XXVI Domingo del Tiempo Ordinario (Ciclo C) - Lc 16, 19-31
Esta contemplación es una de las que me gusta repetir, releyendo las de años pasados. Una porque me viene el recuerdo de personas queridas y otra porque son parte de la única meditación esencial, como decía Hurtado, que es la que nos lleva a profundizar en “el sentido del pobre”. El pobre es Cristo y por eso “ver al pobre” es ver a Cristo, ganar como amigo a Lázaro es ganar como amigo a Cristo, ayudar a Lázaro es ayudar a Cristo.
Ver a Lázaro (2004)
Ver a Lázaro es una gracia.
Y una gracia doble: porque el que logra ver a Lázaro, ve también a Jesús.
Ver a Lázaro es más que “ver a los pobres” o “sensibilizarse ante la miseria”. Incluso diría que es algo más que “ver a Cristo en los pobres”. No sé si se puede ver a Alguien verdaderamente así en general, en “los” pobres.
La gracia es ver a Lázaro. Al Lázaro con nombre propio que me sale al encuentro en distintos momentos de la vida.
Jesús dejó escondida la gracia de verlo a él. La escondió en el mejor lugar, en el que está más a la vista (y, quizás por eso mismo, más oculto) y al alcance de la mano.
En nuestro tiempo –como en todos- tenemos gente santa que ha descubierto a Lázaro, a su Lázaro, e inmediatamente en torno a esta gracia se les han dado todas las demás. Porque, como decimos, junto con Lázaro viene Jesús.
La Madre Teresa vio a Lázaro que yacía cubierto de llagas en una calle de Calcuta. Lo alzó y, mientras que lo cuidaba, nos iba enseñando a verlo.
Ella dice que es al mirarlo a los ojos cuando se produce el milagro: los ojos atraen más de lo que repelen las llagas. Los ojos pueden más que el olor.
El Padre Hurtado vio a Lázaro temblando de frío y mojado por la lluvia al salir de una conferencia en Santiago de Chile. Y después que se sacó su sobretodo fino y se lo dio, se dio cuenta de que había visto a Jesús. Desde entonces nos enseña que “el” pobre es Cristo. No los pobres en general. El pobre. Lázaro.
Jean Vanier creó comunidades para poder ver a un Lázaro especial. Un Lázaro que no se ve sino luego de una larga paciencia llena de cariño. Las historias que nos cuenta no son sobre “discapacitados” en general. Sus historias siempre tienen nombre. Jean Vanier nos enseñó a ver en los ojos de los pobres el alimento que más ansía nuestro corazón.
Cada uno puede ejercitarse en ver a Lázaro, a su Lázaro de cada día.
Solo una sugerencia: a Lázaro se lo ve cuando uno le mira los ojos.
A mí, en mi reflexión personal me ayuda pensar en el Hogar de San José.
Para poder ver a un Lázaro que se puede recuperar nos dimos cuenta que hace falta aprender mucho, incorporar conocimiento, como dice desde hace tanto nuestra coordinadora. Cómo nos ha costado ver esto que parece tan sencillo! Hay gente que quizás hasta se burle un poco: “¿nos va a decir que en el Hogar (o en nuestras obras de caridad dentro de la Iglesia) no vemos al pobre?”.
(El Papa Francisco retomó esto en el video para San Cayetano: “si no le tocaste la mano, si le soltaste la moneda, no lo viste. Si no lo miraste a los ojos no te encontraste con tu hermano”.)
Ver a Lázaro implica llegar a ver ese lugar donde un corazón sigue sensible y atento a si se lo trata con dignidad o no. Y esto no lo ve el que solo da cosas, lo ve el que espera algo del otro:
el que capaz de sostener, por ejemplo, un tratamiento psicosocial con la persona,
el que es capaz incorporarlo, por ejemplo, como par en un trabajo, como hace la Cooperativa Padre Hurtado…,
los que se animan a formar una comunidad en la que Lázaro es uno de los hermanos.
¡Qué lindo que es ver entonces cómo, cuando se siente mirado como persona, cada Lázaro comienza a recuperar las ganas de ser persona y de incluirse junto con los demás en la sociedad!
Ganar amigos (2007)
En la hermosa y conmovedora charla que compartió con los colaboradores de la Casa de la Bondad la Hna. Cristina, nos decía, citando a K. Rahner, que el cielo es “la plenitud de las relaciones”. Ese será el bien que “ganaremos” en el cielo. Se nos regalará una plenitud de relaciones, como plenitud sin techo, siempre creciente, pero que necesita un piso: el piso de las relaciones que hayamos podido crear y cultivar en esta vida.
Podemos preguntarnos:
¿De qué podrá charlar el rico en el cielo, entre gente que vive en la plenitud de sus relaciones recordando sus vivencias de amor gratuito y de amistad, entre gente que comparte con lágrimas de agradecimiento la misericordia que experimentaron del Señor y de sus amigos, entre gente que se alegra recordando los trabajos que hicieron en comunidad en bien de los otros, de cómo ganaron hermanos para Cristo, de los sufrimientos que compartieron en la vida terrena y de cómo todo eso consolidó su amor y los llevó a vivir en plenitud. ¿De qué hablará el rico cuyos temas de conversación siempre fueron la bolsa, las inversiones, los viajes y los autos, las joyas y las fiestas, las casas y los cuadros…? Imaginemos pasar una eternidad sin poder charlar de nada que les interese a los otros y sintiendo que, de lo que a ellos les interesa, uno no tiene nada para compartir?
Nombrar a Lázaro (2010)
Lo que más me conmovió del evangelio de hoy es que Jesús le pone nombre a Lázaro. Estuve rezando estos días con lo del nombre y esta mañana, recién, caí en la cuenta de que el de Lázaro es el único nombre propio de todas las parábolas de Jesús.
¡Los nombres! El nombre de las personas que duermen en los umbrales de los edificios, en la calle. Su nombre es Lázaro –Dios lo ayudó-. Sólo Lázaro, que es nombre y apellido: Ayudado de Dios, sólo por Dios. En el Hogar es prácticamente imposible recordar los nombres de todos. Con las fotos digitales ahora se pueden ver todas juntas sin tener que ir a cada ficha, pero ya son más de 600 las fotos y aunque las repaso cada tanto, los nombres se escapan de la memoria, desaparecen como desapareció Pedrito… A Pedrito Báez (el que me daba la bendición con el pulgar) le conocíamos el nombre y el apellido y hasta el documento, y sin embargo no lo hemos podido encontrar ni con el COP (el centro de orientación de las personas de la Federal), ni en el Hospital Ramos Mejía. Nuestros Lázaros entran en las guardias como NN y desaparecen. No bastó revisar todos los NN de los últimos dos meses ni recorrer las salas de Clínica Médica. Lo mismo que pasó con Juancito y con tantos otros… Cuando tenemos el nombre desaparecen las personas.
Y de los que están siempre y recuerdo bien los ojos y el tono de voz porque nos hicimos más amigos –cada uno tenemos un puñadito de Lázaros con los que establecemos un vínculo más cercano, por simpatía, por oportunidades de charlar que se dan…-, de esos cuyo nombre se me quedó grabado, se me escapa su historia…
Por eso es tan lindo el evangelio de hoy.
Porque no hace sentir que nuestro Dios es un Dios que nos nombra por nuestro nombre. Para eso sí lo necesitamos, para que nos ponga Nombre, no para otras cosas. Y nos consuela saber que hay Alguien que conoce por su nombre a todos, especialmente a los NN.
Esto de que nos conozcan por el nombre es otra manera de decir que tenemos Padre.
Y entonces, cuando nos encontramos con que Jesús ya había previsto esto, nuestra angustia al sentir que vivimos rodeados de gente anónima, nuestra limitación de transitar por un mundo de personas valiosísimas de las que no sabemos casi nada, la nostalgia al entrever la riqueza de cada historia que se nos escapa, al sentir, digo, que Jesús previó esto, tan humano -nuestra sed de nombres, de nombrar y ser nombrados-, experimentamos la alegría de que ya salvó la cosa, revelándonos con este simple detalle del nombre de Lázaro –único en todo el Evangelio-, que en el corazón de Dios todos, y especialmente los más desamparados, tenemos Nombre propio.
Yo no sé hebreo, pero me gustó una etimología que dice que Lázaro viene de Eleazar y significa “Dios lo ayudó”. Me gustó porque es un nombre que entra en comunión con el de Jesús, que significa “Dios salva”.
Es como si dijéramos que el pobre se llama “Salvado” y Jesús “Salvador”.
¡Es lindo tener un nombre hecho a medida para el nombre de otro que nos ama!
Ayudar a Lázaro (2013)
Retomo aquí. Ayudar a Lázaro es hacer un poquito de Dios, es “ser un Jesús para el que necesita”, un Salvador. La frase la repiten mucho los pobres –con emoción y abrazo- cuando una ayudita les cae justo: “me salvó, padre”.
No podemos imitar a Jesús en muchas cosas. La pureza y altura moral de sus sentimientos nos parecen inalcanzables. Él lo sabe y por eso puso tanto el acento en acciones concretas que redundan en bien del otro en las que sí lo podemos imitar. El ejemplo del vasito de agua dado en su nombre, lo de que seremos juzgados por el pan que dimos y la ropa, por el hospedaje y la visita, si se miran bien son una mano grande como una casa. El Señor no tendrá en cuenta mis pensamientos hipercríticos ni mis sentimientos egoístas sino que pesará sólo mis acciones concretas. Es como para salir corriendo a buscar a quién darle limosna ¿no?
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