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lunes, 10 de enero de 2011

Ayer, hoy y mañana



Uno es el presente con un pasado y un futuro. Pretender vivir del pasado y en el pasado es un error, un error tan grave como negarlo, borrarlo y no asumirlo con sus pros y sus contras. Valorizar sólo el presente, viviendo al día sin sopesar las consecuencias de nuestros actos en un futuro, es una actitud irresponsable de impredecibles resultados, y resignar todos nuestros sueños y ambiciones positivas por miedo a lo que vendrá suele ser un desacierto que nos hace llegar a la vejez con frustraciones de todo tipo que sólo sirven para alimentar depresiones varias.

Cada época del mundo y cada etapa de nuestra vida ponen sobre el tapete con más preponderancia el pasado, con todo su peso, ese pasado donde forjamos nuestra personalidad desde nuestra más tierna infancia. En ese territorio están padres, abuelos, maestros, compañeros de juegos y adultos, que con sus ejemplos, buenos o malos, son, nos guste o no, nuestros referentes de vida. El presente trae, con su abrumadora urgencia del día a día, la necesidad de tomar decisiones, y el futuro es la utopía, el sueño, el miedo, la incertidumbre, el paraíso o el infierno, la incógnita, que muchas veces nos ayuda y nos impulsa a la lucha por una mejor vida y otras nos paraliza por esa inseguridad que cada época trae consigo.

Recuerdo aún la desazón de mis padres cuando, allá por finales de la década del cuarenta, vaticinaban que nuestra generación se iba a encontrar con un mundo deshumanizado, con el peligro de una tercera guerra mundial, esta vez con armas atómicas de enorme poder destructivo, gobiernos autoritarios que podían variar desde un exacerbado individualismo, donde el lema iba a ser "tanto tienes, tanto vales", hasta terribles dictaduras comunistas con discurso único y severa represión para los disidentes. Algunas cosas se cumplieron, otras no tanto y otras se desarrollaron de manera muy diferente (ni mejor ni peor, sólo diferentes) de aquellos vaticinios.

Y es que el mundo sigue siendo una caja de Pandora donde nada es lo que parece y donde lo único que sigue siendo seguro es que nadie puede estar seguro de nada.

Al llegar la década del sesenta, mis mayores se horrorizaron por nuestras largas melenas, la drogadicción cada vez más extendida en las nuevas generaciones, el eslogan "hagamos el amor y no la guerra", el vanguardismo en todas las artes, los happenings, la explosión francesa de 1968 y las revoluciones latinoamericanas.

Los Beatles parecían los enviados del infierno. Con el tiempo, todo aquello entró en el pasado y los Beatles fueron condecorados por la reina Isabel II, que sigue reinando y ha sobrevivido a escándalos reales, cuernos conyugales, hijos rebeldes, nueras deslumbrantes y carismáticas, primeros ministros débiles, damas de hierro, películas en broma donde se la caricaturizó despiadadamente, como La pistola desnuda, o se la retrató tan fielmente que era casi obscenamente igual a sí misma, como La reina, con la genial Helen Mirren, y, sobre todo, sobrevivió a los más espantosos sombreros de la historia universal.

Todo pasa, todo se convierte en pasado, que engendra el presente y que sienta bases para un futuro que, por mucho que lo pensemos, lo adivinemos, lo presintamos o lo imaginemos, siempre será el territorio enigmático lleno de tinieblas que sólo se iluminan con algún que otro resplandor fugaz. Dicen que la historia jamás se repite de la misma forma; dicen también que primero es tragedia y luego se convierte en farsa. De todas maneras, no nos queda otra a los humanos sobrevivientes que relajarnos y aprovechar las experiencias, sin olvidar jamás quiénes fuimos, afirmándonos en lo que somos y no renunciando a lo que queremos ser. Y lo que hoy nos parece "lo peor que hemos vivido" pasar, y quizá nos sirva para no tropezar con las mismas piedras. Mientras haya vida habrá esperanza.

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