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sábado, 26 de mayo de 2012

Dom 27 V 12. Pentecostés, amor en persona: Espíritu Santo



Domingo de Pentecostés. La Iglesia celebra este día la Fiesta del Espíritu Santo, y con esa ocasión quiero ofrecer a mis lectores unas reflexiones sobre la teología y la experiencia eclesial del Espíritu Santo. Hoy trato del Espíritu en sí mismo, como misterio divino, "tercera persona de la Trinidad", amor personal. En días sucesivos trataré del Espíritu en la Iglesia. Sigue estando en el trasfondo la posible "teología del dinero", que se ha convertido en "espíritu del mundo" (revelación del Diablo), en estos tiempos que a muchos les parecen tiempos sin Espíritu.

He sido muchos años profesor de Teología Trinitaria en la Universidad Pontificia de Salamanca, y me ha tocado exponer el Sentido del Espíritu Santo. En recuerdo de aquellas clases, de años felices, llenos de esperanza eclesial, entre los setenta y los ochenta del siglo pasado, ofrezco aquí este resumen de Teología Trinitaria y de Pneumatología, que muchos de mis alumnos y amigos recuerdan con cariño.

En la imagen aparece el retablo del Espíritu Santo, de la Clerecía, es decir, de la Universidad Pontificia de Salamanca.
Un saludo a todos, un gran deseo de felicidad para la Pascua de Pentecostés, a los Cincuenta Dios de la Pascua del Hijo de Dios.

Introducción

La palabra espíritu (en hebreo ruah, en griego pneuma), está vinculada con el aliento cósmico (viento) y con la respiración humana. En esa línea, la Biblia puede hablar del espíritu del hombre (con minúscula) y del Espíritu de Dios (con mayúscula), sabiendo que ambos se vinculan, de manera que muchas veces resulta difícil distinguirlos. El Espíritu Santo es el aliento creador de Dios (Gen 1, 2), es la vida que él ofrece a los hombres (Gen 2, 7), que así viven inmersos en el mismo “espíritu” divino.

Conforme a la tradición de la vida de Jesús, el Espíritu de Dios se expresa, ante todo, en la curación de los enfermos, la expulsión de los demonios y la fidelidad a la palabra en medio de las persecuciones. En esa línea se sitúa el texto programático de Lc 4, 18-19: “El Espíritu de Dios me ha ungido para abrir los ojos a los ciegos, para liberar a los encarcelados…” y la afirmación solemne de Mt 12, 28: “Si yo expulso demonios con la fuerza del Espíritu, es que el Reino de Dios ha llegado a vosotros”.

Por eso, frente a la dialéctica de lucha y de persecución de un “mundo”, que actúa en claves de talión, Jesús ofrece a sus discípulos una palabra hecha en el fondo de confianza y amor: “Cuando os lleven para entregaros, no os preocupéis por lo que hayáis de decir. Decid, más bien, aquello que Dios mismo os inspire; porque no sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu Santo” (cf. Mc 13, 11). Esta experiencia del Espíritu, que ha resucitado a Jesús (cf. Rom 8, 11) y que permite a los hombres decir Abba-Padre, vinculándoles con Dios (cf. Gal 4,3-7; Rom 8, 15-17) constituye el centro de la confesión cristiana, conforme al testimonio del evangelio de Juan, donde Jesús promete a los suyos la presencia del Espíritu-Paráclito (cf. Jn 14, 26; 16, 7).

1. Breve teología del Espíritu Santo, amor divino.

Los datos bíblicos deberían bastar, pero, a partir de las disputas del siglo IV d. C., algunos obispos de Asia Menor (Gregorio Nacianceno, Basilio) empezaron a llamar al Espíritu persona (hipóstasis o prosopon de Dios). Pues bien, en esa línea, la teología ha presentado al Espíritu como persona-amor o, quizá mejor, como relación de amor, vinculada al éxtasis (salir de sí, donarse o trascenderse) y a la comunicación (vida compartida). En esa línea se han dado diversas reflexiones, que son como “hipótesis” sobre el sentido del amor originario, que es el Espíritu Santo:

− El Espíritu es Amor intra-divino, plenitud del proceso de Dios, que se despliega en línea de entendimiento y voluntad. Al conocerse, como Padre originario, Dios genera en sí lo Conocido (Logos-Hijo, encarnado en Jesucristo) y al amarse suscita lo Amado (Amor-Espíritu, ofrecido a los humanos). El Espíritu es Amor-Personal que culmina y se despliega en plenitud, no es un Poder errante, en busca de sí mismo, ser frustrado, que no llega a su final, sino Señor completo, gozoso, realizado. Por eso, en el camino y meta de su despliegue personal, Dios es misterio trinitario, como han destacado Agustín y Tomás de Aquino.

− Es tercera persona: Aquel que brota de la unión del Padre y el Hijo, como nuevo "sujeto" o centro de amor. En esta perspectiva se le ha venido concibiendo de ordinario, cuando se presenta simbólicamente la Trinidad como unión de tres personas (=sujetos). Según eso, el Espíritu está simbolizado en el "otro", es decir, en aquella persona a la que nosotros (simbolizados por el Padre y el Hijo) amamos juntos, aquella que nos une en comunión, que nos vincula en amor pleno.

− Es itinerario de unión comunitaria y/o interpersonal: Es el Amor común que vincula al Padre y al Hijo; no es un tercero sujeto, sino la misma Dualidad, amor común, la vida compartida hecha persona, camino de amor. En algún sentido se puede afirmar que la Trinidad está formada por "dos sujetos personales" (Padre e Hijo) y un camino de encuentro, que es la persona o don común del Espíritu. En ese sentido decimos que es Amor común de dos personas. No es Amor-propio (intra-personal) de Dios hacia sí mismo, sino amor-mutuo (inter-personal) del Padre y del Hijo. No es un individuo que se sabe y ama, sino amor de "dos" personas (Padre e Hijo) que se conocen y aman en una "tercera". Hijo y Padre se contraponen y vinculan al amarse; el Espíritu, en cambio, es Amor en sí, persona compartida, carne dual, persona en dos personas... Quizá podamos llamarle (cf. Jn 14, 23) el Nosotros divino, Amor donde culmina el Yo del Padre y el Tú del Hijo.

− Es el sentido y verdad del amor cristiano. Allí donde Padre e Hijo, siendo distintos, se comunican y comparten su “esencia”, en amor definitivo, podemos hablar del Espíritu, como realidad de Dios y como don de Dios a los hombres: La vida es regalo y comunión, Amor en camino y plenitud: Espíritu Santo. En ese sentido decimos que el Espíritu es, al mismo tiempo, Dilección o amor de dos, siendo el Co-dilecto o Co-amado, aquel a quien el Padre y el Hijo quieren juntos, suscitándole en su entrega mutua-simultánea Ricardo de San Víctor). El Padre es persona engendrando al Hijo y el Hijo recibiendo el ser del Padre. Ambos culminan su proceso personal diciendo juntos un mismo "tú" dual que es el Amor de ambos (no algo fuera de ellos), siendo, al mismo tiempo, un tercero, la Tercera persona en plenitud. El Espíritu es, por tanto, el Co-amado, no un amor unidireccional que se da y no vuelve (un amor que en el fondo se pierde), sino un Amor común, Aquel a quien Hijo y Padre quieren juntos, queriéndose entre ellos.

En ese sentido podemos afirmar que el Espíritu Santo es Persona-Amor, Amor mutuo regalado y compartido. Los cristianos le han visto desde antiguo como Amor sin más, Caridad, Gracia increada, fundamento de toda creación. No es un don de Dios (algo que Dios da, fuera de sí), sino el mismo Dios-Don, Persona-Gracia. Dios no ha querido darnos algo que él ha hecho, para que seamos así ricos, sino que se ha hecho a sí mismo Regalo, para que seamos (=tengamos) su riqueza. «Puede decirse que en el Espíritu Santo la vida íntima de Dios no y trino se hace enteramente Don, intercambio del amor recíproco entre las Personas divina, y que por el Espíritu Santo Dios "Existe" como don. El Espíritu Santo es pues la expresión personal de esta donación, de este ser-amor. Es Persona-amor. Es Persona-don... Es Amor y Don (increado) del que deriva como de una fuente (fons vivus) toda dávida a las criaturas (don creado).... » (Juan Pablo II, Dominum et Vivificantem 10).

En esa línea, podemos definir al Espíritu como Principio divino de personalización en el amor. No se identifica con el dar (Padre), ni con el acoger (Hijo) sino con el compartir: es la misma vida hecha Encuentro que se expande y despliega; es el Amor del Padre y del Hijo ofrecido a todos los hombre y mujeres, como principio de liberación y comunión, en perspectiva mesiánica (es pan, casa, palabra compartida). Es la plenitud personal del despliegue divino, encuentro de amor del Padre y del Hijo expresado y expandido en forma personal.
Por el don Espíritu sabemos que Jesús no es sólo Dios en persona, sino aquel que nos hace ser personas, expresando y expandiendo el evangelio, la buena nueva de la vida y sabemos que el mundo existe porque tiene base y consistencia en Cristo: Dios no se limita a visitarlo desde fuera; no ha pasado entre nosotros como pasa un caminante, alguien que un día se marcha y sigue caminando. Por el Espíritu del Cristo, Dios se queda como amigo nuestro, para siempre. El Espíritu es unión de amor donde se encuentran Dios y Cristo: es la fuerza de Dios de la que brota el Cristo; amor que el Cristo nos ofrece desde el Padre.

− El judaísmo nacional formaba un cuerpo organizado y bien trabado por tradición y costumbres sociales, culturales, religiosas: la ley les vinculaba en unas prácticas comunes de comidas, limpiezas, y rituales esponsales. El "espíritu" de Dios se reflejaba para ellos en un código social y nacional, interpretado como ley de Dios.
− Los cristianos (judíos mesiánicos y gentiles convertidos) carecen de ley nacional y costumbres exclusivas: no pueden apoyarse en tradiciones sacrales, ni lazos de tipo cultural que les vinculan a nivel económico y político; no son una nación, no forman un estado, pero tampoco son una simple asociación cultural, un club espiritual, una ONG con fines limitados. Ellos quieren suscitar y suscitan una comunión mesiánica (no gubernamental, no político) abierta en amor y comunión de vida, a todos los humanos.

Los creyentes han sido bautizados, es decir, han renacido por el Espíritu de Cristo, de manera que pueden superar los antiguos niveles de lucha y opresión, creando una comunidad social de gracia y amor activo abierta a todos los humanos (1 Cor 12,14-30). Esta nueva corporalidad social cristiana (=Iglesia) se vincula al Amor-Espíritu, al amor que reúne a los creyentes. Por eso, 1 Cor 13 identifica Espíritu Santo y Amor mutuo, describiendo las claves de eso que pudiéramos llamar la nueva estructura social de la historia.

La iglesia del Espíritu no es comunión intimista, sino realidad social, cuerpo que quiere vincular a todos los humanos, desde el mensaje y vida de Jesús, partiendo de los más pobres. De esa forma, lo más misterioso y aparentemente lejano (Espíritu) viene a desvelarse como lo concreto y cercano: es fuerza de salvación para los oprimidos del mundo, es principio de unidad entre los fieles, en camino que se abre a todos los humanos. Según eso, el Espíritu es principio de vida compartida (ayuda a los marginados, comunión de todos) que vincula en amor a todos los humanos. Dios no se ha encarnado sólo en un Hijo individual, sino en el primogénito de todos los hermanos, en el Cristo portador del Espíritu.

Así pasamos de la encarnación individual (el Hijo de Dios es Jesús) a la comunitaria o mesiánica (todos los humanos pueden vincularse, formando cuerpo de amor, a través del Espíritu de Jesús). Algunos teólogos han hablado de una cuasi-encarnación del Espíritu Santo en la Madre de Jesús: El Hijo de Dios se habría encarnado en lo masculino de Jesús: el Espíritu de Dios se manifestaría en lo femenino de María. Pues bien, aún teniendo valores simbólicos, esta hipótesis nos parece poco exacta. Ciertamente, el Espíritu santo aparece vinculado a María de un modo especial, tanto en la encarnación (Lc 1, 26-38) como en el surgimiento de la iglesia (Hech 1, 13-14), pero no se revela o manifiesta en ella en cuanto mujer o persona aislada, sino en cuanto culminación de Israel (encarnación) y centro la iglesia (Pentecostés).

2. Espíritu Santo como perikhóresis o círculo de amor .

En la línea anterior, como muchas veces hemos comentado, quiero decirte que la mejor “teoría del amor” en occidente se ha trazado en torno a la experiencia trinitaria, y en especial en torno al Espíritu Santo. En este contexto se han trazado los análisis más intensos sobre el amor como el amor como relación y presencia de una persona en otra. Desde una perspectiva teológica más tradicional (partiendo de los Padres de la iglesia griega), podemos evocar como he dicho ya, dos modelos trinitarios, uno más especulativo, otro más personalista.

− En sentido más especulativo, la Trinidad aparece como despliegue de amor “esencial” que brota del Padre, se expande por el Hijo y culmina en el Espíritu Santo. Desde ese fondo, podemos hablar de los tres momentos constitutivos y fundantes de su realidad. Dios es ousia o esencia fundante (Padre) que se entrega y sólo existe al entregarse; Dios es dynamis, la fuerza del amor entregado y expresado en el mundo en forma humana (es Hijo) y finalmente entelekheia o perfección cumplida del mismo amor (Espíritu Santo).
− En un sentido más personalista, podemos hablar de Dios como despliegue de amor comunitario: Sólo existe y sólo puede concebirse en la medida en que se entrega para suscitar otra persona y compartir así la vida. Cada persona existe en sí misma existiendo en la otra, en gesto de inhabitación mutua (en griego perikhóresis) que la tradición latina posterior ha precisado utilizando dos palabras vinculadas y muy significativas (circumincessio y circuminsessio) que expresan la presencia de cada persona trinitaria en las demás, la más honda comunión intradivina.

Por favor, no te asustes con la terminología, pues lo que diré, partiendo de esos términos, es muy importante para entender el amor. En este contexto, Dios Dios es perikhóresis, itinerario de amor que va de una persona a las demás, de forma que cada está presente en las otras, como en baile o ronda de amor, en constante movimiento. Cada persona existe en sí recibiendo y compartiendo el ser desde y con las otras. Por eso, como muestran las fórmulas latinas que evocamos a continuación, la Trinidad es la forma suprema de comunicación y presencia de amor entre persona.

1. Dios es un itinerario (circumicessio, de circum-incedere), que lleva del Padre al Hijo por el Espíritu y viceversa: Es camino de amor positivo, que no se pierde en el vacío, ni se debe repetir en una especie de eterno retorno, siempre igual, nunca completo, porque es camino culminado por Cristo en el Espíritu. Cada persona existe en la medida en que "camina" (incedere) hacia la otra en proceso circular (circum). De esa forma, lo que suele aparecer como triángulo trinitario (tres personas vinculadas desde sus ángulos respectivos, en la unidad del triángulo común) puede y debe representarse como itinerario que ha llegado a la meta: El camino de Dios culmina como amor realizado y perfecto, para abrirse a los hombres en generosidad, como itinerario de amor eterno. Por eso, los cristianos (en contra de musulmanes y judíos que no se atreven a penetrar en el misterio de Dios) podemos decir y decimos que Cristo nos ha llevado al Padre, y con el Padre nos ha dado el Espíritu. De esa forma hemos penetrado en su mismo itinerario de amor, de manera que formamos parte de su movimiento.

2. En otra línea, al mismo tiempo, decimos que Dios es una especie de sesión compartida de amor (circuminsessio, de circum-sedere), una fiesta de gloria, pues cada persona descubre y posee (goza y despliega) su sentido y plenitud en la otra, en la que se asienta y alcanza su descanso. No sólo camina hacia ella sino que habita y se asienta en ella (sedere). Cada persona existe en sí (tiene sentido, se realiza) en la medida en que está fuera de sí, dando el ser a la otra, recibiendo el ser de ella. En otras palabras, cada persona "reina" haciendo reinar a las otras, teniendo en ellas su trono. En ese sentido decimos que la Trinidad es el amor perfecto.

«La categoría griega de perikhóresis (rotación, girar alrededor) bajo la forma de substantivo… (significa) compenetración, el de un estar recíproco de cada una de las personas en las otras dos de la Trinidad, morando una en la otra en una única substancia, como circulación de amor sin mezcla ni confusión de personas. Las hipóstasis (personas) divinas están la una en la otra sin confundirse, morando y residiendo siempre juntas, sin que sea posible concebirlas por separado. Así pues, en la Santa Trinidad hay tres hipóstasis unidas por su perikhóresis, que expresan el grado máximo de compenetración y de comunión de amor en el grado máximo de diversidad. La categoría de perikhóresis recuerda las categorías correspondientes latinas de circuminsessio (residir en torno) y circumincessio (avanzar alrededor), enriqueciéndose además con el significado que llevan consigo las concepciones teológicas que subyacen a estos términos» (cf. N. CIOLA, Perijoresis, www.mercaba.org/ perijoresis).

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