T E X T O S
DE LOS HECHOS DE APÓSTOLES (10:34 y 37-43)
… Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo; porque Dios estaba con él.… Lo mataron colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó …
DE LA CARTA DE PABLO A LOS COLOSENSES (3: 1-4)
Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra….
(Esta lectura puede sustituirse por la siguiente)
DE LA PRIMERA CARTA DE PABLO A LOS CORINTIOS (5: 6b -8)
¿No sabéis que un poco de levadura fermenta toda la masa?.... Así pues, celebremos la Pascua, no con levadura vieja (levadura de corrupción y de maldad) sino con los panes ázimos de la sinceridad y de la verdad.
DEL EVANGELIO DE JUAN (20: 1-9)
El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue a donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien quería Jesús, …
LOS HECHOS DE LOS APÓSTOLES
El texto recoge un sermón de Pedro en Cesarea, en casa del centurión Cornelio, y es un perfecto resumen de la fe de las primeras comunidades. Jesús de Nazaret, un hombre “ungido”: es el signo de la elección de los reyes en el Antiguo Testamento. Significa que es “el elegido de Dios”. La unción consiste en que está lleno del Espíritu; por eso pasó haciendo el bien y curando, liberando de la esclavitud del mal. Todo esto se explica “porque Dios estaba con Él”. Esta fe de que Dios estaba con él fue puesta a prueba cuando lo mataron en la cruz. Pero esa misma fe resucitó cuando vieron vivo, cuando esos mismos discípulos cuya fe vacilaba “comieron y bebieron con él después de su resurrección”.
Se formula aquí por tanto la esencia del discípulo: testigo de Jesús, que ha reconocido en él la presencia del Espíritu.
Apenas se puede exagerar la importancia de este texto: nos muestra la primera cristología, probablemente la más antigua; NOS DICE EN QUÉ CONSISTE LA FE DE LOS TESTIGOS. Cuando Jesús muere vencido por sus enemigos, la conclusión oficial de Israel, y la de cualquier israelita normal es: “Dios no estaba con Él”. La experiencia pascual se formula en el primer momento como inversión de esa afirmación: “Dios estaba con Él”, no con los que le crucificaron “Tenía razón”, una razón que viene del mismo Dios. Este “Dios estaba con él” es la motivación por la que adoptamos los criterios y los valores de Jesús, por la que nos ponemos de su lado y del
lado de todos los crucificados del mundo. Porque la apariencia, e incluso una religiosidad no poco frecuente es que tener suerte en el mundo, dinero, status etc ect, son bendiciones de Dios, lo que implica que Dios está con ésos. Pues no, Dios está con Jesús el crucificado y con los crucificados como él: y hay que tomar partido.
LA CARTA A LOS COLOSENSES
Se repite el mismo mensaje que leíamos durante la Vigilia Pascual en la carta a los romanos. Estáis resucitados, vivid una vida nueva; no os conforméis con los bienes de barro, aspirad a los bienes del Espíritu, los bienes de arriba, los superiores. los definitivos, los valores de Jesús. Pablo
repite sus mismas fórmulas: habéis muerto, y el mundo y sus valores han muerto para vosotros. Vuestros valores no lo son para el mundo, pero sí para Dios. Y se insiste en el mensaje de la esperanza: éstos son los valores del futuro, los que un día se revelarán como verdaderos y definitivos. Todo esto es evidente aplicación del “Dios estaba con él” que acabamos de leer.
LA CARTA A LOS CORINTIOS
Pablo recoge el sentido tradicional de la levadura, como restos de lo antiguo que hace fermentar la masa entera. Entiende lo viejo como corrupción y maldad, y lo nuevo como sinceridad y verdad. Está hablando también de la vida nueva, en la que nada debe quedar de la anterior, sometida al mundo, sus seducciones, sus valores. Lo nuevo es lo de Jesús, vivir para el Reino.
Con distintas palabras se repite por tanto el mismo mensaje: vivid como
resucitados, que no quede en vosotros nada de barro, vivid según el Espíritu.
EL EVANGELIO DE JUAN
La escena es emocionante porque tiene todo el sabor del testigo presencial que narra sucesos, tanto más fiables históricamente cuanto que su valor simbólico es prácticamente nulo. Alertados por María, Pedro y el discípulo preferido, amigos inseparables, corren al sepulcro. El otro discípulo es más joven y le saca ventaja. Pedro es más impulsivo y entra el primero… Ve las vendas y el sudario y se va, hecho un lío (lo sabemos por la narración de Lucas). Pero el otro comprende. Y en estas pocas líneas del cuarto evangelio queda constancia del momento en que nació su fe en Jesús.
Hay dos momentos del cuarto evangelio en los que “el discípulo preferido de Jesús” deja constancia de su propio itinerario como seguidor de Jesús. La primera está en el capítulo primero, a partir del verso 35. Es el primer encuentro con Jesús, el momento en que el discípulo pasa un día con él, y le sigue a Galilea. El segundo es el que leemos hoy en el evangelio: el momento del nacimiento de la fe del discípulo en Jesús. El itinerario, físico y espiritual que media entre los dos momentos es el recogido en la lectura que hoy hacemos de los Hechos. Entre las dos lecturas se nos ofrece una descripción muy importante para nuestra fe en Jesús.
Los que llamamos “los Testigos” fueron personas en cuya vida se cruzó un día un galileo como ellos, de Nazaret, que les impresionó tan fuertemente como para dejar sus familias y sus oficios y seguirle de aldea en aldea. Sus curaciones y sus enseñanzas les fueron entusiasmando más y más. Su mentalidad religiosa les llevó a pensar que él era “el que esperaban”, el Mesías de Dios. En su enfrentamiento con los jefes de Israel, se pusieron de su lado incondicionalmente, esperando sin duda su triunfo. Pero fue al revés. Los jefes acabaron con él. El sábado después de su muerte, sus
ilusiones se habían venido abajo; se encerraron en una casa por miedo a los judíos y no pensaban en otra cosa que en escapar de nuevo a Galilea y olvidar lo pasado. Y entonces tuvieron lo que nosotros llamamos “la experiencia pascual”, la experiencia indiscutible de que estaba vivo, de que la muerte no había podido con él. Y ahí nació su fe: creyeron en aquel hombre con quien habían convivido tan íntimamente desde el Jordán, reconocieron que, a pesar de la muerte en cruz ,“Dios estaba con él”, y estuvieron dispuestos a reconocerlo como “El Señor”.
Esta trayectoria de la fe de los discípulos nos importa muchísimo. Nosotros creemos en Jesús a través de la fe de esos discípulos: su propia fe les convirtió en mensajeros, en pregoneros de Jesús. La fe de toda la iglesia está construida sobre la fe de aquellos que se autodenominaron “Testigos”.
Son testigos de Jesús entero: de su bautismo en el Jordán, de sus andanzas de aldea en aldea, de sus curaciones, de sus parábolas, de sus enfrentamientos, de su muerte: ahora se constituyen también en testigos de que está vivo después de la muerte y dedicarán toda su vida a dar ese testimonio para que también otros crean en él.
Todo ese testimonio es el que consta en lo que llamamos “los evangelios”.
Las primeras comunidades se formaron porque “les creyeron a los testigos”, y no solamente a los once testigos “oficiales”, sino a todos los que habían estado con Jesús desde el Jordán y habían tenido también la experiencia de la resurrección. (Los “quinientos hermanos” de que habla Pablo en 1 Cor.15,6). A todos esos testigos se unieron los que aceptaban su testimonio y, por ese testimonio, creían en Jesús. Estas comunidades de creyentes en Jesús celebraban la eucaristía, y en ella repetían los hechos y los dichos de Jesús, contados e interpretados por los testigos o sus enviados, y fueron las que pusieron por escrito su fe en Jesús, relatando sus hechos y consignando sus dichos, para que se leyeran en la eucaristía y para la enseñanza a los catecúmenos. La redacción de estos escritos dio origen a los evangelios. En ellos se consigna la fe de los seguidores de Jesús, entre los que todavía vivían muchos de los testigos. Los evangelios nos ponen en contacto por tanto con la fe de los Testigos, aquellos hombres (y mujeres) que se tropezaron con Jesús, le siguieron, creyeron en él y entregaron sus vida a transmitir su fe. De aquí nace el concepto de “Tradición”, del verbo “tradere”, entregar. Nosotros recibimos la fe que los Testigos nos han entregado.
Pero los testigos no fueron simplemente transmisores de una información; su testimonio no fueron simplemente sus palabras. Fueron testigos de Jesús porque cambiaron de vida; su fe en él consistió en aceptar sus criterios, sus valores y su Dios. Se sintieron resucitados, empezaron a vivir una vida “nueva”, inspirada por el mismo Espíritu de Jesús. Esa vida nueva es lo mejor de su testimonio. “Testigos de la resurrección” no significa sin más “notarios de un suceso” sino, sobre todo, transmisores de vida nueva, transmisores del Espíritu de Jesús.
En el Salmo responsorial de hoy cantaremos “éste es el día en que actuó el Señor” (salmo 117). Lo entendemos de manera muy radical: en Jesús “actuó el Señor”, en sus seguidores “actuó el Señor”, y en este Domingo celebramos una actuación muy especial: creyeron en Jesús. Por eso los cristianos cambiaron el día de fiesta semanal: abandonaron el sagrado Sábado, el día en que el Creador descansó, y los sustituyeron por “le día en que actuó el Señor”, resucitando a Jesús de entre los muertos y haciendo nacer la fe de los discípulos en él. Cada domingo, al celebrar la eucaristía, repetimos la celebración de los primeros creyentes, que volvían a hacer fiesta, semana tras semana, dando gracias por el nacimiento de su fe en el crucificado.
Cambiar de vida, resucitar a una vida nueva, tener lo viejo por muerto, sentirse testigos de resurrección, celebrarlo todos los domingos, refrescar la fe en el agua de la Palabra, comulgar con el crucificado, sentirse hermano de tantos otros testigos… Nuestra eucaristía de los domingos es siempre celebrar la resurrección, la de Jesús y la de cada uno de nosotros, ponerse de fiesta, sentirse con motivos para vivir como Jesús, con sus mismos criterios y valores. El sentido más profundo de la eucaristía es la gratitud: dar gracias a Dios por la vida nueva, la que hemos descubierto y hemos recibido por medio de Jesús.
Pero no podemos limitarnos a considerar estas cosas simplemente como profesiones teóricas. Las cartas de Pablo muestran muy bien que seguir a Jesús no es una declaración de teorías, sino una manera de vivir. Creer en la resurrección es vivir como resucitados, pero esto significa exactamente lo mismo que vivir como crucificados. Recordamos la frase de Pablo: “El mundo es para mí un crucificado: yo soy para el mundo un crucificado” (Gálatas 6.14). La expresión es desmesurada, como tantas en Pablo, pero acertadísima: un crucificado es algo que produce horror y repulsión, algo que se desprecia, que se considera como desgracia … Pablo dice que el mundo es para él eso, y sabe que él mismo es considerado así por muchos. Me permito remitirme a algunas expresiones que hacíamos en la introducción al domingo de Ramos:
La señal del cristiano es la santa cruz. El discípulo, como su maestro. Si a Él le crucificaron, a sus seguidores también. Y les crucificarán los mismos: el dinero, el poder y los dioses.
Jesús no dio ningún motivo “revolucionario” para que le matasen. No fue un agitador social ni un líder político ni un guerrillero. No lo mataron por eso, aunque le acusaron de eso, calumniándole, para que los romanos quisieran matarle. Lo mataron por ser un revolucionario mucho mayor: por creer en un Dios distinto, por considerar a todos iguales, por preferir a los pequeños, por pasar del poder y del dinero. Considerar a todos iguales es sentir horror por los que valoran a la gente por su dinero o su poder. Preferir a los pequeños es una estupidez, hay que preferir a los grandes.
El Dios de Jesús es peligroso, porque no se sienta arriba con poder para juzgar, sino que está debajo para sustentar, dentro para fermentar. Y eso no vale para asentar en los dioses el poder y la dignidad. Esto no les gusta nada a los sacerdotes, porque su dignidad se deriva directamente de la dignidad de dios, y si dios no está arriba, ellos tampoco. Por eso, el Dios de Jesús puede producir horror a la religión, incluso a la católica. Y los que siguen a ese Dios serán vistos como “crucificados”.
Para Jesús todas las personas son iguales porque todos son hijos. Ni por ser rico ni por ser pobre se es más ni menos. Esto no les gusta nada a los ricos. Es muy incómodo tener un hermano pobre, compromete, afea, es fuente de numerosas molestias. Tampoco les gusta del todo a los pobres: es molesto que el rico sea mi hermano, no podremos odiarle y matarle sin sentir remordimientos. Es mucho más sencillo que sea sin más mi enemigo. Vivir pobremente es un insulto a las engranajes mismos de nuestra sociedad, es invitar a que se pare el consumo, a que la sociedad del bienestar se desmorone. Y eso sí que produce horror y producirá rechazo, y que “el
mundo” se aparte como quien topa con un leproso. Pasar del poder y del dinero es de locos. Todo el mundo corre enloquecido tras el poder y el dinero. Hay que comprar cosas para disfrutar de cosas, hay que tener poder, prestigio, status, influencia … Meta de la vida. ¿A qué loco se le ha ocurrido que el poder y el dinero no son buenos? … Pues, a Jesús, que ha descubierto algo tan sencillo como esto: el poder y el dinero son bienes pegajosos, tienden a apoderarse del que los tiene y lo deshumanizan.
A Jesús, que observa que el poder y el dinero son difícilmente compatibles con la compasión, la sencillez y la libertad. Poder para servir a los pequeños, dinero para aliviar a los pobres … Entonces, ¿para qué quiero el poder y el dinero? … Nuestra cultura ha resuelto a veces el problema con mucha inteligencia: la limosna, el porcentaje: el 90% del poder y el dinero para mí,
para mi satisfacción: el 10% para justificarme y conseguir mejor imagen. O sea, también para mí.
Un gobernante que use el poder para servir a la gente, sobre todo a los más pequeños, no genera riqueza y poder para sus amigos, no reparte más que cargas … no durará mucho en el poder; será crucificado como gobernante. Un empresario que tiene menos interés en los beneficios que en el nivel de vida de los obreros sirve mal a la clase empresarial. Será crucificado. Un matrimonio que gasta poco, que no renueva el guardarropa en cada estación, que tiene más de dos hijos, que no cambia de coche cada dos años, que pierde todos los días varias horas con sus hijos, que reduce su consumo a lo razonable, que recicla, que reutiliza, que comparte … es odioso; parece que te esté echando en cara todos los días cada cosa que haces… ni siquiera se puede hablar con ellos de las cosas normales. Será marginado, sutilmente, cotidianamente … Será crucificado.
Un cura que no predica de la iglesia y sus dogmas y órdenes sino de Jesús y sus compromisos, que no hace teología dogmática sino que cuenta parábolas, que no manda en su iglesia sino que anima, aconseja, invita, carga con lo menos atrayente, se mete en los líos de la gente … no llegará a Obispo. Será crucificado.
Y así tantos y tantos. Todos los que quieran vivir piadosamente, siguiendo a Jesús, sufrirán persecución, porque para ellos, los valores que llevan a triunfar en el mundo son basura y producen horror, como quien mira a un crucificado. Y ellos mismos serán mirados como basura por los que se rigen por, los valores del mundo. Basura, peligro: Jesús fue crucificado por peligroso, simplemente porque esos eran sus valores.
La celebración de la resurrección se parece bastante a la del domingo de Ramos. Celebramos un triunfo … más bien un anti–triunfo. La resurrección no borra la crucifixión sino que avala de parte de Dios al crucificado. Celebramos una fiesta absurda a los ojos de todo el mundo: decimos que el crucificado ha triunfado, que tiene razón, y que Dios mismo lo proclama así. Y esto no se lo
cree nadie porque, aunque no se diga en voz alta, la mentalidad dominante en el mundo piensa que “bien crucificado está”, por quebrantar todos los valores en que se funda la sociedad del bienestar.
Y por esa razón, nosotros la iglesia, seguidores de Jesús, hemos dulcificado, modificado, teologizado, religiosizado afanosamente a Jesús de Nazaret. Así podemos creer en él, especialmente en su divinidad, y mantener tranquilamente los valores y criterios de los que le mataron.
Para terminar, nos hacemos unas preguntas esenciales::
¿QUÉ ESTAMOS CELEBRANDO?
¿QUÉ TRIUNFO CELEBRAMOS?
¿POR QUÉ ESTAMOS CONTENTOS Y CANTAMOS HIMNOS TRIUNFALES?
QUE CADA UNO SE RESPONDA.
CON HACERSE LA PREGUNTA QUIZÁ SEA YA SUFICIENTE.
MIS PALABRAS PARA TÍ
Hacemos juntos un acto de fe, un Credo no dogmático: decimos juntos que nos fiamos de Jesús, proclamamos que para nosotros Él tiene palabras de vida eterna:
Creo que son felices los que comparten,
los que viven con poco,
los que no viven esclavos de sus deseos.
Creo que son felices los que saben sufrir,
encuentran en Ti y en sus hermanos el consuelo
y saben dar consuelo a los que sufren.
Creo que son felices los que saben perdonar,
los que se dejan perdonar por sus hermanos,
los que viven con gozo tu perdón.
Creo que son felices los de corazón limpio,
los que ven lo mejor de los demás,
los que viven en sinceridad y en verdad.
Creo que son felices los que siembran la paz,
los que tratan a todos como a tus hijos,
los que siembran el respeto y la concordia.
Creo que son felices los que trabajan
por un mundo más justo y más santo,
y que son más felices
si tienen que sufrir por conseguirlo.
Creo que son felices los que no guardan en su granero
el trigo de esta vida que termina,
sino que lo siembran, sin medida,
para que dé fruto de Vida que no acaba.
Y creo todo esto porque creo
en Jesús de Nazaret, el Hijo,
el hombre lleno del Espíritu,
Jesucristo, el Señor.
Y DICHOSOS VOSOTROS CUANDO OS PERSIGAN Y HABLEN MAL DE VOSOTROS POR MÍ Y POR EL EVANGELIO. ESE DÍA, ALEGRAOS.
… Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo; porque Dios estaba con él.… Lo mataron colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó …
DE LA CARTA DE PABLO A LOS COLOSENSES (3: 1-4)
Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra….
(Esta lectura puede sustituirse por la siguiente)
DE LA PRIMERA CARTA DE PABLO A LOS CORINTIOS (5: 6b -8)
¿No sabéis que un poco de levadura fermenta toda la masa?.... Así pues, celebremos la Pascua, no con levadura vieja (levadura de corrupción y de maldad) sino con los panes ázimos de la sinceridad y de la verdad.
DEL EVANGELIO DE JUAN (20: 1-9)
El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue a donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien quería Jesús, …
TEMAS Y CONTEXTOS
LOS HECHOS DE LOS APÓSTOLES
El texto recoge un sermón de Pedro en Cesarea, en casa del centurión Cornelio, y es un perfecto resumen de la fe de las primeras comunidades. Jesús de Nazaret, un hombre “ungido”: es el signo de la elección de los reyes en el Antiguo Testamento. Significa que es “el elegido de Dios”. La unción consiste en que está lleno del Espíritu; por eso pasó haciendo el bien y curando, liberando de la esclavitud del mal. Todo esto se explica “porque Dios estaba con Él”. Esta fe de que Dios estaba con él fue puesta a prueba cuando lo mataron en la cruz. Pero esa misma fe resucitó cuando vieron vivo, cuando esos mismos discípulos cuya fe vacilaba “comieron y bebieron con él después de su resurrección”.
Se formula aquí por tanto la esencia del discípulo: testigo de Jesús, que ha reconocido en él la presencia del Espíritu.
Apenas se puede exagerar la importancia de este texto: nos muestra la primera cristología, probablemente la más antigua; NOS DICE EN QUÉ CONSISTE LA FE DE LOS TESTIGOS. Cuando Jesús muere vencido por sus enemigos, la conclusión oficial de Israel, y la de cualquier israelita normal es: “Dios no estaba con Él”. La experiencia pascual se formula en el primer momento como inversión de esa afirmación: “Dios estaba con Él”, no con los que le crucificaron “Tenía razón”, una razón que viene del mismo Dios. Este “Dios estaba con él” es la motivación por la que adoptamos los criterios y los valores de Jesús, por la que nos ponemos de su lado y del
lado de todos los crucificados del mundo. Porque la apariencia, e incluso una religiosidad no poco frecuente es que tener suerte en el mundo, dinero, status etc ect, son bendiciones de Dios, lo que implica que Dios está con ésos. Pues no, Dios está con Jesús el crucificado y con los crucificados como él: y hay que tomar partido.
LA CARTA A LOS COLOSENSES
Se repite el mismo mensaje que leíamos durante la Vigilia Pascual en la carta a los romanos. Estáis resucitados, vivid una vida nueva; no os conforméis con los bienes de barro, aspirad a los bienes del Espíritu, los bienes de arriba, los superiores. los definitivos, los valores de Jesús. Pablo
repite sus mismas fórmulas: habéis muerto, y el mundo y sus valores han muerto para vosotros. Vuestros valores no lo son para el mundo, pero sí para Dios. Y se insiste en el mensaje de la esperanza: éstos son los valores del futuro, los que un día se revelarán como verdaderos y definitivos. Todo esto es evidente aplicación del “Dios estaba con él” que acabamos de leer.
LA CARTA A LOS CORINTIOS
Pablo recoge el sentido tradicional de la levadura, como restos de lo antiguo que hace fermentar la masa entera. Entiende lo viejo como corrupción y maldad, y lo nuevo como sinceridad y verdad. Está hablando también de la vida nueva, en la que nada debe quedar de la anterior, sometida al mundo, sus seducciones, sus valores. Lo nuevo es lo de Jesús, vivir para el Reino.
Con distintas palabras se repite por tanto el mismo mensaje: vivid como
resucitados, que no quede en vosotros nada de barro, vivid según el Espíritu.
EL EVANGELIO DE JUAN
La escena es emocionante porque tiene todo el sabor del testigo presencial que narra sucesos, tanto más fiables históricamente cuanto que su valor simbólico es prácticamente nulo. Alertados por María, Pedro y el discípulo preferido, amigos inseparables, corren al sepulcro. El otro discípulo es más joven y le saca ventaja. Pedro es más impulsivo y entra el primero… Ve las vendas y el sudario y se va, hecho un lío (lo sabemos por la narración de Lucas). Pero el otro comprende. Y en estas pocas líneas del cuarto evangelio queda constancia del momento en que nació su fe en Jesús.
REFLEXIÓN
Hay dos momentos del cuarto evangelio en los que “el discípulo preferido de Jesús” deja constancia de su propio itinerario como seguidor de Jesús. La primera está en el capítulo primero, a partir del verso 35. Es el primer encuentro con Jesús, el momento en que el discípulo pasa un día con él, y le sigue a Galilea. El segundo es el que leemos hoy en el evangelio: el momento del nacimiento de la fe del discípulo en Jesús. El itinerario, físico y espiritual que media entre los dos momentos es el recogido en la lectura que hoy hacemos de los Hechos. Entre las dos lecturas se nos ofrece una descripción muy importante para nuestra fe en Jesús.
Los que llamamos “los Testigos” fueron personas en cuya vida se cruzó un día un galileo como ellos, de Nazaret, que les impresionó tan fuertemente como para dejar sus familias y sus oficios y seguirle de aldea en aldea. Sus curaciones y sus enseñanzas les fueron entusiasmando más y más. Su mentalidad religiosa les llevó a pensar que él era “el que esperaban”, el Mesías de Dios. En su enfrentamiento con los jefes de Israel, se pusieron de su lado incondicionalmente, esperando sin duda su triunfo. Pero fue al revés. Los jefes acabaron con él. El sábado después de su muerte, sus
ilusiones se habían venido abajo; se encerraron en una casa por miedo a los judíos y no pensaban en otra cosa que en escapar de nuevo a Galilea y olvidar lo pasado. Y entonces tuvieron lo que nosotros llamamos “la experiencia pascual”, la experiencia indiscutible de que estaba vivo, de que la muerte no había podido con él. Y ahí nació su fe: creyeron en aquel hombre con quien habían convivido tan íntimamente desde el Jordán, reconocieron que, a pesar de la muerte en cruz ,“Dios estaba con él”, y estuvieron dispuestos a reconocerlo como “El Señor”.
Esta trayectoria de la fe de los discípulos nos importa muchísimo. Nosotros creemos en Jesús a través de la fe de esos discípulos: su propia fe les convirtió en mensajeros, en pregoneros de Jesús. La fe de toda la iglesia está construida sobre la fe de aquellos que se autodenominaron “Testigos”.
Son testigos de Jesús entero: de su bautismo en el Jordán, de sus andanzas de aldea en aldea, de sus curaciones, de sus parábolas, de sus enfrentamientos, de su muerte: ahora se constituyen también en testigos de que está vivo después de la muerte y dedicarán toda su vida a dar ese testimonio para que también otros crean en él.
Todo ese testimonio es el que consta en lo que llamamos “los evangelios”.
Las primeras comunidades se formaron porque “les creyeron a los testigos”, y no solamente a los once testigos “oficiales”, sino a todos los que habían estado con Jesús desde el Jordán y habían tenido también la experiencia de la resurrección. (Los “quinientos hermanos” de que habla Pablo en 1 Cor.15,6). A todos esos testigos se unieron los que aceptaban su testimonio y, por ese testimonio, creían en Jesús. Estas comunidades de creyentes en Jesús celebraban la eucaristía, y en ella repetían los hechos y los dichos de Jesús, contados e interpretados por los testigos o sus enviados, y fueron las que pusieron por escrito su fe en Jesús, relatando sus hechos y consignando sus dichos, para que se leyeran en la eucaristía y para la enseñanza a los catecúmenos. La redacción de estos escritos dio origen a los evangelios. En ellos se consigna la fe de los seguidores de Jesús, entre los que todavía vivían muchos de los testigos. Los evangelios nos ponen en contacto por tanto con la fe de los Testigos, aquellos hombres (y mujeres) que se tropezaron con Jesús, le siguieron, creyeron en él y entregaron sus vida a transmitir su fe. De aquí nace el concepto de “Tradición”, del verbo “tradere”, entregar. Nosotros recibimos la fe que los Testigos nos han entregado.
Pero los testigos no fueron simplemente transmisores de una información; su testimonio no fueron simplemente sus palabras. Fueron testigos de Jesús porque cambiaron de vida; su fe en él consistió en aceptar sus criterios, sus valores y su Dios. Se sintieron resucitados, empezaron a vivir una vida “nueva”, inspirada por el mismo Espíritu de Jesús. Esa vida nueva es lo mejor de su testimonio. “Testigos de la resurrección” no significa sin más “notarios de un suceso” sino, sobre todo, transmisores de vida nueva, transmisores del Espíritu de Jesús.
En el Salmo responsorial de hoy cantaremos “éste es el día en que actuó el Señor” (salmo 117). Lo entendemos de manera muy radical: en Jesús “actuó el Señor”, en sus seguidores “actuó el Señor”, y en este Domingo celebramos una actuación muy especial: creyeron en Jesús. Por eso los cristianos cambiaron el día de fiesta semanal: abandonaron el sagrado Sábado, el día en que el Creador descansó, y los sustituyeron por “le día en que actuó el Señor”, resucitando a Jesús de entre los muertos y haciendo nacer la fe de los discípulos en él. Cada domingo, al celebrar la eucaristía, repetimos la celebración de los primeros creyentes, que volvían a hacer fiesta, semana tras semana, dando gracias por el nacimiento de su fe en el crucificado.
Cambiar de vida, resucitar a una vida nueva, tener lo viejo por muerto, sentirse testigos de resurrección, celebrarlo todos los domingos, refrescar la fe en el agua de la Palabra, comulgar con el crucificado, sentirse hermano de tantos otros testigos… Nuestra eucaristía de los domingos es siempre celebrar la resurrección, la de Jesús y la de cada uno de nosotros, ponerse de fiesta, sentirse con motivos para vivir como Jesús, con sus mismos criterios y valores. El sentido más profundo de la eucaristía es la gratitud: dar gracias a Dios por la vida nueva, la que hemos descubierto y hemos recibido por medio de Jesús.
Pero no podemos limitarnos a considerar estas cosas simplemente como profesiones teóricas. Las cartas de Pablo muestran muy bien que seguir a Jesús no es una declaración de teorías, sino una manera de vivir. Creer en la resurrección es vivir como resucitados, pero esto significa exactamente lo mismo que vivir como crucificados. Recordamos la frase de Pablo: “El mundo es para mí un crucificado: yo soy para el mundo un crucificado” (Gálatas 6.14). La expresión es desmesurada, como tantas en Pablo, pero acertadísima: un crucificado es algo que produce horror y repulsión, algo que se desprecia, que se considera como desgracia … Pablo dice que el mundo es para él eso, y sabe que él mismo es considerado así por muchos. Me permito remitirme a algunas expresiones que hacíamos en la introducción al domingo de Ramos:
La señal del cristiano es la santa cruz. El discípulo, como su maestro. Si a Él le crucificaron, a sus seguidores también. Y les crucificarán los mismos: el dinero, el poder y los dioses.
Jesús no dio ningún motivo “revolucionario” para que le matasen. No fue un agitador social ni un líder político ni un guerrillero. No lo mataron por eso, aunque le acusaron de eso, calumniándole, para que los romanos quisieran matarle. Lo mataron por ser un revolucionario mucho mayor: por creer en un Dios distinto, por considerar a todos iguales, por preferir a los pequeños, por pasar del poder y del dinero. Considerar a todos iguales es sentir horror por los que valoran a la gente por su dinero o su poder. Preferir a los pequeños es una estupidez, hay que preferir a los grandes.
El Dios de Jesús es peligroso, porque no se sienta arriba con poder para juzgar, sino que está debajo para sustentar, dentro para fermentar. Y eso no vale para asentar en los dioses el poder y la dignidad. Esto no les gusta nada a los sacerdotes, porque su dignidad se deriva directamente de la dignidad de dios, y si dios no está arriba, ellos tampoco. Por eso, el Dios de Jesús puede producir horror a la religión, incluso a la católica. Y los que siguen a ese Dios serán vistos como “crucificados”.
Para Jesús todas las personas son iguales porque todos son hijos. Ni por ser rico ni por ser pobre se es más ni menos. Esto no les gusta nada a los ricos. Es muy incómodo tener un hermano pobre, compromete, afea, es fuente de numerosas molestias. Tampoco les gusta del todo a los pobres: es molesto que el rico sea mi hermano, no podremos odiarle y matarle sin sentir remordimientos. Es mucho más sencillo que sea sin más mi enemigo. Vivir pobremente es un insulto a las engranajes mismos de nuestra sociedad, es invitar a que se pare el consumo, a que la sociedad del bienestar se desmorone. Y eso sí que produce horror y producirá rechazo, y que “el
mundo” se aparte como quien topa con un leproso. Pasar del poder y del dinero es de locos. Todo el mundo corre enloquecido tras el poder y el dinero. Hay que comprar cosas para disfrutar de cosas, hay que tener poder, prestigio, status, influencia … Meta de la vida. ¿A qué loco se le ha ocurrido que el poder y el dinero no son buenos? … Pues, a Jesús, que ha descubierto algo tan sencillo como esto: el poder y el dinero son bienes pegajosos, tienden a apoderarse del que los tiene y lo deshumanizan.
A Jesús, que observa que el poder y el dinero son difícilmente compatibles con la compasión, la sencillez y la libertad. Poder para servir a los pequeños, dinero para aliviar a los pobres … Entonces, ¿para qué quiero el poder y el dinero? … Nuestra cultura ha resuelto a veces el problema con mucha inteligencia: la limosna, el porcentaje: el 90% del poder y el dinero para mí,
para mi satisfacción: el 10% para justificarme y conseguir mejor imagen. O sea, también para mí.
Un gobernante que use el poder para servir a la gente, sobre todo a los más pequeños, no genera riqueza y poder para sus amigos, no reparte más que cargas … no durará mucho en el poder; será crucificado como gobernante. Un empresario que tiene menos interés en los beneficios que en el nivel de vida de los obreros sirve mal a la clase empresarial. Será crucificado. Un matrimonio que gasta poco, que no renueva el guardarropa en cada estación, que tiene más de dos hijos, que no cambia de coche cada dos años, que pierde todos los días varias horas con sus hijos, que reduce su consumo a lo razonable, que recicla, que reutiliza, que comparte … es odioso; parece que te esté echando en cara todos los días cada cosa que haces… ni siquiera se puede hablar con ellos de las cosas normales. Será marginado, sutilmente, cotidianamente … Será crucificado.
Un cura que no predica de la iglesia y sus dogmas y órdenes sino de Jesús y sus compromisos, que no hace teología dogmática sino que cuenta parábolas, que no manda en su iglesia sino que anima, aconseja, invita, carga con lo menos atrayente, se mete en los líos de la gente … no llegará a Obispo. Será crucificado.
Y así tantos y tantos. Todos los que quieran vivir piadosamente, siguiendo a Jesús, sufrirán persecución, porque para ellos, los valores que llevan a triunfar en el mundo son basura y producen horror, como quien mira a un crucificado. Y ellos mismos serán mirados como basura por los que se rigen por, los valores del mundo. Basura, peligro: Jesús fue crucificado por peligroso, simplemente porque esos eran sus valores.
La celebración de la resurrección se parece bastante a la del domingo de Ramos. Celebramos un triunfo … más bien un anti–triunfo. La resurrección no borra la crucifixión sino que avala de parte de Dios al crucificado. Celebramos una fiesta absurda a los ojos de todo el mundo: decimos que el crucificado ha triunfado, que tiene razón, y que Dios mismo lo proclama así. Y esto no se lo
cree nadie porque, aunque no se diga en voz alta, la mentalidad dominante en el mundo piensa que “bien crucificado está”, por quebrantar todos los valores en que se funda la sociedad del bienestar.
Y por esa razón, nosotros la iglesia, seguidores de Jesús, hemos dulcificado, modificado, teologizado, religiosizado afanosamente a Jesús de Nazaret. Así podemos creer en él, especialmente en su divinidad, y mantener tranquilamente los valores y criterios de los que le mataron.
Para terminar, nos hacemos unas preguntas esenciales::
¿QUÉ ESTAMOS CELEBRANDO?
¿QUÉ TRIUNFO CELEBRAMOS?
¿POR QUÉ ESTAMOS CONTENTOS Y CANTAMOS HIMNOS TRIUNFALES?
QUE CADA UNO SE RESPONDA.
CON HACERSE LA PREGUNTA QUIZÁ SEA YA SUFICIENTE.
MIS PALABRAS PARA TÍ
Creo que son felices los que comparten,
los que viven con poco,
los que no viven esclavos de sus deseos.
Creo que son felices los que saben sufrir,
encuentran en Ti y en sus hermanos el consuelo
y saben dar consuelo a los que sufren.
Creo que son felices los que saben perdonar,
los que se dejan perdonar por sus hermanos,
los que viven con gozo tu perdón.
Creo que son felices los de corazón limpio,
los que ven lo mejor de los demás,
los que viven en sinceridad y en verdad.
Creo que son felices los que siembran la paz,
los que tratan a todos como a tus hijos,
los que siembran el respeto y la concordia.
Creo que son felices los que trabajan
por un mundo más justo y más santo,
y que son más felices
si tienen que sufrir por conseguirlo.
Creo que son felices los que no guardan en su granero
el trigo de esta vida que termina,
sino que lo siembran, sin medida,
para que dé fruto de Vida que no acaba.
Y creo todo esto porque creo
en Jesús de Nazaret, el Hijo,
el hombre lleno del Espíritu,
Jesucristo, el Señor.
Y DICHOSOS VOSOTROS CUANDO OS PERSIGAN Y HABLEN MAL DE VOSOTROS POR MÍ Y POR EL EVANGELIO. ESE DÍA, ALEGRAOS.
No hay comentarios:
Publicar un comentario