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viernes, 15 de abril de 2011

SEMANA SANTA EN EL SIGLO XXI


Por Josetxu Canibe
Domingo de Ramos (Mt 26,14-27,66) - Ciclo A

No es fácil ordenar todos los sentimientos que se asoman en vísperas de la Semana Santa. Para la mayoría se trata de unas vacaciones deseadas. Para otros –minorías- se acercan unos días en los que van a profundizar sinceramente en la vida de fe y en el acercamiento a Cristo sufriente y resucitado. Otros muchos basculan en terrenos poco concretos, más bien difusos, incluso confusos: en una mezcla de ocio, de salidas, de participación en algunos actos religiosos. Por eso, desde un principio, conviene que nos preguntemos cómo abordamos el misterio de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, pero también de la humanidad y de nosotros. A veces la teología que nos acompaña en estos acontecimientos no nos facilita la comprensión.

Al menos entre nosotros y actualmente las fiestas navideñas tienen más fuerza social en el sentido de que crean un ambiente especial, navideño (aunque no sea precisamente el que más nos gusta). En la Pascua de Resurrección no se ve que el ambiente de la calle esté marcado, influenciado por lo que se celebra. Un detalle: nosotros nos felicitamos la Pascua de Navidad y no acostumbrarnos a felicitarnos en la Pascua de Resurrección, que es la verdadera Pascua.

Cruz y Vida define a la Semana Santa, que comienza con la entrada triunfal en Jerusalén y termina saliendo de Jerusalén camino del Calvario, con la cruz a cuestas y donde, horas después, ocurrió lo más extraordinario. Pero entre estos sucesos ocurrieron muchas cosas. De tal suerte que al conjunto de todos estos acontecimientos Jesús los llamó “su hora”. Es decir, los momentos más trascendentales de su vida. En el poco tiempo de la Semana Santa se concentra lo más noble del ser humano y lo más despreciable. Y no olvidemos que la pasión, muerte y resurrección de Cristo y la nuestra no ha terminado. Sigue en el siglo XXI. Porque entonces y hoy se sigue acusando al inocente, con frecuencia no defendemos la justicia ni al justo, con frecuencia nos dejamos arrastrar por el qué dirán, por la fuerza del ambiente. Más de uno de los que gritan el domingo de ramos “Hosanna”, el viernes -cuatro días después- vocifera “crucifícale”. Jesús se sintió incluso abandonado por el Padre. “Líbrame de esta hora”, exclamó. En estos acontecimientos topamos con la crueldad, con el odio, con la ignorancia, con la cobardía, con la ingratitud, pero también con la fidelidad rocosa, con la entrega, con la valentía, con la generosidad, con el perdón. Personajes como Pilato, como Herodes, como las piadosas mujeres, como el cirineo, como el centurión … y otros muchos no se pueden ignorar, ni sepultarles en las sombras del olvido. Son ilustrativos y demasiado actuales. La pascua es un recorrido, un “paso”. Bien está que se organicen y se contemplen las procesiones. Pero la principal procesión es la que llega al corazón. Semana Santa, Cruz y Vida, muerte del hombre viejo, nueva criatura.

A nosotros nos gustaría que hubiera rosas sin espinas, primavera sin invierno, pero lo dijo y lo vivió Jesús: el grano de trigo tiene que caer en tierra y morir para que dé fruto. Y esta ley no parece tener excepción.

Después de pasar por todas las etapas de la pasión, Jesús está capacitado para “saber decir al abatido una palabra de aliento” y le acompaña el suficiente prestigio como para invitarnos a “bajar de la cruz a todos los crucificados de la tierra”, Por que la cruz no es solamente el madero. Cruz es aquello que limita la vida, que hace sufrir y obstaculiza el caminar. “Cristo no buscó la cruz por la cruz”. Evitó la cruz para sí y para los otros. “Predicó y vivió el amor y las condiciones necesarias para que pueda haber amor”. Cargar la cruz como Jesús la cargó significa solidarizarse con aquellos que son crucificados en este mundo.

Ante esta semana santa se nos brinda un reto: acercarnos a Cristo, a sus sentimientos, a sus deseos, a sus proyectos y acercarnos al corazón del hombre, a sus pasiones constructivas y negativas.

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