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lunes, 1 de agosto de 2011

Romper barreras


Una barrera es, según el diccionario, un obstáculo fijo o móvil que impide el paso por un lugar, una dificultad que impide el logro de un deseo. Los seres humanos inventamos las barreras. Cuando nacemos, nuestras pequeñas mentes no entienden qué es una barrera. Los niños están abiertos al mundo. No conocen el miedo más que en el reflejo de los ojos de los adultos. A medida que crecemos y nos transformamos en adultos, el miedo y la inseguridad se encargan de construir en nuestro interior los obstáculos que nos alejarán irremediablemente de nosotros mismos y de los demás.

Hay multitud de barreras, tantas como miedos o diferencias. Hay barreras fronterizas, idiomáticas, culturales, arquitectónicas, sexuales o raciales. Las barreras se construyen porque el miedo las engendra. Esto obedece a una lógica simple que acompaña al hombre desde que la complejidad social creó las estructuras de poder: divide y vencerás. Divide a los hombres en naciones. Divide a los hombres según sus lenguas o sus culturas. Establece barreras alrededor de ellos; hazles ver que lo que hay tras la barrera es peor que lo que ellos conocen. Las barreras existen porque hay alguien que no quiere que las saltes.

En la actualidad, las barreras cada vez son menos visibles. El mundo que habitamos, este universo globalizado, ha convertido la barrera exterior en interior. Ha cambiado la muerte violenta por la muerte lenta, por la depresión. ¿Sabías que en el año 2050, el 60% de la población mundial habrá padecido o padecerá una depresión? Los medios de comunicación, la cultura del ocio, la superficialidad de este mundo económico intentarán convertirte en un esclavo del miedo.

No soy un revolucionario. No creo en las revoluciones violentas, no en nuestro mundo. Creo firmemente en el poder de la palabra, en la razón, en la justicia social, en la fraternidad y en la solidaridad. ¿Alguna vez has oído gritar a miles de personas a la vez por una causa justa? No son gritos lo que salen de sus bocas: es la Humanidad que fluye por el aire venciendo al miedo. Dicen que el hombre es incapaz de volar, pero la fuerza de nuestras voces nos convierte en pájaros que vuelan libres.

La revolución es interior. En estos años grises que nos ha tocado vivir, nuestra conciencia será lo único que nos permitirá cumplir nuestros sueños. Nuestras conciencias, todas las conciencias, son las únicas capaces de unirse para destruir todas las barreras. Si estás leyendo esto, mira durante un minuto dentro de ti. Busca tus barreras, localiza tus miedos, ponles nombre, míralos a los ojos. Abrázalos y notarás como se convierten en tierra al contacto con tus manos. Acuérdate del niño que fuiste, vuelve a amarle y no le olvides. La única patria posible es la infancia. En la infancia el miedo siempre es infundado. Los niños corren y saltan porque el miedo es incapaz de ponerles grilletes.

Siempre hay un ejemplo para hablar de la necesidad de destruir las barreras. El mío es muy cercano. Lo viví en primera persona y quizás es lo que más recuerdo de él. Con 13 años, le pusieron un corsé a mi hermano para curar una grave escoliosis que le acosaba desde los 4 años de edad. El corsé era una estructura de hierro y plástico que le daba aspecto de autómata, con una sujeción en la parte alta de la columna que era visible por el cuello y la nuca. Como es lógico en cualquier niño de su edad, no quería llevarlo. El día que se lo pusieron, mi madre le dijo que si no quería llevarlo al colegio, se lo quitaría, para evitar las burlas de sus compañeros. Lo que hizo mi hermano a continuación jamás lo olvidaré. Miró a mi madre y le dijo que no, que lo llevaría puesto ese día y todos. Acto seguido cogió la mochila y se dirigió al colegio. Al llegar a casa, le pregunté si se habían metido con él. Me explicó que al llegar, un grupo de niños le señalaron y se rieron, insultándole desde lejos. Se acercó a ellos, poniéndose delante, y les dijo que si tenían algún problema con su corsé, que se lo dijeran a la cara. Le miraron y vieron la misma determinación en sus ojos que yo vi. Nadie dijo una palabra más, y mi hermano fue a clase. Nunca volvieron a decirle nada.

Mi hermano tenía 13 años, pero ese día se convirtió en un hombre. Los otros callaron porque en los ojos de mi hermano no había miedo. Los niños que le insultaron lo hicieron porque lo diferente nos asusta. Es nuestro miedo el que nos hace gritar e insultar a los otros, escarneciéndolos y riéndonos de su desgracia. A mi hermano le respetaron porque en sus ojos había orgullo y valentía.

Su valentía es para mí un ejemplo. Su determinación evidencia que para romper una barrera hay que acercarse a ellas. Cuando estemos lo suficientemente cerca, descubriremos que las barreras están hechas de tierra en descomposición. Rómpela y avanza hacia delante. Convierte tu conciencia en tu única bandera y la fuerza de tu garganta en tu himno. Avanza con la luz en tus ojos. Sólo entonces el mundo será tuyo.

* Javier Martín Calderón es licenciado en Periodismo

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