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domingo, 23 de octubre de 2011

Dom 23 X 2011. Creer es amar (1), único dogma


Publicado por El Blog de X. Pikaza

Dom 30. Tiempo ordinario. Ciclo A. Mateo 22,34-40. Nosotros, católicos del siglo XXI, solemos distinguir la fe (que se expresa en los artículos del credo) y el compromiso o tarea de la vida (que se expresa en los diez mandamientos, que Jesús ha resumido en dos: Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo).
Esta división es buena y sigue estando al fondo de la preciosa Carta Apostólica que Benedicto XVI ha publicado (Puerta de la fe, Porta Fidei), anunciando un “año de la fe”, a partir de octubre del 2012. Nos faltaría la fe, por eso es necesario proclamarla y avivarla. Las obras de la vida vendrán luego.
Digo que esta división es buena, pero no responde a la fe de Israel (AT cristiano), ni a la primera experiencia cristiana, que identifica fe con obras (es decir, con amor), identificando mandamiento y credo.

Cuando el “escriba fariseo” pregunta a Jesús cuál es el mayor mandamiento, y Jesús responde “amar a Dios y amar al prójimo”, tanto el fariseo como Jesús están uniendo “mandamiento” (lo que se vive) y fe (lo que se cree). Para el fariseo, lo mismo que para Jesús, creer es “cumplir” (vivir) el mandamiento; y por su parte, el mandamiento no es una ley externo, un principio impositivo, sino una forma de vida.

Pues bien, para Jesús, la fe-mandamiento es amar: dejarse amar por Dios y amar al prójimo. No hay por una parte fe y por otra vida, sino que la misma vida de amor (el mandamiento) es fe.

No hay por tanto una “ortodoxia” separada de la vida, una especie de creencia que vale aunque no se cumpla… La ortodoxia es la “ortopraxia”, si vale la palabra. Creer es amar, no es otra cosa. Y de esa forma el amor en que se unen Dios y el prójimo, según la respuesta de Jesús, es el único dogma del credo de la primera iglesia . Ante de decir "Jesús es Cristo, Hijo de Dios" (y para poder decirlo), la Iglesia ha de decir, con su vida y obra, no con palabras: Sólo Dios es Dios, y el prójimo es (como) Dios.

Ésta es la fe originaria,la fe protocristiana, el dogma de Jesús, que se expresa en la fe de aquellos que creen con él y como él.

Desde este fondo, esperando comentar un día con más tiempo, la Carta Apostólica del Papa, quiero comentar hoy la respuesta fundante de Jesús, que identifica mandamiento-fe con amor: Dejarse amar por Dios, amar al prójimo.

Retomo así, con un matiz distinto, algunos temas de la primera encíclica de Benedicto XVI (Dios es amor), siguiendo el hilo de mi libro Palabras de Amor (Desclée de Brouwer, Bilbao 2006)

Introducción y texto:

Texto. Mateo 22,34-40 En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos, formaron grupo, y uno de ellos, que era experto en la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: "Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?" Él le dijo: ""Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser." Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo." Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los Profetas."

Éste es el auténtico “credo” cristiano, en su sentido original (vinculado al credo israelita, y de alguna forma a la sahada musulmana): Creer en Dios es amarle (dejarse amar por él), amando al prójimo, como indica este evangelio. En su origen, este evangelio este credo cristiano es judío, pero abierto a todos los que aman en sentido originario (aman a Dios, origen de la vida) y universal (aman a todos los hombres como hermanos, hijos de Dios).

Se suele decir que este doble mandamiento recoge la experiencia más profunda de la teología israelita, que se funda en el Shema (amar a Dios: Dt 6, 4-9; cf. también Dt 11, 13-21 y Num 15, 37-41) y culmina en el mandato de amar a los demás, como propone Lev 19, 18 y otros textos semejantes de la Biblia. Y eso es cierto, todo lo dice este credo es “judío”, y puede ser aceptado por todas religiones que “crean amando” (por encima de otras diferencias de credos particulares y de instituciones sacrales).

Este “doble mandamiento” es judío, todas sus bases son bíblica, pero un investigador muy riguroso (J. P. Meier, Judío marginal IV, 483-505) ha demostrado que en su forma actual (como aparece aquí) no había sido formulado por ningún autor judío. Se trata, según eso, de algo nuevo (muy nuevo) de Jesús, siendo, al mismo tiempo, lo más antiguo.

Jesús ha vinculado de forma íntima fe y mandamiento o, mejor dicho, mandamiento (que es lo que se vive) y fe, entendida como amor (dejarse amar por Dios, amar al prójimo). La fe no se distingue aquí del amor, ni la religión de la vida, ni el amor de Dios se puede separar del amor al prójimo. Ésta es la identidad, la raíz más profunda y propia (y más universal, abierta a todos, sobre todas las confesiones religiosas) del amor cristiano.

Pregunta de los fariseos: organizar los mandamientos (y referencia a Hilel)

Ciertamente, la pregunta es buena, aunque pueda haberse formulado con malicia, porque las diversas escuelas judías discrepaban sobre el “primer” mandamiento… y, además, porque parecía que Jesús no admitía el principio radical del judaísmo: Confesar que Dios es uno.

Los fariseos que así preguntan son hombres cuidadosos en cumplir los mandatos. Además, en contra de lo que suele decirse, su problema no está en que ellos sean numerosos (más tarde se recopilan 248 positivos y 365 negativos, en total 613), pues muchos de ellos resultaban obvios en aquella sociedad; su problema está en la forma de “organizarlo”, destacando el más importante, y entendiendo todo los demás como una aplicación o consecuencia.

Situados en su propio contexto, los judíos del tiempo de Jesús (y sus sucesores rabínicos) no se pueden tomar como legalistas en el sentido peyorativo del término; pero pueden correr el peligro de no haber estructurado “bien” los mandamientos, pensando que todos son igualmente valiosos, a pesar de que algunos, como Hilel, estaban muy cerca de Jesús (o Jesús estaba muy cerca de Hilel, su contemporáneo), cuando decían, como éstas:

«Hilel solía decir: Sé un discípulo de Aarón, ama y busca la paz, ama a los otros hombres y acércalos a la Torá… No te separes de la comunidad, no confías en ti mismo hasta el día de tu muerte, no juzgues a tu prójimo hasta que no estés en sus mismas circunstancias… El inculto no teme al pecado, la gente ignorante no es piadosa, el tímido no aprende, el colérico no es adecuado para enseñar, quien hace mucho comercio no se hace sabio y donde no hay hombre esfuérzate tú por ser hombre» (Misná, Abot, 1, 12; 2, 4).

«No hagas a otro aquello que no quisieras que otro hiciera contigo. Ésta es toda la Ley, el resto es comentario» (Talmud B., Schebiit 31a; cf. Mt 7, 12).

En la línea de Hilel, los judíos rabínicos han querido “organizar” los mandamientos, concretando la Escritura y Tradición en un tipo de código legal, en cuyo fondo ellos buscaban “un” mandamiento (Dios es “uno”: Shema), que se expandía luego en muchos mandamientos. (Por su parte, los cristianos han organizado también los mandamientos, poniendo antes que ellos un tipo de fe y de organización eclesial que puede separarse de la vida real, del prójimo concreto).

Pues bien, Jesús acepta la pregunta. Le piden que diga “cual” es el mandamiento supremo, y responde diciendo dos cosas:

a. Primero: amar a Dios (dejarse amar por Dios, según el Shema). En este contexto Jesús es plenamente. Mantiene la unidad de Dios por encima de todas las cosas.

b. El segundo es “igual” al primero… y se condensa en un solo mandato: Amar al prójimo como a sí mismo”…

Ésta es la novedad de Jesús, que puede compararse con Hilel, pero que da un paso en adelante, al identificar (en su valor) al prójimo con Dios, al poner el compromiso con el prójimo universal (todos los hombres) en el mismo plano que el Shema:

(1) Ha identificado en su valor al segundo mandamiento con el primero: Ha puesto al prójimo a la misma altura de Dios, ha identificado así vida social y religión.

(2) Ha destacado sólo un segundo mandamiento (igual que el primero)… condensando todas las normas y credos de la vida en el amor al prójimo.

Pregunta inicial. El mandato.

El escriba fariseo, hombre del Libro, interpreta a Dios como alguien que tiene poder para mandar, es decir, para imponer unos preceptos a sus creaturas, en caso a los judíos. Ciertamente, en el AT (BH) hay también narraciones liberadoras, himnos de gratitud, revelaciones proféticas, bellas historias de encuentro con Dios...

Todo eso vale, pero a los ojos del escriba resulta secundario: él pregunta por el mandato de la Ley. Ciertamente, su pregunta es buena y veremos que Jesús la admite, pero está sesgada al suponer que en el principio se halla la entolê, es decir, aquello que Dios ha mandado cumplir a los hombres.

En el fondo de los mandamientos, el fariseo busca el mandamiento mayor, como si los 613 preceptos se pudieran condensar en una misma y única raíz. Pues bien, Jesús no responde con uno sino con dos, como indicando que al principio no hay un tipo de monismo (sólo Dios o sólo el hombre) sino un dualismo básico, un diálogo entre Dios y los humanos. A través de este escriba, el buen judaísmo se sitúa ante Jesús y eleva la pregunta sobre el gran mandato. Jesús no elude la pregunta, no rechaza la cuestión como mal planteada; dentro de ella se sitúa y responde con palabras de la misma BH.

Respuesta 1ª. Amar a Dios (con el Shema, de Mc 12, 28-34).

Jesús responde llegando, más allá del mandato en cuanto tal, al fundamento del que brota: escucha, acoge la voz de Dios. Sólo quién oye bien puede cumplir lo mandado. En el fondo de la Ley (lo que debe hacerse) se halla la obediencia, entendida en su sentido original de ob-audire (=escuchar con asentimiento, hyp-akouein). Antes del hacer, en gesto de duro cumplimiento, está el escuchar o acoger la voz de Dios.

En el principio, el hombre es oyente de la Palabra, es decir, aquel que es capaz de ser amado, esto es, de recibir el amor de Dios y responderle. Jesús nos lleva así al centro de la moralidad, que proviene de la capacidad de “escuchar” la Palabra de amor, de acoger la voz de la Vida, como dice el Shema (Dt 6), que está en el fondo de la respuesta de Jesús, tal como ha sido recogida por Mc 12, 28-34. Nuestro pasaje (Mt 22, 27) no recoge esa parte del Shema, pero la supone, como sabe bien todo judío que escucha la parte positiva de su texto: “Amarás…”. Antes de ese mandato (amarás) está la “confesión”, la afirmación creyente: Escucha, Israel (¡escucha hombre!), el Señor es Uno (es el amor).

-- Escucha (hebreo shema', griego akoue): Déjate amar. Este es el principio de todo mandato: oye, es decir, atiende a la voz, acoge la Palabra, déjate amar. En el fondo se dice: no te cierres, no hagas de tu vida un espacio clausurado donde sólo se escuchan tus voces y las voces de tu mundo. Más allá de todo lo que haces y piensas, de todo lo que deseas y puedes, está el ancho campo de la manifestación de Dios: abrirse a su voz, mantener la atención, ser receptivo ante el misterio, ese es el principio y sentido de toda religión, esa es la verdad del mandamiento.

--Israel, es decir, cualquier persona. Israel es aquí la Comunidad de aquellos que "escuchan" a Dios; Israel es la Iglesia de Jesús, la totalidad de los hombres y mujeres capaces de recoger amor (de dejarse amar, naciendo en amor a la vida). Comunidad de personas que se mantienen atentas, oyendo la misma Palabra: ese es el pueblo (esa es la humanidad) que brota de Dios. Quedan en segundo plano los restantes elementos configuradores del Israel concreto (padres comunes, circuncisión, leyes alimenticias, ritos de tipo sagrado... ) o de otros pueblos. Todo eso es secundario.

Sólo la escucha del único Dios configura al único pueblo israelita. En esta palabra del “shema” (escucha) Israel ha descubierto el principio universal de la vida (el hombre es ser amado, capaz de responder en amor), un principio que vale para todos los hombres y pueblos. Israel es Israel porque es más que Israel: un pueblo humanidad, pueblo para la humanidad.

-- El Señor, muestro Dios, es Señor único. Pagano (en el sentido negativo) es quien se pierde adorando muchas voces y así acaba escuchándose a sí mismo (a sus ídolos). Israelita, en cambio, es quien sabe a acoger al único Dios (que es "nuestro", de Israel, siendo universal). La palabra fundante del mandato pide al creyente que "escuche" sólo a Dios, a un Dios que uno (ehad, heis): que se deje transformar por él, que acoja su revelación (que es amor)… y que no crea a ningún otro posible "señor" de los que existen (quieren imponerse) sobre el mundo.

La unidad de Dios es “unidad de amor fundante”. Sólo hay un Dios/Señor (Yavé, Kyrios…) porque hay un amor originario que lo crea y lo sostiene todo. Eso significa que el “poder” es amor (que no hay más poder que el amor), es decir, que el amor todo lo puede, todo lo hace.

--Amarás... Dios habla desde su propia transcendencia gratificante, como amor… Habla Dios amando todo, y haciendo así que todo sea (como sabe y dice el libro de la Sabiduría, comentando el Shema y el principio de la creación). Pues bien, Dios ha creado al ser humano de tal forma que le hace capaz de responderle, es decir, de escucharle en amor y responderle amando, en comunicación personal.

Esta “amarás” que Dios dice al hombre no es, por tanto, ninguna imposición, sino más bien, una capacitación, una liberación para el amor… Si el amor se impone como ley no es amor. Por eso, lo que aquí se llama “mandamiento” no es ninguna forma de obligación, a no ser que se esa palabra se tome en sentido literal, como “ligación” (religación): Dios hace al hombre como es Él (el mismo Dios), como ser capaz de acoger su amor y responderle amando.

Por eso, decir “amarás” significa decirle al hombre que sea él mismo, que reconozca su identidad y su grandeza, que se atreva a “amar”, es decir, a vivir en libertad creadora, a “recrear el mundo amando”. En ese sentido, amar es liberar: dejar en libertad al hombre, para que sea él mismo, para que se arriesgue a vivir en amor.

En esta perspectiva, el amor del hombre no es el punto de partida (¡no somos nosotros los que amamos primero!), sino una respuesta: Podemos amar porque somos amados. Ese amor no es algo que brota por instinto natural (que no es cosa mala, pero es insuficiente), no es una simple expansión de la especie. Entendido en sentido fuerte, ese amor es gesto de respuesta agradecida, algo que brota cuando se descubre que Dios nos ha ofrecido su palabra y asistencia.

Esta es una paradoja: apoyado en la tradición israelita, con otros judíos de su tiempo, Jesús manda lo que no puede mandarse (lo que no puede ser objeto de ningún imperativo). Su entolê o mandato expresa no aquello que debemos hacer sino aquello que somos, como seres fundados en la gracia del Dios que nos habla.

Amar a Dios, ser amado por Dios, concreciones:

Cuando se dice que Dios es Uno (Ehad, Heis) se está diciendo que es sólo y puro amor. Se está diciendo que no hay otro principio: No hay un odio frente (contra) el amor; no hay ningún tipo de divinidad alternativa (cosmos o destino, dios o diablo…). Sólo el amor es Dios, y sólo hay un Dios (un principio de toda realidad) que es el amor.

Pues bien, frente a todos los restantes “animales” conocidos, el hombre es el único que puede escuchar la voz de amor de Dios, como Gracia y Palabra fundante a la que él pude responder. Como agraciado de Dios, capaz de acoger su palabra/amor y responder, viene a descubrirse aquí el israelita (es decir, todo hombre o mujer que cree).

Por eso, en el primer momento de su oración y compromiso hay una confesión de fe. Esta es la paradoja: la escucha gratuita de Dios se vuelve principio de gracia. Ciertamente, el amor no se puede imperar: si se cumple por obligación ya no es amor. Pero se debe animar y potenciar

- Amarás... No es imposición, sino desbordamiento. Así surge el amor como respuesta al amor recibido. Éste no es gesto que el hombre ha creado sino gozo que brota allí donde acoge la voz de Dios. No puede responder quien no ha escuchado: no puede amar quien no se ha descubierto llamado por Dios, elegido por su gracia.

-- Al Señor, tu Dios. Pasamos de Israel colectivo (pueblo que escucha la voz de Dios, humanidad entera) a cada uno de sus miembros: la respuesta ha de ser individual. Por eso, cada israelita da gracias a Dios por su llamada, en gesto de profundo reconocimiento. En el principio de todo amor se encuentra Dios, fundamento y sentido originante de la vida.

--Con todo tu corazón/alma/mente/fuerzas. Para este amor de Dios no hay medida, no hay talión posible (¡ojo por ojo!). Desborda Dios los límites y leyes de los hombres. Por eso, el amor viene a expresarse como una potenciación infinita del mismo ser humano.

Observemos la profunda relación que existe entre el escucha (propio del oído interior) y el ama (propio del corazón). En el original hebreo aparecen junto al corazón el alma y el poder (naphseka, me'odeka). El evangelio, conservando esos dos términos (psychê, iskhys), añade uno más, dianoia o mente, ofreciendo así una visión más abarcadora del ser humano, que es corazón, capacidad de amor… corazón animado, razonador y fuerte (alma, pensamiento y poder).

Conforme a esta visión, el hombre es un ser no definible: no se le puede encerrar en unos límites; no se le puede calcular usando coordenadas ya sabidas de antemano; no se le puede encuadrar en ningún tipo de ley. Esta es la paradoja: parecía necesaria una ley para definirnos; y Jesús responde, con todo el verdadero AT, que no existe tal ley, pues la ley/medida humana es superar toda medida, haciendo que desborden corazón/mente/alma/fuerzas, en cambio abierto a lo divino (amarás al Señor… con todo tu corazón).

(Continuará).

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