Publicado por Corazones en Red
Las campanas de la iglesia tocaban con una fuerza inusitada. Parecía que, además de convocar a la gente, les quería decir:¡Venid a prisa que Cristo va a salir ya! ¿De dónde iba a salir aquel Cristo? Era el Viernes Santo; la procesión del crucificado salía en procesión de la parroquia cercana. Durante horas, pasearía por las calles de aquella ciudad en ebullición. Me apresuré para llegar a tiempo, y me coloqué entre la gente, lo más cerca que pude, para no perderme detalle de aquel “paso” de Semana Santa. Cuando las puertas se abrieron, de par en par, y apareció aquel derroche de arte, de buen gusto… y de piedad, un grito generalizado de admiración, retumbó por toda la calle: “¡Ya sale, ya sale”, decían todos, pero se lo decían a sí mismos, entusiasmados. Nadie escuchaba a nadie. Cada uno sólo escuchaba sus palabras.
Después se hizo un silencio sobrecogedor, como si hubiera pasado el ángel exterminador. No, no era un ángel. Era el mismo Dios, hecho hombre, el creador de todo, incluidos los ángeles. Los pies de los portadores se deslizaban suavemente por la calzada, produciendo un leve ruido en el silencio de la tarde primaveral, soleada y plácida. La amenaza de lluvia había pasado.
Yo apenas me fijaba en lo que todos miraban con tanto entusiasmo, tanta curiosidad y ¿por qué no? tanta piedad. Mi mirada, mi oído estaban más pendientes de las distintas reacciones de la gente. Delante de mí había un matrimonio muy mayor. La esposa estaba como trasportada a otro mundo. ¿Qué pensamientos pasarían por aquella cabeza de cabellos blancos? Pero, sobre todo, ¿qué sentimientos acogería aquel corazón, tal vez cansado ya de vivir?
De pronto un susurro, apenas perceptible: ¡parece que está vivo! El esposo no respondió; tal vez, ni siquiera había oído la exclamación dicha en voz tan baja. Pero de nuevo la anciana repitió:¡parece que está vivo! Esta vez, sí que se oyó nítidamente, aunque con mucho recato.
A pesar de todo, el marido no se dio por aludido. Sus ojos seguían el andar pausado del Crucificado; y tal vez en su interior musitaba una oración.
–Digo que parece que está vivo, insistió la esposa, un tanto sorprendida por la aparente distracción de su marido.
– Sí, sí, pero no lo está. Es un Cristo muerto, respondió el interpelado, con aire de no desear prolongar la discusión.
Yo asistía a la escena con interés y un gran deseo de saber el resultado de la conversación que se había iniciado, pero que no llegó a consumarse. Tengo que confesar que soy bastante lego en imaginería y en todo el argot cofradiero. Pero lo del Cristo muerto o Cristo vivo, en la cruz, me sirvió de meditación. Y mientras me alejaba, y caminaba hacia casa, después de contemplar el paso que procesionaba con el Cristo, iba rumiando las palabras de aquel matrimonio. Más tarde me enteraría que las imágenes de Cristo en la Cruz, pueden representarle antes o después de expirar. Desde entonces me fijo más en sus rostros.
Félix González
Después se hizo un silencio sobrecogedor, como si hubiera pasado el ángel exterminador. No, no era un ángel. Era el mismo Dios, hecho hombre, el creador de todo, incluidos los ángeles. Los pies de los portadores se deslizaban suavemente por la calzada, produciendo un leve ruido en el silencio de la tarde primaveral, soleada y plácida. La amenaza de lluvia había pasado.
Yo apenas me fijaba en lo que todos miraban con tanto entusiasmo, tanta curiosidad y ¿por qué no? tanta piedad. Mi mirada, mi oído estaban más pendientes de las distintas reacciones de la gente. Delante de mí había un matrimonio muy mayor. La esposa estaba como trasportada a otro mundo. ¿Qué pensamientos pasarían por aquella cabeza de cabellos blancos? Pero, sobre todo, ¿qué sentimientos acogería aquel corazón, tal vez cansado ya de vivir?
De pronto un susurro, apenas perceptible: ¡parece que está vivo! El esposo no respondió; tal vez, ni siquiera había oído la exclamación dicha en voz tan baja. Pero de nuevo la anciana repitió:¡parece que está vivo! Esta vez, sí que se oyó nítidamente, aunque con mucho recato.
A pesar de todo, el marido no se dio por aludido. Sus ojos seguían el andar pausado del Crucificado; y tal vez en su interior musitaba una oración.
–Digo que parece que está vivo, insistió la esposa, un tanto sorprendida por la aparente distracción de su marido.
– Sí, sí, pero no lo está. Es un Cristo muerto, respondió el interpelado, con aire de no desear prolongar la discusión.
Yo asistía a la escena con interés y un gran deseo de saber el resultado de la conversación que se había iniciado, pero que no llegó a consumarse. Tengo que confesar que soy bastante lego en imaginería y en todo el argot cofradiero. Pero lo del Cristo muerto o Cristo vivo, en la cruz, me sirvió de meditación. Y mientras me alejaba, y caminaba hacia casa, después de contemplar el paso que procesionaba con el Cristo, iba rumiando las palabras de aquel matrimonio. Más tarde me enteraría que las imágenes de Cristo en la Cruz, pueden representarle antes o después de expirar. Desde entonces me fijo más en sus rostros.
Félix González
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