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viernes, 19 de agosto de 2011

Comentario Bíblico y Pautas para la Homilía: XXI Domingo del T.O. (Mt 16, 13- 20) - Ciclo A


Publicado por Dominicos.org

"¿Quién dice la gente que soy yo?"

La liturgia de este XXI domingo del tiempo ordinario se centra en torno a la pregunta que el mismo Jesús dirigió a sus discípulos; ¿quién dice la gente que soy yo? Una pregunta que sigue resonando cada día en el corazón del creyente, cuando buscando dar un sentido a su propia existencia, se pregunta a sí mismo; ¿quién es Jesús para mí y quién es para los hombres y mujeres del s. XXI? Más allá de los sabios y de los poderosos de su época, Jesús se nos presenta, como el mismo Dios encarnado, que bajo su humilde condición del hijo del carpintero José, hizo presente a través de su persona, al Reino de Dios en medio del mundo. Se trata de un Reino que tras la confesión de fe de aquel sencillo pecador llamado Simón, se sigue propagando con fuerza a través de la Iglesia, de ese Pueblo de Dios, que habla con sus palabras y obras de aquel Dios trascendente y misericordioso, que pone su tienda en medio de la fragilidad y fortaleza, de las angustias y de los gozos de todo corazón humano.

Hna. Ascensión Matas
Misionera de Santo Domingo

Comentario Bíblico

Primera lectura: (Isaías 22, 19-23)

Marco: El contexto general es el de un oráculo contra Jerusalén después de la liberación de la ciudad en el año 701, que puso fin a la campaña de Senaquerib. Isaías, que había anunciado esta liberación, protesta con preocupación contra el regocijo exagerado que ha suscitado y recuerda que el castigo sigue amenazando. La lectura de hoy es el único oráculo que Isaías dirige a una persona particular. La presencia de Eliacín en la liturgia de la palabra de hoy se justifica porque hay un paralelo entre él y la figura de Pedro, así como entre sus respectivas misiones.

Reflexiones

1ª) ¡Dios dispone libremente de sus colaboradores!

Llamaré a mi siervo, a Eliacín, hijo de Elcías: le vestiré tu túnica, le ceñiré la banda y le daré tus poderes. La Escritura nos informa de este proceder libre de Dios. Quizá el caso más llamativo sea el de Saúl y David (1Sm 9,16). Rechazado Saúl, Dios elige a David: Yahvé se ha buscado un hombre según su corazón, al que ha designado caudillo de su pueblo (1Sm 13,13-14). Dios se reserva siempre la elección de aquellas personas que mejor puedan colaborar en su proyecto de salvación ya determinado y decidido porque sólo así se garantiza la eficacia de su actuación en la historia.

Y este proceder recorre todo el itinerario salvífico que nos transmite la Escritura. La presencia de los signos o símbolos que describen la personalidad y las funciones del elegido para esa tarea o misión tiene su significación: la túnica es característica de los sacerdotes, de los mandatarios cualificados de alto nivel y, más tarde, la característica de los rabinos ordenados y capacitados para ejercer su tarea; la banda que portaban los reyes; y los poderes concretos que se les conceden y que se especifican a continuación. Todo ello indica que se trata de una persona de alto nivel en la corte y del que depende la realización y ejecución de muchos asuntos.

2ª) ¡Confianza de Dios en sus colaboradores!

Colgaré a su hombro la llave del palacio de David: lo que él abra nadie lo cerrará, lo que el cierre nadie lo abrirá... Este gesto, en la mentalidad antigua, era significativo. La entrega de las llaves sólo se hacía al hombre de mayor confianza de una casa, en este caso del rey. Entregar las llaves de palacio es nombrarle algo así como primer ministro. En la Escritura encontramos un caso que podría ilustrar esta figura singular: cuando el faraón encarga y entrega a José los máximos poderes para que dirija los asuntos de su reino.

Abrir y cerrar las puertas de la casa del rey era una función que ejercían los visires egipcios, cuyo equivalente en Israel es el maestro de palacio. Todo es entregado en manos de este personaje sobre cuyos hombros recae la responsabilidad de palacio y de los asuntos que se resuelven en el palacio. Podía ilustrar esta personalidad la historia de Ester con las figuras de Amán y luego Mardoqueo. La expresión «hincarlo como un clavo» indica la estabilidad y permanencia en su nuevo ministerio y tarea. Permanecerá firme contra todos los embates de las corrientes. Su firmeza y su estabilidad redundarán en beneficio del pueblo a cuyo servicio ha sido puesto.


Segunda lectura: (Romanos 11,33-36)

Marco: Seguimos proclamando el capítulo 11 de la carta de San Pablo a los romanos. Con este fragmento que proclamamos hoy termina este bloque tan intenso que abarca los capítulos 9-11. Todo este conjunto culmina en coherencia con todo el desarrollo del pensamiento por una parte y, por otra, con la grandeza del corazón del Pablo manifestada en todo su ministerio.

Reflexiones

1ª) ¡Los pensamientos y proyectos de Dios superan por todas partes a los hombres!

¡Qué abismo de generosidad, de sabiduría, y de conocimiento el de Dios! ¡Qué insondables sus decisiones y qué irrastreables sus caminos! En medio de sus debates y sufrimientos, Pablo prorrumpe en estas exclamaciones de admiración y adoración. Ante la evidencia de los hechos que parecen contradecir las promesas de Dios, Pablo recurre y se apoya en su profunda convicción de que la historia está dirigida por el propio Dios que es fiel, misericordioso y todopoderoso.

Dios ha dirigido y dirige la historia de su propio pueblo con sabiduría y providencia. ¡Qué sabemos los hombres frente a Dios! Es la exclamación de un hombre maduro en la fe y que ha ahondado en el misterio salvador de Cristo que manifiesta y realiza definitivamente el proyecto salvador de Dios. Parece que el destino de todo un pueblo, no importa si muy numeroso o no, que había sido llamado y destinado para ser signo de salvación y de bendición para todas las naciones, ahora insiste en cerrarse definitivamente. Pero no es así.

Hay una esperanza para ese pueblo como hay una esperanza para la Iglesia y para toda la humanidad en medio de la cual se desarrolló la historia salvífica en el plano de la promesa y que ha acontecido también en el plano del cumplimiento. ¡Dios no ha pedido consejo a los hombres para decidir su proyecto y para realizarlo, aunque sí ha querido contar con su colaboración para llevarlo adelante!. No pidió consejo para decidir la encarnación, pero sí pidió colaboración para realizarla del modo que había pensado. Hoy como siempre Dios sigue dirigiendo los destinos del mundo y de la Iglesia.

2ª) ¡En el punto de arranque, en el camino y en la meta está Dios!

Él es el origen, guía y meta del universo. A él la gloria por los siglos. Nada precedió a Dios. Todo arranca de Él. Nada ni nadie influyó en Él ni le pudo inspirar este plan. Sólo Él, en la intimidad de su naturaleza una y en comunión y diálogo que escapa a nuestra percepción humana (de no ser que Él mismo quiera revelarlo), ha tomado o, mejor, han tomado esta decisión irrevocable sobre el destino de Israel, tema inmediato de la consideración de Pablo. Él está en medio. Jesús lo encarnó y concretó cuando nos dijo que Él era el camino, la verdad y la vida y que nadie podía ir al Padre sino por Él.

Las expresiones utilizadas por Pablo son consoladoras para la humanidad, garantizan la certeza del destino y la seguridad del camino a seguir para conseguirlo. Sólo una mirada a ese Dios que se revela como misericordioso para todos, que nos ha encerrado a todos en el pecado para tener misericordia de todos, puede garantizar el acceso a la meta final. Y Jesús se hace presente en la comunión como el único que nos asegura y permite tener acceso al Padre. Los hombres y mujeres de nuestro tiempo, con tantos anhelos de humanización, encontrarán en estas palabras de Pablo un faro luminoso y una energía eficaz para la consecución de los proyectos que albergan en su corazón.

Evangelio: (Mateo 16,13-20)

Marco: El contexto es una serie de relatos que Mateo ha organizado en este conjunto narrativo que precede al discurso comunitario. El tema podría titularse: la Iglesia, primicia del reino de los cielos. El episodio se encuentra también en Marcos y Lucas. Esto quiere decir que Mateo lo ha tomado de Marcos, redactado con anterioridad. En Marcos supone el final y comienzo de un camino presentado de una manera más coherente y clara (3,6; 6,6; 8,27ss). Mateo conserva la confesión de Pedro pero enmarcada en un contexto diferente. En todo caso, este episodio es entendido como central en la vida y ministerio de Jesús por todos los evangelistas. Supone un punto de llegada importante en el reconocimiento de su misión por los discípulos y, a la vez, un punto de partida ascendente en su camino hacia la cruz y la gloria.

Reflexiones

1ª) ¡Jesús pregunta sobre la opinión que la gente tiene de él!

¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?... ¿Quién tiene interés en estas preguntas? ¿Fue Jesús realmente el que planteó estas preguntas a los discípulos? O, dicho de otra manera, ¿tenía Jesús algún interés en saber lo que las gentes opinaban de él? ¿Para qué? ¿Fue acaso la comunidad cristiana la que se encuentra con estas preguntas y respuestas? En todo caso, la figura de Jesús ha suscitado siempre preguntas y muy profundas. El relato evangélico está sembrado oportunamente de estas preguntas sobre Jesús. De tal manera que bien podríamos decir que tanto el evangelio de Marcos como el de Juan penden y se estructuran sobre esta pregunta fundamental ¿Quién es Jesús? ¿Quién es este hombre que dice ser Hijo de Dios? En todo caso es curioso observar que todas las respuestas corresponden a las esperanzas de Israel.

Y vosotros ¿quién decís que soy yo? Simón Pedro tomó la palabra y dijo: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Jesús quiere saber dónde se encuentran sus discípulos en la comprensión de su persona y de su misión. Es delicado leer una página de los relatos evangélicos que hoy tenemos entre manos porque se entrecruzan tres planos armónicamente expresados en el texto, pero que suscitan no pocas dificultades para su comprensión. Mateo escribe para una comunidad que cree ya en la realidad mesiánica y divina de Jesús. El propio Mateo comparte esta convicción. Pero esto ha supuesto un proceso lento que arranca especialmente de la Pascua y del don del Espíritu. ¿Qué confesó Pedro en el momento en que Jesús le pregunta en Cesarea de Felipe? Una respuesta que desborda sus esperanzas mesiánicas. Israel espera la llegada de un Mesías con determinadas características.

En ese Mesías cree Pedro quien, además, pudo pertenecer a algún movimiento de liberación por medios más o menos violentos. Pedro, de modo solemne, haciendo de portavoz de sus compañeros declara y afirma la realidad mesiánica de Jesús. El Mesías procedía de la dinastía real davídica. El rey en Israel era considerado como hijo adoptivo de Dios de modo singular por ser el encargado de dirigir los destinos de su pueblo. Pero la respuesta de Pedro alcanza más lejos, al menos en el modo como lo expresa Mateo.

Esta realidad que desborda la comprensión judía del Mesías es el reconocimiento de que es realmente el Hijo de Dios de un modo único, singular e irrepetible. Así lo cree Mateo. La respuesta de Pedro que hoy leemos alcanza a la misión y a la naturaleza misma de Jesús como Mesías e Hijo de Dios. Hoy somos invitados, en medio de nuestras dudas y búsquedas, a dar el salto necesario que, partiendo de la humanidad de Jesús, alcance a su verdadera naturaleza y que fundamenta realmente la esperanza de la humanidad. Es un don gratuito que ha que desarrollarlo con la reflexión, la adoración, la oración y la experiencia.

2ª) ¡La confesión de Pedro es objeto de una bienaventuranza!

¿Dichoso tú, Simón!. Pedro espera un Mesías político-nacional que libere a Israel de las manos de los romanos y en definitiva de todos sus enemigos para siempre erigiendo un trono en Jerusalén y desde él dominar sobre todas las naciones de la tierra. Para ello se esperaba un Mesías invencible militarmente, un conquistador como nunca había aparecido en la tierra. Y Pedro ha vivido esta esperanza en su patria galilea donde los movimientos revolucionaros de liberación emergían de cuando en cuando en aquellos años.

Al reconocer en Jesús otra perspectiva nueva, es señal inequívoca de que en Pedro se ha producido una presencia especial del Espíritu. Y eso es lo que declara Jesús como una bienaventuranza: que el Padre (que es quien da el Espíritu) ha iluminado a Pedro para descubrir en la humildad visible del profeta de Nazaret al enviado especial y definitivo de Dios. Pero esta segunda parte es fruto de la experiencia pascual. Este acto de fe merece una congratulación especial por parte de Jesús.

Pedro, testigo cualificado de la fe pascual, es proclamado dichoso porque supo superar el escándalo de la encarnación en la humillación para elevarse a los planes más altos de Dios en la historia de la salvación. Hoy como ayer es necesario superar los obstáculos y dificultades para alcanzar el verdadero proyecto de Dios sobre los hombres. Es necesario que la Iglesia y cada uno de los creyentes asumamos la confesión de fe de Pedro y la actualicemos constantemente.

3ª) ¡La gran promesa de Jesús a la Iglesia a través de Pedro!

Te daré las llaves del reino de los Cielos... Dos cosas promete Jesús a la Iglesia por medio de Pedro: en primer lugar, sobre la confesión de Pedro se edifica la Iglesia. Pedro ha confesado que Jesús es el verdadero y definitivo enviado del Padre para la salvación del mundo (Mesías) y es el verdadero y real Hijo de Dios. Esta es la roca sobre la que se edifica la Iglesia. Pedro ha sido el portavoz, el que hace de instrumento del Padre. Y esta roca firme –Jesús y la fe en Jesús– es el cimiento de la Iglesia que desecharon los arquitectos. Esta Iglesia permanecerá para siempre. Una Iglesia que comienza su andadura en la tierra y se prolonga eternamente en el cielo en la ciudad celeste habitada por gentes procedentes de todo el mundo (Ap 7,9s).

En segundo lugar, la entrega de las llaves que simbolizaban que Jesús nombra y declara solemnemente que Pedro es el vizir del reino de los Cielos, el plenipotenciario elegido por Jesús. Conviene recordar que más tarde esta misión fundamental es ampliada, según el propio relato mateano, a todo el grupo apostólico (Mt 18,18). Siguiendo el pensamiento rabínico, en el que se utiliza la misma imagen para describir y definir la autoridad universal del sanedrín, quiere decir que la autoridad de Pedro no tiene fronteras.

Los rabinos decían que el sanedrín gozaba del privilegio de atar y desatar en materias jurídicas y religiosas en todo el mundo. Pedro recibe una autoridad que se extiende por todo el mundo y es válida para toda la Iglesia. No es fácil a los hombres y mujeres de nuestro tiempo aceptar la autoridad universal de la Iglesia en las materias que le corresponden.

La credibilidad de la Iglesia que, en los planes de Jesús, es la continuadora de su misión en el mundo, es necesaria. Necesitamos urgentemente todos los discípulos de Jesús en todos los planos y tareas realizar un cambio profundo a fin de que la Iglesia sea un instrumento de salvación y no un obstáculo para la experiencia y vivencia de la fe en Jesús y en el Evangelio.

Fr. Gerardo Sánchez Mielgo
Convento de Santo Domingo. Torrent (Valencia)



Pautas para la Homilía


Jesús es más que un profeta, que un sabio o un poderoso de nuestro tiempo

El texto evangélico de este domingo constituye uno de los núcleos fundamentales del evangelio de Mateo, en el cual se intenta responder a las reacciones generadas por la gente, ante las palabras y actuaciones de Jesús, las cuales escondían tras de sí revelaciones sobre su persona, que de una forma progresiva y pedagógica, ayudaban a ir descubriendo su propia identidad, ocasionando aptitudes de oposición y rechazo por parte de autoridades y gente del pueblo. En cambio, para otros, Jesús aparecía como uno de los grandes profetas de Israel, como nos lo manifiestan las confesiones de algunos personajes evangélicos, tales como la mujer samaritana, el ciego de nacimiento, los discípulos de Emaús y el mismo Jesús, ante su vuelta a Jerusalén. Por eso, frente a la pregunta que Jesús dirigió a sus discípulos: “¿quién dice la gente que soy yo?”, ellos respondieron: “unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de los profetas”, indicando a través de cada una de estas figuras una forma específica de interpretar la identidad y la misión del Maestro.

Pero Jesús no fue sólo un profeta poderoso en obras y palabras, que habló en nombre de Dios, que invitó a la conversión, que denunció el modo erróneo de vivir la religión y que incluso se enfrentó a los dirigentes del pueblo, tal y como afirman también hoy, de una forma indirecta, aquellos hombres y mujeres del s. XXI, que lo consideran como un hombre excepcional en bondad y doctrina, pero no van más allá. Tampoco es el Jesús que presentan aquellos estudiosos, que reconocen su valía moral y su influjo en la humanidad, comparándolo a grandes personajes de la historia. Jesús es el Mesías (Mc 8, 29), el Mesías de Dios (Lc 9, 20), el Santo de Dios (Jn 6, 69) y el Hijo del Dios vivo (Mt 16, 16), tal y como hoy escuchamos de labios de Simón.

Jesús nos va revelando su identidad a través de un juego de preguntas y respuestas

Esta proclamación de Simón acaeció en la región de Cesárea de Filipo, en un momento decisivo para Jesús, cuando tras su predicación en Galilea, se dirigió a Jerusalén para cumplir su misión salvífica, que le llevaría a la muerte en la cruz. Dicha confesión adquiere la condición de cimiento sólido, sobre el cual se levanta la Iglesia, fuerte ante la destrucción y la muerte, y donde cada uno de los creyentes estamos llamados a expresar lo que está escondido en nuestra mente y nuestro corazón, como procedente de la revelación que Dios ha depositado en nuestro interior, por medio de la fe. De este modo, estamos llamados, desde nuestra racionalidad y libertad, a vivir la fe como la respuesta a la Palabra del Dios vivo, a través de un proceso determinado por el darse de Dios al hombre, la llamada a dar una respuesta y la respuesta del hombre, que dará forma a toda su vida.

Jesús nos va revelando su propia esencia de una forma continuada en el tiempo, tal y como lo hizo con aquellos enfermos y sanos, ricos y pobres, pescadores y recaudadores de impuestos, pecadores públicos y autoridades religiosas, la gente sencilla del pueblo y las autoridades políticas de la Palestina de su época. En efecto, hoy podemos acercarnos al Dios encarnado a través de las Sagradas Escrituras, de la Iglesia, de la tradición apostólica, del regalo de nuestra propia vida y de la de los demás, porque no es sólo el hombre el que sale al encuentro de Dios, sino que es Dios mismo quien viene a nuestro encuentro a través de su propio Hijo, de su Palabra y de todo lo creado.

Pero para ello es preciso pasar por la dialéctica de las preguntas y respuestas y por el vaivén entre las dificultades para creer y una progresiva maduración de la fe. Como nos recuerda la Carta a los Romanos, este ir y venir está presente continuamente en el ser humano, tal y como nos lo manifiestan los ejemplos del pueblo judío, quien fue el primero en obedecer, pero acabó desobedeciendo y de los paganos, que empezaron por desobedecer, pero terminaron obedeciendo y más tarde el ejemplo de aquel hijo del que nos hablaría el evangelista Mateo, que se negó a ir a trabajar a la viña de su padre, pero luego acabó yendo, frente a aquel otro, que prometió que iría y acabó por no ir (Mt 21, 28-32). En esta Carta paulina se nos narra cómo Dios conducirá a Israel a la salvación prometida, por unos caminos inescrutables, mostrando así que el misterio de la salvación supera a toda sabiduría humana. La clave de todo está en la grandeza de Dios, quien es un misterio insondable, que nos sobrepasa y nos penetra, pero sobre todo en su misericordia, que permite a cada hombre pasar por el pecado, brindándole así una oportunidad para experimentar su propia fragilidad y abrirse a la gracia del amor divino.

También hoy creer en Jesús puede conducirnos al angosto camino del martirio de quien es llamado a ir a vecescontra corriente para seguirlo a dondequiera que vaya, a través de una fidelidad vivida en las situaciones de cada día, que cuenta con las dificultades del camino, pero también con la gracia de Dios y que nos invita a transformar la vida no en el mero hecho existir, sino de existir creando, aprendiendo a gozar y a sufrir y a reposar, sin dejar de soñar.

Pedro logró penetrar en el verdadero ser de Jesús y descubrir en Él no sólo al Enviado, al que el pueblo esperaba con ansia, sino también al Hijo del Dios de la vida y no del Dios de la condenación (Juan el Bautista), de la intransigencia (Elías) o de la destrucción (Jeremías). Es a Él a quien busca el ser humano, cuando movido por su sed de radicalidad, no quiere dejarse llevar del conformismo ni de la mediocridad y cuando se compromete a mejorarse a sí mismo y a la sociedad, convirtiéndose en una palabra para el mundo, que más allá de transmitir mera información, entrega a aquel que la pronuncia. Pero ¿quién es Jesús para mí? ¿Sólo un hombre de Dios? ¿Un Dios distante, un juez castigador…? ¿Qué imagen de Dios doy a los demás, de qué Dios hablo con mis palabras, con mi vida y mis proyectos? ¿Vivo mi fe en Jesús de una forma aislada o comunitaria? Preguntas todas ellas cuya respuesta define a nuestra propia vida y esconde la vida de los demás.

Jesús revela su propia identidad en medio de la comunidad eclesial

Esta fe en Jesús va unida a la Iglesia, tal y como nos lo manifiesta la donación de las llaves del Reino a Pedro, hecho que nos recuerda a la Primera lectura. Ésta nos narra una escena sucedida en torno al año 700 a. C., época en la que el reino de Judá se hallaba comprometido políticamente por Egipto y Asiria, las dos grandes potencias de la época. Aunque el rey Ezequías, confiaba más en Dios que en las alianzas e intrigas con los pueblos vecinos, en Jerusalén existía un partido que apoyaba la sublevación contra las potencias dominantes, entre cuyos militantes se encontraba su mayordomo Sobna, quien se había construido un palacio excavado en la roca y paseaba en su carroza, como si fuera un rey.

En el ambiente veterotestamentario los poderes de administrar el tesoro del palacio real y de mediar el acceso del pueblo ante el rey, se conferían simbólicamente con la entrega de las llaves del palacio. Dichos poderes fueron concedidos al nuevo mayordomo Eliaquín, quien llamado a ser firme, como la estaca en la que se ata el tirante que sostiene la tienda de campaña, habría de ser el representante del palacio real de cara al pueblo. Pero el profeta Isaías lo comparará más tarde con un clavo, del que cuelgan tantos cacharros, que acabará por caerse con todos, por su despotismo.

En realidad el texto adquiere una lectura mesiánica: sólo el Mesías podrá desarrollar a la perfección las exigencias de su elección como el mayordomo de la casa del Padre y poseerá autoridad para abrir y cerrar y para dar arraigo a la tierra donde acampa todo ser humano. El auténtico poseedor de las llaves es Jesús y a Él se aplica también la imagen de la roca sobre la que se construye el edificio, pero Él mismo transmite esa misión a Pedro y lo convierte en el cimiento de una Iglesia que perdurará hasta el fin de los tiempos, precisamente por la profesión de fe que ha hecho en nombre de los demás apóstoles. Esta misma misión perdura en el Romano Pontífice, llamado a ser el Servidor de los servidores de Dios, en la fe, la caridad y la unidad de la comunidad cristiana.

La confesión de Pedro nos exhorta a abrazar la cruz desde la esperanza

El encargo conferido a Pedro está arraigado en la relación personal que el Jesús histórico tuvo con el pescador Simón, desde el primer encuentro con él, y a su vez a la confesión de éste sigue el anuncio de Jesús de su pasión. La integridad de la fe cristiana se da en la confesión de Pedro, que sólo puede ser comprendida a la luz del acontecimiento de la cruz, el cual sólo revela su sentido si aquel hombre llamado Jesús, que murió en la cruz, era el Hijo de Dios y sólo puede ser iluminada por la enseñanza del mismo, sobre su ser de Hijo, que nos enseña el modo en el que debemos seguirlo, desde esa paradoja evangélica de la cruz, que nos muestra cómo en el lenguaje cristiano, ganar la vida, significa perderla y recuperar la vida, significa darla.

Mientras que el instinto nos impulsa a rechazar la cruz, la confesión de aquel pescador nos exhorta a perder la propia vida por fidelidad a aquel que era Dios mismo hecho hombre. Un reconocimiento al que sólo se puede llegar desde una fe vivida como una peregrinación que parte de la experiencia de aquel Jesús histórico, que predicó, sanó a los enfermos, evangelizó a los pobres y reconcilió a los pecadores. Dicha confesión encuentra su fundamento en el misterio pascual, pero debe seguir hacia la plenitud de la verdad, gracias a la acción del Espíritu Santo, que nos hace exclamar, no sólo con la mente, sino también con el corazón: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo".

En medio de un mundo moderno que experimenta un cierto vacío de sentido, muchos hombres y mujeres de nuestra época descubren en su pequeñez, frente a la grandeza del cosmos, la presencia de ese más allá, que es Dios, cuya trascendencia nos es revelada en el Salmo de este domingo. No es el Dios que causa terror, sino el todopoderoso que es amor, mira a los humildes con predilección y protege al pobre rodeado de peligros.

Ojalá que también nosotros escuchemos en medio de las tormentas de la vida, la misma bienaventuranza que Jesús dirigió a Pedro: "¡dichoso tú (María, Luisa, Marta, José, Mario…)!”, vibrando bajo el deseo de experimentar la felicidad que produce la fe en Jesús. A veces pensamos demasiado en los esfuerzos que supone el plasmar nuestro amor a Dios en la vida cotidiana, pero dejémonos amar por El y que lleve a cabo sus planes sobre nosotros, sin mirar hacia atrás a mitad del surco y sin dejar sin finalizar esa obra salida de sus manos, que somos cada uno de nosotros. La declaración de Pedro nos recuerda estas afirmaciones y nos da esperanza cuando nos fallan las fuerzas o se acobarda nuestra fe.

Hna. Ascensión Matas
Misionera de Santo Domingo

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