El Vaticano se traslada por unos días (22‒28, VII, 2013) a São Sebastião do Rio de Janeiro, una de las ciudades más jóvenes, bellas, creadoras y caóticas de la tierra. Es ocasión de pasar de una JMJ (Jornada Mundial de la Juventud) a un MJC (o un MMJC: Manifiesto Mundial de la Juventud Cristiana).
-- Es problema de personas, pero también de convicciones y de instituciones:
-- No bastan pequeños retoques, se necesita una renovación radical de la Iglesia, más allá del protestantismo del XVI, del modelo gregoriano del XI, del constantinismo del IV y de la helenización del II-III d. C.
-- Más que el aggionamiento (ponerse al día) de Juan XXIII, hace falta un fuerte “rejuvenecimiento" (=ringiovanimento) de evangelio.
La JMJ de Río es una buena ocasión para volver a la inspiración original del evangelio y para descubrir y potenciar “la juventud” de la iglesia, en la línea de una MJC, como verá quien sigue.
Se acaba un ciclo, no sólo por vejez de lo vivido, sino por la novedad del evangelio. No se trata sólo de empalmar con un tipo de jóvenes de Río, sino de inyectar juventud de evangelio al conjunto de la Iglesia. Río es un buen lugar para empezar, como indicaré, señalando unos motivos y criterios de rejuvenecimiento de la iglesia.
REJUVENECIMIENTO DE LA IGLESIA. TRES MOTIVOS:
1. Volver al evangelio, crear juventud
Para los cristianos, el principio de rejuvenecimiento que Jesús, entendido con radicalidad, desde su proyecto mesiánico de Reino, a partir de la experiencia pascual de los primeros cristianos. Éste es un Jesús a quien ahora (principios del siglo XXI) debemos situar ya en un mundo post-cristiano o, quizá mejor, post-sacral y post-ontológico donde todo sucede en un plano como si Dios no existiera y la Iglesia no importara.
Por eso, los seguidores de Jesús no pueden entenderse ya en clave de poder (con privilegios especiales de “mayores”, como “presbiterio”), sino como un grupo dispuesto a rejuvenecer la vida humana, en amor y libertad, en ternura e ilusión creadora.
2. Renacer, la novedad cristiana
Por eso, los cristianos ya no pueden entenderse como “sociedad establecida” (una buena gerontocracia, con pretensión de verdad sobre todos), sino como presencia kerigmática, dentro de un mundo que se vuelve viejo, creyéndose absoluto y cerrándose en sí mismo. La JMJ sólo puede tener sentido en Río (y en el resto del mundo cristiano) si es que apuesta por el rejuvenecimiento de la vida, desde el evangelio, superando una “lógica de lo mismo”, decidida a perpetuar una dinámica vieja de poder sagrado.
La renovación de la iglesia (y la apuesta a favor de una humanidad salvada) sólo es posible allí donde los cristianos optamos con Jesús por lo “nuevo” (eso es, por el evangelio); donde somos capaces de romper la rueda de un destino que parece volver siempre a lo mismo (el poder de los poderosos del sistema), para que pueda nacer la nueva vida humana. No se trata pues de una opción a favor de los jóvenes como grupo en una franja de edad, sino de una opción por el rejuvenecimiento de la iglesia, es decir, por la Novedad Cristiana.
3. Un Dios encarnado y comprometido
A partir de esa base (un rejuvenecimiento cristiano) se entiende la tarea kerigmática (es decir, de testimonio y anuncio) de Jesús, a quien hemos de mostrar como testigo del Dios encarnado, es decir, de un Dios que no se impone con poder desde lo alto (como clave ontológica de realidad), sino que se ofrece en Persona, regalando su Vida y entrando en nuestra vida para rejuvenecerla, asumiendo el sufrimiento de la realidad, de un modo purificador y creador, en compromiso personal, para transformar todo lo que existe, de manera que podamos “renacer”, pero de verdad (no conforme al dictado de unos poderes superiores).
Éste es el gran anuncio de la Iglesia, la buena noticia (evangelio) de su vida que algunos creyentes de vieja cristiandad parece que no han entendido todavía, pues da la impresión de que quieren que ell se pueda seguir imponiendo como antes sobre el mundo.
REFLEXIÓN DE FONDO
No es el evangelio para la Iglesia, sino la Iglesia para la evangelización, es decir, para la extensión del mensaje y presencia del Reino de Dios, es decir, para un rejuvenecimiento evangélico del mundo. Eso implicará un cambio de estructura eclesial, que es difícil programar de antemano, pues ello sólo puede hacerse a medida que se avanza en el camino, dejando que el impulso de Jesús (el gran tsunami del mensaje del Reino) transforme nuestra vieja humanidad. No se trata de tirar por la borda lo que ha sido la tarea histórica de la Iglesia, sino de asumirla para recrearla (superarla sin negarla) según el evangelio.
El paradigma secular de poder eclesial, propio de una Iglesia de ancianos instalados en su verdad y en su autoridad (un cristianismo entendido como instancia de imposición sacral sobre el mundo) no responde a las nuevas experiencias de la vida social (ni al evangelio de Jesús). Por impulso humano (la vida humana se define por su capacidad de re-nacimiento) y por influjo de fondo del mismo evangelio tenemos que romper y superar el paradigma del poder establecido. No se trata de una simple adaptación del evangelio a los jóvenes, sino de un rejuvenecimiento de la Iglesia desde el evangelio, para jóvenes y mayores de edad.
Nos hallamos en un momento clave de transformación humana (y cristiana), de manera que si la jerarquía de la Iglesia sigue defendiendo su modelo antiguo (de poder establecido, viejo) acabará perdiendo su sentido (y se opondrá además al evangelio). Pues bien, el nuevo paradigma emergente, por el que Dios no aparece dominando desde arriba, de un modo necesario todo lo que existe (sino ofreciendo a los hombres una nueva capacidad de creación), abre un camino nuevo para el cristianismo.
Quizá por vez primera, tras siglos de imposición religiosa, que ha corrido el riesgo de velar el evangelio, los cristianos católicos (=universales) pueden recuperar el poder radical de la propuesta de Jesús. Ésta no es ocasión para pequeños retoques estéticos, sino para un cambio radical, en línea de evangelio y de modernidad, en clave de tradición católica, pero aceptando y compartiendo los retos e impulsos de otras tradiciones cristianas (ortodoxa, protestante), retomando un impulso religioso de trascendencia y encarnación que también puede encontrarse en otras religiones.
Algunos cristianos quieren que, en este contexto, a los cincuenta años del Vaticano II, se convoque un nuevo Concilio abierto a las diversas confesiones cristianas y, en el fondo, a todas las religiones. Sería un concilio antropológico, fundado en la realidad del ser humano antes de toda religión particular, antes de todo rito. Habría que partir del hombre como viviente que busca la felicidad y la justicia, y que no tiene una respuesta dada de antemano, pero que es capaz de buscar la justicia, de optar por el amor, de seguir buscando con Jesús el Reino de Dios (es decir, la nueva humanidad).
SEIS CLAVES A FAVOR DE LA JUVENTUD (NOVEDAD) DEL CRISTIANISMO
JMJ
Éstos pueden ser, a mi juicio, los momentos centrales de una opción por la Juventud de la iglesia
1. Recuperar a Jesús
En un mundo sin certezas previas (un mundo de opresión, de mentira económica, de engaño político…), los cristianos deben ofrecer y proclamar el mensaje de Jesús, como experiencia gozosa de vida, testimonio de trascendencia y compromiso de humanidad, al servicio de los más necesitados.
Ese mensaje no sirve para confirma lo que existía (un orden superior ya dado), ni para sacralizar el orden existente, sino para encender una luz y ofrecer una experiencia alternativa de humanidad. La Iglesia sólo puede ofrecer ese mensaje a través de su palabra y con el testimonio de su vida, como testigos del Dios de Jesús en el camino de la historia de los hombres.
2. En gesto de solidaridad
El mensaje de Jesús ha de entenderse como experiencia y tarea de solidaridad, dirigida a superar en lo posible el sufrimiento, ofreciendo y compartiendo unos estímulos de vida, un “rejuvenecimiento” de la humanidad. Los cristianos no pueden apelar a una verdad antecedente para imponerla desde arriba (su verdad no se prueba, ni refuta con razones), pero pueden (y deben) ofrecer un camino compartido de experiencia y esperanza sanadora, que les permite superar la angustia de la muerte.
Por eso, ellos no quieren crear un sistema sagrado, que domine con poder, sino abrir para los hombres y mujeres un espacio de libertad y diálogo interhumano, en gesto de comunión personal.
3. Un Dios que camina a paso de hombre
Dios ya no aparece como Señor impositivo (dominando desde arriba la historia de los hombres), sino como principio de encarnación, al servicio del despliegue de la vida, desde el interior de la historia. Éste es el Dios de la Navidad, el Dios de Is 7 (Emmanuel), el Dios que nace en la vida de los hombres. El Dios de una Iglesia imperial no responde al evangelio.
El nuevo cristianismo ha de insistir en lo que he llamado la kénosis de Dios (Flp 2), que se revela y actúa como presencia creadora y redentora en el interior de la vida de los hombres: Dios no está sobre el mundo (creación) para dominarlo desde arriba, ni en sus bordes para limitarlo, sino en su mismo centro, para así animarlo, siendo así su alma, en gesto de participación, sufrimiento compartido y transformación. Según eso, el Dios de la Iglesia de Cristo es el Dios del mismo camino de la historia de los hombres.
4 De la Teocracia a la comunión
Así pasamos del Dios teo-crático (autoridad dominadora) al Dios del renacimiento, Dios de la comunión personal y de la comunicación, como habían descubierto los israelitas en su camino de desierto y como supieron los cristianos al situarse ante Jesús.
El Dios teo-crático dominaba sobre el hombre y le imponía su pretendida verdad desde arriba; era un Dios viejo, envejecido en su labor de imponerse sobre el mundo. Por el contrario, el Dios de Jesucristo penetra como poder de juventud en la vida de los hombres y mujeres, potenciando su diálogo en amor y superando así el poder de la muerte (en esperanza de resurrección). Sólo en ese contexto se puede hablar de un designio de Dios, que no se impone por ley física o social, sino que abre un camino de futuro (resurrección) por desbordamiento gratuito de vida. Dios no traza (ni impone) un designio establecido de antemano, sino que abre un camino, que él mismo recorre con (a través) de los hombres.
5. Dios encarnado, el camino de Cristo.
El Cristo de Dios no es por tanto una especie de emperador supremo, que podría conceder su potestad a la Iglesia, sino el hombre Jesús, aquel en quien Dios ha encarna de manera privilegiada su proyecto de amor, comprometido en el despliegue de la historia de los hombres. Ese Cristo de Dios no sobre-viene sobre un mundo ya hecho, para dirigirlo desde arriba, sino que se introduce como hombre de amor en el mismo despliegue de la historia de los hombres, tan como se siente y se vive en Galilea y en Jerusalén en el siglo I. d.C. Dios nace así en la historia humana, realizando humanamente su designio de amor creador, en gesto de fidelidad total.
Eso significa que el cristiano, seguidor de ese Jesús, no querrá (ni podrá) imponer su verdad sobre nadie, pero querrá (deberá) ofrecer su testimonio, su propuesta, en diálogo creador con los hombres y mujeres de su entorno. No condenará a los que piensan de otra forma, sino que dialogará con ellos, ofreciéndoles una experiencia y camino de humanidad cristiana, en la línea del Jesús del Evangelio.
6. Iglesia, una experiencia de comunión
Desde el fondo anterior ha de entenderse la nueva visión de la Iglesia, que se despliega y entiende como experiencia de comunión, abierta a los que creen en Jesús, y, de un modo más extenso, a todos los hombres que aceptan y promueven el misterio de la vida en actitud de encuentro mutuo, sin imposición intelectual ni moral (ni social), pero con una gran creatividad.
Hoy, por vez primera, tras veinte siglos de ontología impositiva, es posible exponer y abrir el cristianismo (la Iglesia) en esa línea, como proyecto y camino de humanidad kenótico-redentora, abierta por Jesús a la culminación pascual de Dios (es decir, de la Humanidad). Es un buen momento para pasar de la JMJ (que es muy buena) al al CMJC: Compromiso mundial por la juventud del Cristianismo
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