V Domingo del T.O. (Lc 5, 1-11) - Ciclo C
“No temas”: es el saludo habitual con el que, en la Escritura judeocristiana, la Divinidad se acerca a los seres humanos, como si se reconociera que el miedo constituye una de nuestras señas de identidad. Sobre todo, el miedo ante aquello que nos resulta nuevo y, en particular, desbordante.
Pues bien, frente a tantos miedos, nos hace bien escuchar en lo hondo de nuestro corazón: “No temas”. No solo como un consuelo fácil, sino porque resuena con verdad. Aun incluso cuando hemos sido dañados en nuestra confianza, sigue habiendo un lugar en nuestro interior que vibra ante esa palabra y, lo que es más importante, nos asegura que es verdadera.
Sabemos que es verdadera porque, cualquiera que sea la situación que nos toca vivir, podemos descansar en lo que es. Experimentamos que el Fundamento último de lo Real es fiable, digno de confianza, y constituye una roca sólida en la que hacemos pie, incluso aunque a nuestra mente le falten todas las respuestas a sus preguntas interminables.
Porque esta confianza se mueve en otro registro, distinto del puramente mental. No es el resultado de un razonamiento, mucho menos de un control sobre las circunstancias; se trata, por el contrario, de una experiencia directa, no-mediada por la mente, y que se hace presente justamente cuando el razonamiento calla.
Solo con esa confianza podemos acoger y seguir la invitación de Jesús: “Rema mar adentro”. Salir de la rutina, de la instalación, de lo viejo conocido…, para adentrarse en la profundidad siempre nueva de la vida.
Las religiones tienden, por su propio carácter, a “cosificar” e incluso “momificar” el mensaje recibido: de ese modo, la novedad de la intuición original se transforma fácilmente en institución petrificada, que no despierta gozo ni produce vida.
La profundidad a la que nos invita la palabra de Jesús –“rema mar adentro”- no se halla lejos, ni tiene que ver con ningún sueño alucinatorio. Es un nombre distinto para hablar de la Presencia. El presente es siempre nuevo y fresco, lleno de riquezas insospechadas y nunca tiene fin.
Sal de los mensajes reiterativos de la mente que, como cinta grabada, repite siempre los mismos contenidos, y ven, una y otra vez, al momento presente, hasta que tu propio “yo” se diluya en él.
Ese es el “mar adentro” que nos da miedo: el lugar de la novedad, en el que no podemos controlar, donde incluso se ve modificada la percepción habitual de nuestra identidad.
Ciertamente, desde ese “mar adentro”, las cosas se ven de manera diferente, y eso es lo que nos permitirá salir de nuestras acostumbradas reacciones egoicas.
Sabemos bien cómo reaccionamos desde el ego: cómo vivimos, desde él, nuestro trabajo, nuestras relaciones, nuestros compromisos… Cuando, por el contrario, al venir al presente, nos situamos en la Presencia que somos y dejamos de percibirnos como “yo”, todo se ha modificado. Experimentamos, con sorpresa y con gozo, que otra manera de ver y de vivir es posible.
Es ahí donde podemos “echar las redes para pescar”, es decir, donde es posible favorecer la vida de las personas (“pescar” = sacar a las personas del mar/mal a la tierra/vida = ayudar a vivir).
Porque las transformaciones profundas no vienen de propósitos, ni de ningún tipo de voluntarismo, sino que nacen de la comprensión: cuando vemos, cambiamos. Porque cambiar no es alcanzar alguna meta que se halle alejada, o cargar con algún peso añadido; cambiar es salir de la superficialidad para vivir, sencillamente, lo que somos en profundidad. Pero eso requiere que lo veamos.
Al verlo, la vida se ilumina, el miedo se transforma en confianza, y, como Jesús, nos hacemos servicio para los demás.
Enrique Martínez Lozano
www.enriquemartinezlozano.com
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