Por Clemente Sobrado C. P.
José Luís Martín Descalzo tiene, en uno de sus artículos, una reflexión muy bonita sobre Adán. Se pregunta ¿qué sentiría Adán aquel primer día de su vida cuando todo era luz, y el jardín estaba lleno de flores, pero de repente al atardecer el sol comienza a desaparecer y la noche se le echó encima. De seguro se preguntaría ¿a dónde se ha ido la luz? ¿Tendré que vivir ahora en la oscuridad?
Con tu permiso, José Luís, déjame que aplique tu imagen al Evangelio de hoy. Jesús pide a los cristianos ser “luz del mundo”, pide a la Iglesia “ser luz de los pueblos”. Y yo me pregunto ¿qué dirán tantos hombres y mujeres que nos miran a los cristianos y nos ven como velas de altar apagadas, o como focos fundidos, o linternas a las que ya se les gastaron las pilas?
Para que un foco alumbre necesita estar conectado a la corriente eléctrica. Y los cables son muy largos porque tienen que llegar hasta la Central. Para que un cristiano alumbre también necesita estar conectado a la central de la fe y del amor que es Jesús. Si en el camino hay algún cable roto, o un fusible que saltó, nuestras vidas también se oscurecen y pierden su capacidad de alumbrar. Como Adán en aquél primer día, ¿los hombres y mujeres de hoy, ¿no se preguntarán dónde se han ido los cristianos?
Somos luz, en la medida en que Jesús alumbra dentro de nosotros.
Somos luz, en la medida en que como Jesús caminamos al lado de los hombres.
Somos luz, en la medida en que como Jesús nos acercamos a los sufren y les ofrecemos la sanación de sus vidas.
Somos luz, en la medida en que como Jesús somos capaces de tocar a los leprosos, digamos, a los contagiados del Sida sin miedo a contaminarnos.
Somos luz, en la medida en que como Jesús somos capaces de entregar nuestras vidas por los demás.
Somos luz, en la medida en que somos capaces como Jesús de decir la verdad a los poderosos, aunque tengamos que correr el riesgo de terminar en la cruz.
Somos luz, en la medida en que, como Jesús, somos capaces de abrir a la esperanza a los desesperanzados.
Somos luz, en la medida en que comprometemos nuestras vidas luchando por la justicia de los que viven sin que nadie dé cara por ellos.
Somos luz, cuando cada uno de los hombres es nuestro hermano.
Somos luz, cuando nuestras vidas transmiten e irradian la alegría de la fe y de la vida.
Somos luz, cuando nuestras vidas son la fiesta de Dios y la alegría de Dios.
Somos luz, cuando vivimos con gozo nuestra fe y nuestro compromiso con el Evangelio.
Somos luz, cuando nuestras vidas cuestionan la vida de los demás.
Por eso, el cristiano está llamado a ser cada día la fiesta de Dios, la fiesta del amor, la fiesta del perdón, la fiesta de la mesa compartida. Porque solo la fiesta es luz. Seamos la luz de la Bueno Noticia del Evangelio, siendo la luz de la fiesta del amor de Dios. Ya basta de seriedad y caras de ayuno. No olvidemos que, para cuantos creemos, la fiesta es posible todos los días.
Cada día puede ser fiesta en tu vida, si dentro de ti cultivas el amor, la esperanza y haces un poco más felices a los demás.
Cada día puedes hacer el milagro de que alguien renazca a la vida. No podrás resucitar los cuerpos muertos, pero siempre estará en tus manos resucitar corazones moribundos. Basta que les digas que los amas.
Cada día pueden nacer nuevas vidas. Es suficiente que tú les ofrezcas el calor de la tuya. El calor de una vida es como el calor del sol, que hace brotar las semillas ocultas en la tierra.
Cada día puedes hacer el milagro de una sonrisa, de una palabra, de un gesto. Esos milagros también pueden sanar los cuerpos heridos por el sufrimiento.
Cada día puede haber más luz dentro de ti. Basta que enciendas dentro la luz de la esperanza. Y si el viento del fracaso te la apaga, vuelve a encenderla. Tú eres más capaz de encenderla, que el fracaso de apagarla.
Cuando todo lo veas oscuro, sin horizonte y sin mañana, recuerda los días de luz que ya has vivido. También ellos volverán a brillar en tu vida.
Cuando ya no tengas nada de luz dentro de ti, no la busques en los fuegos artificiales de las evasiones. Sencillamente ponte de rodillas y dile a Dios: “Señor, Sé Tú mi luz”,
para que “yo pueda ser tu luz”.
Jesús quiere que seamos que así como el sol que al día siguiente amaneció en el jardín y despertó la alegría en Adán, así que el sol de nuestras vidas despierte a los que llevan el alma y el corazón dormido.
www.iglesiaquecamina.com
Con tu permiso, José Luís, déjame que aplique tu imagen al Evangelio de hoy. Jesús pide a los cristianos ser “luz del mundo”, pide a la Iglesia “ser luz de los pueblos”. Y yo me pregunto ¿qué dirán tantos hombres y mujeres que nos miran a los cristianos y nos ven como velas de altar apagadas, o como focos fundidos, o linternas a las que ya se les gastaron las pilas?
Para que un foco alumbre necesita estar conectado a la corriente eléctrica. Y los cables son muy largos porque tienen que llegar hasta la Central. Para que un cristiano alumbre también necesita estar conectado a la central de la fe y del amor que es Jesús. Si en el camino hay algún cable roto, o un fusible que saltó, nuestras vidas también se oscurecen y pierden su capacidad de alumbrar. Como Adán en aquél primer día, ¿los hombres y mujeres de hoy, ¿no se preguntarán dónde se han ido los cristianos?
Somos luz, en la medida en que Jesús alumbra dentro de nosotros.
Somos luz, en la medida en que como Jesús caminamos al lado de los hombres.
Somos luz, en la medida en que como Jesús nos acercamos a los sufren y les ofrecemos la sanación de sus vidas.
Somos luz, en la medida en que como Jesús somos capaces de tocar a los leprosos, digamos, a los contagiados del Sida sin miedo a contaminarnos.
Somos luz, en la medida en que como Jesús somos capaces de entregar nuestras vidas por los demás.
Somos luz, en la medida en que somos capaces como Jesús de decir la verdad a los poderosos, aunque tengamos que correr el riesgo de terminar en la cruz.
Somos luz, en la medida en que, como Jesús, somos capaces de abrir a la esperanza a los desesperanzados.
Somos luz, en la medida en que comprometemos nuestras vidas luchando por la justicia de los que viven sin que nadie dé cara por ellos.
Somos luz, cuando cada uno de los hombres es nuestro hermano.
Somos luz, cuando nuestras vidas transmiten e irradian la alegría de la fe y de la vida.
Somos luz, cuando nuestras vidas son la fiesta de Dios y la alegría de Dios.
Somos luz, cuando vivimos con gozo nuestra fe y nuestro compromiso con el Evangelio.
Somos luz, cuando nuestras vidas cuestionan la vida de los demás.
Por eso, el cristiano está llamado a ser cada día la fiesta de Dios, la fiesta del amor, la fiesta del perdón, la fiesta de la mesa compartida. Porque solo la fiesta es luz. Seamos la luz de la Bueno Noticia del Evangelio, siendo la luz de la fiesta del amor de Dios. Ya basta de seriedad y caras de ayuno. No olvidemos que, para cuantos creemos, la fiesta es posible todos los días.
Cada día puede ser fiesta en tu vida, si dentro de ti cultivas el amor, la esperanza y haces un poco más felices a los demás.
Cada día puedes hacer el milagro de que alguien renazca a la vida. No podrás resucitar los cuerpos muertos, pero siempre estará en tus manos resucitar corazones moribundos. Basta que les digas que los amas.
Cada día pueden nacer nuevas vidas. Es suficiente que tú les ofrezcas el calor de la tuya. El calor de una vida es como el calor del sol, que hace brotar las semillas ocultas en la tierra.
Cada día puedes hacer el milagro de una sonrisa, de una palabra, de un gesto. Esos milagros también pueden sanar los cuerpos heridos por el sufrimiento.
Cada día puede haber más luz dentro de ti. Basta que enciendas dentro la luz de la esperanza. Y si el viento del fracaso te la apaga, vuelve a encenderla. Tú eres más capaz de encenderla, que el fracaso de apagarla.
Cuando todo lo veas oscuro, sin horizonte y sin mañana, recuerda los días de luz que ya has vivido. También ellos volverán a brillar en tu vida.
Cuando ya no tengas nada de luz dentro de ti, no la busques en los fuegos artificiales de las evasiones. Sencillamente ponte de rodillas y dile a Dios: “Señor, Sé Tú mi luz”,
para que “yo pueda ser tu luz”.
Jesús quiere que seamos que así como el sol que al día siguiente amaneció en el jardín y despertó la alegría en Adán, así que el sol de nuestras vidas despierte a los que llevan el alma y el corazón dormido.
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