Por Ángel Moreno
En los textos que hoy nos propone la Liturgia, encontramos resonancias paralelas que, al meditarlas unidas, ayudan a comprender mucho mejor el mensaje revelado.
Hoy, el elemento luz es central y se nos presenta en una clave un tanto paradójica y existencial. Porque la Palabra, a la vez que se refiere a la luz, también lo hace a las tinieblas y a la oscuridad, que son vencidas cuando, en lugar de quedar encerrados, hundidos, pesimistas ante la oscuridad de circunstancias adversas, se irrumpe con generosidad solidaria y se practica la justicia y el bien: entonces “romperá tu luz como la aurora”.
La propuesta evangélica de ser luz, de dejarse ver, como la ciudad puesta en lo alto, que no se puede ocultar, no significa una invitación a la ostentación vanidosa, ni a un protagonismo orgulloso. Todo lo contrario, el resplandor y el brillo deslumbrante surgen cuando partes tu pan con el hambriento, hospedas a los pobres sin techo, vistes al que ves desnudo, no te cierras a tu propia carne.
La llamada a hacer el bien, a acrecentar los talentos recibidos, a no caer en la misantropía ni en el retraimiento pesimista, está avalada por el profeta Isaías, por el Evangelio, y por el salmista. El justo que reparte limosna a los pobres, y cuya caridad es constante, sin falta, además de alzar la frente con dignidad, brillará como una luz en las tinieblas. ¡Qué providente resulta el texto en plena campaña contra el hambre!
La invitación de Jesús a iluminar a los demás con las buenas obras es explícita, y se funda en la identidad que somos: “Vosotros sois luz del mundo”. El razonamiento sapiencial que emplea el Maestro lo ha aprendido en su casa. Encender el candil y que no se apague es sabiduría doméstica, por lo que cuesta prender, de nuevo la llama, si se queda sin aceite. La luz de la lámpara debe ser constante, como el testimonio del bien hacer debe ser también permanente. Así surgirá el ánimo, la emulación, la alegría. ¡Cómo ayuda y estimula el ejemplo de los que, en medio de los demás, de manera discreta, sirven, están pendientes de hacer el favor necesario!
La clave para ser luz al mismo tiempo de permanecer discretos, nos la da san Pablo: “Me presenté a vosotros débil y temblando de miedo, mis palabras y mi predicación no fue persuasiva sabiduría humana…, para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios”. Sería distorsionar el mensaje evangélico si interpretáramos la invitación a brillar como luz sin el contraste de la compasión, la piedad, y la solidaridad. La verdadera luz de Cristo, que portamos por ser discípulos suyos, alumbra a todos, cuando sabemos emplear los dones recibidos como servicio, y no como afirmación u ostentación protagonista. Hay tinieblas que son augurio de aurora, y brillos que se precipitan en ocasos. El secreto nos lo da hoy la Palabra. “Cuando destierres de ti la opresión, el gesto amenazador y la maledicencia…, entonces tu oscuridad se volverá mediodía”.
Hoy, el elemento luz es central y se nos presenta en una clave un tanto paradójica y existencial. Porque la Palabra, a la vez que se refiere a la luz, también lo hace a las tinieblas y a la oscuridad, que son vencidas cuando, en lugar de quedar encerrados, hundidos, pesimistas ante la oscuridad de circunstancias adversas, se irrumpe con generosidad solidaria y se practica la justicia y el bien: entonces “romperá tu luz como la aurora”.
La propuesta evangélica de ser luz, de dejarse ver, como la ciudad puesta en lo alto, que no se puede ocultar, no significa una invitación a la ostentación vanidosa, ni a un protagonismo orgulloso. Todo lo contrario, el resplandor y el brillo deslumbrante surgen cuando partes tu pan con el hambriento, hospedas a los pobres sin techo, vistes al que ves desnudo, no te cierras a tu propia carne.
La llamada a hacer el bien, a acrecentar los talentos recibidos, a no caer en la misantropía ni en el retraimiento pesimista, está avalada por el profeta Isaías, por el Evangelio, y por el salmista. El justo que reparte limosna a los pobres, y cuya caridad es constante, sin falta, además de alzar la frente con dignidad, brillará como una luz en las tinieblas. ¡Qué providente resulta el texto en plena campaña contra el hambre!
La invitación de Jesús a iluminar a los demás con las buenas obras es explícita, y se funda en la identidad que somos: “Vosotros sois luz del mundo”. El razonamiento sapiencial que emplea el Maestro lo ha aprendido en su casa. Encender el candil y que no se apague es sabiduría doméstica, por lo que cuesta prender, de nuevo la llama, si se queda sin aceite. La luz de la lámpara debe ser constante, como el testimonio del bien hacer debe ser también permanente. Así surgirá el ánimo, la emulación, la alegría. ¡Cómo ayuda y estimula el ejemplo de los que, en medio de los demás, de manera discreta, sirven, están pendientes de hacer el favor necesario!
La clave para ser luz al mismo tiempo de permanecer discretos, nos la da san Pablo: “Me presenté a vosotros débil y temblando de miedo, mis palabras y mi predicación no fue persuasiva sabiduría humana…, para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios”. Sería distorsionar el mensaje evangélico si interpretáramos la invitación a brillar como luz sin el contraste de la compasión, la piedad, y la solidaridad. La verdadera luz de Cristo, que portamos por ser discípulos suyos, alumbra a todos, cuando sabemos emplear los dones recibidos como servicio, y no como afirmación u ostentación protagonista. Hay tinieblas que son augurio de aurora, y brillos que se precipitan en ocasos. El secreto nos lo da hoy la Palabra. “Cuando destierres de ti la opresión, el gesto amenazador y la maledicencia…, entonces tu oscuridad se volverá mediodía”.
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