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lunes, 25 de abril de 2011

¿QUÉ ES LA VERDAD?


Aquella mañana del viernes, a Pilatos le habían arrancado de la cama demasiado pronto. Aquellos judíos le importunaban de nuevo con sus picapleitos. Deseaba, ardientemente, que el divino Tiberio lo relevara de aquella prefectura que tan poco gratificante le era. Ese viernes le pedían que juzgara y condenara a morir un campesino galileo debido a disquisiciones de su absurda religión. Un hombre que no conocía de nada, del que nunca había oído el menor comentario.

Pero lo que parecía un juicio de trámite, tomaba unas dimensiones insospechadas. Al día siguiente era la Pascua y los judíos estaban más enardecidos que nunca. Se iban congregando en la explanada y exigían la crucifixión. Y, de hecho, aquel hombre le producía una extraña inquietud. El interrogatorio no era fácil. Aquel hombre, con un semblante sereno e imperturbable, admitía tener una dignidad real en un reino utópico; afirmaba que había nacido para dar testimonio de la verdad, y proclamaba que todos los que son de la verdad escuchan su voz. Y Pilatos, con unos conocimientos filosóficos más bien escasos, se levantó de un salto, dando la impresión que acababa la escasa paciencia que le quedaba, y gritando: “¿Y qué es la verdad?”

La pregunta quedó, flotando, sin respuesta en el silencio del pretorio.

No fue hasta el siglo pasado cuando Van der Meersch osó responder a la pregunta del prefecto. “La verdad, Pilatos, es estar al lado de los pobres, los humildes y los que sufren”. Una respuesta válida para todos los tiempos; la verdad es estar al lado de aquellos que sufren y definen, desde su silencio y su sufrimiento, desde sus vidas prohibidas y negadas, cuáles son las verdades y las mentiras de la nuestra sociedad.

Y Pilatos, paradigma de tantos y tantos dictadores más o menos encubiertos de la historia, hizo oído sordo a la llamada de su conciencia para buscar la verdad.

La verdad es solidarizarse con los despreciados por la sociedad y con los que no reciben honores de nadie; con aquellos hombres y mujeres que, sencillamente, son un estorbo social. La verdad es mostrar interés por las injusticias, los sufrimientos, por las personas marginadas y condenadas a muerte. La verdad no tiene nada que ver con la hipocresía, aunque esté legitimada desde los poderes políticos y religiosos. Aquel galileo había mostrado, con su vida, una sensibilidad hacia las realidades humanas de su momento. Aquel galileo, de manera opuesta a Pilatos, buscaba, con la verdad, la promoción de la justicia y de la vida, la recuperación de los marginados y la liberación de los alienados. Aquel galileo, ante Pilatos, anunciaba un reino en que, lejos de los espectáculos mediáticos, los seres humanos pudieran vivir con libertad y fraternidad. Por eso, su frase más repetida había sido: “No tengáis miedo”.

Pilatos hizo torturar aquel hombre, y lo crucificaron. La verdad no le interesaba.

Hoy hay hombres y mujeres, pueblos enteros, que siguen crucificados y señalan, con toda la crudeza del mundo, aquella verdad que los nuevos Pilatos de nuestro siglo se niegan a conocer. Hombres y mujeres crucificados por la injusticia de este mundo que esperan que haya quien los baje de la cruz. Y es que el drama del Calvario es intemporal.

Vemos Pilatos hoy disfrazado de esta riqueza que toma niveles absolutos en unas minorías, mientras los pobres se hunden más en la pobreza. Es bueno recordar, hoy, aquellos que, por decir la verdad, siguieron el mismo camino que el campesino de Galilea.

Como fue Juan XXIII, quien al convocar el Concilio, abogaba por una Iglesia de los pobres para que fuera una Iglesia de todos.

Y como fue el caso de Monseñor Romero. Había denunciado los discursos oficiales vacíos que aún hoy abundan. Había dicho que, en nuestro entorno, falta la verdad y sobran los que tienen la pluma bien pagada y la palabra vendida. “Estamos en un mundo de mentiras donde nadie cree ya en nada” había dicho. Sus homilías recogían las vivencias y el dolor de su gente. La ignominia de tanta violencia la empujaba para encontrar la palabra oportuna para consolar, denunciar y hacer un llamamiento al arrepentimiento. Anunciando la verdad encontró la muerte.

Pero tras la muerte, la muerte ignominiosa como la sufrida por el galileo, sigue la luz de la Resurrección.

Vivir la semana santa no me sugiere ya otra cosa… Me cuesta asistir a Viacrucis o procesiones, sermones de las siete palabras y horas santas.

La semana santa no puede ser reliquia del pasado; debe ser un planteamiento de vida y de vida en abundancia.

Por ello, desde la búsqueda de la verdad, quiero apostar por una semana santa centrada en quienes ocupan hoy el lugar del tribunal del pretorio de Pilatos, una reflexión sobre la verdad en su sentido más profundo, y una esperanza activa y comprometida hacia la luz Pascual.

A todos y todas os deseo una feliz y plena Pascua de Resurrección.

JOSEP CORNELLÀ I CANALS, cornella@comg.cat
GIRONA.
(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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