Publicado por Entra y Verás
La primavera, en palabras de Ernesto Cardenal, es la resurrección de la naturaleza, después del frío azote del invierno que aletarga y adormece. En nuestro caminar por la Cuaresma, nos acercamos también a nuestra primavera, a nuestro renacer, se supone que con más fuerza que en ocasiones anteriores si es que hemos aprovechado este tiempo de preparación. De todos modos todavía estamos a tiempo de despertar, de espabilarnos. El invierno dentro de tres días quedará atrás. En la vida cristiana no podemos vivir aletargados, escondidos dentro de la madriguera de nuestros problemas. El calor del sol es "mano de Dios" que nos salva y nos lleva a la plenitud, a la salvación.
Las lecturas nos muestran la generosidad de Dios, su gratuidad sin medida, su benevolencia hacia nosotros. Si el domingo pasado veíamos como Jesús es el templo vivo, o lo que es lo mismo, la presencia de Dios en medio del pueblo, hoy podemos decir que se nos muestra su verdadera misión y sobre todo los beneficios de la misma. Juan aprovecha el encuentro con Nicodemo para presentarnos en qué consiste el amor de Dios hacia toda la humanidad, y lo hace en un acontecimiento concreto, cifrado en el espacio y el tiempo; con una entrega total, ya que se trata del Hijo único, y en un ambiente hostil lo cual da muestra de la gratuidad del don. Este amor conduce a la salvación siempre y cuando haya un asentimiento de fe, haya un querer ser salvado.
Dios que no se queda de brazos cruzados, sino que se deja conmover por el dolor humano y lo comparte desde dentro para poder vencerlo y sembrar en el mundo la esperanza, para ensanchar el horizonte del sufrimiento de manera que ya nadie pueda sentirse sólo ante el dolor y el sufrimiento; pues no hay desde entonces muerte en la que no se presienta vida. Pero este gesto solamente puede entenderse desde la óptica de un amor apasionado en el que parece que Dios necesitase de nosotros para ser feliz. Aquí nos topamos con el tema de la salvación.
Podemos preguntarnos si ¿necesitamos salvación? Seguro que no necesitamos una brigada de salvamento ni tan siquiera un flotador, ni un chaleco salvavidas. Necesitar salvación no es evitar caer en el precipicio del azufre hirviendo, ni eludir una eternidad cargada de penas. Es hora de que nos demos cuenta de qué queremos decir cuando hablamos de salvación; es hora de dejar los negros nubarrones para las tormentas de verano y no emplearlos en todo lo que signifique felicidad. Supongo que para todos, ser feliz no es una huida ni un atajo ni un búnker, sino que ser feliz es un estado de ánimo y una vocación universal para todo ser humano. La salvación es caminar hacia la plenitud, pero no por nosotros mismos sino guiados y alentados por Dios. Del mismo modo que para crecer como personas necesitamos respirar, comer, relacionarnos, amar y ser amados; necesitamos algo o alguien que nos guíe para avanzar hacia ese horizonte en el que somos libres. Esa fuerza es salvación, y de ella nos beneficiamos gracias a la fe, a la confianza en Dios. La fe trata de la salvación porque nos empuja hacia la plenitud evitando la mediocridad y el agarbanzamiento; la felicidad que nos da la fe evita la falta de alegría, aunque por desgracia no puede hacer lo mismo con el sufrimiento; la fe nos ayuda a encontrar y dar sentido a nuestras vidas; nos conduce hacia la eternidad; gracias a ella obtenemos el perdón; y, por último, por ella llegamos al amor con mayúsculas que es la medicina, el antibiótico contra la mayor de las soledades, la de no ser querido. Y todo eso lo encontramos en Dios de forma gratuita.
No nos engañemos, la vida de quien se atreve a avanzar por estos derroteros es bastante más plena, más suya. Se descubre que no importa la flaqueza porque Dios nos sostiene; que cada ser humano merece respeto, y en ese proceso aprendemos a respetar no sólo al prójimo, sino también a nosotros mismos. Por último, uno descubre que la vida es para darla, para irla gastando y llenándola de años, de historias, de nombres y de amor. Jesús vivió con esta lógica, que es la lógica de Dios, abrió definitivamente la puerta para la salvación en este mundo, aquí y ahora. Y, aunque parezca imposible, al final esa lógica, ilógica para muchos, prevalecerá. ¿A qué esperamos para entrar en esa dinámica? Llega la primavera, salgamos de la madriguera y dejémonos contagiar de la naturaleza.
Roberto Sayalero Sanz, agustino recoleto. Colegio San Agustín (Valladolid, España)
Las lecturas nos muestran la generosidad de Dios, su gratuidad sin medida, su benevolencia hacia nosotros. Si el domingo pasado veíamos como Jesús es el templo vivo, o lo que es lo mismo, la presencia de Dios en medio del pueblo, hoy podemos decir que se nos muestra su verdadera misión y sobre todo los beneficios de la misma. Juan aprovecha el encuentro con Nicodemo para presentarnos en qué consiste el amor de Dios hacia toda la humanidad, y lo hace en un acontecimiento concreto, cifrado en el espacio y el tiempo; con una entrega total, ya que se trata del Hijo único, y en un ambiente hostil lo cual da muestra de la gratuidad del don. Este amor conduce a la salvación siempre y cuando haya un asentimiento de fe, haya un querer ser salvado.
Dios que no se queda de brazos cruzados, sino que se deja conmover por el dolor humano y lo comparte desde dentro para poder vencerlo y sembrar en el mundo la esperanza, para ensanchar el horizonte del sufrimiento de manera que ya nadie pueda sentirse sólo ante el dolor y el sufrimiento; pues no hay desde entonces muerte en la que no se presienta vida. Pero este gesto solamente puede entenderse desde la óptica de un amor apasionado en el que parece que Dios necesitase de nosotros para ser feliz. Aquí nos topamos con el tema de la salvación.
Podemos preguntarnos si ¿necesitamos salvación? Seguro que no necesitamos una brigada de salvamento ni tan siquiera un flotador, ni un chaleco salvavidas. Necesitar salvación no es evitar caer en el precipicio del azufre hirviendo, ni eludir una eternidad cargada de penas. Es hora de que nos demos cuenta de qué queremos decir cuando hablamos de salvación; es hora de dejar los negros nubarrones para las tormentas de verano y no emplearlos en todo lo que signifique felicidad. Supongo que para todos, ser feliz no es una huida ni un atajo ni un búnker, sino que ser feliz es un estado de ánimo y una vocación universal para todo ser humano. La salvación es caminar hacia la plenitud, pero no por nosotros mismos sino guiados y alentados por Dios. Del mismo modo que para crecer como personas necesitamos respirar, comer, relacionarnos, amar y ser amados; necesitamos algo o alguien que nos guíe para avanzar hacia ese horizonte en el que somos libres. Esa fuerza es salvación, y de ella nos beneficiamos gracias a la fe, a la confianza en Dios. La fe trata de la salvación porque nos empuja hacia la plenitud evitando la mediocridad y el agarbanzamiento; la felicidad que nos da la fe evita la falta de alegría, aunque por desgracia no puede hacer lo mismo con el sufrimiento; la fe nos ayuda a encontrar y dar sentido a nuestras vidas; nos conduce hacia la eternidad; gracias a ella obtenemos el perdón; y, por último, por ella llegamos al amor con mayúsculas que es la medicina, el antibiótico contra la mayor de las soledades, la de no ser querido. Y todo eso lo encontramos en Dios de forma gratuita.
No nos engañemos, la vida de quien se atreve a avanzar por estos derroteros es bastante más plena, más suya. Se descubre que no importa la flaqueza porque Dios nos sostiene; que cada ser humano merece respeto, y en ese proceso aprendemos a respetar no sólo al prójimo, sino también a nosotros mismos. Por último, uno descubre que la vida es para darla, para irla gastando y llenándola de años, de historias, de nombres y de amor. Jesús vivió con esta lógica, que es la lógica de Dios, abrió definitivamente la puerta para la salvación en este mundo, aquí y ahora. Y, aunque parezca imposible, al final esa lógica, ilógica para muchos, prevalecerá. ¿A qué esperamos para entrar en esa dinámica? Llega la primavera, salgamos de la madriguera y dejémonos contagiar de la naturaleza.
Roberto Sayalero Sanz, agustino recoleto. Colegio San Agustín (Valladolid, España)
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