Domingo XXIV del T.O. - Ciclo C (Lc 15, 1-32)
“Salir a buscar”, “buscar con cuidado hasta encontrar”, “correr a abrazar” esos son los impulsos del corazón del Padre.
Dice von Balthasar que “la búsqueda de Dios de aquel que anda perdido no significa que Él no sepa dónde se encuentra este, significa que busca los caminos –si alguno de ellos será el camino justo- por los cuales el pecador puede encontrar su ‘camino del regreso’”.
Así es el corazón del Beato José Gabriel Brochero, cuya imagen tosca de “cura” de rostro cortado a cuchillo y mula Malacara, se nos va transfigurando, es decir embelleciendo, con el photoshop no sólo virtual sino real de la glorificación o beatificación, que sin cambiar los rasgos de la persona, los reviste con otra luz, con la luz de la santidad.
Este rasgo, que más que pintura es un impulso y un latido del corazón que se refleja en el tirarse al río en creciente agarrado a la cola de la mula para ir a llevar una comunión, es el más propio del Corazón del Padre: ese impulso de salir a buscar al que lo necesita.
El Señor Brochero, como también lo llamaba su gente, se disponía – se dispuso desde jovencito- a dejarse arrastrar por este arranque que es el don más íntimo del Padre y que nos habita el corazón. Al fin y al cabo Dios hizo la creación en un arranque irresistible de misericordia y quizás precisamente por eso “no midió” las consecuencias, de tener unos hijos como nosotros, o sí las midió de esa manera misteriosa para nosotros que tiene el Padre de medir las cosas mirando a su Hijo, como sabiendo que si nos perdíamos contaba con Él totalmente para salir a buscarnos.
Estoy por dar unos ejercicios a los curas de Lomas y pensaba comenzar con una pregunta que me ronda siempre (y que ayer la Hna. Juliana, sin saber que yo me la hacía me contó que ella se preguntaba lo mismo) y es: ¿Cómo se le ocurrió darle los Ejercicios a su gente?
A todos nos impresiona el impulso sostenido de Brochero desde la primera tanda que organizó llevando a su gente a Córdoba, hasta la construcción de la Casa de Ejercicios para poder darlos en su misma parroquia.
¿Qué es lo que vio en los Ejercicios?
El padre Merediz sj cuenta que el viejo Padre Aznar sj, a quien conoció en su Noviciado, uno de los grandes recopiladores de los testimonios vivos de la gente de Traslasierra, después de la muerte de Brochero, contaba que “el estilo pastoral del Cura Brochero estaba particularmente marcado por aquella anotación Ignaciana: “que el mismo creador y Señor se comunique al alma devota abrazándola en su amor y alabanza y así disponiéndola por el camino que mejor pueda servirle en adelante”.
Me confirmó en esto de que Dios es El buscador del mejor camino para cada uno. Y no hay persona a quien uno le agradezca más que aquella que nos ayudó a encontrar nuestro camino propio.
El mejor camino no sólo para que vuelva el pecador sino también para que salga el misionero.
Brochero adoptó con fuerza el método de los Ejercicios porque vio que en ellos encontraba su gente el camino.
El dice que vio que los Ejercicios “andaban con su gente”.
No es una anécdota que la beatificación le caiga con mula y todo, como “en camino”.
Los Ejercicios tienen mucho de tranco de mula, el más propio para subir sierras. Una vez que uno los ha probado, no quiere “subir” en otra cosa. Prefiere la mula a esas dinámicas que por ahí te desbarrancan.
No son anécdotas, tampoco, ni trabajo social como actividad complementaria sino trabajo social integral, ese que busca “el verdadero bien de cada persona” como nos puso el Papa Francisco en la Bendición Papal que mandó al Hogar, que en el haber de Brochero se encuentren tantos caminos abiertos, construidos y planeados -¡esa obsesión suya porque llegara el tren a Traslasierra!-.
Es la misma pasión la del camino que nos conecta con Dios, para poder ir a Él y volver –ese ir y venir de la oración y del amor- y la de los caminos que conectan el país, a las zonas más pobres con el centro y sus posibilidades.
Por eso la gente entendía su mensaje, porque veía que eran las mismas piedras para la casa de Ejercicios y para el camino a Córdoba.
Brochero no sólo llegaba a lomo de mula hasta esos parajes en los que “sólo había llegado Satanás” sino que quería que llegara el tren. Soñaba grande para su gente: quería el tren y los ejercicios, quería todo. Hoy hay tantas periferias, como las llama el Papa, a las que sólo llega Satanás. Lugares donde nadie pisa sino el que está perdido. Lugares a donde hay que ingeniárselas para llegar y más, después, para ayudar a salir.
Camino es también el modo de hablar. No son anécdotas tampoco sus famosas “malas palabras”. Brochero soñaba (literalmente, porque corría un poco el biombo y despertaba a su compañero de pieza Benjamín Aguirre, en la época de la universidad, para explicarle algún pasaje del evangelio que meditaba de noche) con el modo de hablar del Señor: “qué cosa maravillosa habrá sido oír de labios de nuestro Señor, el sermón de la montaña que nosotros después de haberlo recibido de segunda o tercera mano, nos llega tanto que los mismos apóstoles fueron tranquilamente a la muerte después de haberlo oído y que no tenían otra felicidad”.
¡Impulso por encontrar caminos! La gente entiende al que se pone en camino. Por eso entiende a Francisco cuando sale a dar vueltas por la Plaza de San Pedro y saluda y saluda sin descanso. Y entiende que vaya cambiando de auto y bajando de gama hasta encontrarse a gusto con la Renoleta que le regaló un cura. ¿Qué es lo que entiende la gente? Entendemos esa pasión por llegar a todos. No es cuestión de austeridad: es que del jeep descapotado se puede bajar y le pueden acercar “cosas lindas”.
Todo el mundo sintoniza su frecuencia de corazón cuando ve a un cura que hace todo por llegar.
Ese impulso de Dios queda hoy beatificado en Brochero y lo subimos al Altar. Allí, al casco de su mula, vamos a ir a tomar gracia. La gracia de reavivar la pasión por encontrar los caminos de Jesús, que son los que nos lleven directo al corazón de nuestra gente.
Me emociona recordar las primeras palabras de Papa Francisco al llegar a Brasil:
“He aprendido que, para tener acceso al pueblo brasileño, hay que entrar por el portal de su inmenso corazón; permítanme, pues, que llame suavemente a esa puerta. Pido permiso para entrar y pasar esta semana con ustedes”.
Díganme si no es una “entrada brocheriana”, de esas que hacía el santo Cura que cuando bajaba de su mula al llegar a alguna casa se anunciaba diciendo: “aquí vengo a darles música”. Y la música era la dulzura y amabilidad de su corazón, que buscaba alegrar a todos. Como les decía a sus curas: “Cuanto sean más pecadores o más rudos o más inciviles mis feligreses, los han de tratar con más dulzura y amabilidad en el confesionario, en el púlpito y aún en el trato familiar”.
Este trato es el camino para acercar a todos al Amor de Dios. Esa gracia la metió Brochero en el corazón de nuestro pueblo y decir que queda hoy beatificada es decir que se destierra para siempre toda otra manera de tratar mal o no tan bien. Allí está el caminito abierto para llegar al caracú del corazón de los más pequeños, como dice un misionero de Córdoba que anda por África y que siente que Brochero está en el caracú de su corazón. Los Santos van llegando a la Argentina más demorados que el Tren con que soñó Brochero. Vienen a tranco de mula, cuesta que lleguen a los altares –como costó lo de Ceferino y lo de Zatti y cuesta lo de la Mamá Antula. Es que todavía no está bien cuajado lo que significa ser argentino, se está haciendo nuestro corazón, se está “ejercitando” y nos cuesta sentirnos en su latido común. Brochero aporta hoy a ese latido una piedra angular. Ya la puso él –ya se puso- hace rato, enterrado allí en su Casa de Ejercicios. La descubrimos hoy nosotros y lo honramos como pueblo: le reconocemos su rango, lealmente bien ganado, de Padre de la Patria, como hicieron los chilenos con Hurtado.
Dice Leopoldo Marechal, en su poema “Descubrimiento de la Patria”:“No sólo hay que forjar el riñón de la Patria, sus costillas de barro, su frente de hormigón: es urgente poblar su costado de Arriba, soplarle en la nariz el ciclón de los dioses
la Patria debe ser una provincia de la tierra y el cielo”. Hoy Brochero nos viene a buscar y nos invita a transitar por ese camino que él nos abrió para tener acceso a nuestra querida Provincia de la tierra y el cielo. Él cumplió eso que dice el poeta, que: “si como pueblo no trazamos la Cruz, porque la Patria es joven y su edad no madura, la debemos trazar como individuos, fieles a una celosa geometría. La vertical del santo y la horizontal del héroe”, porque “La Cruz tiene dos líneas: ¿cómo las traza un pueblo? Con la marcha fogosa de sus héroes abajo (tal es la horizontal) y la levitación de sus santos arriba (tal es la vertical de una cruz bien lograda)”. Brochero trazó la Cruz y realizó ese “trabajo de albañilería”, que es uno de los pilares de la Patria: “¿Viste los enterrados pilares de un cimiento? Anónimos y oscuros en su profundidad, ¿no sostienen, empero, toda la gracia de la arquitectura? Hazte pilar y sostendrás un día la construcción aérea de la Patria”.
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