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sábado, 9 de julio de 2011

DIOS ES ASÍ: XV Domingo del T.O. (Mt 13,1-23) - Ciclo A

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De los cinco grandes discursos en los que Mateo condensa el mensaje de Jesús, el tercero ocupa el capítulo 13 de su evangelio y es conocido como el “discurso parabólico”, porque en él se han reunido las parábolas del Maestro.

Se trata de siete narraciones, tomadas de la tradición y agrupadas en un solo bloque: el sembrador, la cizaña en el trigo, la mostaza, la levadura, el tesoro en el campo, el mercader de perlas y la red.

El objetivo que pretende el evangelista, en este tercer discurso, es mostrar a Jesús como maestro: de hecho, empieza el mismo insistiendo –por dos veces- en que “Jesús se sentó”: sentarse equivale a enseñar (o, en otros contextos, a juzgar: quien se “sienta” es el maestro o el juez).

Tal como ha llegado a nosotros, en el relato completo pueden distinguirse claramente tres partes: una parábola breve, una explicación más extensa y un “intermedio” en el que se intenta explicar por qué el mensaje se Jesús, el maestro, no fue acogido por el pueblo judío.

Una lectura atenta, que observa fácilmente la diferencia de estilo y de acentos, busca dar razón de cada una de esas tres partes.

De toda la narración, habría que atribuir al propio Jesús probablemente la parábola original (13,3-9), sin más explicaciones. La parábola es un relato provocativo y abierto, que espera una respuesta del propio oyente o lector.

Lo característico de la parábola parece ser un doble mensaje: el derroche del sembrador y la certeza de una cosecha sobreabundante. Por una parte, el relato muestra un interés manifiesto por subrayar el comportamiento del sembrador que, sin importarle el resultado, siembra por doquier, incluso en lugares donde se sabe que la semilla no podrá germinar, como los caminos o las zarzas…

La parábola original habla, antes que nada, de Dios como Gratuidad, Exceso y Derroche… Podemos adivinar, entre líneas, el gesto de Jesús diciendo: “Dios es así”. ¡Tantas veces lo hemos empequeñecido, al hacerlo “de los nuestros”, reduciéndolo a un gran Legislador o pervirtiéndolo con rasgos amenazadores o incluso crueles…!

Dios es Donación permanente y gratuita: sólo sabe y sólo puede dar. Eso es lo que “constituye” su ser: no es un “Individuo” separado, creado a nuestra imagen; es un “Darse” permanentemente –más verbo que sustantivo-, que en todo se manifiesta.

Me gusta contar una anécdota entrañable y sabia. En una ocasión, en el grupo de catequesis, una niña preguntó a la catequista: “Señorita, ¿por qué Dios es siempre Dios, y no podemos serlo una cada semana?”. (Cuando uno ha crecido con una imagen antropomórfica de Dios, y lo imagina como un “Ser separado”, es inevitable que aparezcan interrogantes como los que plantean los adolescentes en clase de religión: “¿Y a Dios quién lo creó?; ¿cómo nació?; ¿quién le puso ese nombre?; ¿por qué lo llamamos así?...”).

Pues bien, aquella catequista, tras el “susto” inicial, contestó a la niña: “El día en que tú seas amor, y nada más que amor, serás Dios”. No podía haber dado una respuesta mejor. Dios es “ser-donación” –todos nuestros conceptos y palabras se quedan irremediablemente muy pobres-, Dinamismo sabio, luminoso y amoroso, Fuente de todo lo que es y en quien somos, sin ninguna distancia, separación ni costura.

Este es, a mi parecer, el Dios del que habla Jesús. Un Dios que es “siembra” permanente: ésta es la Buena Noticia, el “evangelio” del Maestro de Nazaret.

El segundo rasgo que acentúa la parábola es sólo una consecuencia: el fruto terminará siendo también un exceso. Para una tierra como Palestina, en la que, por entonces, una cosecha del siete por uno era considerada excelente, hablar de un rendimiento del treinta, sesenta o cien, equivalía a desbordar la previsión más optimista, una “exageración” conscientemente provocativa.

Para que eso se dé –parece concluir la parábola-, sólo hace falta “oír”: “el que tenga oídos, que oiga”. Hace falta abrir los ojos, caer en la cuenta… Tomar un poco de distancia de nuestra mente, venir al presente… y reconocer la Quietud y el Misterio de todo lo que es.

Es indudable que, dentro de cada uno de nosotros, sigue habiendo “caminos” endurecidos, “terrenos pedregosos” con apenas fondo, “zarzas” asfixiantes y reductoras… Empecemos por reconocerlo y aceptarlo, reconciliémonos con toda nuestra realidad interior, abrazándola con humildad. De ese modo, al crecer en unificación –integrando también los aspectos más oscuros y vulnerables de nuestra propia sombra-, se estará disponiendo un buen “humus”, la “tierra buena” –que no está hecha de perfeccionismos, sino de humildad-, en la que la semilla brotará por sí misma.

En la tercera parte de su relato (13,18-23), lo que hace Mateo es “aplicar” la parábola a la situación de su propia comunidad. De este modo, se modifica en cierto sentido el acento: de ser prioritariamente “buena noticia”, anuncio gozoso de la Realidad de Dios y afirmación de confianza incondicional, se transforma en “exhortación moral” dirigida a cada discípulo.

Este modo de hacer, no sólo es legítimo, sino que resulta imprescindible cuando una persona o comunidad trata de “aplicarse” a sí misma una determinada enseñanza. Pero me parece importante no olvidar que eso tiene un “coste”: la parábola se transforma en alegoría, desplazando el sentido original, que nunca deberíamos olvidar.

Finalmente, la segunda parte (13,10-17) constituye una especie de “intermedio”, en el que se aborda una cuestión candente para una comunidad judeocristiana, como la de Mateo: ¿Cómo es posible que nuestro propio pueblo, el “pueblo elegido”, pueblo de las promesas de Dios, no haya aceptado a Jesús? Sin duda, fue uno de los mayores enigmas para aquellas primeras comunidades.

En búsqueda de una respuesta, encontraron, entre otros, el texto de Isaías 6,9-10, que cita expresamente Mateo. Usando un recurso familiar en toda la tradición bíblica –“miran y no ven; oyen y no entienden; tienen el corazón endurecido”-, se achaca al “endurecimiento” del propio pueblo su incapacidad para acoger el evangelio.

Y ahí se introduce un dicho usual en la época: “Al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene”. Más allá del significado original de esas palabras, en una cultura diferente a la nuestra, para nosotros encierran una sabiduría, que se convierte en invitación a estar atentos.

El “Exceso” o “Derroche” de todo lo que es nos alcanzará en la medida en que nos abramos a él. En tanto en cuando nos abrimos a la verdad de quienes somos, más allá de las “etiquetas” y “sueños” de nuestra mente, percibiremos la sobreabundancia del Misterio (“tendremos de sobra”). Si, por el contrario, permanecemos recluidos en la identificación con nuestro ego, será irremediable que notemos cómo, día a día, se empobrece nuestra existencia.

De ese modo, para concluir, me parece ver en todo el relato la proclamación de una Buena Noticia que se convierte en Invitación vital: todo está ya; sólo necesitamos “verlo”. Ven al presente, acalla la mente y reconoce quién eres, cuando no te “piensas”.

Venimos de un pasado que había reducido nuestra identidad a la mente (“pienso, luego existo”, según la fórmula acuñada por el padre de la filosofía moderna). Necesitamos experimentar que no todo acaba ahí: ¡hay vida después de la mente!

Más allá del pensamiento –aunque, evidentemente, asumida e integrada la razón crítica como uno de los grandes regalos de la modernidad, que nos previene contra la irracionalidad-, se halla un “No-lugar” –más allá de los “mapas”, el “Territorio”-, que constituye nuestra verdadera identidad.


Enrique Martínez Lozano
www.enriquemartinezlozano.com

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