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miércoles, 16 de mayo de 2012

Os llamo amigos... ¿Puede fundarse la Iglesia en el amor?



He hablado ayer del tema famoso de Jn 15, 15, cuando Jesús llama a sus discípulos "amigos".Pro me llamado un amigo y me dice:
El amor es una pasión, es un afecto, un carisma... La Iglesia, en cambio, es una Institución seria, bien organizada, no puede fundarse en amores que pasan, en amigismos, el grupos de amiguetes... Precisa lo que quieres decir
Me gustaría decir, continuando en la línea de un 1 Cor 13, 7 (el amor todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta) que «el amor todo lo puede», que no sólo mueve las estrellas, como decía Aristóteles, sino que funda la Iglesia

Sin duda, en un sentido, el amor es lo más poderoso. Pero, en otro sentido, el amor es impotente, pues, como he dicho en el apartado anterior, el verdadero amor “no toma el poder”, en contra de lo que hicieron las revoluciones marxista. En esta línea se abre un camino difícil de explorar y no esperes (desde ahora hablo en segunda persona, respondiendo al amigo) que pueda responder a todas tus preguntas. Simplemente expongo de manera narrativa mi experiencia. Lo primero que descubro es que poder y amor resultan inseparables a lo largo y a lo ancho de una serie de planos y motivos. Deja que presente algunos pocos.

1. Los poderes del amor

1. En el plano afectivo-sexual estamos todavía presos en un tipo de patriarcalismo. Como amante, el varón habrá de ser el fuerte: poderoso en voluntad, claro en ideas, robusto en cuerpo, decidido en sus acciones. Por su parte, la mujer tendría que ser cálida, atractiva, acogedora. Ya sé que no aceptas este esquema, pero puede servirte para comenzar planteando el tema. ¿Qué se quiere decir cando se dice que el varón ha de ser potente y la mujer cálida? ¿Qué tipo de poder se está presuponiendo? Sin duda, tú dirían germina sólo donde se encuentran y fecundan potencia y calor, fuerza y afecto. Pero el tema es más complejo y el sentido del amor más amplio.

2. En el plano operativo-personal, recuerdas, quizá, a los enfermos que se acercaban a Jesús diciendo: «si quieres, puedes curarme». Jesús contesta: «quiero, queda limpio» o «tu fe te ha salvado». Como ves, hay un poder de salvación que se halla unido a la palabra del querer y a la fe que confía en Dios y acoge el don de su reino. «Querer es poder», dice el refrán. Se trata, en nuestro caso, de un querer lleno de amor, abierto a la confianza: internamente decidido, pero sin imposiciones; totalmente entregado, pero en gratuidad. Es un «querer de fe» que mueve las montañas, crea mundos y destruye los poderes del mal y del infierno, a través de una palabra creadora. Éste es un poder de afecto.
3. En el plano social, puedes recordar las palabras de María, cuando dice que Dios «derriba del trono a los poderosos y enaltece a los oprimidos» (Le 1, 52). El texto alude a la inversión escatológica: los grandes de este mundo han convertido su poder en instrumento de opresión, de orgullo antidivino, de mentira. Por eso, la venida de Dios cambia las cosas: suben los pequeños-oprimidos y, partiendo de ellos, se puede crear sobre el mundo un tipo de humanidad reconciliada. Esta es la palabra del amor que invierte las condiciones sociales. Este es el anuncio de un poder que triunfa como gracia, sin necesidad de tomar los “poderes” del Estado, de manera que podemos distinguir dos formas de actuación. (a) Hay un poder-fuerza que se expresa por la fuerza y se traduce en varios tipos de imposiciones, a través de una dialéctica que enfren¬ta a ricos-pobres, poderosos-impotentes, etc. (b) Hay un poder-gracia que se expresa a través de la trasformación radical del hombre, sin necesidad de la toma de los resortes del Estado, desde la misma raíz de la existencia humana.

En ese fondo podemos recordar algunas disputas religiosas que surgieron entre las grandes confesiones o iglesias cristianas de occidente.

Los protestantes, más centrados en la cruz, han resaltado la impotencia de Jesús: frente a todos los poderes de la tierra está el supremo abajamiento de su muerte, la palabra que se quiebra, la fuerza que se acaba; pues bien, a fin de compensar esa impotencia de Jesús, han destacado a veces la potencia de Dios, de tal manera que, miradas las cosas de una forma general, dan la impresión de estar subordinando el amor a su potencia soberana, actualizada de manera más o menos arbitraria.

Los católicos, al menos en principio, han sido menos extremistas: ciertamente, han destacado la grandeza del amor como principio de todos los valores. Pero luego, dentro de ese amor, han distinguido sus aspectos: la potencia y la impotencia, la grandeza y pequeñez.

La paradoja del amor

Esto nos sitúa ante la paradoja del amor, que tiene muchos rasgos y que puede interpretarse desde perspectivas diferentes. Por eso, a fin de hablar mejor de la potencia o impotencia de su amor hemos de situar su sentido, situarlo dentro de la perspectiva de la historia de occi¬dente. Ya sé que los esquemas generales suelen simplis¬tas. También el mío corre el corre el riesgo de ser muy general. Sin embargo, pienso que ilumina el sentido de la historia del amor.

1. En el principio era el ser. Filósofos griegos y escolásticos cristianos penaron que el amor ha de entenderse desde el ser. Ellos ponen en la base de todo el mundo entendido como un orden; interesa su cimiento original, su ontología. Sabes que ellos tienden a concebir las cosas conforme a un ritmo doble: como materia-forma, acto¬-potencia. Desde esa perspectiva, la potencia significa la capacidad que los seres tienen de realizarse dentro del conjunto; ella se puede entender de un modo pasivo (capacidad de ser cambiado) o bien activo (capacidad de actuar y cambiarse). Sea como fuere, el ser impone su poder sobre las cosas, de tal forma que el amor es sólo un dato consecuente, la armonía del conjunto, su flujo y su reflujo, su equilibrio de momentos. Las cosas son lo que son y el hombre resulta incapaz de transformarlas. Eso significa que el amor se encuentra sometido a los dictados del ser, interpretándose en función de algo anterior, de la ontología.

2. En el principio es la voluntad. La filosofía moderna ha invertido esa postura, convirtiendo a la voluntad en principio del ser. Por encima del dictado de las cosas está el poder del hombre que las piensa, las modela, las transforma. Esta inversión se hace consciente en el kantismo: la verdad no es resultado del influjo de las cosas sobre el hombre sino efecto del proceso creador del hombre que se impone por encima de las cosas. En el campo de la voluntad esto se vuelve todavía más patente. Piensa en la Crítica de la razón práctica de Kant y sobre todo en la visión de Schopenhauer que interpreta el ser como expresión de la gran volun¬tad original que se realiza a través de nuestra vida. Al final de ese camino se halla Nietzsche, interpretando la voluntad de poder como principio de las cosas. Eso significa que el hombre es ante todo poder. El amor se ha convertido en consecuencia.
3. En el principio es la palabra de amor. Estoy seguro de que surge, ha de surgir, un tercer tiempo en que el amor será principio y sentido de las cosas. ¿No te han dado miedo las posturas anteriores? A mí me parecen impositivas: tengo miedo de un ser que se me impone desde el cosmos como todo en el que debo realizarme. También me aterra una visión del poder-de-voluntad como principio absoluto de las cosas. En contra de eso, estoy convencido de que en el amor hay algo que desborda los princi¬pios naturales y el poder de la voluntad. Así pongo en el principio la Palabra (cf. Jn 1, 1), pero una palabra que es principio de amor, fuente de diálogo. Más aún, tengo la certeza de que estamos avanzando hacia un tercer estado de la historia en el que pueda desplegarse la potencia del amor como principio en que se asientan las restantes dimensiones de las cosas.

Desde ese fondo postulo una doble inversión. Quiero que el amor sea principio del ser y no al revés, superando así la ontología griega. Quiero que el amor sea principio de la voluntad y no lo opuesto, poniéndome así en contra de gran parte del pensamiento moderno. Lo quiero o, mejor dicho, lo descubro con profunda reverencia, como dato que deriva del misterio de Jesús, el Cristo. En el principio está el amor y de su entraña brota el ser y surge la potencia creadora de los hombres. Si hubiera ser antes que amor nos hundiríamos en la angustia de un fatalismo sin remedio. Si la voluntad fuera el principio del amor terminaríamos en la arbitrariedad demoníaca de un mundo que destruye nuestra vida. Por eso, yo formulo: el amor es el poder originario, es el principio del ser y el fundamento de la voluntad. Así quiero mostrarlo, presentando en cuatro tiempos una breve paráfrasis de 1 Cor 13 (texto que comentaré en la parte final de este libro, al hablar del amor en la Biblia).

1. El amor todo lo cree (y todo lo crea). Hay en la vida una experiencia iniguala¬ble: sólo el amor crea. Por la técnica y la ciencia, el hombre puede construir maravillosos edificios de armonía, bienes materiales, equili¬brios impensados de existencia. A través de su voluntad, el hombre puede cambiar las estructuras materiales de la tierra, ordenar la economía, dominar los pueblos. Pero sólo allí donde se alcanza el éxtasis de amor surge la vida, el hombre crea. Platón lo formuló a su manera: amar consiste en engen¬drar en la belleza. Allí donde se alcanza la suprema transparencia del encuentro entre personas brota vida, nueva vida, nacen hijos. Amar es engendrar, tu bien lo sabes, no hace falta que ahora venga a precisarlo. Pero quiero dar un paso todavía: el amor es el principio original de engendramiento, en el misterio de Dios y en la existencia de los hombres. Dios mismo es una génesis de amor, es Padre que origina de su entraña al Hijo. Sabes que esa Génesis se ha abierto, se ha expandido: nosotros procedemos de la entraña del amor de Dios, somos un espacio de ampliación del Hijo, un ámbito de vida en donde el Cristo se refleja y se realiza, al mismo tiempo. Esto significa que el amor es el poder originario. En el principio no está el diablo, ni las fuerzas de la vida, ni el rodar de la materia. Está el misterio del amor gratificante, el Padre que se expande en libertad y, suscitando al Hijo, quiere que las cosas broten en su entorno, como vida que se expande de su seno y le acompaña. Esta es la physis o lugar de nacimiento primigenio de las cosas.

2. El amor todo lo redime: no sólo es un poder de creación sino la fuerza que recrea, acoge a los perdidos, les asume, les eleva. Sabes bien que el verdadero amor respeta, deja que seamos en libertad, nos permite realizarnos en el riesgo. Pero sabes igualmente que, si es auténtico, el amor no se limita a respetarnos, dejándonos caídos: viene hasta nosotros, participa en nuestro propio sufrimiento y nos ofrece un lugar en su existencia. Para amar no basta con crear. Todos los padres saben que el amor cobra una nueva perspectiva y toma fuerza allí donde, después de haberle originado, ellos asumen el camino de su hijo, le acompañan en los riesgos, le consuelan en las caídas, consufren desde el fondo de su mismo sufrimiento. El amor nunca violenta desde fuera, nunca oprime de manera imperativa, sino que se desviste de su fuerza y se hace vida compartida y redentora entre los pobres, los sufrientes, los perdidos.Esto significa que el amor es la potencia salvadora. En el centro de este mundo no está el mal, ni la caída de Adán, ni la opresión de los que intentan pasar por poderosos, ni la lucha entre las clases... En el centro de la historia está el amor de redención de Jesucristo, como fuerza que, fundándose en la misma pequeñez y en la impotencia se eleva por encima de todas las instancias y quebrantos de la tierra.

3. El amor todo lo potencia. No basta con realizar una redención externa, como sabes; no basta con decir: «sube hasta aquí, que yo te espero». Es necesario descender hasta el lugar de la caída, dar las fuerzas, animar y potenciar en el camino. Hay un momento en que respeto y redención no bastan. Hace falta una presencia incitadora, una exigencia. Sólo sabe amar de veras aquel que, sin violencia, capacita a los demás a fin de que realicen lo más grande y tiendan hacia la plenitud de sí mismos. El amor ha de entenderse, por lo tanto, como fuerza de transfor-mación de la realidad: es el poder que nos capacita para suscitar un orden de sentido en la batalla de este mundo donde tantas veces nos angustia la visión del hombre como lobo para el hombre. Ese mismo poder de amor nos anima para buscar nuevas estructuras, formas de existencia transparente, abierta a los demás, gratuita, creadora. Quizás adviertas cómo en este plano identifico el amor con el Espíritu santo y su actuación sobre la tierra. Para muchos creyentes, el Espíritu santo ha terminado convirtiéndose en un signo de puro misticismo inoperante, en un fantasma (ghost) que ronda en la cabeza de los débiles mentales. Pues bien, en contra de eso, tengo que afirmar que el Espíritu de amor de Dios es el poder que fundamenta y vitaliza la marcha de la historia. No estamos en manos de la necesidad cósmica (griegos), ni a merced de una voluntad arbitraria (modernos); el poder que nos sustenta y que dirige el mundo es el amor de Dios en Cristo, el espíritu divino.

4. El amor todo lo culmina. Se piensa a veces que el amor acaba siendo empeño inútil: hemos querido transformar el mundo y al final nos encontramos con la misma ley del cosmos que parece burlarse fríamente de nosotros. Hemos querido construir una existencia más perfecta y al final sólo encontramos huellas de barbarie. ¿Dónde está el sentido en todo esto? Yo respondo: ¡en el amor! Deja que concrete la respuesta. Quien siembra en cosmos recolec¬ta en cosmos; quien sólo siembra voluntad no encontrará más que su propia voluntad. Por el contrario, quien siembra en amor o, mejor dicho, deja que le siembren en amor, cosecha en comunión la vida perdurable. La creación de Dios, la redención de Cristo, la animación del Espíritu santo se explicitan y culminan en el misterio de la comunión trinitaria en que nosotros venimos a insertarnos. Esto significa que Dios es omnipotente porque, a través de un proceso de creación-redención-santificación, se desvela ante nosotros como encuentro de amor en el que todo surge y donde todo se culmina. Las restantes cosas pasan: la fe como visión en sombra, la experiencia carismática del mundo, los trabajos de la tierra, la espe¬ranza incierta... Al final sólo nos queda el amor como misterio de encuentro poderoso, el ser y voluntad de Dios como principio y sentido de las cosas, comunión de Padre, Hijo y Espíritu santo. Desde aquí planteo un tema más concreto.

Has escuchado, como yo, una sentencia que dice así: «todo poder corrompe; Dios es el máximo poder; luego es también la corrupción más grande». A partir de todo lo que vengo diciendo, esta sentencia resulta falsa o, por lo menos, muy parcial. ¿Es verdad que todo poder corrompe? Corrompe aquel poder que se sitúa por encima de la ley, y se mantiene a costa de otros hombres. Corrompe aquel poder que se consigue por medio de la lucha y se sostiene a través de imposiciones: el poder que se desliga del amor y se convierte en absoluto.

La experiencia de esa corrupción es abundante. En otro tiempo era difícil convertir la voluntad en diosa, porque el hombre se encontraba sometido a otros poderes (buenos o malos). Pero ahora, en la modernidad, da la impresión de que el hombre se ha vuelto principio de poder casi absoluto, con el riesgo que ello implica. Pero en el hombre hay algo más grande que el poder desnudo: está el amor. Pues bien, el amor de Dios es principio positivo de poder, principio de un poder que es bueno, como fuente de gracia y de comunicación.

Por eso, respondiendo a la sentencia anterior quiero decir que «hay un poder de amor que es bueno, porque crea y sana; Dios es la fuente del máximo poder bueno; por eso, Dios es el principio de creatividad y salud más alta». Desde ese fondo se puede y debe hablar de un poder de amor humano que es también muy positivo, un poder que se funda en la naturaleza, que se expresa en las relaciones mutuas y que debe culminar en una cultura de amor:
1. Hay un principio natural de amor, un poder de amor que se expresa en la misma naturaleza. Éste es un amor “natural”, pero es más que una función del cosmos. Desde ese fondo quiero decir que nosotros, hombres y mujeres de la modernidad, que nos hemos perdido tantas veces en las mallas de las propias creaciones arbitrarias, nosotros, destructores de las cosas a lo largo de un proceso de expoliación de la naturaleza, tenemos que encontrar de nuevo la manera de escucharla y respetarla, agradecidos y amorosos, descubriendo en ella un signo de la gracia de Dios que nos funda en la vida.
2. Hay una serie de redes sociales que pueden ser signo de amor. He puesto de relieve el riesgo de una voluntad que quiere convertirse en absoluta. Pero, dicho eso, he de añadir que acepto esperanzado, emocionado, el poder de construcción técnica del hombre. Déjame que sueñe. Dentro de muy poco, quizá a la vuelta de cíen años, el mundo no será ya este mosaico perverso, irracional y combativo, de potencias destructoras: habrá cesado la carrera de armamentos, habrán quebrado las fronteras estatales, cada pueblo mantendrá en la paz su propio ritmo cultural de vida dentro del conjunto de los pueblos. Ciertamente, tengo miedo del proceso: los avances de la técnica se emplean hoy para matar y violentar con fuerza a los que tienen simplemente el gran pecado de haber sido, por historia, tradición o suerte algo inferiores. Si nos vence la veta irracional de la racionalidad somos capaces de quebrar el gran proceso y destruirnos... Pues bien, a pesar de todas las señales alarmantes del poder de destrucción que nos domina, yo apuesto por una racionalidad cultural positiva: se irá trazando sobre el mundo un arco de equilibrio en que todos podrán cubrir sus necesidades básicas y realizarse en libertad en el conjunto.
3. ¿Cómo se mantiene una cultura de amor? Sólo veo una respuesta: la cultura de amor es posible allí donde los hombres dejan que el amor se manifieste. Por encima de las leyes de la naturaleza, que están en nuestra base, por encima de las leyes culturales, que precisan y concretan nuestra trama social, ha de surgir desde el amor un campo libre de encuentro en comunión, de vida compartida, en avance fascinante hacia las profundidades inson¬dables de lo humano que sólo entonces podrán manifestarse.

Estamos ante un reto de magnitud insospechada. En un principio, el hombre se ocupaba casi totalmente en la tarea de encontrarse a sí mismo, perviviendo y realizándose, en el fondo de una vida natural que era enigmática y adversa. En estos últimos siglos, el hombre de occidente se ha mostrado absorto en la tarea de expresar su voluntad a través de una serie de gestos de dominio: conquistas, avances, revoluciones... A mi juicio, está llegando el tiempo en que el proceso puede adquirir otro sentido: dominado básicamente el mundo y creadas unas condiciones neutralmente positivas de convivencia, los hombres podrán dedicarse a profundizar en la tarea del encuentro interpersonal. Sólo cuando llegue ese día comprenderemos la belleza y riesgo de lo humano.

Quizá por vez primera la humanidad emprenderá la tarea de querer hacerse humana. Hasta ahora nos han llenado otros quehace¬res, nos han mordido otras urgencias. Todas ellas pasarán a un segundo lugar. Surgirá así una tierra diferente, organizada como gran ciudad donde todo se hallará relacionado, desde un fondo de necesi¬dades materiales solucionadas, en búsqueda indefinida del auténtico rostro de lo humano. ¿Cómo será entonces esa nueva sociedad? ¿Caeremos en la máquina inhumana que ha pintado A. Huxley en Un mundo feliz? ¿Terminaremos destruyéndonos en la desesperación y desgana, negándonos a vivir, borrando así la historia de la tierra? ¿O comenzará con esta liberación estructural un mundo nuevo de bús¬queda de amor, más fascinante y enigmático, más rico y misterioso que todos los mundos anteriores? Yo pienso que sólo esta última solución responde a la gracia de Jesús, el Cristo.

1 comentario:

Cristianismo Laico dijo...

COMPLOT CONTRA LA IGLESIA
En los preparativos del Concilio Vaticano ll, rabinos y masones conspiraron para derrotar a la Iglesia, infiltrando directrices preconciliares, ideadas para terminar de judaizar el cristianismo. Las implicaciones judaizantes post Conciliares alcanzaron su clímax en los pontificado de Juan Pablo II y Benedicto XVI, causando la oposición de los sedevacantistas que desconocen los cambios modernistas tratando de evitar la abrogación sutil de los dogmas de la divinidad de Cristo, la divina Trinidad, la Nueva Alianza, los Evangelios y Cánones antisemitas fruto de los concilios organizados para defender a la Iglesia de los eternos ataques de la Sinagoga, a fin de exonerar a el pueblo judío del crimen de Cristo y convertir a la Iglesia Católica en una escuela bíblica portavoz de la moral natural dictada por Dios a Noe (noeajida) para gobernar a las bestias humanas (goyins: los pueblos no judíos). La táctica sutil empleada por Juan Pablo II para terminar de judaizar el cristianismo, opinando ante los medios que “los judíos son nuestros hermanos mayores en la fe” (siendo enemigos acérrimos del cristianismo desde la Iglesia primitiva hasta nuestros días), a merita la revisión jurídica del diferendo pontificio __{opuesto a la sentencia dictada por Cristo [Mateo XXIII, 1 al 35] en su diatriba contra el puritanismo hipócrita de los sacerdotes y escribas de la Sinagoga señalando como reos de pena eterna a los seguidores de la doctrina judía (ethos: religión racista) y la conducta (pathos criminal y genocida serial) de Israel. A la luz de los genocidios seriales bíblicos e históricos cometidos por el pueblo judío, a fin de determinar la vigencia del ad quem recurrido}__ que decidirá la victoria o derrota del judaísmo sobre el cristianismo y, la trascendencia o la involución de la humanidad. Tanto la apelación como la posterior beatificación de Juan Pablo II, son directrices dictadas por la Sinagoga para culminar la labor judaizante intra iglesia ejercitando el autoritarismo pontificio para imponerlas. Y ante la oposición de los padres de FSSPX a los cambios modernistas de la Iglesia post conciliar, los barones de la banca mundial judía ordenaron al jefe de los conjurados Joseph Razinger, exija a los lefebvristas la aceptación de la encíclica “Nostra Aetate”, que marca la posición de la iglesia ante los judíos. Haciendo evidente la subordinación apostata de la Iglesia postconciliar a las directrices de los príncipes de la sinagoga y el gobierno mundial judío, y la traición a Cristo y la Iglesia de Juan Pablo II y Benedicto XVI, jefes de los conjurados; por ello, apelamos la beatificación de Juan Pablo II, y exigimos la abdicación inmediata de Benedicto XVI. http://radiocristiandad.wordpress.com/2012/05/12/traiciones-sin-fin-se-exigira-a-los-lefebvristas-que-acepten-la-nostra-aetate-que-marca-la-posicion-de-la-iglesia-postconciliar-ante-los-judios/
http://es.scribd.com/doc/25010108/El-Complot-Mundial-Contra-El-Estado-La-Iglesia-Y-La-Sociedad-Cristiana
http://www.ivoox.com/complot-contra-iglesia_md_272781_1.mp3?source=REFERER_DOWNLOAD