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domingo, 11 de septiembre de 2011

11 de Setiembre: Día del Maestro en Argentina -


Publicado por La Gaceta

La heroica labor de los docentes itinerantes que enseñan a un puñado de alumnos, lejos del bullicio urbano y en medio de las cumbres tucumanas. Video.

Al atardecer, un pedazo de luna creciente se asoma por la cumbre del cerro, y al otro lado, el sol busca un escondite detrás de la quebrada, mientras abajo, por un sendero pedregoso, dos maestros avanzan despacio, llevando la carga en las alforjas, montados cada uno en su caballo. Van por el camino, levantando tierra con la herradura del animal, galopando contra el viento hacia la escuela Nº70 de Las Arquitas.

Úrsula Ortega se recibió de maestra en 2007. Cuando se enteró de que tenía que enseñar en la alta montaña, lo más difícil fue decirles a sus hijos que iba a ausentarse por varios días. Todavía recuerda a su hija Constanza, de 9 años, llorando en el comedor y de espaldas a ella. "La abuela le había dicho que si lloraba no se dejara ver conmigo las lágrimas, por eso me daba la espalda -dice- me partió el corazón, pero yo tenía que subir a la escuelita".

Así como el trayecto es difícil andando a caballo más de cinco horas por senderos de cabras, cruzando faldas, cuestas y laderas, el desarraigo es la parte más dura para el maestro itinerante. Esteban Sahian tiene 33 años y enseña Matemáticas. "Este trabajo nos obliga a dejar muchas cosas: el hogar, la familia, los afectos, y las comodidades -dice Esteban-. Pero eso también sirve, porque al volver a mi casa valoro todo: abrir la ducha y bañarme, poder levantar un teléfono y pedir una pizza y ya no reniego por cosas que no valen la pena..."

Esteban y Úrsula enseñan el secundario a distancia en los sitios más inhóspitos de la montaña: Las Arquitas, Mala Mala, Anca Juli y Chasquivil. Una semana en cada escuela es el itinerario que deben cumplir. Ellos mismos alquilan los caballos y ya conocen el camino como el rostro de los chicos que esperan su llegada.

José Córdoba vive en El Siambón. Es el hombre que alquila los caballos para que se trasladen los maestros. El baqueano estira la mano para señalar un arbusto enano de hojas verdes. Dice que a esa planta le llaman "yerba i’ sapo". Explica que cuando los lugareños se siente mal del hígado hacen secar las hojas, preparan una infusión y la toman para curarse.

Una mochila de afectos

El miércoles, en la escuela de Las Arquitas, María Isabel Todorovich espera a los maestros. Ella es la directora, pero varias veces al día también debe oficiar de madre, porque algunos chicos viven tan lejos que están obligados a quedarse a dormir. Buscar leña, encender el fuego, calentar el agua, preparar la merienda y cambiar una canilla que no funciona es parte de su rutina.

Con el último hilo de luz natural, Esteban y Úrsula llegan a la escuela. Bajan del caballo y encuentran a la directora subida a una precaria escalera de troncos, con un pincel en la mano, pintando en letras negras el nombre de la escuela en una blanca pared de frente a la montaña. "Para mí esta es una de las mejores experiencias, el hecho de compartir y trabajar desde otra faceta del aprendizaje -asegura María Isabel-. Trabajé 20 años en la capital -recuerda- y siempre fue mi ilusión llegar aquí y palpar la problemática de esta zona, donde todo es difícil, no sólo para llegar, sino también para traer materiales y mercaderías".

Fue en 2009 cuando cambió el destino de María Isabel. Pasó del bullicio urbano de la escuela Rivadavia, en el corazón del microcentro, al canto de los loros al amanecer, el silbido del viento a la siesta, y el silencio de las noches cargadas de estrellas en Las Arquitas.

Celebración y homenaje

El jueves es un día especial en la escuela de Las Arquitas. Un puñado de 12 estudiantes se preparan para celebrar el Día del Maestro. Las alumnas Pamela Gutiérrez y Marta Salazar llegan con una torta de dulce de leche, bañada de crema blanca, que ellas mismas hornearon.

A media mañana, los chicos forman fila en el patio de tierra, alrededor del mástil, mientras en la cocina, María Teresa Salazar atiza el fuego para preparar el menú del día: arroz con albóndigas y salsa roja. El maestro Esteban advierte que la cocinera tiene un secreto para el éxito de las recetas. "La clave -dice ’el profe’- está en la leña del fuego". Orgullosa, la cocinera interrumpe hablando con un cucharón en la mano. "Para que usté sepa -resalta-, uso leña de ’cochucho’ y de ’tusca’ para el fuego, por eso la comida no sale con olor a humo".

De la escuela al trabajo

La maestra Úrsula explica las diferencias de enseñar a los chicos de la alta montaña. "Aquí no podemos darles tarea para la casa -asegura-, porque cuando ellos vuelven con sus padres, lo primero que tienen que hacer es ir a buscar a las cabras o juntar leña para el fuego".

Además de estudiar en la escuela, todos tienen un rol. La directora se ocupa de coordinar a los alumnos que decoran un mural con afiches en homenaje a Domingo Faustino Sarmiento. El acto comienza con el ingreso de los abanderados, se entona el Himno Nacional, y la bandera flamea en lo más alto del mástil con el fondo de la montaña, delante de un puñadito de alumnos parados bien firmes como soldaditos de blanco.

En el patio, la cocinera también entona el Himno y aplaude con el resto de los presentes. Entre todos parecen formar una familia. Es gente pura, amable, sencilla y tan solidaria que da la sensación de que en Las Arquitas, Dios se pasea todos los días...

Después del mediodía se cierra la jornada escolar. Los maestros ensillan los caballos para bajar. Les esperan otras cinco horas a caballo hasta el Siambón. El viernes hay asueto y pueden darse el lujo de volver a sus hogares, lo mismo que los alumnos y la directora. En grupo vuelven cabalgando despacio, haciendo el mismo camino a la inversa.

Cae la noche del jueves cuando Úrsula llega a su casa de Río Seco, después de haber andado a caballo y, luego, subido al ómnibus. "Apenas abro la puerta -dice-, mis hijos saltan de la cama de contentos". Otra vez en familia hasta que llegue el lunes, cuando vuelva a la montaña para enseñar con el ejemplo.

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