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viernes, 1 de abril de 2011

IV Domingo de Cuaresma (Jn 9,1-41) - Ciclo A: Nuevo nacimiento


1. Situación y contemplación

Suele ser frecuente entre los piadosos y comprometidos lo que dice Jesús a los fariseos:
Si estuvierais ciegos, tendríais pecado; pero como decís que veis, vuestro pecado persiste.
Solemos justificarnos diciendo que tenemos buena voluntad. Y es verdad; ¿qué podemos hacer, sino abrirnos? Pero la buena voluntad a veces es una tapadera; no es una actitud de apertura, sino la resistencia sutil de quien se ha hecho su hueco, y dentro del hueco está el fomentar sentimientos piadosos y obras de misericordia para que nada cambie.
La experiencia del ciego de nacimiento (Jn 9) del Evangelio de hoy es un verdadero nuevo nacimiento. Fuera y dentro del cristianismo se conoce esa iluminación que «da la vuelta al calcetín», y lo resitúa todo. Teológicamente, corresponde al bautismo (simbolizado en el relato por el lavado en la piscina y la confesión de fe en Jesús de la conclusión). A nivel de experiencia, los bautizados hemos de vivir un proceso de iluminación.

Sus momentos más significativos suelen ser:

- Ese momento en que notas que has de jugártelo todo en un acto sencillo de fe: «Ve a lavarte. El fue, se lavó y volvió con vista».
- Sólo sabes que eres distinto, que ves las cosas con otros ojos; te toca experimentar que los demás (con frecuencia, los que deberían entenderte, porque siempre han estado «en el rollo cristiano») no te entienden.
- Esa libertad interior, tu nueva imagen de Dios, tu jerarquía actual de valores, resulta chocante.
- Entre lo que ves por dentro y el mensaje de Jesús encuentras una afinidad luminosa. ¡Está tan claro el Evangelio! No ya como ideología, sino como vida del hombre nuevo.
Ahora sabes lo que es creer en Jesús, lo que significa su persona, cómo su presencia es lo más real de tu vida.
- Lo más evidente (¡y te produce tanta alegría!) es que la iluminación no la has hecho tú. Ha sido, literalmente, gracia.

2. Reflexión y praxis

Nos estamos moviendo en una zona no objetivable, en los niveles propios de la conversión teologal. La moral la controlamos: propósitos, quehaceres... La teologal se nos escapa.

-Si te produce ansiedad o desazón, es que todavía crees que ser hombre nuevo depende de ti. Ahí está el pecado de los buenos, en la autosuficiencia que se resiste a confiar.

Queremos controlar porque no creemos en el amor fiel de Dios. Nos importa asegurar lo que deseamos, en vez de abandonarnos en Dios.

- Si has tenido un golpe de luz (suele ocurrir), en que has entrevisto otro modo de vivir, pero se te escapa, a pesar de tu esfuerzo por retenerlo, no te inquietes; volverá.



Más vale pedir y confiar.

Cuida de estar abierto a esa luz nueva. Para ello, dedica una temporada amplia a leer y orar la Sagrada Escritura, por ejemplo, con textos en que Dios se te revela con amor libre y gratuito y en que se habla del hombre liberado: Sal 16(15); 40(39); 103(102); 130 (129); 147; Os 1-3; Jer 2-4; 1s 43-44; 54-55; Lc 15; 18-19; Mt 20; Jn 3; 4; 6; Gálatas entera.

- Quizá hace años tuviste esta experiencia fundante, y desde ella creíste que se te iba a arreglar todo, lo humano y lo espiritual. Ahora estás desconcertado, porque sigues sin resolver tus problemas humanos y tus viejas tendencias a moralizar y controlar.

No olvides que Dios cambia el corazón, el centro de la persona, no las tendencias; que la Gracia da un nuevo sentido a todo, pero no soluciona los problemas.

Proyectamos siempre en Dios nuestras necesidades infantiles de felicidad y de plenitud mágicamente dada.

Ahora es necesario redescubrir la Gracia en el claroscuro de la condición humana, en los procesos lentos de maduración humana y espiritual. También es gracia la humildad de lo real y la obediencia concreta a Dios mediante tu esfuerzo diario.

La diferencia es que antes hacías depender tu paz de tus logros. Ahora no necesitas eficacia, sino obediencia de amor y confianza humilde.

Por J. Garrido

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