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miércoles, 4 de abril de 2012

Jueves Santo (Jn 13, 1-15) - ciclo B: EL SUFRIMIENTO DEL SEÑOR Y EL PECADO



1.- Entre estos dos jardines de las dos lecturas hay una triste conexión. Y es eso que llamamos pecado. Palabra que no nos gusta, que nos resulta anticuada. Nos recuerda a curas tristes, ensotanados, con voces campanudas y amenazas de infierno y castigos eternos.

Sea cual sea el abuso que se haya hecho de esta palabra, el caso es que esta mariposeando alrededor del Jueves y Viernes Santo, también como su origen e instigador, el diablo, que tras el bocado entra en el corazón de Judas. Ha pedido cribar con fiereza a los discípulos como Príncipe de este mundo, y sabe llegada su hora, la del poder de las tinieblas. Tal vez ha llegado aquella hora, que se anunció en las tentaciones del desierto… “y le dejó para otra hora”.

El mismo Jesús pronuncia esa palabra en la institución de la Eucaristía: nos da su sangre para el perdón de los pecados.

San Pedro, San Juan y San Pablo nos abruman con frases que unen los sufrimientos del Señor Jesús con nuestros pecados

--llevó en su cuerpo a la cruz de nuestros pecados.--murió y se entregó por nuestros pecados--es propiciación por nuestros pecados--por su sangre recibimos el perdón de nuestros pecados--nos lavó con su sangre. Y, sobre todo, la terrible frase de San Pablo: “Al que no conocía lo hizo pecado por nosotros.

el pecado, ese ser, esa cosa, ese algo, que nació entre flores y árboles del Paraíso, ha ido, bajo la yerba del mundo entero, reptando hasta llegar a tiempo entre romeros y olivos para acechar a Jesús en su agonía.

2.- El sacerdote y periodista, ya fallecido, José Luis Martín Descalzo se pregunta si la sola angustia y el miedo de ser condenado como criminal, los azotes, la soledad y la muerte en cruz son razón suficiente para una agonía como la que pintan los evangelistas.

Si solo fuera un miedo así habría que reconocer que ha habido muchos mártires más animosos que Jesús. Como San Lorenzo, asado en la parrilla, ofrece su carne a sus enemigos. O Tomás Moro que bromea con el que va a cortar su cabeza: “Ayúdame a subir al cadalso que para bajarlo ya me las arreglaré solo”. O tantos hombres y mujeres que han muerto de terribles enfermedades y han dado testimonio de gran serenidad y paz.

¿Qué había detrás de esa tremenda agonía del Señor? ¿No será la frase de Pablo: “Al que no conocía pecado le hizo pecado?

3.- Con frecuencia se repite la frase: “Jesús cargó con nuestros pecados”. Pero ese cargar no puede significar presentarse ante el Padre con un bulto como mercader y desplegar sus mercancías. O como un trapero y descargar el saco lleno de desperdicios encontrados en la rebusca. Tiene que ser algo más personal, para que se pueda decir: “lo hizo pecado…”

¿Se sintió Jesús reo de tanta sangre derramada injustamente a través de los tiempos? ¿Cómo inficionado por la impureza carnal de tantos siglos? ¿Congelado por el frío glaciar de la soberbia y el odio que enfrentado a hombres y pueblos? ¿Reo de nuestras indiferencias, nuestros desprecios, nuestras inconfesables envidias, de nuestros fariseísmos?

4.- ¿Tal vez se enfrentó con su Padre en defensa nuestra, como se enfrentó Moisés y paró el castigo? ¿O como Pablo expresó turbulentamente: “desearía ser anatema, separado de Cristo, por salvar a mis hermanos? ¿No se sintió madre que cubre con su cuerpo al hijo para defenderlo del peligro sabiendo que caerá sobre ella? ¿No se lanzó por riscos y montañas en busca del hermano, aun a sabiendas de que salvándole, Él se perdería?

5.- Ni vosotros ni yo entendemos de estas profundidades teológicas, habría que ser un místico para experimentar lo que el Señor Jesús experimentó. Una cosa no podemos negar y es que aunque no sepamos cómo nuestras rebeldías contra Dios pasan por los sufrimientos de Jesús en el Huerto, en la Pasión y en la Cruz. Y eso es suficiente para que encontremos junto a Jesús derrotado bajo el peso de nuestros pecados el arrepentimiento.

6.- Pero ese algo que llamamos pecado tiene una dimensión comunitaria, como todas nuestras acciones humanas. Por nuestros descuidos, nuestras negligencias.

En el orden meramente social:

--todos somos responsables de la basura que se amontona en el Metro, o el Aeropuerto de Barajas o en los hospitales cuando hay huelgas

--todos inficionamos las aguas y playas del mar--todos contribuimos a aumentar el agujero de la capa de ozono--todos con nuestro descuidado conducir automóviles somos posibles asesinos--todos nos indignamos con los incendios forestales mientras tiramos nuestra colilla por la ventanilla del coche.

Pues en el orden moral ocurre lo mismo: enrarecemos el ambiente de la sociedad y de la Iglesia con nuestra falta de alegría, nuestro pasotismo, nuestros fariseísmos, con nuestros tremendos egoísmos. Deberíamos ser oxígeno limpio y puro, pero somos foco de contaminación. Y así hoy, antes de ir a confesar nuestros pecados, pidamos perdón todos juntos a Dios y a nuestros hermanos, para los que hemos sido contaminación moral

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