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sábado, 15 de octubre de 2011

Evangelio Misionero del Día: 16 de Octubre de 2011 - XXIX Domingo del T.O - CICLO A


No hay otro como yo

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 22, 15-21

Los fariseos se reunieron para sorprender a Jesús en alguna de sus afirmaciones. Y le enviaron a varios discípulos con unos herodianos, para decirle: «Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas con toda fidelidad el camino de Dios, sin tener en cuenta la condición de las personas, porque Tú no te fijas en la categoría de nadie. Dinos qué te parece: ¿Está permitido pagar el impuesto al César o no?»
Pero Jesús, conociendo su malicia, le dijo: «Hipócritas, ¿por qué me tienden una trampa? Muéstrenme la moneda con que pagan el impuesto».
Ellos le presentaron un denario. Y Él les preguntó: «¿De quién es esta figura y esta inscripción?»
Le respondieron: «Del César».
Jesús les dijo: «Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios».

Compartiendo la Palabra
Por José Antonio Pagola

¿QUE ES CREER EN DIOS?

Se habla a veces de manera tan superficial sobre las cuestiones más importantes de la vida, y se opina con tal ignorancia sobre la religión, que hoy se hace necesario aclarar, incluso, las cosas más elementales. Por ejemplo, ¿qué significa creer en Dios?

En el lenguaje ordinario, «creer» puede encerrar significados bastante diferentes. Cuando digo «creo que lloverá», quiero decir que «no sé con certeza, pero sospecho, intuyo... que lloverá». Cuando digo «te creo», estoy diciendo mucho más: «me fío de ti, creo en lo que tú me dices». Si alguien dice «yo creo en ti», está diciendo todavía algo más: «yo pongo mi confianza en ti, me apoyo en ti». Esta expresión nos acerca ya a lo que vive el que cree en Dios.

Cuando una persona habla «desde fuera», sin conocer por experiencia personal lo que es creer en Dios, piensa, por lo general, que la postura del creyente es, más o menos, ésta: «No sé si Dios existe, y no lo puedo comprobar con certeza, pero yo pienso que sí, que algo tiene que existir.» De la misma manera que uno puede creer que hay vida en otros planetas, aunque no lo pueda saber con seguridad.

Sin embargo, para el que vive desde la fe, «creer en Dios» es otra cosa. Cuando el creyente dice a Dios «yo creo en Ti», está diciendo:

«No estoy solo, Tú estás en mi origen y en mi destino último;

Tú me conoces y me amas;

Tú no me dejarás nunca abandonado, en Ti apoyo mi existencia; nada ni nadie podrá separarme de tu amor y comprensión. »

Esta experiencia del creyente tiene poco que ver con la postura del que opina «algo tiene que haber». Es una relación vital con Dios: «Yo vengo de Dios, voy hacia Dios. Mi ser descansa y se apoya en ese Dios que es sólo amor.»

Por eso, para creer, lo decisivo no son las «pruebas» a favor o en contra de la existencia de Dios, sino la postura interior que uno adopta ante el misterio último de la vida. Nuestro mayor problema hoy es no acertar a vivir desde «el fondo» de nuestro ser. Vivimos por lo general, con una «personalidad superficial», separados del «fondo». Y esta pérdida de contacto con lo más auténtico que hay en nosotros, nos impide abrirnos confiadamente a Dios y nos precipita en la soledad interior.

Lo triste es que ese vacío que deja la falta de fe en Dios, no puede ser sustituido con nada. Podemos hacer que nuestra vida sea más agradable poniendo en marcha algunos resortes sicológicos. Pero nada puede aportar la estabilidad y salud interior que experimenta el creyente:

«Mi pasado pertenece a la misericordia de Dios,

mi futuro está confiado a su amor,

sólo queda el presente para vivirlo de manera agradecida.»

Según el relato evangélico, unas gentes se acercan a Jesús con estas palabras: «Sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad. » Esa debería ser hoy una de nuestras tareas: ser sinceros y ayudarnos unos a otros a descubrir el verdadero «camino de Dios».

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