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miércoles, 20 de febrero de 2008

La Samaritana, la primera misionera

ORANDO CON EL EVANGELIO

.


Oración para disponer el corazón

Reza esta oración despacio, dándote cuenta de lo que dices y de lo que pides.

Me hago consciente, Señor, de que estoy en tu Presencia.

Creo que me amas, me miras y escuchas mi oración.

Vengo ante ti con sed de vivir más plenamente,

con sed de despertar a la vida que sólo Tú puedes dar.

Vengo con el ardiente deseo de dar un nuevo paso hacia Ti,

y de que tu amor me alcance y me transforme.

Derrama sobre mí tu Espíritu Santo,

torrente inagotable,

manantial de aguas vivas,

lluvia que empapa mi tierra,

rocío de la mañana,

mar inmenso en el que nazco a la vida,

río que fecunda mis campos yermos.

Derrama sobre mí tu Espíritu:

que Él guíe mis pasos a la fuente de tu Palabra viva.

Que mi fe se sacie en ella.

Que mis fuerzas se renueven en ella.

Que mi amor se encienda en ella.

Que mi esperanza se apoye y se sostenga en ella. Amén.


LA SAMARITANA

(Jn 4, 5-42)

Salmos con el evangelio (Pedro Trigo)

¡Qué cadena de necesidades la de la Samaritana!

¡Tanta sed y tan lejanas e inconstantes las fuentes donde saciarla!

Todos los días salía del pueblo hasta el pozo de Jacob.

Volver al mediodía con el cántaro en la cabeza le daba sed y sudor

Si bebía y se bañaba, ya se quedaba sin agua.

Todos los días y varias veces al día tenía que ir hasta el pozo.

Pero la cadena de la sed era aún más íntima:

muchos hombres pasaron por su vida

y nadie pudo saciar su sed de cariño

cisternas agrietadas fueron para ella

los pozos donde fue a beber su corazón

acabó bebiendo en los charcos, muerta de sed, sin esperanza

Tú también eras para la Samaritana una fuente de esclavitud

para cumplir contigo tenía que subir a un monte

subir la cuesta del templo y de los rituales.

La sed mantenía viva a la Samaritana

necesidades materiales, ansia de encuentro humano, deseo de ti

la sed la llevaba a traspasar los muros de su cuerpo

la empujaba más allá de sí misma.

Pero esa sed la mataba

la ataba a un pozo y a un templo

que daban escasamente la misma vida

que se gastaba para allegarse hasta ellos

y a unos varones que exigían mucho más de lo que daban.

La Samaritana estaba muy cansada de buscar la vida

pero sus pasos seguían, más allá incluso que su esperanza

que ya era un cántaro quebrado, más fieles que su voluntad

¡Qué tesoro tan grande diste, Señor, a la Samaritana!

El tesoro de su sed

Y un día, ella, la que vivía buscando

agua, marido y Dios

se encontró con otro que también buscaba

que le pidió precisamente a ella

le pidió agua a la sedienta.

¿Otro más queriendo aprovecharse de ella?

pero éste no prometía, no fingió nada, simplemente pidió

y sabía que las reglas de juego no estaban a su favor.

¿Habría alguien con más sed que ella?

Este encuentro no cabía en sus esquemas

y tuvo que preguntar.

Entonces Jesús fue removiendo a la vez

su sed y su deseo.

Al llegar a la herida, la mujer lo desviaba para evitar el dolor

pero Jesús sajaba de nuevo la herida enconada

hasta que quedó completamente al descubierto.

La mujer sintió vergüenza porque volvió a sentir dignidad.

Reconoció a Jesús y obtuvo de él reconocimiento

Tras el cauterio, vino la vida a su entraña

y la que había venido a parar en animal sediento

sintió en su seno una fuente

la esclava recobró la libertad

y se fue a dar de beber a sus vecinos.

No se quedó satisfecha; conoció otra sed

la misma sed que Jesús

el deseo de dar el don que ella había recibido

el don de la verdad que hace libres.

La Samaritana es un pozo, es un templo

ha conocido un hombre distinto de los demás.

Señor ¡qué grande estuviste con la Samaritana!

ella no rehusó el encuentro desnudo con Jesús

y de él salió mujer nueva ¡espléndida mujer!

la esclava no se desquitó

se dedicó a liberar.

Que así sea, Señor, nuestra historia

te pedimos la sed de la Samaritana

y ese encuentro desnudo y verdadero, que la liberó

y esa misión que asumió de pura alegría.

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