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domingo, 1 de mayo de 2011

Domingo de la Divina Misericordia


Domingo 2 a Pascua

En 1997, Juan Pablo II visitó la tumba de Santa Faustina Kowlska a la que llamó “Gran apóstol de la Misericordia”. He hizo esta confesión personal: “El mensaje de la Divina Misericordia ha estado cerca de mi como algo muy querido, en cierto sentido forma una imagen de mi Pontificado”.
Y declaró el segundo domingo de Pascua, como el “Domingo de la divina misericordia”. Santa Faustina había sentido que el Señor le decía: “Hija mía, habla al mundo de mi inconcebible
misericordia. Deseo que la fiesta de la misericordia sea refugio y amparo para todas las almas y, especialmente, para los pobres pecadores”. Y Juan Pablo II concedió que en la Iglesia Universal se pudiese ganar indulgencia plenaria en este día.

Si el ser de Dios es ser amor, lo lógico es que Dios es infinitamente bondadoso, misericordioso y comprensivo con nuestras debilidades humanas. Y hoy el Evangelio nos recuerda el don pascual del ministerio del perdón: “Paz a vosotros”. “A quienes perdonéis….”

La Iglesia está llamada a ser objeto y sujeto de la misericordia divina porque también ella, como los discípulos, tiene el pecado de abandonarle en los momentos difíciles. Por eso, mientras él amanecía resucitado en la mañana de Pascua ellos vivían avergonzados y encerrados. Sentían el peso y la vergüenza de haberle negado y abandonado. Por eso, lo primero que Jesús les regala en la Pascua es la reconciliación: “La paz con vosotros”.

¿No es esta también la realidad de la Iglesia de estos últimos tiempos? Benedicto XVI tuvo el coraje de confesar en su homilía en su visita a Inglaterra: “el abuso de menores, especialmente por los ministros de la Iglesia ha causado un “inmenso sufrimiento” y “gran vergüenza a la Iglesia”. Y aún añadía: “Reconozco con vosotros la vergüenza y la humillación que todos hemos sufrido a causa de estos pecados”.

Como los discípulos también la Iglesia necesita la visita del Resucitado mostrándole las llagas de sus manos y de sus pies y diciéndole al corazón: “Paz a ti, Iglesia”.

Pero como Jesús, la Iglesia está también llamada a manifestar estas entrañas de misericordia de nuestro Padre Dios. Una de las grandes misiones que le Jesús le confía a la Iglesia, como don y regalo pascual, es “el ministerio de perdonar”. “A quienes perdonéis”. Además Jesús ya había dicho: “misericordia quiero y no sacrificios”. “Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso”.

¿Cómo pudiéramos nosotros hoy ejercer también esta misericordia?
Con la comprensión de las debilidades humanas.
Con la comprensión y con el ejercicio del Sacramento de la Penitencia, que es “sacramento de la misericordia” y no “sacramento del juicio y condena”.
Sacramento pascual del perdón del Resucitado.

¿Con quienes debiéramos tener hoy más misericordia?
Con todos.
Con los buenos y con los malos.
Pero sobre todo, con los que nosotros llamamos “malos”, pero que Dios llama “hijos”.
Misericordia entre los esposos que los sane y cure y los recupere.
Misericordia de los padres con los hijos que se han desviado.
Misericordia con todos aquellos que nos han hecho daño.

Nuestra tentación suele ser la de solucionar los problemas de los malos con “cárceles más seguras”, con “cárcel perpetua”, cuando no, con “la pena de muerte”. ¿Serán las cárceles las que solucionen el problema del mundo o no será más bien el amor y la misericordia?
Benedicto XVI en su Carta sobre “Dios amor” nos dice claramente comentando la frase de Juan: “Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él”. “Estas palabras expresan con claridad meridiana el corazón de la fe cristiana: la imagen de Dios y también con consiguiente imagen del hombre y de su camino”. (n 1)

Todos somos, de alguna manera, ministros del amor y de la misericordia. Y serán el amor y la misericordia la mejor confesión pascual de que Jesús está vivo y se nos ha aparecido y nos ha mostrado sus llagas.

Clemente Sobrado C. P.
www.iglesiaquecamina.com

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