Publicado por Fe Adulta
ANÁFORA
Es justo, es obligado que no nos cansemos nunca de darte gracias,
Señor Dios, porque has actuado con nosotros como un padre y una madre
y has salido a nuestro encuentro, te has adelantado a darnos tu cariño,
sin esperar siquiera a que te correspondamos.
Gracias por ser como eres, puro amor, pura bondad y generosidad.
Gracias porque estás en nuestro interior,
porque nos sostienes y nos das la vida.
Gracias porque no quieres que ninguno de nosotros sufra ninguna penalidad.
Te confesamos, Padre, que nos cuesta imaginar tu amor incondicional, gratuito,
porque somos irremediablemente interesados cuando amamos a los nuestros.
Humildemente, pero también con cariño de hijos,
queremos expresarte ahora nuestro agradecimiento
entonando este viejo himno en tu honor.
Santo, santo…
Te damos gracias de una manera especial, Dios nuestro, por tu hijo Jesús.
Su atractivo y liderazgo nos ha reunido en torno a Ti.
Jesús es la prueba viviente de tu amor hacia nosotros.
Su vida acompasó una total entrega a los demás con una continua oración.
Y tanto llegó a identificarse contigo que conocerle a él es como conocerte a Ti.
Él nos ha enseñado en sus parábolas que nos buscas, que nos esperas,
que te interesamos, que te alegras cuando volvemos la mirada hacia Ti
que celebras fiestas en el cielo cuando nos encontramos con nosotros mismos
y nos ponemos de nuevo al servicio de nuestros hermanos.
Padre de Jesús y Padre nuestro, tratamos ahora de recordar toda su vida,
repitiendo las palabras y gestos de su cena de despedida,
partiendo y repartiendo este pan y brindando con este vino.
Epíclesis y fracción del pan
Recordamos agradecidos la vida entera de Jesús, tu hijo.
Este sacramento simboliza su compromiso vital con la humanidad.
Queremos que represente también nuestro testimonio personal y comunitario.
En la medida de nuestra limitación queremos seguir a Jesús,
ser sus testigos, luz y sal para la gente de hoy.
Sabemos que no haces milagros, que los milagros los debemos hacer nosotros,
porque has delegado en nosotros la responsabilidad de gobernar este mundo
y nuestra misión es hacerlo mucho menos injusto y mucho más solidario.
Danos tu espíritu, Padre, y envíanos como mensajeros tuyos,
ayúdanos, para que entre todos los seres humanos de buena voluntad construyamos tu reino, hagamos realidad tu proyecto.
Te damos las gracias por haber acogido en tu regazo de Padre-Madre
a nuestros familiares y amigos difuntos.
Y te bendecimos ahora, ellos y nosotros, junto con tu hijo Jesús,
como querríamos hacerlo por toda la eternidad.
AMÉN.
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PRINCIPIO
Nos reunimos alrededor de tu mesa, Padre,
porque tú nos invitas, porque siempre nos das otra oportunidad,
porque nunca te cansas de hablarnos de animarnos, de perdonarnos.
Gracias, Padre, porque tu amor nunca se cansa.
Por tu hijo Jesús, Señor y hermano nuestro.
OFRENDA
Jesús fue pan y vino para todos.
Jesús sigue siendo muestro pan y nuestro vino.
Queremos comulgar con Él,
por eso traemos aquí nuestro pan y nuestro vino,
toda nuestra vida, para ofrecerla a tu Reino.
Por tu hijo Jesús, Señor y hermano nuestro.
DESPEDIDA
Terminamos la Cena del Señor,
y nos sentimos bien, alimentados, alentados, más creyentes.
Gracias Padre, que no nos falte nunca tu pan y tu palabra.
Por tu hijo Jesús, Señor y hermano nuestro.
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LA VIÑA DE MI AMIGO
Mi amigo tenía una viña en fértil collado.
Como hábil labrador la entrecavó, la despedró,
y plantó buenas cepas;
la rodeó con una cerca,
construyó en medio una atalaya
y un lagar para recoger el fruto de la cosecha.
Mi amigo amaba su viña
tanto como su casa solariega,
pero tuvo que ausentarse por sus múltiples tareas.
Antes de irse nos eligió e hizo de su cuadrilla
y nos dejó al frente de su viña;
nos marcó nuestro trabajo,
llenó nuestra existencia de tiempo y riqueza,
y nos regaló sus propias herramientas.
Él, que tan bien nos conoce,
creía que estando solos,
sin dioses que nos miren y controlen,
trabajaríamos mejor.
Pasaron años y cosechas,
pero mi amigo no olvidaba su viña
y quiso probar los frutos de su heredad predilecta.
Envió a sabios criados que no lograron nada;
envió a criados dialogantes que volvieron al instante;
envió a criados fuertes que volvieron con las espaldas marcadas;
envió a profetas que nadie escuchaba;
envió a su hijo, el que había sido camarada
y elegido a los labradores...
Pero éstos lo mataron con saña,
se creyeron dueños de la viña
y se dieron a la buena vida.
Olvidaron su tarea,
y la viña, en vez de olorosa uva,
empezó a dar agrazones en toda circunstancia.
¿Qué hará mi amigo ahora con su viña y los labradores?
¡Pues contarles, una y otra vez, la historia,
para ver si la entienden y se convierten,
y logra un final feliz, que es lo que él quiere!
Señor, estén mis oídos atentos
a escuchar tu palabra.
ANÁFORA
Es justo, es obligado que no nos cansemos nunca de darte gracias,
Señor Dios, porque has actuado con nosotros como un padre y una madre
y has salido a nuestro encuentro, te has adelantado a darnos tu cariño,
sin esperar siquiera a que te correspondamos.
Gracias por ser como eres, puro amor, pura bondad y generosidad.
Gracias porque estás en nuestro interior,
porque nos sostienes y nos das la vida.
Gracias porque no quieres que ninguno de nosotros sufra ninguna penalidad.
Te confesamos, Padre, que nos cuesta imaginar tu amor incondicional, gratuito,
porque somos irremediablemente interesados cuando amamos a los nuestros.
Humildemente, pero también con cariño de hijos,
queremos expresarte ahora nuestro agradecimiento
entonando este viejo himno en tu honor.
Santo, santo…
Te damos gracias de una manera especial, Dios nuestro, por tu hijo Jesús.
Su atractivo y liderazgo nos ha reunido en torno a Ti.
Jesús es la prueba viviente de tu amor hacia nosotros.
Su vida acompasó una total entrega a los demás con una continua oración.
Y tanto llegó a identificarse contigo que conocerle a él es como conocerte a Ti.
Él nos ha enseñado en sus parábolas que nos buscas, que nos esperas,
que te interesamos, que te alegras cuando volvemos la mirada hacia Ti
que celebras fiestas en el cielo cuando nos encontramos con nosotros mismos
y nos ponemos de nuevo al servicio de nuestros hermanos.
Padre de Jesús y Padre nuestro, tratamos ahora de recordar toda su vida,
repitiendo las palabras y gestos de su cena de despedida,
partiendo y repartiendo este pan y brindando con este vino.
Epíclesis y fracción del pan
Recordamos agradecidos la vida entera de Jesús, tu hijo.
Este sacramento simboliza su compromiso vital con la humanidad.
Queremos que represente también nuestro testimonio personal y comunitario.
En la medida de nuestra limitación queremos seguir a Jesús,
ser sus testigos, luz y sal para la gente de hoy.
Sabemos que no haces milagros, que los milagros los debemos hacer nosotros,
porque has delegado en nosotros la responsabilidad de gobernar este mundo
y nuestra misión es hacerlo mucho menos injusto y mucho más solidario.
Danos tu espíritu, Padre, y envíanos como mensajeros tuyos,
ayúdanos, para que entre todos los seres humanos de buena voluntad construyamos tu reino, hagamos realidad tu proyecto.
Te damos las gracias por haber acogido en tu regazo de Padre-Madre
a nuestros familiares y amigos difuntos.
Y te bendecimos ahora, ellos y nosotros, junto con tu hijo Jesús,
como querríamos hacerlo por toda la eternidad.
AMÉN.
Rafael Calvo Beca
--------------------------------
PRINCIPIO
Nos reunimos alrededor de tu mesa, Padre,
porque tú nos invitas, porque siempre nos das otra oportunidad,
porque nunca te cansas de hablarnos de animarnos, de perdonarnos.
Gracias, Padre, porque tu amor nunca se cansa.
Por tu hijo Jesús, Señor y hermano nuestro.
OFRENDA
Jesús fue pan y vino para todos.
Jesús sigue siendo muestro pan y nuestro vino.
Queremos comulgar con Él,
por eso traemos aquí nuestro pan y nuestro vino,
toda nuestra vida, para ofrecerla a tu Reino.
Por tu hijo Jesús, Señor y hermano nuestro.
DESPEDIDA
Terminamos la Cena del Señor,
y nos sentimos bien, alimentados, alentados, más creyentes.
Gracias Padre, que no nos falte nunca tu pan y tu palabra.
Por tu hijo Jesús, Señor y hermano nuestro.
José Enrique Galarreta
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LA VIÑA DE MI AMIGO
Mi amigo tenía una viña en fértil collado.
Como hábil labrador la entrecavó, la despedró,
y plantó buenas cepas;
la rodeó con una cerca,
construyó en medio una atalaya
y un lagar para recoger el fruto de la cosecha.
Mi amigo amaba su viña
tanto como su casa solariega,
pero tuvo que ausentarse por sus múltiples tareas.
Antes de irse nos eligió e hizo de su cuadrilla
y nos dejó al frente de su viña;
nos marcó nuestro trabajo,
llenó nuestra existencia de tiempo y riqueza,
y nos regaló sus propias herramientas.
Él, que tan bien nos conoce,
creía que estando solos,
sin dioses que nos miren y controlen,
trabajaríamos mejor.
Pasaron años y cosechas,
pero mi amigo no olvidaba su viña
y quiso probar los frutos de su heredad predilecta.
Envió a sabios criados que no lograron nada;
envió a criados dialogantes que volvieron al instante;
envió a criados fuertes que volvieron con las espaldas marcadas;
envió a profetas que nadie escuchaba;
envió a su hijo, el que había sido camarada
y elegido a los labradores...
Pero éstos lo mataron con saña,
se creyeron dueños de la viña
y se dieron a la buena vida.
Olvidaron su tarea,
y la viña, en vez de olorosa uva,
empezó a dar agrazones en toda circunstancia.
¿Qué hará mi amigo ahora con su viña y los labradores?
¡Pues contarles, una y otra vez, la historia,
para ver si la entienden y se convierten,
y logra un final feliz, que es lo que él quiere!
Señor, estén mis oídos atentos
a escuchar tu palabra.
Florentino Ulibarri
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