Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 3, 7b-15
Jesús dijo a Nicodemo:
«Ustedes tienen que renacer de lo alto.
El viento sopla donde quiere: tú oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va.
Lo mismo sucede con todo el que ha nacido del Espíritu».
«¿Cómo es posible todo esto?», le volvió a preguntar Nicodemo.
Jesús le respondió: «¿Tú, que eres maestro en Israel, no sabes estas cosas?
Te aseguro que nosotros hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero ustedes no aceptan nuestro testimonio.
Si no creen cuando les hablo de las cosas de la tierra, ¿cómo creerán cuando les hable de las cosas del cielo?
Nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo. De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en Él tengan Vida eterna».
Compartiendo la Palabra
Por Carlos Latorre, cmf
Nicodemo es un hombre envuelto en dudas, perdido en medio de las incertezas de la noche (viene de noche), pero buscador de la verdad, esperando tal vez una luz para llegar más rápido al Reino. No pide explicaciones; simplemente capta los signos y reconoce la autoridad de Jesús basado en las obras que hace. Para él Jesús es un gran hombre de Dios.
A lo largo de los cincuenta días de la Pascua leemos en la liturgia el libro de los Hechos de los Apóstoles. Y hoy la primera lectura nos trae una referencia muy concreta a la vida de las primeras comunidades cristianas de Jerusalén.
«Tenían una sola alma y un solo corazón. Nadie consideraba sus bienes como propios» y «no había entre ellos ningún necesitado». ¿Se puede ser más utópico e idealista?
Sin embargo, Lucas era un hombre realista y con los pies en la tierra. Él mismo recoge en su evangelio las palabras de Jesús de que los pobres estarán siempre con nosotros. Lucas no pretende ofrecernos un sistema evangélico de reforma social; presenta el Evangelio como una exigencia radical. Exigencia que comenzó a hacerse realidad entre los primeros cristianos aunque fuera de un modo limitado, tímido, que no funcionaría por mucho tiempo y quizás no muy de acuerdo con las leyes de la economía.
Como nos sucede hoy día con la enorme crisis económica, también entonces había en la comunidad cristiana un problema serio de pobreza y la comunidad respondió a las necesidades de los pobres de un modo heroico. Su ejemplo está ahí cuestionando a los cristianos de hoy para que construyamos otro tipo de sociedad más justa y equitativa.
Hoy la caridad de los cristianos es algo más que un dinero; se concreta en la oferta de un trabajo a quien no lo tiene, aunque sólo sea por unas horas.
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