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jueves, 18 de agosto de 2011

XXI Domingo del T.O. (Mt 16, 13- 20) - Ciclo A: LAS PREGUNTAS DE JESÚS



1. ¿Quién decís que soy yo? El pasaje evangélico de hoy, con sus preguntas y respuestas, nos resulta "a posteriori" fácil de entender, a pesar de la acumulación de imágenes y giros semitas: piedra (y el consiguiente juego de palabras), edificar, poder del infierno, llaves, atar y desatar, etc. Pero un examen detenido del texto suscita interrogantes inevitables que son eco de las dos preguntas de Cristo a sus amigos:

1ª. ¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?

2ª. Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Cuestionario que sigue abierto y que solamente desde la fe puede tener contestación cumplida.


La respuesta de los apóstoles a la primera pregunta es bastante obvia. El pueblo sencillo, impresionado por la personalidad, doctrina y milagros del rabí de Nazaret, lo tiene por un profeta. Unos lo identifican con Juan Bautista redivivo, a quien había hecho decapitar Herodes Antípas, otros con el mítico Elías que ha vuelto, o bien con el profeta Jeremías.

Pero Jesús sigue preguntando: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? La respuesta de Pedro a esta segunda pregunta de Jesús es ya más comprometida. Es una profesión de fe mesiánica que adquiere altura teológica. En nombre de todos, tomó la palabra Pedro y dijo: Tú eres el Mesías, el hijo de Dios vivo. La primera parte de la confesión del apóstol Pedro: "Tú eres el Mesías" es importante; pero se queda lejos de la segunda parte: "el hijo de Dios vivo". Afirmación cristológica que supone ya la revelación del Padre, como dice Jesús, es decir, la fe pascual.

A raíz de su confesión de fe, Pedro es objeto de una promesa formal de Jesús: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Cristo le cambia así el nombre de Simón por el de Kefas (=piedra, en arameo; Petros, en griego), y hace un juego de palabras con su nuevo nombre. En la Biblia dar nombre a una persona significa conferirle una misión especial. Efectivamente Pedro y sus sucesores desempeñarán una función relevante en el nuevo pueblo de Dios: ser la roca y fundamento visible de su permanencia y unidad. Después añade Jesús: Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates, desatado.

Las llaves significan la autoridad y el gobierno sobre la casa y la ciudad; imagen todavía actual y aplicada simbólicamente en el caso de huéspedes ilustres. Y la potestad de atar y desatar expresa, además de la autoridad, también el gobierno, el magisterio, el discernimiento y el juicio absolutorio o condenatorio. Todo ello constituye el primado eclesial de Pedro.


2. Pregunta clave para el creyente. La pregunta más decisiva y actual de las dos que contiene la "encuesta" de Jesús es la segunda: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Interrogante que sigue abierto, hoy como ayer, esperando nuestra respuesta. Es la pregunta central de la religión cristiana, pues contiene la razón de nuestra fe y el fundamento de nuestra vida y conducta. ¿En quién creemos? Pregunta que hemos de responder cada uno con absoluta sinceridad, sabiendo que en la respuesta nos va el ser o no ser cristiano, pues no se queda en lo periférico sino que toca el núcleo de nuestra fe religiosa.

El examen, siempre actual, que nos hace Cristo admite, entre otras, estas tres formulaciones desde diversos ángulos de enfoque o puntos de vista:

1ª. Quién es Jesús en sí mismo: su persona, su doctrina, su obra, su misión.

2ª. Quién es Jesús para mí.

3ª. Qué significa Cristo para el hombre y el mundo actuales.

Para el primer interrogante bastaría una contestación dogmática y teológicamente correcta; por ejemplo la del credo, la del catecismo, e incluso la de una clase de religión. Para el segundo hace falta ya una respuesta más comprometida, que supone una vivencia personal; respuesta en profundidad que no se satisface con fórmulas hechas, ya sean bíblicas como la confesión de Pedro en el evangelio de hoy, o de teología dogmática cuya síntesis más completa tenemos en el credo o profesión de fe que recitamos en la misa. Responder al tercer punto de vista implica además la imagen que de Cristo refleja la comunidad eclesial.


3. Respuesta comprometedora. La respuesta personal está condicionada, a su vez, por nuestra propia estructura psicológica con sus centros de interés en cada edad de la vida, por la formación cristiana y por la práctica religiosa más o menos asidua. De ahí que nuestra idea personal sobre Cristo puede ser próxima o distante, viva o anquilosada, completa o parcial. Pues bien, en esa misma medida es comprometedora. Si confesamos a Cristo como hijo de Dios, su palabra y su estilo de vida nos juzgan, pues él es el maestro y modelo a seguir en su doctrina, criterios y conducta; y si proclamamos a Cristo como revelador del Padre, entramos en un círculo que encierra simultáneamente la paternidad de Dios sobre nosotros y nuestra fraternidad respecto de los demás.

Necesitamos conocer a fondo a Jesús y saber siempre más de su persona, leyendo su evangelio, tratándolo directamente de tú a tú, y hablando con él en la oración espontánea. Así lo amaremos cada vez más y lo seguiremos con fidelidad renovada, testimoniando su persona y su mensaje ante los demás. Cristo es un ser vivo, una persona; y a las personas solamente desde la amistad y el amor se les llega a conocer en profundidad.

Igual que el apóstol Pedro, tenemos la respuesta exacta de nuestra fe a la pregunta sobre la identidad de Jesús; pero hemos de añadir la respuesta de nuestra vida para hacer creíble ante el mundo nuestra profesión de fe cristiana. La imagen que de Cristo ofrecemos los cristianos es decisiva para que el mundo crea en él, al ver toda nuestra vida iluminada por su persona y orientada al amor, servicio, comprensión y solidaridad con los hermanos, especialmente con los más necesitados.

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