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sábado, 5 de febrero de 2011

DOS SIMPLES PARÁBOLAS DE MUY LARGO RECORRIDO


V Domingo del T.O. (Mt 5, 13-16) - Ciclo A
Por Fray Marcos

El texto que acabamos de escuchar es continuación literal de las bienaventuranzas que hemos leído el domingo pasado. Estamos en el principio del primer discurso de Jesús en el evangelio de Mateo. Se trata de dos comparaciones aparentemente sin importancia, pero que tienen un mensaje de extraordinario valor para la vida real del cristiano.

Hay un gran peligro de que pasemos por alto estas pequeñas parábolas, que sin embargo tienen un profundo significado y son muy fáciles de entender. Las parábolas no necesitan explicación ni comentario. Se explican por sí mismas. Exigen, eso sí, una respuesta vital al interrogante que plantean.

Si me dejo interpelar por ellas, descubriré una nueva dimensión de la existencia a la que soy invitado. Puedo aceptar el reto o rechazarlo. La parábola me coloca ante una alternativa: o seguir como estaba en mi modo de apreciar la realidad, o aceptar esa nueva manera de afrontar la vida que me sugieren.

Si pretendo entender la parábola de una forma puramente racional, no me servirá de nada. Las explicaciones lógicas no sirven de nada en el orden espiritual. Las parábolas nos proponen un dato simple y cotidiano, pero es para llevarnos más allá de lo corriente y ordinario.

Aunque la sal y la luz no tienen nada en común, hay un aspecto en el que coinciden. Ninguna de las dos es provechosa por sí misma. La sal sola no sirve de nada para la salud, solo es útil cuando acompaña a los alimentos. La luz no se puede ver, es absolutamente oscura hasta que tropieza con un objeto. ¡Qué interesante! Resulta que cada uno de nosotros separados de los demás, no somos absolutamente nada. Mi existencia solo tendrá sentido en la medida que pase a formar parte de los demás disolviéndome en ellos.

La sal es uno de los productos más simples, pero también más imprescindibles para nuestra alimentación. Sus propiedades son principalmente dos: da sabor a las comidas y conserva los alimentos. Partiendo de estas cualidades físicas, tenemos que descubrir el significado espiritual.

Cuando se nos exige que seamos sal, se nos está pidiendo que ayudemos a los demás a evitar la corrupción y que les comuniquemos sabor humano. Naturalmente, eso será imposible si no estamos en plenitud de facultades humanas.

La sal actúa desde el anonimato. Si un alimento tiene la cantidad precisa, pasa desapercibida, nadie se acuerda de la sal. Cuando a un alimento le falta o tiene demasiada, entonces nos acordamos de ella.

No se puede comer directamente. Si no hay comida, la sal es simplemente veneno. Lo que importa no es la sal, sino la comida sazonada. Solo con sencillez y humildad podremos ayudar a los demás a dar sentido a su propia vida.

La sal no se puede salar a sí misma. Su capacidad no le es útil en absoluto para nada. Pero es imprescindible para los demás. Tal vez nos hemos preocupado más por acumular sal en nuestro salero, y que se vea, que en distribuirla para que sea útil a los demás.

Jesús dice que “sois la sal, la luz”. El artículo determinado nos advierte que no hay otra sal, que no hay otra luz. Todos dependen de nosotros. El mundo de los cristianos no es un mundo aparte. La salvación que propone Jesús es la salvación para todos. La única historia, el único mundo tiene que quedar sazonado e iluminado por el mensaje de Jesús a través de los que le siguen.

Pero cuidado, cuando la comida tiene exceso de sal se hace intragable. La dosis tiene que estar bien calculada. Cuando la sociedad sufre un exceso de religión, se atrofia. Las teocracias y el nacional-catolicismo nunca han traído nada bueno.

No podemos olvidar un aspecto importante en las parábolas. La sal, para salar, tiene que deshacerse, disolverse, dejar de ser lo que era. La lámpara o la vela producen luz, pero el aceite o la cera se consumen. Todos estaríamos dispuestos a salar o a dar luz, si con ello se potenciara nuestro “yo”. Es más, muchas veces obramos pensando en lo que puede reportarme el tratar a los demás con humanidad. Las obras de misericordia, que después te van a pagar con creces en el más allá, son exactamente lo contrario de lo que nos dice el evangelio.

Los cristianos hemos contribuido más a quitar sabor a la vida que a dárselo. No nos hemos presentado como los que saben sacar jugo a la vida y por lo tanto capaces de ayudar a los demás a sacárselo. Nuestro anuncia ha sido muy triste noticia para los demás.

No se entiende bien qué quiere decir: “pero si la sal se desvirtúa, ¿con qué se salara? No sirve más que para tirarla y que la pise la gente”. Parece ser que la sal se utilizaba como material refractario en los hornos de cocer el pan. Colocaban dentro del horno placas de sal para conservar el calor. Pero esas placas con el uso perdían su virtualidad y tenía que ser reemplazadas. Las retiradas se tiraban a los caminos para compactarlos.

El tema de la luz es muy frecuente en el AT. Partiendo de un dato experimental se descubre su importancia para el desarrollo de la vida. No solo porque la luz es imprescindible para la vida, sino porque el ser humano no podría desenvolverse en la oscuridad. De ahí que la luz se haya convertido en el símbolo de la misma vida y de todo lo que la rodea. Así como la oscuridad se ha convertido en el símbolo de la muerte y de todo lo que la provoca.

Cuando se nos pide que seamos luz del mundo, se nos está exigiendo algo decisivo para la vida espiritual propia y de los demás. La luz brota siempre de una fuente incandescente. Si no ardes no podrás emitir luz. Pero si estás ardiendo, no podrás dejar de emitir luz. Solo si vivo a tope, puedo ayudar a los demás a desarrollar su propia vida.

Tengo que ser factor de progreso y maduración para todos. Ser luz, significa explotar nuestras posibilidades espirituales y poner todo nuestro bagaje espiritual al servicio de los demás.

Pero, como en el caso de la sal, debemos de tener cuidado de iluminar, sin deslumbrar. La luz que aportamos debe estar al servicio del otro, es decir, pensando en el bien del otro y no en mi vanagloria. Si alguien sale de la oscuridad, debemos dosificar la luz para no dañar sus ojos.

Los cristianos somos mucho más aficionados a deslumbrar que a iluminar. Cegamos a la gente con excesivas trascendencias y hacemos inútil el mensaje de Jesús para iluminar la vida real de cada día. Preferimos avasallar con nuestras verdades y normas absolutas, en vez de ayudar a cada uno, en su ámbito, a encontrar el camino que le haga crecer partiendo de su situación real.

No sé si hemos caído en la cuenta que no se nos pide salar o iluminar, sino ser sal, ser luz. El matiz tiene su importancia. La tarea fundamental de cada uno está dentro de él mismo, no fuera. La preocupación de cada uno debe ser alcanzar la plenitud humana. Si eres sal, todo lo que toques quedará sazonado. Si eres luz, todo quedará iluminado a tu alrededor. Con demasiada frecuencia nos creemos luz y sal, pero sin darnos cuenta de que hemos perdido toda capacidad de salar e iluminar, porque somos sal sosa y luz extinguida.

En el último párrafo del pasaje evangélico hay una enseñanza esclarecedora. ¿Cómo debemos ser sal y luz? “Para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre”. La única manera eficaz para trasmitir el mensaje es la acción, son las obras. Una actitud verdaderamente evangélica se transformará inevitablemente en obras.

Evangelizar no es proponer una doctrina muy elaborada y convincente. No es obligar a los demás a aceptar nuestra propia ideología o manera de entender la realidad. Son obras lo que nos pide el evangelio. Enseñando doctrinas, por muy sublimes que sean, no cumplimos el evangelio. Obligando a los demás a cumplir unas normas morales, no cumplimos el evangelio.

Pero también aquí podemos caer en la trampa. Nuestras obras, nuestras acciones, con demasiada frecuencia no salen de dentro, sino que se nos imponen desde fuera. Son una programación. Nuestras "obras buenas" están programadas; vamos a misa, confesamos, comulgamos, damos una limosna, visitamos a un enfermo, etc. El resto de nuestras obras no tienen nada que ver con el evangelio de Jesús. Esas obras programadas no nos servirán de nada. El resto de las obras, las que nacen espontáneamente de nuestro interior, están delatando nuestra falsedad. Esta es la razón por la que nuestras peroratas y discursos no convencen a nadie.

Las obras que son exclusivamente fruto de una programación externa, no ayudan a los demás a encontrar su propio camino. Sólo cuando esas obras son reflejo de una actitud vital auténtica, servirán de cauce de iluminación para los demás. Lo que hay en mi interior, solo puede llegar a los demás a través de las obras. Yo mismo me conoceré a través de las obras.

Constantemente estoy oyendo quejas de que los jóvenes abandonan las prácticas religiosas. ¿Tienen ellos la culpa? ¿No son más bien nuestras prácticas completamente vacías y carentes de autenticidad las que terminan por desanimarlos? Los jóvenes abandonan la religión, porque no ven relación alguna entre lo que decimos creer y lo que practicamo­s.

En las obras espontáneas de cada día es donde tenemos que dar cuenta de nuestra fe. Si no es así, estamos haciendo el ridículo desde el punto de vista personal, pero además, no conseguiremos trasmitir nuestros valores ni siquiera a los seres más queridos.



Meditación-contemplación


Puedo desplegar mi capacidad de sazonar
o puedo seguir toda mi vida siendo insípido.
Puedo vivir encendido y dar calor y luz
o puedo estar apagado y llevar frío y oscuridad a todas partes.
……………………

Soy sal para todos los que me rodean
en la medida que hago participar a otros de mi plenitud humana.
Soy luz en la medida que vivo en mi verdadero ser
y muestro a otros el camino que les puede llevar a ser.
……………………..

No intentes sazonar antes de convertirte en sal,
solo conseguirás comunicar tu insustancialidad.
No intentes dar luz, antes de arder.
Solo conseguirás atormentarte.
………………..

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