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sábado, 27 de agosto de 2011

XXII Domingo del T.O. (Mt 16, 21- 27) - Ciclo A: SOLO PARA AGUAFIESTAS



Nuestra espiritualidad cristiana está basada, en muchos casos, sobre malas interpretaciones de las palabras de Jesús. Y así nos luce el pelo a los católicos. El alejamiento de la Biblia, que ha practicado durante siglos la teología, ha tenido consecuencias desastrosas para el catolicismo.

Hoy, más que nunca, es necesario volver al auténtico Evangelio. A ese Evangelio al que la Teología burguesa unas veces ha quitado el aguijón, otras ha utilizado para consolidar intereses de clase, y muchas, con buena voluntad y mucha ignorancia de la lengua, mentalidad y costumbres orientales, ha interpretado exactamente en contra de lo que Jesús mismo quiso decir. Y éste último es el caso de una frase de Jesús que voy a comentar: "El que quiera ser mi discípulo que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz y me siga". Veamos cómo se han interpretado estas palabras del Maestro.


A simple vista, la primera condición para ser cristiano -"negarse a sí mismo"- resulta extraña al hombre de hoy que tiene como meta de vida el placer. La sicología, con toda la influencia que recibe de Oriente, considera clave de la felicidad el polo opuesto: aceptarse a sí mismo. ¿Va Jesús en contra del deseo de felicidad y placer del hombre? Pienso que no.


Negarse a sí mismo es una expresión oriental que significa sencillamente "vivir de cara a los demás, vivir para los otros, no ser egoísta". Pero ¿cómo ha interpretado la Teología espiritual esta frase? Por "negarse a sí mismo" ha entendido fundamentalmente refrenar, reprimir, moderar el cuerpo con sus bajos instintos, ocasión de pecado, casi siempre contra el sexto mandamiento. El cuerpo ha tenido en la moral católica de siglos una coloración negativa y pecaminosa. No en vano para los moralistas, clérigos y frailes, el cuerpo, como fuente de placer y felicidad, era terreno vedado. Predicando esta espiritualidad hemos sentado las bases para devaluar todo lo visible, lo corporal, lo material y placentero, en especial el sexo, y afirmar lo espiritual, el alma, y con ella todo lo que no se ve ni se sabe si existe. ¡Cuántas neurosis habrá provocado esta interpretación del Evangelio en los creyentes sinceros...!


La segunda condición para ser cristiano es "cargar con la cruz". Y también aquí la Teología ha desvariado. Donde Jesús dice "cargar" ha leído "buscar la cruz", sacrificarse, resignarse con los contratiempos de la vida. La cruz, la provocativa cruz de Jesús, se ha convertido en un objeto amable que hay que buscar, fuente de resignación y alienación hasta el punto de hacer del cristianismo "la Religión de la Cruz". Jesús, en cambio, aconseja cargar con ella cuando la coloquen sobre nuestros hombros quienes, al vernos vivir de cara a los demás, nos traten de tontos y se rían de nosotros, intentando acabar con nuestro estilo de vida.


Negarse a sí mismo y cargar con la cruz es necesario para seguir" a Jesús. Y donde dice el Evangelio "seguir" decían los directores espirituales "imitar, ser como Jesús". Al proponerse un modelo tan alto, el creyente experimentaba a diario el fracaso. Era imposible ser como el Maestro. Pero Jesús no dice que lo imitemos, sino que lo sigamos. Que cada uno encuentre su modo de ser y vivir de cara a los demás y así lo siga hasta la muerte, con la convicción, basada en la fe, de que el final no es la cruz, sino la resurrección, la vida , la alegría definitiva.


Al hacer del cristianismo la Religión de la cruz, entendida como término y no como tránsito, hemos hecho de él una religión para gente triste, recelosa y masoquista. Una religión para los aguafiestas de la vida.

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