Primera homilía
Seguramente todas conocéis esa leyenda en donde se nos dice que S. Agustín paseaba por la playa mientras intentaba comprender el misterio de la Santísima Trinidad cuando se encontró con un niño que quería meter todo el agua del mar en un agujero que había hecho en la arena. Agustín le dijo que eso era imposible y el niño le respondió que más difícil aún era comprender el misterio de la Santísima Trinidad.
Pues bien, creo que esta historia es bastante ilustrativa porque nos hace ver que comprender el misterio de la Trinidad y hablar de ella no es nada fácil. Y es que supone hablar del mayor misterio de nuestra fe. Sin embargo, a pesar de esta dificultad, sí que se puede decir algo, no sólo desde la teoría, sino también desde la práctica, porque la Trinidad se presenta, aunque parezca paradójico, como un misterio y a la vez como un modelo de vida para todos nosotros. Por eso, a mi me gustaría que reflexionásemos un poco sobre esto último.
Lo primero que llama la atención en la Trinidad es la gran unidad que hay en ella. Esta misma unidad es la que Dios nos pide que vivamos entre nosotros. Al menos, es lo que pidió Jesús al Padre poco antes de ser entregado a los judíos: *Como tu, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado+
Por eso, a ejemplo de la Trinidad, toda la Iglesia debería vivir unida con el único fin de dar gloria a Dios y buscar la salvación de los hombres. Y, tanto en vuestro caso como en el nuestro, que vivimos en una comunidad, debemos dar un ejemplo especial de unión, de forma que demos testimonio de que, a pesar de las diferencias que puedan existir entre nosotros en la forma de ser o de pensar, nos queremos y nos sentimos unidos de verdad desde la fe en Dios y en vuestro caso, también desde el carisma que tenéis de atender a las personas que se encuentran más necesitadas.
Por otro lado, la Trinidad no sólo se nos muestra como modelo de comunión, sino también como modelo de sociedad. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo trabajan siempre, por así decirlo, en equipo. Cada uno tiene un papel. El Padre, como se dice en el credo, es creador de todo. En cuanto al Hijo, por él fueron creadas todas las cosas y se hizo hombre para revelarnos el verdadero rostro de Dios y su plan de salvación. Por último el Espíritu Santo interviene en la encarnación y nos enseña y mantiene en la verdad plena. Pero, todo ello, como os he dicho, lo hacen en equipo, lo hacen en unidad absoluta y total.
Y así debe ocurrir en la Iglesia y en cada una de nuestras comunidades. Al igual que cada persona de la Trinidad, aunque desempeña funciones distintas en toda la historia de la salvación, pero trabajan en unidad, también nosotros en nuestra comunidad, dentro de la riqueza, de los dones, y de nuestras posibilidades, debemos saber trabajar en equipo, apoyándonos en nuestra tareas concretas y sobre todo ayudándonos entre todos a vivir el carisma al que Dios nos ha llamado.
Pidamos, por tanto, que en este día en que celebramos la Santísima Trinidad, el Señor nos ayude a vivir estos dos aspectos: la unidad y el trabajar en comunión, así como también lo que nos decía S. Pablo en la segunda lectura: trabajar por nuestra perfección, teniendo un mismo sentir y viviendo en paz.
Es la mejor forma de vivir el misterio de la Trinidad en nuestras vidas, y sólo así como dice también S. Pablo, el Dios del amor y de la paz estará con nosotros.
Segunda homilía
La Iglesia celebra hoy el misterio central de nuestra fe, el misterio de la Santísima Trinidad, fuente de todos los dones y gracias; el misterio de la vida íntima de Dios. Toda la liturgia de la Misa de este domingo nos invita a tratar con intimidad a cada una de las Tres Personas, al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Esta fiesta fue establecida en 1334 por el papa Juan XXII y quedó fijada para el domingo después de la venida del Espíritu Santo. Cada vez que con fe y con devoción rezamos Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, estamos invocando a la Santísima Trinidad, verdadero y único Dios.
La Trinidad constituye el misterio supremo de nuestra fe. Y misterio es una verdad de la que no podemos saberlo todo.
En el caso de la Santísima Trinidad, sabemos lo que Dios mismo a través de las Sagradas Escrituras y de Jesucristo, nos ha revelado.
Este misterio que no podemos comprender totalmente, sí podemos vivirlo, ya san Pablo, se despedía de las comunidades cristianas diciendo:
La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo, esté siempre con ustedes
El misterio de la Santísima Trinidad, estaba presente ya en tiempos de los apóstoles. Pero ¿vive fecundamente en nosotros?
En el Evangelio de hoy, Jesús al despedirse de sus discípulos, los envía, les da la misión universal de hacer discípulos y bautizar "en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo".
La misión fue cumplida por los discípulos y aún hoy lo está siendo por nosotros. Todos nosotros hemos sido bautizados "en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo", en el nombre de la Trinidad. Adoramos entonces a Dios uno y Trino como consecuencia de nuestra fe bautismal. De modo que al proclamar nuestra fe en la verdadera y eterna divinidad, adoramos a tres personas distintas, de única naturaleza, iguales en su dignidad según se reza en el prefacio de la misa de este domingo:"En verdad es justo,... darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre Santo, Dios todopoderoso y eterno.
Que con tu Único Hijo y el Espíritu Santo, eres un solo Dios, un solo Señor; no una sola Persona, sino tres Personas en una sola naturaleza.
Y lo que creemos de tu gloria, porque tú lo revelaste, lo afirmamos también de tu Hijo y también del Espíritu Santo, sin diferencia ni distinción".
De modo que, al proclamar nuestra fe en la verdadera y eterna divinidad, adoramos tres Personas distintas, de única naturaleza e iguales en su dignidad.Siempre es provechoso esforzarse en profundizar el contenido de la antigua tradición, de la doctrina y la fe de la Iglesia Católica, tal como el Señor nos la entregó, tal como la predicaron los Apóstoles y la conservaron los Santos Padres.
El cristianismo está colmado de misterios, pero el misterio fundamental, el más central, el misterio de los misterios es el de la Santísima Trinidad.
Todos los demás misterios sacan de él su alimento y todos, sin excepción alguna, desembocan nuevamente ahí.
En todos los misterios del cristianismo, llámese como se quieran, está girando el misterio del amor trinitario y todo lo que encierran los misterios es el amor infinito de la Santísima Trinidad a los hombres.
Cuántas veces nos hace notar la Sagrada Escritura, que Cristo pasó por el mundo bendiciéndolo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Los apóstoles, los evangelistas heredaron de Cristo esta actitud. Desde ese tiempo existió en toda la cristiandad el amor a la señal de la cruz.
En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, comenzamos todas nuestras oraciones, comenzamos la Santa Misa y la celebración de todos los sacramentos y actos de la Iglesia.
Al persignarnos hacemos una señal de la cruz pequeña sobre la frente, la boca y en el pecho sobre el corazón, ¿qué están indicando?.
La cruz sobre la frente se refiere al Padre que está sobre todo; la cruz en la boca, indica al Hijo, la Palabra eterna del Padre, brotada desde el seno del Padre celestial desde toda eternidad; la cruz sobre el corazón simboliza al Espíritu Santo.
¿Qué encierra este triple signo?
El reconocimiento del misterio creador más central del cristianismo.
La cruz es el símbolo del Redentor y de la Redención. ¿A quién se lo debemos?
Al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo; a las tres personas, pero a cada una de modo diferente.
Tal vez convenga preguntarnos hoy, si hemos conservado el amor a la cruz, si nos avergonzamos tal vez de signarnos, si signamos a nuestros hijos.
Pensemos que cada vez que hacemos la señal de la cruz, estamos reconociendo y confesando la realidad de la Santísima Trinidad.
La hacemos en el nombre del Padre: el Padre es siempre lo primero, lo supremo, origen de todo.
En el nombre del Padre y del Hijo: el Hijo procede del Padre y ha venido al mundo.
Y En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo: el Espíritu Santo es enviado por el Padre y el Hijo.
Así fue una vez la fe: inamovible, profunda y vital en la Santísima Trinidad. Este símbolo fue creado entonces, y nosotros lo hemos recibido, pero tal vez hemos olvidado su contenido.
¿Quién puede devolvernos esa fe viva?
El Espíritu Santo. Él viene a nuestra alma en forma de lenguas de fuego o de un viento impetuoso o en la suave y silenciosa brisa, entra en nuestra alma para lanzar de ella toda mediocridad, para aclarar toda incomprensión y para que nuestra alma se eleve al Dios eterno, y encuentre allí un lugar de reposo absoluto
Este misterio fundamental de nuestra fe, nunca será captado por nuestra capacidad creada de comprensión.
Nunca lo podremos captar aquí en la tierra, valiéndonos de nuestros sentidos naturales, nunca lo podremos captar con la inteligencia humana.
Cuando pasemos a la eternidad, podremos contemplar a Dios directamente, gozar de Él, pero nunca penetrar su misterio.
Hoy vamos a pedir a Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, más fe. Queremos repetir cada vez con más fe: Creo en Dios Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra. Creo en Jesucristo, su único Hijo. Creo en el Espíritu Santo. Y pedirle que nuestra vida sea real testimonio de la grandeza del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Que nuestra Madre María, que tal vez como nosotros, no comprendió pero sí vivió ese misterio como Hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo y Esposa de Dios Espíritu Santo, nos ayude a vivir a nosotros este misterio
RECURSOS PARA LA HOMILÍA
Nexo entre las lecturas
La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén siempre con ustedes (2L). Con este saludo trinitario se nos manifiesta el sentido de esta solemnidad litúrgica. La iglesia en este día quiere adentrarse en el misterio uno y trino de Dios y de su incomparable amor por el género humano. La lectura del libro del Éxodo nos narra el momento misterioso en el que, en el Sinaí y en forma de nube, Dios se revela a Moisés como el Señor compasivo y misericordioso (1L).
La petición que hace Moisés a continuación conmueve el corazón: Si he obtenido tu favor, que mi Señor vaya con nosotros... perdona nuestros pecados y tómanos como heredad tuya. En La segunda lectura (2L) Pablo habla del Dios del amor que ofrece la paz a los corazones. En este día, por tanto, nos introducimos de algún modo en la intimidad de Dios. Lo contemplamos como Dios trino y uno. Dios paciente y misericordioso. Nos revela su vida íntima y nos invita a compartir de un modo inefable esta vida por la adopción como Hijos suyos. En efecto Dios ha amado tanto al mundo que entregó a su Hijo unigénito para que todo el que crea tenga la vida eterna. (EV) Dios quiere que el hombre tenga vida y la tenga en abundancia.
Mensaje doctrinal
1. Un misterio. El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo. En esta fiesta se acoge el misterio de la revelación de Dios: tanto ha amado al mundo que llegó a la donación hecha redención en su Hijo Unigénito. Esto es posible acogerlo gracias a la nueva condición del bautizado abierto, por las virtudes teologales, a la intimidad divina. El cristiano bautizado es testigo, confidente del misterio trinitario. La Iglesia conserva este dogma como el misterio más profundo que le confió el Señor y lo mantiene, en la oración, como herencia viva y preciosa a través de los siglos. La exhortación de Gregorio Nacianceno revela muy bien el pensamiento de la Iglesia desde los primeros siglos:
“Ante todo, guardadme este buen depósito, por el cual vivo y combato, con el cual quiero morir, que me hace soportar todos los males y despreciar todos los placeres: quiero decir la profesión de fe en el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo. Os la confío hoy. Por ella os introduciré dentro de poco en el agua y os sacaré de ella. Os la doy como compañera y patrona de toda vuestra vida. Os doy una sola Divinidad y Poder, que existe Una en los Tres, y contiene los Tres de una manera distinta. Divinidad sin distinción de substancia o de naturaleza, sin grado superior que eleve o grado inferior que abaje... Es la infinita connaturalidad de tres infinitos. Cada uno, considerado en sí mismo, es Dios todo entero... Dios los Tres considerados en conjunto... No he comenzado a pensar en la Unidad cuando ya la Trinidad me baña con su esplendor. No he comenzado a pensar en la Trinidad cuando ya la unidad me posee de nuevo...(0r. 40,41: PG 36,417).
Dios se ha dado a conocer como comunión de vida y de amor: un Dios que en sí mismo no está aislado es Padre, Hijo y Espíritu Santo. La comunión trinitaria en Dios es la realidad más profunda y más perfecta. No es posible comprenderla con la inteligencia humana porque es un misterio. El nuevo catecismo nos dice en el número 258: "Toda la economía divina es la obra común de las tres personas divinas. Porque la Trinidad, del mismo modo que tiene una sola y misma naturaleza, así también tiene una sola y misma operación (cf. Cc. de Constantinopla, año 553: DS 421). "El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo no son tres principios de las criaturas, sino un solo principio" (Cc. de Florencia, año 1442: DS 1331). Sin embargo, cada persona divina realiza la obra común según su propiedad personal. Así la Iglesia confiesa, siguiendo al Nuevo Testamento (cf. 1 Co 8,6): "uno es Dios y Padre de quien proceden todas las cosas, un solo el Señor Jesucristo por el cual son todas las cosas, y uno el Espíritu Santo en quien son todas las cosas (Cc. de Constantinopla II: DS 421)".
2. La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén siempre con ustedes. Con estas palabras comienza el saludo trinitario paulino. En efecto, es la experiencia de fe y de vida cristiana la que llevo a Paulo a formular esta bella bendición usada ahora en cada Celebración Eucarística.
El cristiano experimenta a lo largo de su vida la gracia de Cristo que es el don de la redención. Con la recepción de los sacramentos actualiza y hace propios los dones que le deja Cristo. Él nos introduce en calidad de Hijos adoptivos en el misterio trinitario. "Por medio de Cristo tenemos acceso, en un solo Espíritu, al Padre". (Ef 2,18). A lo largo de su vida, el cristiano ha de buscar imitar a Cristo en sus virtudes aplicando las enseñanzas del Evangelio a todas sus acciones y relaciones humanas.
Experimentar el amor del Padre es experimentar la realidad de su Providencia divina. Al Padre se le atribuye la creación de cuanto existe. Y su conservación. Dios Padre es rico en misericordia y bondad, tardo a la ira y clemente; lo experimentamos al ver la pequeñez y debilidad de nuestro ser. Dios Padre ha querido introducirnos en su misma intimidad al enviarnos a Jesucristo, camino que nos lleva a Él.
El Espíritu Santo mora en nosotros, actúa en nuestra oración. Cuanto hacemos en la vida sobrenatural es bajo su influencia. Inspira a la mente, mueve la voluntad, alienta las virtudes etc. para que en Él glorifiquemos con Cristo a Dios Padre.
3. La Trinidad y la vida cristiana. Por medio de las virtudes teologales, que nos elevan al nivel sobrenatural, podemos experimentar una amistad creciente con cada una de estas Personas divinas. Esto es lo que pretende la Liturgia de hoy. En esta experiencia misteriosa se fundan la alegría, la paz operante, el ideal de santidad y de perfección personal y comunitaria, la concordia fraterna y el fervor entusiasta que deben caracterizar toda la comunidad eclesial. La fe nos permite aceptar el misterio sin cuestionarlo. La fe nos ayuda a ver que Dios es la verdad misma y no puede engañarse ni engañarnos. La esperanza nos infunde confianza y firme seguridad de que llegaremos a gozar de la eternidad gozosa a pesar de las dificultades de esta vida. El amor, finalmente, nos hace donarnos sin límites para reflejar la gloria y la bondad de Dios en nuestros hermanos los hombres.
Ya desde ahora somos llamados a ser habitados por la Santísima Trinidad: "Si alguno me ama -dice el Señor- guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él" (Jn 14,23). No podemos desperdiciar el tiempo en disquisiciones mentales y no disfrutar de la presencia de tan ilustres huéspedes en nuestras almas.
Hagamos nuestra esta oración:
"Dios mío, Trinidad que adoro, ayúdame a olvidarme enteramente de mí mismo para establecerme en ti, inmóvil y apacible como si mi alma estuviera ya en la eternidad; que nada pueda turbar mi paz, ni hacerme salir de ti, mi inmutable, sino que cada minuto me lleve más lejos en la profundidad de tu Misterio. Pacifica mi alma. Haz de ella tu cielo, tu morada amada y el lugar de tu reposo. Que yo no te deje jamás solo en ella, sino que yo esté allí enteramente, totalmente despierta en mi fe, en adoración, entregada sin reservas a tu acción creadora". (Oración de la Beata Isabel de la Trinidad).
Sugerencias pastorales
En una sociedad como la nuestra, que por una parte tiene sed del misterio de Dios, pero por otra, se aleja de la práctica litúrgica y sacramental de la Iglesia, nos conviene ayudar a nuestros fieles a descubrir por experiencia las maravillas y tesoros de nuestra fe en la Trinidad. No basta una formulación teórica -que también es importante-. No basta saber que Dios es uno en tres personas, es necesario que este misterio se viva de modo experiencial.
Debemos promover todo aquello que ayude para que nuestros fieles sientan y experimenten el amor de Dios Padre, la amistad profunda y generosa con Cristo Señor, la presencia amorosa del “dulce huésped de sus almas”. Ciertamente ayudará mucho la predicación, pero no cabe duda que el mejor modo de transmitir a Dios es haciendo uno mismo la experiencia de Dios. Conocemos muchas personas ignorantes en cuanto a ciencia, pero sabias en cuanto a experiencia de Dios. Carecen de la instrucción más básica y, sin embargo, han hecho una profunda experiencia de Dios que pueden transmitir a los demás con profundidad.
En este sentido qué importantes se revelan las primeras oraciones que aprenden los niños de labios de sus madres, o de sus educadoras en la catequesis. Esas oraciones aprendidas bajo el calor del hogar acompañan al hombre en las más variadas vicisitudes de la vida. El misterio trinitario se hace así, el misterio del amor, el misterio que se adentra en el corazón del hombre, el misterio por el que el hombre aprende a relacionarse con Dios. Con un Dios trascendente y a la vez un Dios íntimo que inhabita en el alma.
En la catequesis podemos hacer hincapié en aquellos signos trinitarios que practicamos diariamente como son: el acto de signarse, el rezo del Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo, la bendición de la mesa o de otros momentos del día. Romano Guardini tiene explicaciones excelentes sobre algunos de estos signos.
Seguramente todas conocéis esa leyenda en donde se nos dice que S. Agustín paseaba por la playa mientras intentaba comprender el misterio de la Santísima Trinidad cuando se encontró con un niño que quería meter todo el agua del mar en un agujero que había hecho en la arena. Agustín le dijo que eso era imposible y el niño le respondió que más difícil aún era comprender el misterio de la Santísima Trinidad.
Pues bien, creo que esta historia es bastante ilustrativa porque nos hace ver que comprender el misterio de la Trinidad y hablar de ella no es nada fácil. Y es que supone hablar del mayor misterio de nuestra fe. Sin embargo, a pesar de esta dificultad, sí que se puede decir algo, no sólo desde la teoría, sino también desde la práctica, porque la Trinidad se presenta, aunque parezca paradójico, como un misterio y a la vez como un modelo de vida para todos nosotros. Por eso, a mi me gustaría que reflexionásemos un poco sobre esto último.
Lo primero que llama la atención en la Trinidad es la gran unidad que hay en ella. Esta misma unidad es la que Dios nos pide que vivamos entre nosotros. Al menos, es lo que pidió Jesús al Padre poco antes de ser entregado a los judíos: *Como tu, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado+
Por eso, a ejemplo de la Trinidad, toda la Iglesia debería vivir unida con el único fin de dar gloria a Dios y buscar la salvación de los hombres. Y, tanto en vuestro caso como en el nuestro, que vivimos en una comunidad, debemos dar un ejemplo especial de unión, de forma que demos testimonio de que, a pesar de las diferencias que puedan existir entre nosotros en la forma de ser o de pensar, nos queremos y nos sentimos unidos de verdad desde la fe en Dios y en vuestro caso, también desde el carisma que tenéis de atender a las personas que se encuentran más necesitadas.
Por otro lado, la Trinidad no sólo se nos muestra como modelo de comunión, sino también como modelo de sociedad. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo trabajan siempre, por así decirlo, en equipo. Cada uno tiene un papel. El Padre, como se dice en el credo, es creador de todo. En cuanto al Hijo, por él fueron creadas todas las cosas y se hizo hombre para revelarnos el verdadero rostro de Dios y su plan de salvación. Por último el Espíritu Santo interviene en la encarnación y nos enseña y mantiene en la verdad plena. Pero, todo ello, como os he dicho, lo hacen en equipo, lo hacen en unidad absoluta y total.
Y así debe ocurrir en la Iglesia y en cada una de nuestras comunidades. Al igual que cada persona de la Trinidad, aunque desempeña funciones distintas en toda la historia de la salvación, pero trabajan en unidad, también nosotros en nuestra comunidad, dentro de la riqueza, de los dones, y de nuestras posibilidades, debemos saber trabajar en equipo, apoyándonos en nuestra tareas concretas y sobre todo ayudándonos entre todos a vivir el carisma al que Dios nos ha llamado.
Pidamos, por tanto, que en este día en que celebramos la Santísima Trinidad, el Señor nos ayude a vivir estos dos aspectos: la unidad y el trabajar en comunión, así como también lo que nos decía S. Pablo en la segunda lectura: trabajar por nuestra perfección, teniendo un mismo sentir y viviendo en paz.
Es la mejor forma de vivir el misterio de la Trinidad en nuestras vidas, y sólo así como dice también S. Pablo, el Dios del amor y de la paz estará con nosotros.
Segunda homilía
La Iglesia celebra hoy el misterio central de nuestra fe, el misterio de la Santísima Trinidad, fuente de todos los dones y gracias; el misterio de la vida íntima de Dios. Toda la liturgia de la Misa de este domingo nos invita a tratar con intimidad a cada una de las Tres Personas, al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Esta fiesta fue establecida en 1334 por el papa Juan XXII y quedó fijada para el domingo después de la venida del Espíritu Santo. Cada vez que con fe y con devoción rezamos Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, estamos invocando a la Santísima Trinidad, verdadero y único Dios.
La Trinidad constituye el misterio supremo de nuestra fe. Y misterio es una verdad de la que no podemos saberlo todo.
En el caso de la Santísima Trinidad, sabemos lo que Dios mismo a través de las Sagradas Escrituras y de Jesucristo, nos ha revelado.
Este misterio que no podemos comprender totalmente, sí podemos vivirlo, ya san Pablo, se despedía de las comunidades cristianas diciendo:
La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo, esté siempre con ustedes
El misterio de la Santísima Trinidad, estaba presente ya en tiempos de los apóstoles. Pero ¿vive fecundamente en nosotros?
En el Evangelio de hoy, Jesús al despedirse de sus discípulos, los envía, les da la misión universal de hacer discípulos y bautizar "en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo".
La misión fue cumplida por los discípulos y aún hoy lo está siendo por nosotros. Todos nosotros hemos sido bautizados "en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo", en el nombre de la Trinidad. Adoramos entonces a Dios uno y Trino como consecuencia de nuestra fe bautismal. De modo que al proclamar nuestra fe en la verdadera y eterna divinidad, adoramos a tres personas distintas, de única naturaleza, iguales en su dignidad según se reza en el prefacio de la misa de este domingo:"En verdad es justo,... darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre Santo, Dios todopoderoso y eterno.
Que con tu Único Hijo y el Espíritu Santo, eres un solo Dios, un solo Señor; no una sola Persona, sino tres Personas en una sola naturaleza.
Y lo que creemos de tu gloria, porque tú lo revelaste, lo afirmamos también de tu Hijo y también del Espíritu Santo, sin diferencia ni distinción".
De modo que, al proclamar nuestra fe en la verdadera y eterna divinidad, adoramos tres Personas distintas, de única naturaleza e iguales en su dignidad.Siempre es provechoso esforzarse en profundizar el contenido de la antigua tradición, de la doctrina y la fe de la Iglesia Católica, tal como el Señor nos la entregó, tal como la predicaron los Apóstoles y la conservaron los Santos Padres.
El cristianismo está colmado de misterios, pero el misterio fundamental, el más central, el misterio de los misterios es el de la Santísima Trinidad.
Todos los demás misterios sacan de él su alimento y todos, sin excepción alguna, desembocan nuevamente ahí.
En todos los misterios del cristianismo, llámese como se quieran, está girando el misterio del amor trinitario y todo lo que encierran los misterios es el amor infinito de la Santísima Trinidad a los hombres.
Cuántas veces nos hace notar la Sagrada Escritura, que Cristo pasó por el mundo bendiciéndolo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Los apóstoles, los evangelistas heredaron de Cristo esta actitud. Desde ese tiempo existió en toda la cristiandad el amor a la señal de la cruz.
En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, comenzamos todas nuestras oraciones, comenzamos la Santa Misa y la celebración de todos los sacramentos y actos de la Iglesia.
Al persignarnos hacemos una señal de la cruz pequeña sobre la frente, la boca y en el pecho sobre el corazón, ¿qué están indicando?.
La cruz sobre la frente se refiere al Padre que está sobre todo; la cruz en la boca, indica al Hijo, la Palabra eterna del Padre, brotada desde el seno del Padre celestial desde toda eternidad; la cruz sobre el corazón simboliza al Espíritu Santo.
¿Qué encierra este triple signo?
El reconocimiento del misterio creador más central del cristianismo.
La cruz es el símbolo del Redentor y de la Redención. ¿A quién se lo debemos?
Al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo; a las tres personas, pero a cada una de modo diferente.
Tal vez convenga preguntarnos hoy, si hemos conservado el amor a la cruz, si nos avergonzamos tal vez de signarnos, si signamos a nuestros hijos.
Pensemos que cada vez que hacemos la señal de la cruz, estamos reconociendo y confesando la realidad de la Santísima Trinidad.
La hacemos en el nombre del Padre: el Padre es siempre lo primero, lo supremo, origen de todo.
En el nombre del Padre y del Hijo: el Hijo procede del Padre y ha venido al mundo.
Y En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo: el Espíritu Santo es enviado por el Padre y el Hijo.
Así fue una vez la fe: inamovible, profunda y vital en la Santísima Trinidad. Este símbolo fue creado entonces, y nosotros lo hemos recibido, pero tal vez hemos olvidado su contenido.
¿Quién puede devolvernos esa fe viva?
El Espíritu Santo. Él viene a nuestra alma en forma de lenguas de fuego o de un viento impetuoso o en la suave y silenciosa brisa, entra en nuestra alma para lanzar de ella toda mediocridad, para aclarar toda incomprensión y para que nuestra alma se eleve al Dios eterno, y encuentre allí un lugar de reposo absoluto
Este misterio fundamental de nuestra fe, nunca será captado por nuestra capacidad creada de comprensión.
Nunca lo podremos captar aquí en la tierra, valiéndonos de nuestros sentidos naturales, nunca lo podremos captar con la inteligencia humana.
Cuando pasemos a la eternidad, podremos contemplar a Dios directamente, gozar de Él, pero nunca penetrar su misterio.
Hoy vamos a pedir a Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, más fe. Queremos repetir cada vez con más fe: Creo en Dios Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra. Creo en Jesucristo, su único Hijo. Creo en el Espíritu Santo. Y pedirle que nuestra vida sea real testimonio de la grandeza del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Que nuestra Madre María, que tal vez como nosotros, no comprendió pero sí vivió ese misterio como Hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo y Esposa de Dios Espíritu Santo, nos ayude a vivir a nosotros este misterio
RECURSOS PARA LA HOMILÍA
Nexo entre las lecturas
La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén siempre con ustedes (2L). Con este saludo trinitario se nos manifiesta el sentido de esta solemnidad litúrgica. La iglesia en este día quiere adentrarse en el misterio uno y trino de Dios y de su incomparable amor por el género humano. La lectura del libro del Éxodo nos narra el momento misterioso en el que, en el Sinaí y en forma de nube, Dios se revela a Moisés como el Señor compasivo y misericordioso (1L).
La petición que hace Moisés a continuación conmueve el corazón: Si he obtenido tu favor, que mi Señor vaya con nosotros... perdona nuestros pecados y tómanos como heredad tuya. En La segunda lectura (2L) Pablo habla del Dios del amor que ofrece la paz a los corazones. En este día, por tanto, nos introducimos de algún modo en la intimidad de Dios. Lo contemplamos como Dios trino y uno. Dios paciente y misericordioso. Nos revela su vida íntima y nos invita a compartir de un modo inefable esta vida por la adopción como Hijos suyos. En efecto Dios ha amado tanto al mundo que entregó a su Hijo unigénito para que todo el que crea tenga la vida eterna. (EV) Dios quiere que el hombre tenga vida y la tenga en abundancia.
Mensaje doctrinal
1. Un misterio. El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo. En esta fiesta se acoge el misterio de la revelación de Dios: tanto ha amado al mundo que llegó a la donación hecha redención en su Hijo Unigénito. Esto es posible acogerlo gracias a la nueva condición del bautizado abierto, por las virtudes teologales, a la intimidad divina. El cristiano bautizado es testigo, confidente del misterio trinitario. La Iglesia conserva este dogma como el misterio más profundo que le confió el Señor y lo mantiene, en la oración, como herencia viva y preciosa a través de los siglos. La exhortación de Gregorio Nacianceno revela muy bien el pensamiento de la Iglesia desde los primeros siglos:
“Ante todo, guardadme este buen depósito, por el cual vivo y combato, con el cual quiero morir, que me hace soportar todos los males y despreciar todos los placeres: quiero decir la profesión de fe en el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo. Os la confío hoy. Por ella os introduciré dentro de poco en el agua y os sacaré de ella. Os la doy como compañera y patrona de toda vuestra vida. Os doy una sola Divinidad y Poder, que existe Una en los Tres, y contiene los Tres de una manera distinta. Divinidad sin distinción de substancia o de naturaleza, sin grado superior que eleve o grado inferior que abaje... Es la infinita connaturalidad de tres infinitos. Cada uno, considerado en sí mismo, es Dios todo entero... Dios los Tres considerados en conjunto... No he comenzado a pensar en la Unidad cuando ya la Trinidad me baña con su esplendor. No he comenzado a pensar en la Trinidad cuando ya la unidad me posee de nuevo...(0r. 40,41: PG 36,417).
Dios se ha dado a conocer como comunión de vida y de amor: un Dios que en sí mismo no está aislado es Padre, Hijo y Espíritu Santo. La comunión trinitaria en Dios es la realidad más profunda y más perfecta. No es posible comprenderla con la inteligencia humana porque es un misterio. El nuevo catecismo nos dice en el número 258: "Toda la economía divina es la obra común de las tres personas divinas. Porque la Trinidad, del mismo modo que tiene una sola y misma naturaleza, así también tiene una sola y misma operación (cf. Cc. de Constantinopla, año 553: DS 421). "El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo no son tres principios de las criaturas, sino un solo principio" (Cc. de Florencia, año 1442: DS 1331). Sin embargo, cada persona divina realiza la obra común según su propiedad personal. Así la Iglesia confiesa, siguiendo al Nuevo Testamento (cf. 1 Co 8,6): "uno es Dios y Padre de quien proceden todas las cosas, un solo el Señor Jesucristo por el cual son todas las cosas, y uno el Espíritu Santo en quien son todas las cosas (Cc. de Constantinopla II: DS 421)".
2. La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén siempre con ustedes. Con estas palabras comienza el saludo trinitario paulino. En efecto, es la experiencia de fe y de vida cristiana la que llevo a Paulo a formular esta bella bendición usada ahora en cada Celebración Eucarística.
El cristiano experimenta a lo largo de su vida la gracia de Cristo que es el don de la redención. Con la recepción de los sacramentos actualiza y hace propios los dones que le deja Cristo. Él nos introduce en calidad de Hijos adoptivos en el misterio trinitario. "Por medio de Cristo tenemos acceso, en un solo Espíritu, al Padre". (Ef 2,18). A lo largo de su vida, el cristiano ha de buscar imitar a Cristo en sus virtudes aplicando las enseñanzas del Evangelio a todas sus acciones y relaciones humanas.
Experimentar el amor del Padre es experimentar la realidad de su Providencia divina. Al Padre se le atribuye la creación de cuanto existe. Y su conservación. Dios Padre es rico en misericordia y bondad, tardo a la ira y clemente; lo experimentamos al ver la pequeñez y debilidad de nuestro ser. Dios Padre ha querido introducirnos en su misma intimidad al enviarnos a Jesucristo, camino que nos lleva a Él.
El Espíritu Santo mora en nosotros, actúa en nuestra oración. Cuanto hacemos en la vida sobrenatural es bajo su influencia. Inspira a la mente, mueve la voluntad, alienta las virtudes etc. para que en Él glorifiquemos con Cristo a Dios Padre.
3. La Trinidad y la vida cristiana. Por medio de las virtudes teologales, que nos elevan al nivel sobrenatural, podemos experimentar una amistad creciente con cada una de estas Personas divinas. Esto es lo que pretende la Liturgia de hoy. En esta experiencia misteriosa se fundan la alegría, la paz operante, el ideal de santidad y de perfección personal y comunitaria, la concordia fraterna y el fervor entusiasta que deben caracterizar toda la comunidad eclesial. La fe nos permite aceptar el misterio sin cuestionarlo. La fe nos ayuda a ver que Dios es la verdad misma y no puede engañarse ni engañarnos. La esperanza nos infunde confianza y firme seguridad de que llegaremos a gozar de la eternidad gozosa a pesar de las dificultades de esta vida. El amor, finalmente, nos hace donarnos sin límites para reflejar la gloria y la bondad de Dios en nuestros hermanos los hombres.
Ya desde ahora somos llamados a ser habitados por la Santísima Trinidad: "Si alguno me ama -dice el Señor- guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él" (Jn 14,23). No podemos desperdiciar el tiempo en disquisiciones mentales y no disfrutar de la presencia de tan ilustres huéspedes en nuestras almas.
Hagamos nuestra esta oración:
"Dios mío, Trinidad que adoro, ayúdame a olvidarme enteramente de mí mismo para establecerme en ti, inmóvil y apacible como si mi alma estuviera ya en la eternidad; que nada pueda turbar mi paz, ni hacerme salir de ti, mi inmutable, sino que cada minuto me lleve más lejos en la profundidad de tu Misterio. Pacifica mi alma. Haz de ella tu cielo, tu morada amada y el lugar de tu reposo. Que yo no te deje jamás solo en ella, sino que yo esté allí enteramente, totalmente despierta en mi fe, en adoración, entregada sin reservas a tu acción creadora". (Oración de la Beata Isabel de la Trinidad).
Sugerencias pastorales
En una sociedad como la nuestra, que por una parte tiene sed del misterio de Dios, pero por otra, se aleja de la práctica litúrgica y sacramental de la Iglesia, nos conviene ayudar a nuestros fieles a descubrir por experiencia las maravillas y tesoros de nuestra fe en la Trinidad. No basta una formulación teórica -que también es importante-. No basta saber que Dios es uno en tres personas, es necesario que este misterio se viva de modo experiencial.
Debemos promover todo aquello que ayude para que nuestros fieles sientan y experimenten el amor de Dios Padre, la amistad profunda y generosa con Cristo Señor, la presencia amorosa del “dulce huésped de sus almas”. Ciertamente ayudará mucho la predicación, pero no cabe duda que el mejor modo de transmitir a Dios es haciendo uno mismo la experiencia de Dios. Conocemos muchas personas ignorantes en cuanto a ciencia, pero sabias en cuanto a experiencia de Dios. Carecen de la instrucción más básica y, sin embargo, han hecho una profunda experiencia de Dios que pueden transmitir a los demás con profundidad.
En este sentido qué importantes se revelan las primeras oraciones que aprenden los niños de labios de sus madres, o de sus educadoras en la catequesis. Esas oraciones aprendidas bajo el calor del hogar acompañan al hombre en las más variadas vicisitudes de la vida. El misterio trinitario se hace así, el misterio del amor, el misterio que se adentra en el corazón del hombre, el misterio por el que el hombre aprende a relacionarse con Dios. Con un Dios trascendente y a la vez un Dios íntimo que inhabita en el alma.
En la catequesis podemos hacer hincapié en aquellos signos trinitarios que practicamos diariamente como son: el acto de signarse, el rezo del Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo, la bendición de la mesa o de otros momentos del día. Romano Guardini tiene explicaciones excelentes sobre algunos de estos signos.
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