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jueves, 7 de junio de 2012

Evangelio Misionero del Día: 8 de Junio de 2012 - IX SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO - Ciclo B


Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 12, 35-37

Jesús se puso a enseñar en el Templo y preguntaba: «¿Cómo pueden decir los escribas que el Mesías es hijo de David'? El mismo David ha dicho, movido por el Espíritu Santo:
"Dijo el Señor a mi Señor:
Siéntate a mi derecha,
hasta que ponga
a tus enemigos debajo de tus pies".
Si el mismo David lo llama "Señor", ¿cómo puede ser hijo suyo?»
La multitud escuchaba a Jesús con agrado.

Compartiendo la Palabra
Por Fernando Torres Pérez cmf

Otra vez vemos a Jesús en diálogo con el pueblo que lo escucha atento. Como siempre, Jesús intenta sacar a la gente de su posición cómoda, de sus prejuicios, de sus ideas preconcebidas. En el tiempo de Jesús toda la esperanza se centraba, parece ser en la venida esperada del Mesías. Pero al mismo tiempo esa esperanza se centraba también en la figura del rey David. El Mesías esperado iba a ser hijo de David.
Al decir eso no sólo se referían los maestros de la ley a una descendencia biológica. Querían señalar una manera de ser, un modelo. Mirando al rey David y las cosas que había hecho se podía entender lo que iba a ser el Mesías para el pueblo de Israel.
David era el que había dado estabilidad al pueblo por primera vez. Después de los tiempos de Egipto, el pueblo se había instalado en las llanuras de Palestina. Era la tierra prometida. Pero aquellas tierras no se consiguieron sin lucha. Los jueces fueron los líderes que ayudaron al pueblo a unirse en los momentos de dificultad. El primer rey salió un poco loco y no dio al pueblo la estabilidad que necesitaba. Fue David el que se encargo de hacer de aquel grupo de tribus una nación poderosa. Les dio una capital y un templo –aunque el definitivo lo construiría su hijo Salomón– en el que adorar a Dios.
Los judíos del tiempo de Jesús miraban a ese pasado glorioso –más glorioso y más idealizado cuantos más años pasaban– y añoraban la vuelta a aquellos tiempos. El Mesías esperado debería ser hijo de David. Les devolvería la independencia frente a los odiados invasores romanos. Les haría otra vez un pueblo grande y poderoso, temido por sus vecinos. Eso era lo que esperaban.
Jesús cambia esas perspectivas. Si David le llama Señor al Mesías esperado, ¿cómo puede ser hijo suyo? ¿Cómo se puede pensar que lo único que va a hacer el Mesías va a ser restaurar aquel pasado supuestamente glorioso? No puede ser que el Mesías se redujese sólo a reproducir el pasado imaginado. Y no ha sido así. Jesús es el Mesías, el hijo de Dios, y su presencia nos ha traído no el triunfo del reino de Israel sino el Reino de Dios. Algo muy diferente, totalmente nuevo, que todavía, y quién sabe por cuanto tiempo, estamos tratando de entender lo que supone de verdad para nuestra vida. Jesús nos dice que no hay que mirar al pasado sino que Dios está en el futuro, es nuestro futuro. Lo que esperamos no tiene parangón con nada de nuestro pasado. Es la vida de Dios, es su reino. Es su regalo, Su don. Su gracia.

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