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miércoles, 8 de febrero de 2012

¿Un Dios cercano que aleja?


Publicado por Corazones

Leyendo el Evangelio, se encuentran, de vez en cuando, reacciones de la gente del tiempo de Jesús, que nos sorprenden. Es el caso de de Marcos, 6, 1-6, donde se nos narra que una de las veces que Jesús se pone a enseñar en la sinagoga de su pueblo, a donde había acudido con sus discípulos, la gente queda tan sorprendida por su sabiduría y su enseñanza. No aciertan a explicarse cómo “un carpintero”, hijo de carpintero, y de una mujer sencilla del pueblo, al que habían conocido desde siempre, podía hablar de esa manera, con esa autoridad. Y dice el evangelista que eso “les resultaba escandaloso”. Y añade el mismo Marcos, que “no pudo hacer allí ningún milagro… y se extrañó de su falta de fe”.

Es curioso constatar que, a pesar de su sabiduría, no lo aceptan por ser hijo del pueblo, por formar parte de la sociedad y categoría social de ellos, por ser tan cercano. Si hubiera venido de un lugar desconocido, si no hubieran conocido su origen (humano), si llegase rodeado de gran boato, con gente de la alta sociedad, etc… seguro que a su sorpresa habrían añadido su adhesión. El hecho de ser cercano a ellos, les hace rechazarlo, y hasta se escandalizan.

Esto que le ocurrió a Jesús es más frecuente de lo que puede parecer. Muchas personas no son suficientemente valoradas, en cualquier aspecto, si son cercanas, conocidas, o se convive con ellas. Ha ocurrido, también con algunos santos, que no fueron reconocidos por aquellos que vivían más cerca de ellos.

¿Nos puede ocurrir, a veces, con el mismo Dios? Un Dios cercano, parece que es menos Dios. Los pueblos a lo largo de la historia humana han tenido a sus dioses alejados del pueblo, en lugares inmarcesibles, con un trato lejano, preservados de la cercanía de los hombres por la naturaleza (el trueno, el huracán, los volcanes…), con su culto fundado en el miedo, en el hecho de tener que ser apaciguada su ira, satisfechos sus caprichos y necesidades con ofrendas y sacrificios (incluso humanos).

Las preguntas son: ¿Dios no puede ser cercano al hombre? ¿Dios tiene que ser lejano por necesidad? ¿Dios es más Dios por vivir en el Olimpo? Así ha sido para muchos pueblos, para muchas generaciones, y lo sigue siendo para algunas conciencias.

Pero la llegada de Jesús demostró lo contrario: el Dios compañero de camino, el Dios cercano, el Dios amigo… el Dios Padre. El Dios a quien podemos tutear, sin usar terminologías rimbombantes (aunque sean verdad) como ”todopoderoso”, “Divina Majestad”, y otra lindezas que la Iglesia sigue enseñando en su liturgia, mientras en la catequesis se enseña a los niños a hablarle de manera cercana, con el mejor título que es el que Jesús nos enseñó: Padre nuestro. El Dios que se embarca en la odisea de hacerse hombre para estar más cerca de los hombres: “Puso su tienda junto a la nuestra… y habitó entre nosotros” (Jn.1, 14). Por eso que no puede alejarnos de Él su cercanía, como les ocurrió a sus conciudadanos de Nszaret.

Félix González

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