NO DEJES DE VISITAR
GIF animations generator gifup.com www.misionerosencamino.blogspot.com
El Blog donde encontrarás abundante material de formación, dinámicas, catequesis, charlas, videos, música y variados recursos litúrgicos y pastorales para la actividad de los grupos misioneros.
Fireworks Text - http://www.fireworkstext.com
BREVE COMENTARIO, REFLEXIÓN U ORACIÓN CON EL EVANGELIO DEL DÍA, DESDE LA VIVENCIA MISIONERA
SI DESEAS RECIBIR EL EVANGELIO MISIONERO DEL DÍA EN TU MAIL, DEBES SUSCRIBIRTE EN EL RECUADRO HABILITADO EN LA COLUMNA DE LA DERECHA

martes, 30 de agosto de 2011

Contemplación cristiana: experiencia de amor[1]



Contemplar es mirar con admiración y amor comprometido, en gesto gozoso, abierto a la unión con lo divino; es ser mirado y mirar, creando lazos de amor permanente entre el que mira (el contemplativo) y el mirado (que puede ser Dios u otra persona). En un sentido extenso, desde la perspectiva de occidente, la contemplación se encuentra vinculada con la experiencia espiritual de Grecia y, de manera más estricta, con el platonismo*: en un sentido externo, los hombre “ven” con los sentidos exteriores, descubriendo las formas de las cosas; pero, en un sentido más profundo, ellos contemplan la realidad más alta, las esencias divinas, el misterio más hondo de la realidad, como ha expuesto Platón en su Banquete.

Los israelitas han sido más hombres de “escucha” que de contemplación; han desarrollado más la fe que la mirada. Elloshan “creído”, no han visto, como se dice en los pasajes centrales del Deuteronomio: «Yahvé os habló de en medio del fuego; vosotros oíais rumor de palabras, pero no percibíais figura alguna, sino sólo una voz. Él os reveló su alianza, que os mandó poner en práctica, las diez Palabras que escribió en dos tablas de piedra… Tened mucho cuidado de vosotros mismos: puesto que no visteis figura alguna el día en que Yahvé os habló en el Horeb de en medio del fuego» (Dt 4, 12-15; cf. Jn 20, 29). A pesar de eso, algunos judíos de tendencia helenista, como Filón de Alejandría han puesto de relieve el valor de la “visión” sagrada, como lo muestra su libro Sobre la Vida Contemplativa, donde narra la “regla y costumbres” de los Terapeutas del lago Mareotis, al lado de Alejandría. En esa línea, vinculando la experiencia del evangelio con la tradición platónica, muchos cristianos de los siglos III al V desarrollaron en Oriente, sobre todo en Egipto y en Siria, una intensa vida contemplativa, centrada en la visión de las “realidades celestiales”. En esa línea se sitúa la más honda mística de la iglesia helenista, desde Orígenes a Máximo el Confesor, pasando por Dionisio Areopagita, desde Gregorio de Nisa a Gregorio Pálamas, pasando por los monjes de diverso tipo. Todos ellos han interpretado el cristianismo, de un modo o de otro, como despliegue contemplativo, en línea de amor.

En sí misma, esa contemplación no es cristiana, pues corre el riesgo de olvidar la vida de los hombres y mujeres concretos, la exigencia del amor liberador del evangelio. Pero, a través de los siglos, ella se ha vuelto cristiana, siempre que la visión de Dios vaya unida a la visión y amor de los hermanos. Desde ese fondo, podemos recordar que, en sentido estricto, sólo pueden contemplarse las personas, en gesto dialogal de escucha y respuesta, en mirada de amor que sobrepasa el nivel de los sentidos exteriores. En ese sentido, podemos añadir que la contemplación es la esencia más honda del mesianismo de Jesús: él ha mirado y ha querido a los hombres (como el Padre Dios miraba a los hebreos cautivos: cf. Ex 2, 25; Lc 1, 48). Jesús ha mirado y su mirada* ha sido principio de conocimiento y amor. Desde ese fondo decimos que la contemplación constituye un elemento específico del cristianismo, pero ella es, al mismo tiempo, un fenómeno de tipo muy hondamente humano y por tanto religioso, vinculado al “ver y escuchar” en profundidad, en la línea de aquello que siempre han sabido videntes y profetas, poetas y amantes y, de un modo especial, los místicos.

Mística y contemplación van unidas, pero tienen matices diferentes, sobre todo en lo que se refiere al amor. (1) El místico (en contra del mismo impulso dialogal de fondo que le anima) podría acabar siendo un solitario, alguien que explora su propio misterio divino, buscando su hondura superior, un nivel de realidad que sobrepasa el nivel sentimientos y deseos de la mente. (2) Por el contrario, el contemplativo está siempre abierto al encuentro entre personas: sabe mirar con intensidad, descubre y admira el valor de los demás, pudiendo avanzar así en la línea del diálogo personal, del amor mutuo. Cierto tipo de místicos pueden acabar amando su propia verdad interior (o su vacío), sin diálogo con otros. Por el contrario, el contemplativo ha de hallarse dispuesto no sólo a mirar/amar a los demás, sino a dejar que ellos le amen, dejándose influir por ellos, pues goza cuando les miran y le miran. Lógicamente, para que culmine y alcance su plenitud, como hermana de la amistad y/o el amor, la contemplación tiene que ser recíproca: mirar y ser mirado, amar y ser amado.

Por eso, decimos que el evangelio, buena nueva de reino, ha sido y sigue siendo una experiencia contemplativa, una mística de encuentro de amor. Jesús ha buscado a los hombres y mujeres de su entorno, les ha ofrecido amor en gesto poderoso de transformación y ha dialogado con ellos por encima de todas las posibles leyes que separan y distinguen a unos de los otros. Estrictamente hablando, él ha sido un contemplativo en el mundo, un místico de la trasformación social. Así ha desplegado el amor como mirada directa, como diálogo de amistad fundada en Dios, en transparencia fuerte, desde el centro de una sociedad convulsionada por todas las imposiciones y mentiras del mundo. Por eso, la herencia de su reino (su Espíritu) debe expresarse en formas de comunicación mística (es decir, en el misterio): en diálogo de amor inmediato, de mirada a mirada, de corazón a corazón. Por eso, sabiendo mirar a Jesús en clave de amor, el contemplativo cristiano ha de expresar y expandir su mirada en apertura hacia los hombres y mujeres que viven a su lado, en comunicación gratuita que puede interpretarse en claves de enamoramiento. Lógicamente, los grandes creadores cristianos han desarrollado la contemplación cristiana en formas de diálogo con Jesús. Entre ellos citamos a Ignacio de Loyola y a Juan de la Cruz.



1) Ignacio de Loyola es un contemplativo/místico que traduce su encuentro con Jesús en forma de trabajo por el reino. Le han acusado a veces de racionalista, le han tomado como un varón seco, de puro mando y ley. Pues bien, podemos recordarle como hombre de contemplación, de encuentro personal con Jesús: partiendo de la mirada de amor a su dama, él ha pasado al encuentro organizado y fuerte con Jesús, que ha cambiado de un modo radical su vida y obra. Sólo a partir de ese encuentro y para ofrecer a otros la experiencia de su contemplación, ha elaborado Ignacio unos Ejercicios espirituales, expresando en ellos su diálogo con Jesús, cuya vida él ha ido asumiendo, desde el nacimiento hasta la pascua. Ciertamente, el amor no se aprende en ejercicios, ni la contemplación con leyes, pero ambas, contemplación y amor, han de organizarse en camino de descubrimiento del amado. En ese sentido, los ejercicios de Ignacio de Loyola no son lecciones para conseguir amor, sino a la inversa: expresión y despliegue del amor ya recibido como gracia. Quien realiza les ejercicios va recorriendo los momentos fundamentales de lavida de Jesús, saboreando los signos de su amor, para no perder ninguno de los elementos de su vida (nacimiento, misión pública, pascua).

Ignacio no es místico intimista, no busca lo sagrado en el vacío de la mente, no quiere fenómenos de transcendimiento sensible, sino que es un contemplativo cristiano. Por eso, a partir del evangelio, quiere recorrer paso a paso los momentos principales de la historia de Jesús, su amigo, a quien va descubriendo como salvador en la cruz y en la pascua. Enese aspecto, los ejercicios pueden y deben entenderse como manual de encuentro con el amado: son etapas de un camino de amor que debe recorrer alguien que se sabe amado (enamorado). El gozo supremo de enamoramiento consiste en ir descubriendo al amigo, en conocerle mejor, en agradarle paso a paso, gesto a gesto, como indica Ignacio en su libro de Ejercicios Espirituales, en los que desarrolla los diversos momentos de la mística de la vida activa, según el Espíritu de Cristo. Amar a Jesús y seguirle, de un modo comprometido, en el camino que empieza por su nacimiento y culmina por su entrega y pascua, tal es el signo y presencia del Espíritu de Dios en los cristianos. Lógicamente, antes de iniciar el recorrido de lavida de Jesús, Ignacio dirá que sus ejercitantes han de alistarse” en las filas de Jesús, para “conquistar todo el mundo… y así entrar en la gloria del Padre” (Ejercicios 95).



2) Juan de la Cruz es un contemplativo más libre, un genio de la poesía, que cultiva la experiencia del amor enamorado, la contemplación de Jesús como amado/amigo. Por eso no elabora unos Ejercicios espirituales, sino un Cántico espiritual. El tema de fondo de Ignacio y Juan es el mismo (ambos buscan el encuentro con Jesús), pero los matices y momentos del camino se distinguen. Ignacio ha querido destacar uno por uno los momentos de la vida de Jesús, a fin de que por ellos quede fundada y transformada en amor la vida del creyente, a quien ofrece unos “ejercicios” espirituales. Por el contrario, Juan de la Cruz no siente la necesidad de ir distinguiendo los momentos, pues todos se encuentran centrados en la experiencia básica de Jesús como amado/amigo que transforma en amor a los creyentes. Los dos son enamorados, pero de un modo distinto. Ignacio es enamorado activo y así cumple las tareas del amigo, siguiendo su camino, realizando su tarea eclesial. Por el contrario, Juan de la Cruz es simplemente enamorado: por eso, en el centro de su Cántico ha puesto el canto lecho de amor, lugar de encuentro florido, “de cuevas de leones enlazado, / en púrpura tendido…” (Cántico B, 24). Por encima de la acción está el descanso, el sábado del júbilo gozoso de la vida.

Frente a los ejercicios de Ignacio, fundados en Jesús y abiertos a la tarea pastoral dentro del mundo, Juan de la Cruz ha desarrollado sólo el ejercicio del amor. No necesita conquistar el mundo, no quiere cambiar las condiciones de la tierra. Le basta con amar. Contempla a Jesús y se deja contemplar por él, iniciando un camino de profundización afectiva y gozosa que culmina en una mística enamorada: “Gocémonos, amado, / y vámonos a ver en tu hermosura / al monte y al collado / do mana el agua pura; / entremos más adentro en la espesura” (Cántico B, 36). Los amantes no tienen que hacer más: simplemente mirarse uno al otro, contemplarse en la más honda soledad del enamoramiento. Vámonos a ver…, esta es la palabra clave. Esta es la culminación del camino. La hermosura del amado hace que ambos puedan contemplarse y gozar, mostrándose uno al otro lo más hondo que tienen (¡aquello que mi alma pretendía!: Cántico 38). Ésta es la única tarea del amor, amarse:”En la interior bodega /de mi Amado bebí, y cuando salía / por toda aquesta vega, ya cosa no sabía / y el ganado perdí que antes seguía. / Mi alma se ha empleado, / y todo mi caudal en su servicio; / ya no guardo ganado, / ni ya tengo otro oficio, /que ya sólo en amor es mi ejercicio” (Cántico B 26, 28; cf. Teresa de Lisieux*, Ms A, 83r, 244 ).

Ni Ignacio ni Juan de la Cruz han sido místicos en el sentido intimista de ese término, sino contemplativos cristianos. Los dos han centrado su vida y proyecto en el amor de Jesús. Los dos han trazado unos camino de comunión con Jesús, que han influído mucho en la iglesia moderna. Para Ignacio, ese encuentro con Jesús se expresa en unos Ejercicios espirituales, dirigidos a cambiar el mundo en Cristo. Para Juan de la Cruz, la contemplación va vinculada a un Cántico espiritual, dirigido a ensalzar las grandezas del amor enamorado. Ellos no han buscado el vacío de la mente, no han puesto de relieve los fenómenos de transformación de los sentidos o la inteligencia, sino sólo el amor que transforma la vida. Buscan a Jesús y disfrutan de su contemplación, transformando con ella su existencia. Uno y otro desean y contemplan al amigo, acentuando en cada caso unos rasgos diferentes. Ignacio le interpreta como Señor o Capitán que pide nuestra colaboración para culminar su tarea. Juan de la Cruz le ha visto y encontrado como amado del alma (y esposo), en simbología de fuerte raigambre bíblica. Desde ese fondo puede y debe plantearse el tema de la vida contemplativa de los religiosos cristianos, especialmente de los monjes y monjas, que son más contemplativos que activos.

[1] Presentación y texto de Filón, Vida contemplativa, en J. M. Triviño, Obras completas de Filón de Alejandría V, Acerbo, Buenos Aires 1976, 153-176 y en S. Vidal, Filón de Alejandría. Los Terapeutas, Sígueme, Salamanca 2005. Sobre la contemplación cristiana, cf. M. J. Fernández, Vida y contemplación, San Pablo, Madrid 1996; Th. Keating, La mejor parte. Etapas de la vida contemplativa, Desclée de Brouwer, Bilbao 2004; La condiciòn humana. Contemplación y cambio, Desclée de Brouwer, Bilbao 2005; J. Leclerc, Vida religiosa, vida contemplativa, Mensajero, Bilbao 1970; Th. Merton, Acción y contemplación, Kairós, Barcelona 1982, Meditación y contemplación, PPC, Madrid 1999; X. Pikaza, Amor de Hombre, Dios enamorado. San Juan de la Cruz, Desclée de Brouwer, Bilbao 2004; S. Thió, La intimidad de un peregrino: diario espiritual de san Ignacio de Loyola, Sal Terrae, Santander 1998

No hay comentarios: