Los textos que leemos este domingo hacen referencia al Espíritu, pero de muy diversa manera.
El relato de Lucas no debemos entenderlo como una crónica periodística. Es teología que debemos descubrir más allá de la literalidad del discurso.
Pablo aporta una idea genial al hablar de los órganos al servicio del cuerpo. Un ejemplo de lo que el Espíritu hace con todos los seres humanos, todos formamos una unidad mayor y más fuerte aún que la que expresa cualquier forma de vida biológica.
Hoy podemos apreciar mejor la profundidad del ejemplo porque sabemos que la vida mantiene organizadas y da unidad a billones de células que vibran con la misma vida. Cuando un número relativamente pequeño de células se empeña en desarrollarse al margen de esa integración, ocasionan la muerte de todas las demás y la suya propia (cáncer).
El evangelio de Juan escenifica también otra venida del Espíritu, pero mucho más sencilla que la de Lucas.
Esas distintas “venidas” nos advierten de que en realidad, Dios-Espíritu-Vida no tiene que venir de ninguna parte. Está siempre en nosotros sin posible separación.
No estamos celebrando una fiesta en honor del Espíritu Santo ni recordando un hecho que aconteció en el pasado. Estamos tratando de descubrir y vivir una realidad que está tan presente hoy como hace dos mil años. La fiesta de Pentecostés es la expresión última de la experiencia pascual.
Los primeros cristianos tenían muy claro que todo lo que estaba pasando en ellos era obra del Espíritu-Jesús-Dios. Vivieron la presencia de Jesús de una manera más real que su misma presencia física. Ahora era cuando Jesús estaba de verdad realizando su obra de salvación en cada uno de los fieles y en la comunidad. Recordemos que una vez muerto, Jesús, Dios y el Espíritu son una única realidad.
De acuerdo con la teología más tradicional, la distinción entre las tres personas de la Trinidad sólo tiene efecto en sus relaciones “ad intra” es decir, en sus relaciones entre ellas mismas. Cuando se relacionan “ad extra”, es decir, con el resto de la creación, se comportan siempre como UNO, Dios. Lo que los escolásticos no llegaron a vislumbrar es que no puede existir nada “extra” Dios, porque nada de lo que existe puede estar fuera de Él.
Cuando decimos ‘Espíritu Santo’, debemos entender Dios-Espíritu, no una entidad que anda por ahí haciendo de las suyas separada del Padre y del Hijo. Esta simple consideración evitaría la mayoría de los errores que arrastramos sobre el Espíritu Santo.
Mi relación con Dios no es la relación de un yo con un tú. Se trata más bien, de la relación de mi yo con el YO, que es la quintaesencia de mi propio yo. Ésta es la experiencia de todos los místicos.
El Espíritu es una realidad tan importante en nuestra vida espiritual, que nada podemos hacer ni decir si no es por él. Ni siquiera decir: “Jesús es el Señor” Ni decir “Abba”, si no es movidos desde Él.
Pero con la misma rotundidad hay que decir que nunca podrá faltarnos la acción del Espíritu, porque no puede faltarnos Dios en ningún momento. El Espíritu no es un privilegio ni siquiera para los que creen.
Todos tenemos como fundamento de nuestro ser a Dios-Espíritu, aunque no seamos conscientes de ello. El Espíritu no tiene dones que darme. Es Dios mismo el que se da, para que yo pueda ser.
Cada uno de los fieles está impregnado de ese Espíritu-Dios que Jesús prometió a los discípulos. Pero sólo la persona es sujeto de inhabitación. Los entes de razón como instituciones y comunidades, participan del Espíritu en la medida en que lo tienen los seres humanos que las forman. Por eso vamos a tratar de esa presencia del Espíritu en las personas.
Por fortuna estamos volviendo a descubrir la presencia del Espíritu en todos y cada uno de los cristianos. Volvemos a ser conscientes de que, sin él, nada somos.
Ser cristiano no consiste en aceptar una serie de verdades teóricas, ni en cumplir una serie de normas morales, ni siquiera en llevar a cabo unos cuantos ritos sagrados. Todo eso no sirve de nada si no llegamos a una vivencia personal de la realidad de Dios-Espíritu que nos empuja desde dentro a la plenitud de ser.
Es lo que Jesús vivió. El evangelio no deja ninguna duda sobre la relación de Jesús con Dios-Espíritu: fue una relación “personal”. Se atreve a llamarlo ‘papá’, cosa inusitada en su época y aún en la nuestra; hace su voluntad; le escucha siempre, etc.
Todo el mensaje de Jesús se reduce a manifestar su experiencia de Dios como Espíritu. El único objetivo de su predicación fue que también nosotros llegáramos a esa misma experiencia.
El Espíritu nos hace libres. “No habéis recibido un espíritu de esclavos, sino de hijos que os hace clamar Abba, Padre”. El Espíritu tiene como misión hacernos ser nosotros mismos. Eso supone el no dejarnos atrapar por cualquier clase de esclavitud alienante.
El Espíritu es la energía que tiene que luchar contra las fuerzas desintegradoras de la persona humana: “demonios”, pecado, ley, ritos, teologías, intereses de un "yo" fenoménico, miedos..
A veces hemos entendido la acción del Espíritu como coacción externa que podría privarnos de libertad. Hay que tener en cuenta que estamos hablando de Dios que obra desde lo hondo del ser y acomodándose totalmente a la manera de ser de cada uno, por lo tanto esa acción no se puede equiparar ni sumar ni contraponer a nuestra acción. Se trata de una moción que en ningún caso violenta ni el ser ni la voluntad del hombre.
Si Dios-Espíritu está en lo más íntimo de todos y cada uno de nosotros, no puede haber privilegiados en la donación del Espíritu. Dios no se parte.
Si tenemos claro que todos los miembros de la comunidad son una cosa con Dios-Espíritu, ninguna estructura de poder o dominio puede justificarse apelando a Él. Por el contrario, Jesús dejó bien claro que la única autoridad que quedaba sancionada por él, era la de servicio.
"El que quiera ser primero sea el servidor de todos." O, "no llaméis a nadie padre, no llaméis a nadie Señor, no llaméis a nadie maestro, porque uno solo es vuestro Padre, Maestro y Señor."
El Espíritu es la fuerza de unión de la comunidad. En Pentecostés, las personas de distinta lengua se entienden, porque la lengua del Espíritu es el amor, que todo el mundo puede comprender; lo contrario de lo que pasó en Babel.
Este es el mensaje teológico. Dios-Jesús-Espíritu hace de todos los pueblos uno, “destruyendo el muro que los separaba, el odio”.
Durante los primeros siglos fue el Dios-Jesús-Espíritu el alma de la comunidad. Se sentían guiados por él y se daba por supuesto que todo el mundo tenía experiencia de su acción. Para las primeras comunidades, Pentecostés es el fundamento de la Iglesia naciente. Está claro que para ellas la única fuerza de cohesión era la fe en Jesús, que seguía presente en ellos por el Espíritu. Jesús promueve una fraternidad cuyo lazo de unidad es el Espíritu-Dios-Jesús.
La pérdida de la tensión escatológica y el abandono de la vivencia, lleva a una reinterpretación de lo cristiano, en términos tomados de la ética greco-romana. A partir de la paz de Constantino, el marco de la acción cristiana queda reducido y encerrado en el espacio de la Iglesia jerarquizada. Ésta deja de ser comunidad de Espíritu para convertirse en estructura jurídica.
Es muy difícil armonizar esta presencia del Espíritu en cada miembro de la comunidad con la obediencia tal como se ha interpretado y se sigue interpretando con demasiada frecuencia. En nombre de esa falsa obediencia, se ha utilizado la autoridad para hacer personas sin voluntad propia y completamente dóciles a los caprichos del superior de turno.
Lo que se ha pretendido con esa obediencia es el sometimiento aberrante en provecho de la institución o de personalidades autoritarias que utilizan a Dios como instrumento de dominio de los demás. En estos casos, no es la voluntad de Dios la que se busca, sino someter a los demás a la propia voluntad.
La verdadera autoridad no se justifica por el Espíritu, sino por la necesidad de la comunidad humana. Pablo propone una comunidad enriquecida por la diversidad de sus miembros.
“Obediencia” fue la palabra escogida por la primera comunidad para caracterizar la vida y obra de Jesús en su totalidad. Pero cuando nos acercamos a la persona de Jesús con el concepto equivocado de obediencia, quedamos desconcertados porque descubrimos que no fue obediente en absoluto, ni a su familia ni a los sacerdotes ni a la Ley ni a las autoridades civiles. Pero se atrevió a decir: “mi alimento es hacer la voluntad del Padre.”
El único camino para salir del peligro de una falsa obediencia es que entremos en la dinámica de la escucha del Dios-Espíritu que todos poseemos y nos posee por igual. Tanto los superiores como los inferiores, tenemos que abrirnos a la trascendencia y tratar cada día de escuchar al Espíritu y dejarnos guiar por él.
Conscientes de nuestras limitaciones, no solo debemos experimentar la presencia en nosotros de Dios-Espíritu, sino que tenemos que estar también atentos a las experiencias pasadas, presentes y pretéritas de los demás. Creernos por encima de los demás anulará toda escucha del Espíritu.
El relato de Lucas no debemos entenderlo como una crónica periodística. Es teología que debemos descubrir más allá de la literalidad del discurso.
Pablo aporta una idea genial al hablar de los órganos al servicio del cuerpo. Un ejemplo de lo que el Espíritu hace con todos los seres humanos, todos formamos una unidad mayor y más fuerte aún que la que expresa cualquier forma de vida biológica.
Hoy podemos apreciar mejor la profundidad del ejemplo porque sabemos que la vida mantiene organizadas y da unidad a billones de células que vibran con la misma vida. Cuando un número relativamente pequeño de células se empeña en desarrollarse al margen de esa integración, ocasionan la muerte de todas las demás y la suya propia (cáncer).
El evangelio de Juan escenifica también otra venida del Espíritu, pero mucho más sencilla que la de Lucas.
Esas distintas “venidas” nos advierten de que en realidad, Dios-Espíritu-Vida no tiene que venir de ninguna parte. Está siempre en nosotros sin posible separación.
No estamos celebrando una fiesta en honor del Espíritu Santo ni recordando un hecho que aconteció en el pasado. Estamos tratando de descubrir y vivir una realidad que está tan presente hoy como hace dos mil años. La fiesta de Pentecostés es la expresión última de la experiencia pascual.
Los primeros cristianos tenían muy claro que todo lo que estaba pasando en ellos era obra del Espíritu-Jesús-Dios. Vivieron la presencia de Jesús de una manera más real que su misma presencia física. Ahora era cuando Jesús estaba de verdad realizando su obra de salvación en cada uno de los fieles y en la comunidad. Recordemos que una vez muerto, Jesús, Dios y el Espíritu son una única realidad.
De acuerdo con la teología más tradicional, la distinción entre las tres personas de la Trinidad sólo tiene efecto en sus relaciones “ad intra” es decir, en sus relaciones entre ellas mismas. Cuando se relacionan “ad extra”, es decir, con el resto de la creación, se comportan siempre como UNO, Dios. Lo que los escolásticos no llegaron a vislumbrar es que no puede existir nada “extra” Dios, porque nada de lo que existe puede estar fuera de Él.
Cuando decimos ‘Espíritu Santo’, debemos entender Dios-Espíritu, no una entidad que anda por ahí haciendo de las suyas separada del Padre y del Hijo. Esta simple consideración evitaría la mayoría de los errores que arrastramos sobre el Espíritu Santo.
Mi relación con Dios no es la relación de un yo con un tú. Se trata más bien, de la relación de mi yo con el YO, que es la quintaesencia de mi propio yo. Ésta es la experiencia de todos los místicos.
El Espíritu es una realidad tan importante en nuestra vida espiritual, que nada podemos hacer ni decir si no es por él. Ni siquiera decir: “Jesús es el Señor” Ni decir “Abba”, si no es movidos desde Él.
Pero con la misma rotundidad hay que decir que nunca podrá faltarnos la acción del Espíritu, porque no puede faltarnos Dios en ningún momento. El Espíritu no es un privilegio ni siquiera para los que creen.
Todos tenemos como fundamento de nuestro ser a Dios-Espíritu, aunque no seamos conscientes de ello. El Espíritu no tiene dones que darme. Es Dios mismo el que se da, para que yo pueda ser.
Cada uno de los fieles está impregnado de ese Espíritu-Dios que Jesús prometió a los discípulos. Pero sólo la persona es sujeto de inhabitación. Los entes de razón como instituciones y comunidades, participan del Espíritu en la medida en que lo tienen los seres humanos que las forman. Por eso vamos a tratar de esa presencia del Espíritu en las personas.
Por fortuna estamos volviendo a descubrir la presencia del Espíritu en todos y cada uno de los cristianos. Volvemos a ser conscientes de que, sin él, nada somos.
Ser cristiano no consiste en aceptar una serie de verdades teóricas, ni en cumplir una serie de normas morales, ni siquiera en llevar a cabo unos cuantos ritos sagrados. Todo eso no sirve de nada si no llegamos a una vivencia personal de la realidad de Dios-Espíritu que nos empuja desde dentro a la plenitud de ser.
Es lo que Jesús vivió. El evangelio no deja ninguna duda sobre la relación de Jesús con Dios-Espíritu: fue una relación “personal”. Se atreve a llamarlo ‘papá’, cosa inusitada en su época y aún en la nuestra; hace su voluntad; le escucha siempre, etc.
Todo el mensaje de Jesús se reduce a manifestar su experiencia de Dios como Espíritu. El único objetivo de su predicación fue que también nosotros llegáramos a esa misma experiencia.
El Espíritu nos hace libres. “No habéis recibido un espíritu de esclavos, sino de hijos que os hace clamar Abba, Padre”. El Espíritu tiene como misión hacernos ser nosotros mismos. Eso supone el no dejarnos atrapar por cualquier clase de esclavitud alienante.
El Espíritu es la energía que tiene que luchar contra las fuerzas desintegradoras de la persona humana: “demonios”, pecado, ley, ritos, teologías, intereses de un "yo" fenoménico, miedos..
A veces hemos entendido la acción del Espíritu como coacción externa que podría privarnos de libertad. Hay que tener en cuenta que estamos hablando de Dios que obra desde lo hondo del ser y acomodándose totalmente a la manera de ser de cada uno, por lo tanto esa acción no se puede equiparar ni sumar ni contraponer a nuestra acción. Se trata de una moción que en ningún caso violenta ni el ser ni la voluntad del hombre.
Si Dios-Espíritu está en lo más íntimo de todos y cada uno de nosotros, no puede haber privilegiados en la donación del Espíritu. Dios no se parte.
Si tenemos claro que todos los miembros de la comunidad son una cosa con Dios-Espíritu, ninguna estructura de poder o dominio puede justificarse apelando a Él. Por el contrario, Jesús dejó bien claro que la única autoridad que quedaba sancionada por él, era la de servicio.
"El que quiera ser primero sea el servidor de todos." O, "no llaméis a nadie padre, no llaméis a nadie Señor, no llaméis a nadie maestro, porque uno solo es vuestro Padre, Maestro y Señor."
El Espíritu es la fuerza de unión de la comunidad. En Pentecostés, las personas de distinta lengua se entienden, porque la lengua del Espíritu es el amor, que todo el mundo puede comprender; lo contrario de lo que pasó en Babel.
Este es el mensaje teológico. Dios-Jesús-Espíritu hace de todos los pueblos uno, “destruyendo el muro que los separaba, el odio”.
Durante los primeros siglos fue el Dios-Jesús-Espíritu el alma de la comunidad. Se sentían guiados por él y se daba por supuesto que todo el mundo tenía experiencia de su acción. Para las primeras comunidades, Pentecostés es el fundamento de la Iglesia naciente. Está claro que para ellas la única fuerza de cohesión era la fe en Jesús, que seguía presente en ellos por el Espíritu. Jesús promueve una fraternidad cuyo lazo de unidad es el Espíritu-Dios-Jesús.
La pérdida de la tensión escatológica y el abandono de la vivencia, lleva a una reinterpretación de lo cristiano, en términos tomados de la ética greco-romana. A partir de la paz de Constantino, el marco de la acción cristiana queda reducido y encerrado en el espacio de la Iglesia jerarquizada. Ésta deja de ser comunidad de Espíritu para convertirse en estructura jurídica.
Es muy difícil armonizar esta presencia del Espíritu en cada miembro de la comunidad con la obediencia tal como se ha interpretado y se sigue interpretando con demasiada frecuencia. En nombre de esa falsa obediencia, se ha utilizado la autoridad para hacer personas sin voluntad propia y completamente dóciles a los caprichos del superior de turno.
Lo que se ha pretendido con esa obediencia es el sometimiento aberrante en provecho de la institución o de personalidades autoritarias que utilizan a Dios como instrumento de dominio de los demás. En estos casos, no es la voluntad de Dios la que se busca, sino someter a los demás a la propia voluntad.
La verdadera autoridad no se justifica por el Espíritu, sino por la necesidad de la comunidad humana. Pablo propone una comunidad enriquecida por la diversidad de sus miembros.
“Obediencia” fue la palabra escogida por la primera comunidad para caracterizar la vida y obra de Jesús en su totalidad. Pero cuando nos acercamos a la persona de Jesús con el concepto equivocado de obediencia, quedamos desconcertados porque descubrimos que no fue obediente en absoluto, ni a su familia ni a los sacerdotes ni a la Ley ni a las autoridades civiles. Pero se atrevió a decir: “mi alimento es hacer la voluntad del Padre.”
El único camino para salir del peligro de una falsa obediencia es que entremos en la dinámica de la escucha del Dios-Espíritu que todos poseemos y nos posee por igual. Tanto los superiores como los inferiores, tenemos que abrirnos a la trascendencia y tratar cada día de escuchar al Espíritu y dejarnos guiar por él.
Conscientes de nuestras limitaciones, no solo debemos experimentar la presencia en nosotros de Dios-Espíritu, sino que tenemos que estar también atentos a las experiencias pasadas, presentes y pretéritas de los demás. Creernos por encima de los demás anulará toda escucha del Espíritu.
Meditación-contemplación
La presencia de Dios-Espíritu en nosotros es la base de toda contemplación.
El místico lo único que hace es descubrir y vivir esa presencia.
No es un descubrimiento intelectual, sino existencial.
Es tomar conciencia de que la única realidad es Dios-Espíritu en mí.
................
La experiencia mística es conciencia de unidad.
No porque se hayan sumado mi yo y Dios,
sino porque mi yo se ha fundido en el YO.
Todos los místicos han llegado a la misma conclusión que Jesús:
“yo y el Padre somos uno”
......................
No te esfuerces en encontrar a Dios ni fuera ni dentro.
Deja que Él te encuentre a ti y te transforme en Él.
Es tan sencillo como beber un vaso de agua.
Es tan difícil como alcanzar la luna.
Todo depende de la actitud del yo.
........
La presencia de Dios-Espíritu en nosotros es la base de toda contemplación.
El místico lo único que hace es descubrir y vivir esa presencia.
No es un descubrimiento intelectual, sino existencial.
Es tomar conciencia de que la única realidad es Dios-Espíritu en mí.
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La experiencia mística es conciencia de unidad.
No porque se hayan sumado mi yo y Dios,
sino porque mi yo se ha fundido en el YO.
Todos los místicos han llegado a la misma conclusión que Jesús:
“yo y el Padre somos uno”
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No te esfuerces en encontrar a Dios ni fuera ni dentro.
Deja que Él te encuentre a ti y te transforme en Él.
Es tan sencillo como beber un vaso de agua.
Es tan difícil como alcanzar la luna.
Todo depende de la actitud del yo.
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Por Fray Marcos
Domingo de Pentecostés (Jn 20,19-23) - Ciclo A
Domingo de Pentecostés (Jn 20,19-23) - Ciclo A
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