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sábado, 19 de mayo de 2012

Despedida con un reproche que aún nos acompaña


Por Alessandro Pronzato

VII Domingo de Pascua (Mc 16, 15-20) - Ciclo B
Hechos 1, 1-11
Efesios 4, 1-13
Marcos 16, 15-20

¿Mirar hacia arriba o mirar hacia abajo?

«Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?».

En una palabra: ¿estar con la nariz vuelta hacia arriba, o apuntar los ojos en dirección de la tierra? Aun admitiendo que no existe el riesgo de que los hombres de nuestro tiempo miren demasiado hacia arriba, de todos modos esa es una falsa alternativa.

En efecto, al Señor no lo encontramos entre las nubes (los primeros astronautas nos han quitado toda duda al respecto). Lo descubrimos presente en la tierra. Es inútil ya esperarse apariciones de lo alto. Las apariciones vienen de abajo. Los cielos se han abierto de una vez para siempre y ha descendido el Salvador. Pero ahora, aunque aparentemente ha consumado su vuelta al cielo, la tierra es la que tiene que abrirse bajo nuestros ojos atónitos, para que nosotros logremos descubrirlo en sus infinitos disfraces.

El párroco, tomando inspiración de la frase «no os alejéis de Jerusalén; aguardad que se cumpla la promesa de mi Padre, de la que yo os he hablado», o sea, la venida del don del Espíritu, ha aludido a la obligada, larga preparación a la que los candidatos al sacerdocio deben someterse antes de iniciar su misión que ha de continuar, en la Iglesia, la de Cristo.

Yo, mentalmente, he hecho dos precisiones. Ante todo: ¿cuándo se puede decir que un cura está preparado? ¿cuando ha terminado sus estudios en el seminario, o cuando ha recibido la «fuerza del Espíritu santo»? O sea: ¿preparación escolar o experiencia del Espíritu?

Y luego: ¿la cosa se refiere exclusivamente al llamado periodo de formación, o afecta también a la vida del apóstol, por lo que, en ella, deberían existir regulares «tiempos de espera», en soledad, oración, contemplación?

Necesitamos también curas «inactivos», que antes de moverse y correr sepan pararse largo tiempo a meditar, que antes de hablar estén a la escucha, que antes de dirigirse a los hombres presten atención a Dios.

El obispo Tonino Bello ha acuñado una fórmula bellísima: hay que ser contemplactivos (con ct).

Es interesante también la respuesta que Jesús da a los apóstoles curiosos de saber si ese era el tiempo en el que finalmente se realizaría su sueño del Reino. He ahí la réplica seca: «No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha establecido con su autoridad». Como diciendo que a los discípulos se les han asignado tareas, se les han dado instrucciones acerca de la misión a ellos confiada, pero no se les dan informaciones acerca de los vencimientos. En el equipaje de los «enviados» no cabe un calendario.

A pesar de esto, hoy aparece gente que dice conocer el vencimiento fatídico. Y desgraciadamente muchos lo creen y toman en serio esas patrañas.


¿Materiales superados?

Para la segunda lectura, el cura ha elegido el principio del capítulo cuarto de la Carta a los cristianos de Efeso, deteniéndose de manera particular en la primera frase: «Hermanos: yo, el prisionero por amor al Señor, os ruego que os comportéis como corresponde a la vocación a la que habéis sido llamados. Sed humildes, amables y pacientes. Soportaos los unos a los otros con amor. Mostraos solícitos en conservar, mediante el vínculo de la paz, la unidad que es fruto del Espíritu».

Un inciso: ¡Sería hermoso, también hoy, recibir una carta de un cardenal, de un obispo, o también de un simple sacerdote prisionero por el evangelio o por causa de la justicia!

El predicador ha dicho que Pablo proporciona los materiales para la construcción de la comunidad. Y ha formulado una pregunta precisa: «¿Según vosotros, estos materiales son válidos también hoy, y por tanto utilizables, o se han descubierto otros mejores?».

Personalmente no tengo dudas al respecto. Es verdad que algún maestro se hace la ilusión de que ha inventado fórmulas, tomadas quizás de los libros de sociología o de los textos de psicología (siempre, de todos modos, cosas de segunda mano), capaces de reemplazar la terapia sugerida por Pablo (como si hoy, para devolver salud y vida a la comunidad existiesen productos vitamínicos que en tiempos de Pablo, prisionero, y por tanto situado fuera del mundo, no existiesen).

Creo que esas fórmulas brillantes sólo sirven para embellecer la fachada (y para que haga un buen papel quien lo propone y los desprevenidos que las repiten). Pero no hay que dejarse engañar por las apariencias, por el barniz moderno y por el lenguaje usado con evidente complacencia.

Hay que entrar dentro de la casa. Y entonces se cae inmediatamente en la cuenta de si se han empleado o no esos ladrillos tradicionales pero insustituibles. Una cosa son las charlatanerías intelectualísticas, otra el estilo de vida comunitario.

Sí, todo puede parecer funcional. Pero hay que comprobar si las cosas «funcionan» en sentido evangélico.

Yo no me impresiono cuando algún doctorzuelo, provisto de barba bien arreglada más que de sabiduría genuina, sentencia que las sugerencias facilitadas por san Pablo para «convivir» de una manera satisfactoria, son cosas resabidas, y dadas por supuestas. Estoy convencido de que lo más necesario es volver a aprender las cosas que se saben. Y que las cosas parezcan «dadas por supuestas» no cuando se dicen, sino en el preciso instante en que se hacen.

Y si éste insiste en defender —como me ha sucedido oír una vez en una conferencia— que esas son soluciones «desilusionantes e inadecuadas para la complejidad de los problemas de hoy», alego que los problemas se vuelven complejos y complicados sólo porque lo deciden ciertos maestros malos, habilísimos para embrollar incluso los asuntos más simples.

Me parece, además, que en la lista de los ministerios redactada por Pablo (apóstoles, profetas, pastores, evangelistas, simples hermanos que han de resultar idóneos para llevar a cabo la tarea que se les asigne) falta uno: espectadores. Y decir que ese, para muchos de nosotros, es el papel preferido.


El versículo censurado

En cuanto al evangelio, refiriéndome a una lectura precedente (tengo la costumbre de leer en casa con tranquilidad los textos de la liturgia, antes de ir a la iglesia), sospeché que se había efectuado un corte abusivo. He ido a controlar y mis sospechas eran fundadas. En el texto propuesto por el leccionario existen omissis. Y no logro explicarme el porqué.

En efecto se ha omitido el versículo 14, considerado seguramente embarazoso. Lo reproduzco aquí: «...Se apareció a los once, cuando estaban a la mesa, y les echó en cara su incredulidad y su dureza de corazón...».

Ahí está el hecho indudable de que Jesús envía por todo el mundo individuos todavía no curados de su incredulidad y dureza de corazón. No se despide de ellos con una caricia, sino con un reproche.

No sé si tengo que alegrarme o lamentarme por este detalle ciertamente no insignificante.

Parece, de todos modos, que ese reproche resulta saludable y, según mi modesto parecer, debería acompañar siempre a los apóstoles de todos los tiempos, especialmente a esos tan seguros de sí mismos y dispuestos a reconvenir exclusivamente a los otros.

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