Como la Biblia da para todo, ya un profeta del s.VI a.C. reconocía, sin cortarse un pelo, que veía muchachos cansados, fatigados, tropezando y cayéndose, mientras que otros en cambio “renovaban sus fuerzas, echaban alas como las águilas, corrían sin cansarse y marchaban sin fatigarse” (Is 40,31).
Estaban dopados, no cabe duda, pero con una sustancia no tóxica que Isaías llama confianza y que les aumentaba la capacidad de rendimiento dándoles ventaja sobre otros corredores.
Una buena metáfora para mirar el año transcurrido poniendo nombre a aquello que ha estimulado nuestra resistencia y remediado nuestros cansancios y detectando qué transfusiones o suplementos energéticos hemos empleado para acrecentar nuestros ánimos, evitar el agotamiento y seguir adelante sin perder ni la esperanza ni el humor.
A mí me ha salido una larga lista: el primer café de la mañana; ver amanecer y disfrutar de ese momento de silencio mágico (y eso que todavía estoy haciendo el duelo por la ausencia Gomaespuma que me ponía las pilas para el día entero). Luego, abrir la Palabra y dejarla hacer su camino, siempre sorprendente, nunca idéntico a otro.
A veces, un trayecto largo en metro en hora punta, sintiéndome fundida con esa humanidad apresurada y variopinta a la que los ángeles en Belén avisaron de que le había caído en gracia a Dios, no por hacer nada especial, sino porque Él en esto de amar gratuitamente no tiene remedio.
Tener noticia de tantos ‘cristianos por el mundo’, casualmente situados en esos lugares preferenciales que señala Mateo 25, en los que está la gente más hundida y maltrecha: por ahí andan siempre los misioneros, y Caritas, y Manos Unidas, y tantos otros y su memoria me despliega internamente una cola de pavo real (las pavas carecen de esa competencia) porque su compromiso y su generosa solidaridad me llenan de orgullo.
El mismo que siento al recordar que mis hermanas de Haití siguen allí, impertérritas (o “pertérritas”, pero aguantando).
Escuchar a tumba abierta los relatos de vida de tantos hombres y mujeres buscadores y honestos, empeñados en vivir más de verdad el Evangelio.
Recordar el rostro de Keny (de Guinea Bissau, con tres niños), aplaudiendo de alegría después de ver en la pantalla del ordenador la primera línea escrita por ella. O los de los jóvenes de la JOC reunidos en asamblea y que, en lenguaje suyo, me resultaron “un crack”.
Mirar en un revistero las portadas de Vida Nueva, Sal Terrae, Catequistas, El Ciervo, Alandar, Misión Joven, R21 y otras cuantas, y poder leerlas asintiendo internamente a tantas de sus opiniones, propuestas y preguntas; y tener la suerte de conocer algunos rostros de los que están detrás de ellas pensando, escribiendo, arriesgando, inquietando y creando red eclesial.
Tengo más sustancias dopantes en mi lista pero ya no me caben aquí. Hagan la suya y cuéntensela a otros: nos vendrá bien a todos tenerlas almacenadas con vistas al próximo año.
Estaban dopados, no cabe duda, pero con una sustancia no tóxica que Isaías llama confianza y que les aumentaba la capacidad de rendimiento dándoles ventaja sobre otros corredores.
Una buena metáfora para mirar el año transcurrido poniendo nombre a aquello que ha estimulado nuestra resistencia y remediado nuestros cansancios y detectando qué transfusiones o suplementos energéticos hemos empleado para acrecentar nuestros ánimos, evitar el agotamiento y seguir adelante sin perder ni la esperanza ni el humor.
A mí me ha salido una larga lista: el primer café de la mañana; ver amanecer y disfrutar de ese momento de silencio mágico (y eso que todavía estoy haciendo el duelo por la ausencia Gomaespuma que me ponía las pilas para el día entero). Luego, abrir la Palabra y dejarla hacer su camino, siempre sorprendente, nunca idéntico a otro.
A veces, un trayecto largo en metro en hora punta, sintiéndome fundida con esa humanidad apresurada y variopinta a la que los ángeles en Belén avisaron de que le había caído en gracia a Dios, no por hacer nada especial, sino porque Él en esto de amar gratuitamente no tiene remedio.
Tener noticia de tantos ‘cristianos por el mundo’, casualmente situados en esos lugares preferenciales que señala Mateo 25, en los que está la gente más hundida y maltrecha: por ahí andan siempre los misioneros, y Caritas, y Manos Unidas, y tantos otros y su memoria me despliega internamente una cola de pavo real (las pavas carecen de esa competencia) porque su compromiso y su generosa solidaridad me llenan de orgullo.
El mismo que siento al recordar que mis hermanas de Haití siguen allí, impertérritas (o “pertérritas”, pero aguantando).
Escuchar a tumba abierta los relatos de vida de tantos hombres y mujeres buscadores y honestos, empeñados en vivir más de verdad el Evangelio.
Recordar el rostro de Keny (de Guinea Bissau, con tres niños), aplaudiendo de alegría después de ver en la pantalla del ordenador la primera línea escrita por ella. O los de los jóvenes de la JOC reunidos en asamblea y que, en lenguaje suyo, me resultaron “un crack”.
Mirar en un revistero las portadas de Vida Nueva, Sal Terrae, Catequistas, El Ciervo, Alandar, Misión Joven, R21 y otras cuantas, y poder leerlas asintiendo internamente a tantas de sus opiniones, propuestas y preguntas; y tener la suerte de conocer algunos rostros de los que están detrás de ellas pensando, escribiendo, arriesgando, inquietando y creando red eclesial.
Tengo más sustancias dopantes en mi lista pero ya no me caben aquí. Hagan la suya y cuéntensela a otros: nos vendrá bien a todos tenerlas almacenadas con vistas al próximo año.
No hay comentarios:
Publicar un comentario