Jesús se retira al desierto -lo realizaba con frecuencia- para ayunar y orar.
Cuarenta días, cuarenta noches, cuarenta años de desierto de tribus emigrantes, cuarenta décadas de esclavitud de un Pueblo elegido, cuarenta días de regreso interior que llamamos Cuaresma.
Y la Palabra es explícita: es conducido al desierto por el Espíritu para ser tentado por el Adversario. No es una cuestión menor: asume en sí mismo los golpes de la vulnerable condición humana, con sus flaquezas, sus debilidades y carencias.
En ese momento extremo -desfallece de hambre- es tentado a abandonar todo para satisfacer su necesidad individual; sin embargo, el mismo Espíritu que lo ha llevado lo sostiene, y se yergue entero sabiendo que no basta el pan, su alimento está en la Palabra que sale desde la boca de Dios. Y más aún, Él mismo se hará pan que se partirá y abundará para que nadie pase hambre.
También lo golpea un ansia de fama y gloria, producto efímero de aferrarse a lo que perece, templo de piedra. Él se afirmará con rapidez, sabedor profundo de lo eterno, de ese Dios ajeno a todo éxito.
Y no falta la tentación del dominio, del poder, de la opresión. Pero el ama a su Padre y es obediente -escucha atentamente- a la Palabra. Es ante todo un servidor, no quiere ser servido.
Extraño Mesías éste, que se robustece en el hambre, que se afirma en aparentes fracasos como la cruz y que entiende al poder como servicio, desde la sencillez y la humildad, fiel hasta las últimas consecuencias como son fieles tantas hermanas y hermanos nuestros desde el silencio y el compromiso por una vida digna y plena.
Asumiendo nuestros dolores y carencias, es el más humano de todos nosotros.
Jesús es Dios y Dios es Jesús, y su humanidad no es un conveniente disfraz, sino más bien toda una vocación para todos aquellos que decimos seguirlo
Paz y Bien
Cuarenta días, cuarenta noches, cuarenta años de desierto de tribus emigrantes, cuarenta décadas de esclavitud de un Pueblo elegido, cuarenta días de regreso interior que llamamos Cuaresma.
Y la Palabra es explícita: es conducido al desierto por el Espíritu para ser tentado por el Adversario. No es una cuestión menor: asume en sí mismo los golpes de la vulnerable condición humana, con sus flaquezas, sus debilidades y carencias.
En ese momento extremo -desfallece de hambre- es tentado a abandonar todo para satisfacer su necesidad individual; sin embargo, el mismo Espíritu que lo ha llevado lo sostiene, y se yergue entero sabiendo que no basta el pan, su alimento está en la Palabra que sale desde la boca de Dios. Y más aún, Él mismo se hará pan que se partirá y abundará para que nadie pase hambre.
También lo golpea un ansia de fama y gloria, producto efímero de aferrarse a lo que perece, templo de piedra. Él se afirmará con rapidez, sabedor profundo de lo eterno, de ese Dios ajeno a todo éxito.
Y no falta la tentación del dominio, del poder, de la opresión. Pero el ama a su Padre y es obediente -escucha atentamente- a la Palabra. Es ante todo un servidor, no quiere ser servido.
Extraño Mesías éste, que se robustece en el hambre, que se afirma en aparentes fracasos como la cruz y que entiende al poder como servicio, desde la sencillez y la humildad, fiel hasta las últimas consecuencias como son fieles tantas hermanas y hermanos nuestros desde el silencio y el compromiso por una vida digna y plena.
Asumiendo nuestros dolores y carencias, es el más humano de todos nosotros.
Jesús es Dios y Dios es Jesús, y su humanidad no es un conveniente disfraz, sino más bien toda una vocación para todos aquellos que decimos seguirlo
Paz y Bien
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