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sábado, 30 de junio de 2012

XIII Domingo del T.O. (Mc 5,21-43) - ciclo B: No está muerta, está dormida



El Evangelio de hoy tiene como base a dos mujeres.
La una es una niña de doce años.
La otra una mujer, no sabemos su edad, pero que, por coincidencia con la niña, llevaba doce años enferma.
Y lo curioso es que la mujer niña la dan por muerta.
Mientras que para Jesús es una mujer niña que simplemente está dormida.
Y la mujer, enferma durante doce años, es una mujer también socialmente muerta en su dignidad femenina, en su dignidad de mujer.
Me parece linda la reflexión que hace Pagola y que cita Javier Gafo S.I.
“Es una mujer enferma en las raíces mismas de su feminidad. Aquellas pérdidas de sangre que viene padeciendo desde hace doce años la excluyen de la intimidad y del amor conyugal. Según las normas del Levítico es impura ante sus propios ojos y ante los demás, una mujer intocable y frustrada. Su ser más íntimo de mujer está herido. Su sangre se derrama inútilmente. Su vida se desgasta en la esterilidad. El Evangelista la describe como una mujer ignorada y solitaria, avergonzada de sí misma, perdida en el anonimato de la multitud”.

Y ambas mujeres son recuperadas por Jesús.
La que parecía muerta, sencillamente estaba dormida.
Pero él la coge de la mano y la pone en pie: “Contigo hablo, niña, levántate”.
Y la niña se echó a andar.

Hay muchas mujeres que diera la impresión de que “están muertas”:
Nadie cuenta con ellas.
Nadie las valora en su verdadera dignidad.
Nadie se atreve a levantarlas y ponerlas a andar en la sociedad o en la Iglesia.
El Evangelio de hoy ¿no será una llamada al mundo y a la Iglesia a que:
Las mujeres se despierten.
Las mujeres comiencen a caminar como los hombres.
Las mujeres comiencen a vivir la dignidad de los hombres.
Las mujeres comiencen a sentirse valoradas como los hombres.
Las mujeres comiencen a hacer lo que hacen todo los demás?

Es triste que la mujer comience a ocupar el lugar que le corresponde en la sociedad, no porque la sociedad haya cambiado de mentalidad sino porque ellas han comenzado a despertarse y han comenzado a olvidarse del sueño de la resignación y han luchado por sus legítimos derechos.
No han pedido regalos.
No han pedido privilegios.
No han pedido se les dé nada.
Son ellas mismas que se han ido ganando a pulso este todavía tibio reconocimiento.
Se las reconozca como personas, antes que como mujeres.
Que se las acepte como personas, por más que estén marcadas por su feminidad.
El sujeto no es ni masculino ni femenino: es una persona.
Luego vendrá su calificación de masculinidad y feminidad.
Pero ni lo masculino ni lo femenino valen nada, sin la persona que lo sustente.
¿No les estará diciendo hoy Jesús a las mujeres del mundo: “Mujer, contigo hablo, levántate”?

Y esa otra mujer, con los mismos años que la niña que duerme, marginada por su propia intimidad femenina, ¿no es otro gesto evangélico de la recuperación de la mujer en la sociedad y en la vida religiosa?
La mujer niña dormida es cogida de la mano por Jesús que la levanta.
La mujer enferma en su feminidad es ella misma quien se atreve a tocar el vestido de Jesús.

Una mujer marginada por impura.
Una mujer impedida de la intimidad conyugal por impura.
Una mujer condenada a la esterilidad por impura.

Pero una mujer capaz de tomar conciencia de sí misma.
Una mujer que quiere recuperar su salud social y espiritual.
Una mujer capaz de arriesgarse, pese a las prohibiciones de la ley, a tocar a Jesús.
Una mujer con una fe en sí misma y en Jesús, que es capaz de sanarse a sí misma.
“Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud”.

La primera se despierta de su sueño y se pone en pie, gracias a la fe de su padre.
La segunda se cura y se rehabilita, gracias a su propia fe.
Es lo que hoy se necesita en la sociedad y en la Iglesia:
Padres, hombres, que quieran recuperar la salud de las mujeres.
Mujeres que sepan reconocerse a sí mismas y su dignidad y corran el riesgo de romper con las prohibiciones legales y luchen hasta sanarse de verdad.
No lo lograrán con tratamientos curativos.
No lo lograrán gastando su fortuna.
Lo conseguirán con la fe en ellas mismas y con la fe en el Dios que les regaló la misma dignidad que al hombre. Ya es hora de que la mujer deje de sangrar inútilmente y se sienta disminuida por su feminidad.

Clemente Sobrado C. P.

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