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viernes, 15 de abril de 2011

Extraños en la tierra de Jesús


Los cristianos de Tierra Santa son víctimas
de un imparable éxodo ante el aislamiento
Por CARMEN RENGEL

La identidad cristiana de Tierra Santa está en peligro. La cuna de Jesús pierde vida y es, cada día más, un lugar plagado de reliquias, de piedras adoradas con la fuerza de la fe, de espacios venerados porque acompañaron los pasos de Cristo, un imán para el turismo en Israel y Palestina. Poco más: la reducción drástica de población cristiana en ambos territorios, el exilio ante la falta de oportunidades, los derechos mermados y la participación ínfima en los gobiernos políticos y económicos, ha llevado a los cristianos a tener un papel testimonial.
La estadística da cuenta de este declive, acelerado en las últimas décadas. Según el Ministerio de Asuntos Religiosos de Israel, cada año la comunidad cristiana pierde mil miembros en Tierra Santa.
Actualmente, hay unos 200.000 cristianos (150.000 en Israel, en su mayoría de origen árabe, y el resto en los Territorios Palestinos). Cuando Israel proclamó su independencia, en 1948, la cifra de cristianos en la antigua Palestina se elevaba al 20% de la población, llegando hasta un 70% en localidades como Nazaret. Hoy su presencia media no pasa del 2% del censo, y en baluartes históricos como Belén a duras penas superan el 10%.
La tendencia es imparable: la radiografía elaborada en 2009 con motivo de la visita del papa Benedicto XVI a Tierra Santa alerta de que, en 2016, no quedarán más de 5.300 cristianos en Jerusalén, esto es, la mitad de los 10.000 registrados en el más optimista de los censos (Israel rebaja la cifra a 8.000)
Desgaste diario
“El problema es que unos nos ven como israelíes y otros como árabes, pero ninguna de esas otras grandes comunidades de Tierra Santa nos quiere ni nos respeta”, comenta Joseph Al-Maaluf, vecino de Belén. “Es un desgaste diario, insoportable”, denuncia.
Marta y David Baum, los eslabones de un matrimonio veinteañero residente en Abu Tor (Jerusalén), abundan, arrastrando la misma melancolía, en las trabas diarias que se encuentran por ser cristianos “aquí, donde todo empezó”. Él es judío de origen pero no practicante; ella, cristiana de origen siroitaliano. Padecen la ley de 2002 que priva de ciudadanía israelí al cónyuge no judío. Se conocieron en un viaje de estudios del chico a Siena, se casaron allí por lo civil y se instalaron en Israel.
El matrimonio fue reconocido, Marta logró un permiso de estancia, pero no la ciudadanía y, de hecho, el Ministerio del Interior se la acaba de denegar. Se niega a convertirse al judaísmo –“no es la religión de nuestro hogar y no es lo que siento”–, y tampoco hay muchos mecanismos que le garanticen que, de hacerlo, lograría el pasaporte, tan arbitrarias son las decisiones de los rabinos. “Realmente nos hacen sentir como ciudadanos de segunda”.
La experiencia del exilio forzoso ya la han vivido los Charad, Ramy y Azahara, que llevan casi nueve meses en Guadalajara (México). Profesor de inglés (42 años) y ama de casa (39), se marcharon junto a sus dos hijos. Forman parte de los 230.000 cristianos que han abandonado Tierra Santa desde 1948, con destino, esencialmente, a Brasil, El Salvador, Chile y los Estados Unidos.
“Hay que sobrevivir”
“Éramos vecinos prescindibles”, lamenta. Azahara, musulmana conversa, señala que, dos años seguidos, aparecieron quemadas las tallas de san Antonio que había preparado en un patio para celebrar una misa y que en fiestas clave del islam, como el Ramadán, optaba por ponerse el velo para evitar incidentes en la calle. “Había que sobrevivir”, insiste.
Los religiosos se ven atrapados ante la disyuntiva de trabajar un tiempo sin autorización, a la espera de los permisos, o marcharse hasta nueva orden.
Hay eco, sin embargo, entre quienes abogan por el diálogo intercultural. Ahí se enmarca Miftah, la Iniciativa Palestina para la Promoción Global del Diálogo y la Democracia, fundada por la política cristiana palestina Hanna Ashrawi, que fue portavoz con Yaser Arafat.
Miftah incluye entre sus investigaciones un gabinete para analizar (y defender) a los cristianos de la zona. “Tenemos un papel que jugar, con nuestra tradición de cultura y pensamiento, y nuestras aportaciones al diálogo en todo el mundo. Somos parte viva, de presente y futuro, de esta tierra y la comunidad internacional debe ayudarnos en esta reivindicación, porque es justa”, señala Ashrawi.
Colecta de Viernes Santo
En el plano empresarial, las cámaras de comercio ni siquiera tienen estadísticas al respecto. “Son al menos un tercio de los autónomos en San Juan de Acre o Nazaret”, calculan. Sus festivos, siempre, se limitan a las fiestas judías. “Los cristianos son asalariados de puestos medios”, afirma Yair Krammer, investigador de la Universidad de Haifa.
Para paliar las necesidades de los cristianos en Tierra Santa es esencial la colecta mundial de cada Viernes Santo. Rafiq Khoury, portavoz del Patriarcado Latino de Jerusalén, explica que “el orgullo de pertenecer a la comunidad cristiana aquí no se sustenta solo con fe”.

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