjo más borrachos en Estados Unidos, donde la gente se sigue confesando por beber. Cuando yo dije en Nueva York que en España nadie se confesaba por tomarse unas copas y que había visto gente en el confesonario literalmente borracha después de una noche de fiesta (sin confesarse del tablón que llevaban encima, claro), no se lo creían. Porque aquí una cogorza nunca ha sido pecado. Ni tuvo éxito un intento de ley del vino.
Por favor dejen un poco de espacio para equivocarnos, un rinconcito para pecar, porque lo que no se puede es hacer “santos por real decreto”. Castiguen los crímenes, pero en lo demás ayuden, aconsejen, faciliten, propongan, pero no empujen ni menos inviten a la delación. Cuando pueda, seré bueno. Lo prometo. Ne quid nimis
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