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domingo, 11 de septiembre de 2011

Domingo XXIV del tiempo ordinario: No vale llevar la cuenta



"Siempre" Esa palabra bastaría para acallar todas las dudas que podemos tener a la hora de perdonar o no. Jamás se ha de negar una oportunidad aunque a veces sea necesario poner condiciones con el fin de ayudar a la felicidad y a la corrección de aquellas cosas que nos molestan.

Un joven escribió a un afamado maestro espiritual pues quería encontrar en él una respuesta a una inquietud que le traía de cabeza: quería ser cristiano pero no sabía cómo. En una larga carta daba razones y argumentos al maestro para explicarle su situación. El maestro le contesto con una simple nota: Dedícate a dar gratis todo lo que has recibido gratis y lo conseguirás. Serás el mejor de los cristianos. El joven se quedó extrañado con la respuesta y al cabo de los días escribió al maestro una nota en la que ponía “No sé por dónde empezar”. La respuesta fue también breve: Sé generoso y perdona siempre. Sé que es difícil pero ser cristiano no es nada fácil. El joven comenzó poco a poco a poner por obra lo que le había aconsejado el maestro y vio cómo efectivamente con esa forma de obrar se amoldaba más a cuanto iba leyendo y descubriendo en los evangelios.

Nosotros puede que no nos hagamos estas preguntas pero sí podemos preguntarnos si intentamos obrar de esa forma, si somos generosos y perdonamos siempre. Ojo que aquí no valen las excepciones ni las excusas: setenta veces siete le responde Jesús a Pedro, es decir siempre. No podemos olvidar que el amor al prójimo pasa irremediablemente por el perdón gratuito y desinteresado. Lo demás son historias para no dormir o culebrones de sobremesa.

En el evangelio una vez más un acontecimiento de la vida diaria de entonces es puesto como ejemplo para explicar en este caso el perdón. El rey perdona al empleado una suma equivalente a la recaudación anual de una provincia romana y sin embargo el empleado es incapaz de perdonar una deuda insignificante equivalente al jornal de tres meses del asalariado de la más baja categoría. La comparación entre ambas escenas está en la pregunta: “¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?”. Sólo desde la experiencia del perdón del Padre, tiene sentido el perdón ilimitado al hermano. Si no ponemos límites al amor, podíamos preguntarnos ¿por qué somos tan rácanos a la hora de perdonar. Si Dios nos perdona al instante, ¿por qué nosotros exigimos hasta le último céntimo? Si Dios respeta las circunstancias personales siempre ¿por qué a nosotros a veces no nos ablandan? Nos estamos topando ni más ni menos que con la misericordia divina que es la expresión más bonita de este Dios que se encarna y que nos ha descrito magistralmente el salmo de este domingo. Aunque parece que lo tenemos claro pero nunca está de más insistirlo: Dios es bueno, y su justicia está teñida de misericordia, y su amor perdona hasta en la cruz. Tan bueno que se estremece con el dolor inocente, y llora con cada herida. Su proyecto para la humanidad es de esperanza, no de condena. Y el pecado, antes que enfadarle, le golpea. Con lo cual. la misericordia no excluye sino que ayuda a cambiar; no excomulga sino que llama a la comunión y ofrece, si es necesario, un camino para alcanzarla. No es muy aconsejable vivir intoxicados por una moral, promovida por algunos sectores de la Iglesia, a la que le sobra ley y le faltan misericordia y evangelio.

Tengamos presentes las cicatrices que han dejado en nuestro corazón los conflictos pasados y revistámonos de esas entrañas de misericordia para olvidar y perdonar de verdad, sin reservas. En cada eucaristía, en el cuerpo roto y entregado de Jesús y en su sangre derramada encontramos el mayor ejemplo de generosidad y exceso de toda la historia. El abrazo que Jesús nos da en la cruz en forma de perdón universal, como recordaremos mañana, tiene que borrar en nosotros toda reticencia y excusa a la hora de perdonar. “Lo que gratis habéis recibido dadlo gratis”, ¿por qué lo olvidamos tan fácilmente?

Roberto Sayalero Sanz, agustino recoleto. Colegio San Agustín (Valladolid, España)

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