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domingo, 21 de abril de 2013

Contemplaciones con el Evangelio: Jesús Abogado y el Padre Mayor

Domingo de Pascua 4 C 2013

En el domingo de nuestro Buen Pastor, contemplamos haciendo presentes algunas imágenes que nos va regalando el Papa Francisco. Una es sobre Jesús Abogado:
“¡Es lindo sentir que tenemos un abogado!”, exclamó Francisco. Saliéndose del texto que estaba leyendo para su catequesis, agregó: “Cuando uno es llamado por el juez, tiene un juicio, lo primero que hace es llamar un abogado: ¡nosotros tenemos uno que nos defiende siempre, nos defiende de las insidias del diablo, nos defiende de nosotros mismos, de nuestros pecados!”.
Me quedé con esto de que Jesús nos defiende de nosotros mismos. Hace un tiempo, escuchando a Silvia Freire que hablaba de abrazar al niño interior que somos para que sanen las heridas de la infancia, me impresionó una frase suya acerca de que “nadie es más duro con uno que uno mismo”. San Ignacio dice que “el mal espíritu entra en nuestro castillo interior por la parte más débil”, y, paradójicamente, esa parte débil es a veces nuestra dureza para con nosotros mismos.
Jesús, nuestro Buen Pastor usa también la misma táctica: entra por nuestro lado más débil, pero para sanar y perdonar, no para juzgar y saquear.
Una manera linda de mirar el sacramento de la confesión es la de “ir a nuestro Abogado”.
No al Juez, al Abogado.
En la confesión nos encontramos con el que es más bueno con nosotros que nosotros mismos.
Yo creo que si uno tiene esto claro –de que uno no es buen juez de sí mismo (y que en algunas cosas es el peor juez y el más duro a la hora de aplicar sentencias), experimentará el alivio inmenso que da confesarse con Jesús, el Abogado bueno y lo tonto (y peligroso) que puede resultar eso de “yo me confieso sólo con Dios”. Esto de exponerse ante el Juez sin Abogado es bastante necio a nivel humano y no digamos nada a nivel espiritual, máxime si ese Juez, muchas veces, en vez de ser nuestro Buen Padre, es una proyección de “deberes que se nos imponen inconscientemente y que adoptamos como medida para juzgarnos”.
Antes de ayer, pedía permiso a los de la fila del segundo turno del comedor para poder entrar a la Casa de la Bondad (iba acompañando a nuestro Padre Provincial que nos está visitando) y me cargaban con Boca (como siempre en estos últimos tiempos). Me golpeó una frase de un joven que, señalando la casa, dijo: ahí tendría que estar Boca. Por lo de “enfermos terminales”. Como un flash me vino al corazón que “así se debía sentir él”. Como un enfermo terminal. Joven, pero ya acabado. Es terrible la dureza para consigo mismos que esclaviza a los que están en situación de calle. Eso es lo primero que hay que trabajar, como nos enseñan nuestras trabajadoras sociales. Detrás de toda falta de esperanza y de deseo hay un juicio inapelable que debe ser removido. Ahí entra la tarea salvadora de nuestro Abogado Jesús, que viene a defendernos, para que nadie –y menos nosotros mismos- nos arrebate de sus manos.
La otra imagen es la del Padre siempre Mayor, siempre más grande en Misericordia y Esperanza para con nosotros, sus hijos. Es linda la imagen de Fano del Padre revestido de nuestros rostros. El Papa Francisco usó esta imagen sacerdotal el Jueves Santo. Nos decía: “La vestimenta sagrada del sumo sacerdote es rica en simbolismos; uno de ellos, es el de los nombres de los hijos de Israel grabados sobre las piedras de ónix que adornaban las hombreras del efod, del que proviene nuestra casulla actual, seis sobre la piedra del hombro derecho y seis sobre la del hombro izquierdo (cf. Ex 28,6-14). También en el pectoral estaban grabados los nombres de las doce tribus de Israel (cf. Ex 28,21). Esto significa que el sacerdote celebra cargando sobre sus hombros al pueblo que se le ha confiado y llevando sus nombres grabados en el corazón. Al revestirnos con nuestra humilde casulla, puede hacernos bien sentir sobre los hombros y en el corazón el peso y el rostro de nuestro pueblo fiel, de nuestros santos y de nuestros mártires, que en este tiempo son tantos”.
El ser Buen Abogado de Jesús le viene de su Padre, nuestro Juez Misericordioso. El acusador es el demonio, no Dios. Y la peor desgracia del hombre es que este demonio Acusador ha logrado y logra convencer a muchos de que el acusador es Dios. Y toma pie para convencernos en esa debilidad nuestra que nos lleva a proyectar en Dios nuestra dureza interior que muchas veces no es sino autodefensa mal aplicada. Jesús libera de proyecciones la imagen del Padre y nos revela que “su Gloria es el hombre vivo”, por eso nuestros rostros en sus vestiduras. Un Padre no desea otra cosa sino que sus hijos vivan una vida plena. Y protegernos contra todo mal, es su instinto primero y su compromiso más radical. Siguiendo el camino de que nuestro juez más implacable somos nosotros mismos, recordamos la frase de Juan sobre el Padre, la que cala más hondo, creo yo, y toca la herida más profunda, esa que tuerce nuestra mente: “En esto conoceremos que somos de la verdad, y estaremos tranquilos delante de Dios aunque nuestra conciencia nos reproche algo, porque Dios es más grande que nuestra conciencia y conoce todas las cosas” (1 Jn 3, 20).
La experiencia de Jesús que nos defiende de nosotros mismos y del Padre más grande que los reproches de nuestra conciencia se hace en la confesión o reconciliación y en el diálogo espiritual con el que nos acompaña y ayuda a discernir la voluntad de Dios. Sintiendo que la primera voluntad de Dios es esta, la de que “escuchemos su voz que nos defiende y sintamos sus manos que nos protegen”. Después viene la voluntad de Dios en orden a los demás. Pero el anuncio de la buena noticia del evangelio es noticia de un perdón y una protección que primero tiene que experimentar en sí el que la quiere anunciar a los demás.

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