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jueves, 12 de mayo de 2011

IV Domingo de Pascua (Jn 10,1-10) - Ciclo A: MODELO DE PASTOR



Con el comienzo de la primavera, los pastores cananeos se disponían a partir con el rebaño en busca de pastos. .Era un momento decisivo y peligroso. Salir con el rebaño suponía abandonar la seguridad de la propia tierra para salir en busca de lo desconocido. Había que tomar ciertas precauciones. An­tes de partir, los pastores celebraban una fiesta de despedida. Sacrificaban un animal joven a la divinidad para obtener de ella, a cambio, la fecundidad y la prosperidad del ganado. La víctima era asada al fuego, no se le podía romper ningun hue­so. Con su sangre untaban los palos de la tienda para alejar epidemias o calamidades. El rito pretendía ser garantía de pro­tección de los peligros que surgieran durante el desplazamiento de los pastores con el rebaño. En una noche de primavera, noche de luna llena, se reunían para comer el animal sacrifi­cado. La cena solía ser de pie, con el atuendo de quien está preparado para una larga marcha: báculo en mano y sandalias en los pies. En torno a la cena se cernía un cierto aire de rito mágico. Después se partía.

La imagen del pastor que guía al rebaño es una de las pre­feridas del evangelista Juan al referirse a Jesús. La utilizó en un polémico discurso de su evangelio para presentar al Maes­tro nazareno como el pastor ideal, el pastor modelo, el buen pastor frente a los pastores de oficio: asalariados, ladrones y bandidos más que pastores.

«Si, os lo aseguro -decía Jesús a los fariseos-; el que no entra por la puerta en el recinto de las ovejas, sino saltan­do por otro lado, ése es un ladrón y un bandido... El ladrón no viene más que para robar, matar y perder. Yo he venido para que vivan y estén llenos de vida: yo soy el modelo de pastor. El pastor modelo se desprende de su vida por las ove­jas; el asalariado, como no es pastor ni las ovejas son suyas, cuando ve venir al lobo, deja las ovejas y echa a correr y el lobo las arrebata y dispersa; porque a un asalariado no le im­portan las ovejas. Yo soy el modelo de pastor: conozco las mías y las mías me conocen a mí, igual que mi Padre me co­noce y yo conozco al Padre; además, me desprendo de la vida por las ovejas» (Jn 10,lss).

Al terminar aquel discurso, los oyentes se sintieron inter­pelados. Las opiniones se dividieron. «Muchos decían: -Está loco de atar, ¿por qué lo escucháis? Otros replicaban: -Esas no son palabras de loco, ¿puede un loco abrir los ojos de los ciegos?» Por si acaso, los fariseos trataron de «prenderlo» para quitarlo de la circulación, «pero se les escabuyó de las manos» (Jn 10,39).

Jesús definió en aquel día en qué consiste la quintaesencia del pastor. Ser pastor, dirigir, gobernar es ir en la vida por delante de los demás con obras y palabras, vivir para el otro y no a costa del otro, firmar un compromiso de permanencia sin límite junto al pueblo, entablar una relación personal con él, conocer su nombre y su vida, compartir gozos y esperanzas, tristezas y angustias.

Por eso no se puede ser pastor, ni dirigente, ni guía del pueblo desde una oficina, desde un palacio o desde un templo. Sólo puede ser pastor quien marcha con el pueblo, quien vive con él, quien sabe de sus dolores porque los experimenta, quien corre sus mismos riesgos y quien, a pesar de todos los pesares, va por delante.

Este es el modelo de pastor, encarnado en Jesús de Naza­ret. «Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen, y yo les doy vida eterna; no perecerán para siempre y nadie las arrebatará de mi mano» (Jn 10,27-30). Quienes no siguen este modelo de pastor son asalariados, gente que se mueve por otros intereses distintos de los del pueblo a quien dicen servir, sirviéndose de él. Son más los asalariados que los pastores. Y así estamos...

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