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viernes, 16 de marzo de 2012

Conversaciones nocturnas: IV Domingo de Cuaresma (Jn 3,14-21) - Ciclo B



Hay quienes no se atreven a dar la cara durante el día.
Prefieren la oscuridad de la noche.
Se sienten más seguros con las sombras nocturnas.
Es que, no siempre tenemos la suficiente valentía, para distanciarnos del grupo.
El miedo al “qué dirán o qué pensarán” suele pesar mucho en nuestras decisiones.
Es lo que le pasó al fariseo Nicodemo.
Algo había en él que le despertaba inquietud en relación a Jesús.
Algo veía en él que le inquietaba. Pero no se atrevía a dar cara durante el día.
Por eso prefirió la noche para sacarse una cita con Jesús.
Es triste la falta de libertad de espíritu fruto del miedo a lo que “otros piensen”.
Con frecuencia aparentamos lo que no somos ni sentimos.
Con frecuencia presentamos un rostro, cuando estamos con los demás, y tenemos otro cuando estamos a solas y nos miramos al espejo de nuestra alma.

No sabemos a qué fue Nicodemo a hablar con Jesús.
¿Tal vez a convencerle de que se hiciese fariseo?
¿Tal vez buscando algo que llenase más su espíritu?
En todo caso, todo encuentro con Jesús, aunque sea a escondidas y de noche, termina en una revelación y manifestación de la novedad de Dios y del Reino.
Jesús no es de los que da rodeos para aterrizar.
Jesús va siempre directo al grano.
Y a Nicodemo lo sorprendió con tantas cosas que, desde ese día Nicodemo no pudo ser ya el mismo. Lo que comenzó en un diálogo terminó en un monólogo.

Primera sorpresa: “Hay que nacer de nuevo”. Decirle a un viejo que tiene que nacer de nuevo es como para dejarlo fuera de juego.
Nicodemo más pensaba ya en la muerte que en nacer otra vez.
Y Jesús le hace ver que también los viejos pueden “nacer de nuevo”.
Que no solo se nace del vientre de la madre.
Que también se nace del Espíritu.
Como si Jesús le estuviese explicando cómo nació él mismo en el seno de una virgen.
Que no solo se nace de la unión del hombre y la mujer, único nacimiento que él entendía. Que también el Espíritu es capaz de hacernos renacer. Y que aquí no es cuestión de años, sino de apertura del corazón.
Que la ley era infecunda para dar vida.
Que la ley tenía que ser reemplazada por el Espíritu.

Segunda sorpresa: Que Dios no es ley, sino que Dios es amor. “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único”
Dios entregó la ley por Moisés. Ahora Dios entrega a su Hijo.
Y lo entrega, no cómo un código de normas de circulación, sino como expresión de lo que Dios es capaz de amar al mundo.
Algo nuevo está comenzando:
Hombres nuevos, nacidos de nuevo por el Espíritu.
Hombres amados tan profundamente por Dios, que les regala y entrega a su Hijo.

Tercera sorpresa: Dios anuncia la vida. Dios quiere vida y vida plena: “para que todo el que crea en él tenga vida eterna”.
El nuevo Dios, revelado en las sombras de la noche, a la luz de un candil, es un Dios:
Que nos quiere hombres nuevos.
Que quiere que nuestra primera experiencia sea la de sentirnos amados.
Que quiere que este amor se haga plenitud de vida.

Cuarta sorpresa: Que quien ama no juzga ni condena. “Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él”.
No es el Dios de la ley que juzga y condena.
No es el Dios de la ley que esclaviza y domestica a los hombres sino que los hace libres.
Que es cada uno, desde esa libertad, quien decide entre la vida y la muerte.

¿Qué pasó esa noche en el corazón del viejo Nicodemo?
En un momento, le dejó sin piso.
En un momento, le abrió los ojos a lo que jamás él pudo soñar.
En un momento, le abrió su corazón a una religión nueva, que no tenía nada que ver con la religión de la ley.

Es posible que muchos tengamos demasiados reparos para encontrarnos con Dios.
El qué dirán los demás, puede ser el gran obstáculo a la conversión de nuestro corazón.
No importa si lo buscamos de noche. Dios también habla de noche.
No importa nuestra edad para comenzar de nuevo. Basta nos dejemos fecundar por el Espíritu.
Lo importante es descubrir el nuevo rostro de Dios y, jubilemos ese viejo rostro de un Dios que juzga, castiga y condena, por el Dios que ama, da vida y salva.
Y cada uno asumamos la responsabilidad de nuestras vidas, porque la decisión de nuestro futuro, no depende de él sino de la actitud de fe que asumamos cada uno.

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